Peldaños del discipulado Capítulo 13 – Sumiso
Peldaños del discipulado
Capítulo 13 – Sumiso
El autor guarda muchos recuerdos de los diez meses
en que le tocó cumplir el servicio militar en la lejana
Argentina.
Fue en el entonces llamado Batallón de Zapadores
Escuela, Concepción del Uruguay, provincia de Entre
Ríos.
Muchos de los compañeros eran excelentes camaradas,
con los cuales se forjaron lazos de entrañable amistad y
compañerismo.
No obstante, al finalizar el período vino una separación
forzosa, y al seguir cada uno por sendas distintas los
vínculos se perdieron.
Con todo, unos quince o dieciséis meses regresó a la
ciudad de Concepción del Uruguay, siendo ya estudiante
de un colegio bíblico. El propósito en esta segunda
ocasión era participar por un par de meses en la obra
del Señor., mayormente en el evangelismo personal.
Fue entonces que conoció a dos soldados de la
promoción del año siguiente, y así pudo enterarse que
otros dos, pertenecientes a su clase del año anterior, y
que habían quedado para el segundo y último
licenciamiento, se habían hechos desertores.
Aunque los conocía bien, no habían sido de sus mejores
amigos, y en más de una oportunidad habían dado
muestras de insubordinación.
Evidentemente, el largo período de espera para el
último licenciamiento, se les había hecho muy difícil de
sobrellevar. Así optaron por fugarse, pensando que así
recobrarían su plena libertad en la vida civil.
Cuán equivocados estaban!
La orden de captura que pesaba sobre ellos se volvió
en una verdadera pesadilla, sabiendo que no importaba
donde fuesen, tarde o temprano las autoridades darían
con ellos, y tendrían que recibir una larga y penosa
condena.
La Biblia nos dice en Números 32:23 “…sabed que
vuestro pecado os alcanzará.”
Si esto es verdad del pecado en general, lo es de
manera especial en lo que atañe a la insubordinación.
La misma se hace más acentuada, cuando se desecha la
oportunidad de humillarse y aceptar la disciplina.
Generalmente, como en el caso citado de los dos
prófugos, desemboca en un huida que sólo busca y
piensa escapar del problema.
Mas hay! Qué persistente e implacable es ese
problema, que sigue y persigue al prófugo y no ceja
hasta alcanzarlo!
Hagar, la esclava egipcia de Sarai, mujer de Abram,
como todavía se lo llamaba entonces, huyó de su ama,
no queriendo enfrentar el problema que se había creado
ella misma al despreciarla con soberbia.
Al preguntarle el Señor “…Agar, sierva de Sarai, ¿de
dónde vienes y adónde vas?” ella sólo respondió a la
primera parte de la pregunta: “Huyo de delante de Sarai
mi señora.” (Génesis 16:8)
Y no cabe duda – al escapar de la dificultad o problema
que no se quiere enfrentar, sólo se sabe de dónde uno
viene, pero no adónde va. Lo cual siempre resultará a la
postre algo peor, o aun mucho peor.
Para casos como éstos, sólo cabe el sabio consejo dado
por el Señor en el versículo siguiente.
“Vuélvete a tu señora, y ponte sumisa bajo su mano.”
De todos modos, cabe esperar que ningún discípulo
tenga insumisión del grado en que la tenían Hagar y los
dos soldados desertores.
Sin embargo, hemos de reconocer que a todo ser
humano, por más humildad natural que pueda tener, a
veces no le resulta fácil aceptar la disciplina que se le
impone, u obedecer de buen grado las instrucciones que
se le den.
Y en todo esto, hemos de buscar un sano equilibrio que
concilie la sumisión del discípulo con un trato amable,
sabio y respetuoso por parte del discipulador.
Para facilitarle las cosas al discípulo, se habrá de
desechar todo lo que huela a un espíritu autoritario, que
plantea las cosas con una actitud de obligatoriedad
rígida e incuestionable.
