La fe. “Dadme un punto de apoyo y levantaré el mundo,” Capítulo 9
PELDAÑOS DEL DISCIPULADO
Capítulo 9
La fe. “Dadme un punto de apoyo y levantaré el mundo,”
Estas palabras, el autor las aprendió hace muchos años de una maestra del ciclo primario, sin que ella precisara dónde o de quién las había aprendido.
Expresaban y expresan, por un lado, el gran potencial que se encuentra en una palanca, y por el otro, la imposibilidad de que ese potencial se cristalice sin un punto de apoyo adecuado.
El levantar el mundo en que vivimos, y trasladarlo a otro lugar fuera de su órbita normal alrededor del sol, es un imposible absoluto.
Dios lo ha ubicado en el espacio, suspendido en el vacío, y sin punto de apoyo alguno para ninguna supuesta palanca.
En lugar de eso, lo ha sujetado a una inexorable ley de gravitación, que lo mantiene girando alrededor de sí mismo en un movimiento de rotación, y también simultáneamente en uno de revolución alrededor del sol, de forma constante y armoniosa.
El primero se completa en las 24 hora que marcan cada día, y el segundo en los 365 días que completan el año.
Alterar o modifica eso es algo que está totalmente fuera del alcance del ser humano.
No obstante, tomamos esto como una simple metáfora y contraste a la vez, porque para levantar el pequeño mundo de nuestra vida y circunstancias, Dios nos ha dado no solamente una poderosa palanca, sino también un punto de apoyo absolutamente sólido.
Y así el milagro de que nuestro mundo se levante por encima de las bajezas del pecado, la derrota y el fracaso, y alcance las muy codiciables metas de limpieza, victoria y realización, se hace perfectamente alcanzable y viable.
La palanca es la fe que ha sido dada una vez a los santos. (Judas 3) y el punto de apoyo es la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.(1a Pedro 1:23)
Las dos cosas – la fe y palabra – se necesitan la una a la otra. La primera no puede usarse de forma arbitraria, por lo menos en lo que se relaciona con el reino de Dios.
En cuanto a la segunda, para que las virtudes y promesas se concreten, se hace imprescindible que se las apropie por la fe – sin ella, nada de lo que se nos ofrece se hará realidad.
Sin querer entrar en una disquisición teológica sobre el tema, y al solo, pero importante fin de orientar al discípulo, hacia una comprensión clara y práctica sobre el alcance y los usos de la fe, distinguimos tres facetas de la misma, claramente delineadas en el Nuevo Testamento.
1) La fe por medio de la cual somos salvos.
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe.” Efesios 2:8 y como hemos visto anteriormente:
“…los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.” Gálatas 3:7.
Esta fe se deposita, claro está, en la persona del Señor Jesucristo y Su muerte expiatoria y Su resurrección.
No es una fe tradicional basada en un asentimiento mental, sino una fe viva, en respuesta al mensaje de perdón y vida
eterna que nos presenta el evangelio.
En la práctica, produce en esencia los mismos resultados que produjo en Abraham, a saber, separarnos y sacarnos del mundo en que nos encontrábamos, y unirnos al Señor para seguirle y servirle todo el resto de nuestra vida.
Casi demás está decir que una fe que no se concreta en estas dos cosas que son básicas y fundamentales, no es la auténtica que se proclama y se enseña en el Nuevo Testamento.
2) La fe como fruto del Espíritu y que hace a nuestra vivencia diaria.
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,paciencia, benignidad, bondad, fe.”Gálatas 5: 22
Aquí se trata, como decimos en el subtítulo, de la fe que funciona en el ámbito de nuestra vida cotidiana, a los fines de una correcta relación con el Señor, y un caminar acorde con Su voluntad.
Esta fe nos capacita para enfrentar las diversas vicisitudes que se nos presentan, y tenemos la promesa en 1a. Corintios10:1:-
“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que también dará juntamente con la tentación, la salida para que podáis soportar.”
Esto debe hilarse con el ejercicio de esa fe:
“Velad, estad firmes en la fe.” 1a. Corintios 16:13 y
“…porque por la fe estáis firmes”. 2a. Corintios 1:24b.
3) La fe para el desarrollo de la tarea o ministerio al cual somos llamados.
“Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría, a otro palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu, y a otro dones de sanidades por el mismo Espíritu” 1a. Corintios 12:8-9.
Aquí se nos presenta la fe claramente en la esfera de los dones del Espíritu. Sin querer entrar en un estudio detallado de este tema, nos limitamos a bosquejar el orden divino en que funcionan los dones.
Hay diversidad de ministerios, es decir funciones, los cuales son asignados por el Señor Jesucristo como Cabeza de la iglesia, (1a. Corintios 12:5)
Para el desarrollo de esos ministerios hace falta una capacitación, la cual se recibe por medio de uno o más dones del Espíritu. (1a. Corintios 12:4)
A su vez, esos dones para ser potenciados necesitan de una diversidad de operaciones del poder de Dos. (1a. Corintios 12:6)
Vemos como en todo esto las tres personas del Trino Dios están estrechamente vinculadas.
Podemos tomar entre muchos más, el ejemplo de Jorge Múller, y el ministerio que él recibió del Señor de acoger y albergar niños huérfanos en el siglo 19.