Igualmente, cuando lo corrija, habrá de ser con tacto y
bondad, evitando recriminaciones, y cuando quepa,
atemperando la corrección con el elogio por alguna
virtud o acierto, el cual se ha advertido en la conducta o
actitud de discípulo.
Así, este último no se sentirá subyugado, sino amado y
respetado, y normalmente le resultará fácil aceptar la
tutela, los consejos y las correcciones que se le hicieren.
No obstante, seguramente habrá ocasiones en que por
una causa u otra, el discípulo encontrará recelo, o se
encontrará con una resistencia interior que le impida
aceptar de buen grado las indicaciones que se le hagan.
Esto será en realidad parte del trato de Dios en su
formación. Será entonces de suma importancia que el
discipulador discierna las cosas, para no entorpecer ese
trato, sino antes bien facilitarlo, adecuando al mismo
sus consejos, comentarios y actitud para con el
discípulo.
A veces detectará que se encuentra desanimado, o tal
vez deprimido, y será ésa la causa atribuible a su recelo
o resistencia.
Será entonces el caso de ministrarle, liberándolo de su
desánimo o depresión, lo que traerá aparejada la
eliminación de sus recelos y resistencia.
Al señalarle a esa altura con toda claridad la causa y la
consecuencia de su problema, podrá estar capacitado
para enfrentar mejor las cosas de ahí en adelante.
El siguiente diagrama, sencillísimo por cierto, ayudará
a aclararle bien las osas.
Causa Efecto
Desánimo o depresión. Resistencia interior a
obedecer y aceptar indicaciones y consejos.
Desaparición del desánimo
o la depresión. Buena disposición para
recibir indicaciones y consejos.
En otras ocasiones, se podrá advertir que se trata de
una cierta debilidad o deficiencia, la cual sólo se
manifiesta esporádicamente, y en algunas áreas del
carácter.
Un ejemplo podría ser el de ser remiso a diezmar y
ofrendar, que muy bien podría venir de una
mezquindad propia, o bien heredada de sus padres.
Otro caso típico sería el de una tendencia a no decir
estrictamente la verdad en determinadas ocasiones,
dado que esa verdad le comprometería; excusas no del
todo válidas por el incumplimiento de su deber, o bien
por llegadas tarde, etc.
En otras oportunidades, podrá tratarse de un bajar la
vista, y no enfrentar las exhortaciones que se le den en
un aspecto determinado.
Este aspecto podría relacionarse con falta de una
absoluta pureza y transparencia en el trato con sus
hermanos; o bien a no querer renunciar a todo lo que
sea dudoso o mundano; a mostrar una estricta
puntualidad en el cumplimiento de sus obligaciones
económicas, o sencillamente, a no hacer sus trabajos
escritos de la forma en que se le ha indicado, sino
caprichosamente como a él se le antoje.
Con una sabia combinación de bondad y firmeza,
habrá que ayudarle a reconocer claramente esas
debilidades, y a enfrentarlas con absoluta sinceridad
hasta superarlas.
El discipulador no tendrá ninguna dificultad en
encontrar pleno respaldo para sus consejos, tanto en las
exhortaciones y las advertencias de los evangelios, como
en las de las epístolas, que por cierto cubren con gran
amplitud y abundancia todos los casos enumerados, y
muchos más también.
Uno de estos últimos, sin duda es el de haber
participado en el pasado, de una forma u otra, en
algunas de las muchas y variadas formas del ocultismo,
lo cual, casi inevitablemente, deja huellas muy
perjudiciales.
El tema es muy extenso, por lo cual no lo tratamos
aquí. En cambio, remitimos al lector u oyente a nuestra
obra anterior ya citada previamente – “Las Sendas
Antiguas y el Nuevo Pacto.”
En el capítulo 12, tratamos con cierto detalle el corte y
la liberación en este terreno.
Naturalmente que todo estos aspectos no solamente
inciden sobre el carácter, sino que afectan el mayor o
menor grado de sumisión, y por esa causa los hemos
consignado.
En cuanto a la sumisión en sí, volvemos a recalcar que
no ha de ser impuesta, sino voluntaria. Siempre y
cuando se lo trate con amor, sabiduría, bondad y tacto,
reservándose la firmeza solamente para cuando
corresponda, el discípulo normal no tendrá
inconvenientes en asumirla.
Y naturalmente nunca deberá haber un control
excesivo, o un manipuleo de su persona, metiéndose de
forma indebida en su vida y asuntos personales.
Por lo contrario, mostrando una sana confianza en él y
su prudencia, se le acordará un margen de libertad de
acción, que será tan amplio como lo permita su grado de
progreso y maduración.
Otra cosa importante que a veces se desconoce, es la de
inculcar al discípulo un sano y saludable espíritu de
auto crítica.
En esa línea, será muy provechoso enseñarle a
reconocer sus propios errores, a tomar nota de los
perjuicios que le han acarreado, y corregirse a sí mismo,
buscando, claro está, la gracia del Señor para ello.
Bien encarado, esto tendrá el doble beneficio de aliviar
la tarea del discipulador, y de apresurar el crecimiento y
progreso del discípulo.
Al mismo tiempo, de esta forma se irá forjando un
vínculo entrañable entre ambos, y el resultado será
seguramente el de un discípulo sumiso y consciente, y un
discipulador plenamente satisfecho con el resultado de
sus labores.
Una aclaración final que no debemos omitir es que
cuando se trate de discípulos con un pasado de
drogadicción, crimen o delincuencia, el trato, por lo
menos en un principio, habrá de ser más rígido y severo.
No obstante, como nuestra obra no va enfocada en esa
dirección particular, ni tenemos experiencia alguna en
ese terreno, y como ya se han escrito muchos libros
sobre el mismo, nos eximimos de hacerlo.
Preguntas.-
a) Al discipulador.-
1) ¿Cree Usted que un buen número de debilidades en
el carácter inciden negativamente sobre la sumisión? ¿o
cree que éste es un fallo independiente de los demás?
En cualquiera de los dos casos explique sus razones
para fundamentarlo.
2) ¿Siente que le ha beneficiado espiritualmente el
trabajo de discipular a otros?
3) ¿En qué forma?
4) ¿Cree que el tono de voz en que corrige o exhorta su
discípulo, sea el correcto? ¿o es Usted a veces áspero con
él?
b) Al discípulo.-
1) De la lista de más abajo, señale los adjetivos que mejor
expresan cómo Usted se siente en el trato que recibe de su
discipulador.
Amado – manipulado – controlado – respetado – valorado –
dominado – despreciado – estimulado – desafiado – inspirado
– agobiado.
2) ¿Le resulta fácil ser sumiso con él?
3) Si tiene alguna dificultad en serlo, identifique los casos
particulares y las posibles causas, y después de hacerlo y orar,
compártalo con si discipulador.
4) ¿Cree que la culpa es suya o de él? ¿Por qué?
Oración.-
Señor Jesús, Tú eres el discipulador perfecto, que con Tu vida
ejemplar y Tu enseñanza tan rica y sabia, has dejado sentadas
las claves de todo el discipulado cristiano.
Ilumínamos, guíanos y corrígenos a discipuladores y
discípulos, a fin de que podamos llevar adelante la labor que
Tú empezaste, y nos has encomendado ahora a nosotros.
Tanto los unos como los otros, necesitamos nutrirnos de ese
rico legado que nos has dejado.
Te rogamos que por Tu Espíritu, nos impartas la gracia de
ser sumisos en todo lo que corresponda, así como Tú lo hiciste
con el Padre, aun en el sacrificio y gran dolor que tuviste que
padecer, para poder redimirnos y hacernos discípulos Tuyos
de verdad. Amén.
F I N