Para ello debía necesitar de lo alto – casi siempre mucho más allá de los recursos humanos a su alcance – toda la provisión y los fondos necesarios.
Consecuentemente. le fue dado por el Espíritu ese don de la fe que necesitaba para esa obra particular a la que había sido llamado, y que desde entonces se ha reproducido, y se sigue reproduciendo en tantos lugares del orbe.
A su vez, esa fe que le fue dada por el Espíritu, estaba supliendo, por el poder de la operación de Dios, todo lo suficiente, a fin de afrontar las múltiples necesidades que se iban presentando.
Debemos subrayar que el poder no está en la fe, como algunos sostienen erróneamente, de forma directa, o a veces indirecta.
El poder está en Dios mismo, y la fe es el medio que Él ha puesto a nuestro alcance, para echar mano de Su provisión y Su poder, pero no es el poder que los concreta. Lo repetimos – ese poder está en Dios y sólo en Él.
De lo anterior se desprende claramente que uno no puede asumir arbitrariamente una obra a la cual no haya sido llamado.
Y el sello de un llamado genuino, será que con el mismo vendrá la capacitación divina para desarrollarlo satisfactoriamente. Parte de esa capacitación será la fe necesaria para responder a ese llamado y llevarlo a un buen fin.
“…teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, úsese conforme a la medida de la fe.” (Romanos 12:6)
“…los que…siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham.·(Romanos 4:12)
Subrayamos las palabras las pisadas de la fe, para poner de relieve que en este camino de la fe, como en todo otro aspecto de la vida cristiana, Dios ha dispuesto sabiamente la ley del crecimiento. El mismo no acontece de la noche a la mañana, sino en un desarrollo paulatino y progresivo.
Es muy importante comprender bien esto, pues aquí es donde algunos se han equivocado, intentando dar grandes saltos de fe, cuando su estado de desarrollo era muy poco avanzado.
Tenemos presente el caso muy triste, pero aleccionador, de una persona que en un país determinado hace unos buenos años, a muy poco de recibir una renovación espiritual en su vida, y con muy poca experiencia, pensó en abrir un centro de acogida para personas marginadas. Para ello fijó su atención en un hotel en el centro de una pequeña ciudad, planeando comprarlo para ese fin.
A esas alturas, a poco de entrar en una reunión carismática que se celebraba en las inmediaciones, oyó una profecía pronunciada más o menos en estos términos.
“Entra y toma posesión de la tierra, pues el Señor te la ha dado.”
En seguida tomó esto como confirmación expresa de que debía seguir adelante, y sin vacilar entró en negociaciones para la compra del hotel.
El precio que se le pedía era muy elevado, en consonancia con el valor de la propiedad. No disponía prácticamente de dinero, pero vendió su casa y con el producto de la venta, que sólo era una pequeña parte del precio del hotel, osadamente firmó un contrato, pagándolo como anticipo, y comprometiéndose a abonar el resto en un plazo de pocas semanas. No tenía ningún dinero para afrontar esa fuerte obligación, pero confiaba que el Señor se lo enviaría.
El caso cobró bastante notoriedad en la zona, y en la prensa local llegó a aparecer alguna información sobre el mismo. Corría el tiempo, el vencimiento se acercaba y no había ningún indicio de que la elevada suma que hacía falta apareciese.
Un periodista llegó a entrevistarlo, y al preguntale qué haría si tuviese que enfrentar las consecuencias legales de no haber cumplido el contrato, sólo atinó a decir:
“Lo único que sé es que Dios me dijo que comprase ese hotel.”
No debemos ser demasiado críticos, pues todos, de una forma u otra, en el pasado hemos cometido errores. Además, la persona a que nos referimos era muy sincera y tenía las mejores intenciones.
Pero como sabemos, eso no basta, y en situaciones de esa envergadura es necesario ser muy responsable y cauto, y buscar confirmaciones más sólidas.
Hemos consignado este relato, porque del mismo se desprenden dos conclusiones de suma importancia.
Una de ellas es que no todo lo que oímos como profecía, es de auténtica inspiración divina, o bien que en nuestra interpretación y aplicación podemos verla a través de un prisma subjetivo equivocado, a menudo por nuestro deseo natural y humano de que se cristalice algo que hemos estado concibiendo y anhelando.
La otra se relaciona con la medida de la fe. El hombre a quien nos hemos estado refiriendo estaba intentando dar un salto de fe grande y precipitado, el cual estaba en total desproporción con su experiencia y desarrollo espiritual. El fracaso que sobrevino fue una prueba muy clara de ello.
Como moraleja, sepamos y comprendamos nuestra medida de la fe, y crezcamos en ella, pero no nos precipitemos ni lancemos a saltos irresponsables.
En cambio, andemos en las pisadas que la palabra, el Espíritu y nuestra medida de la fe nos vayan señalando.
20) Preguntas.-
1) La acacia es una planta que crece y se desarrolla en comparativamente poco tiempo, mientras que el roble lo hace más lentamente y su longevidad es mucho mayor.
¿Cree Usted que los muy distintos grados de consistencia de la madera de la una y del otro, nos señalan algo muy importante en cuanto al crecimiento. ¿Sí o no?
Si su respuesta es afirmativa explique en qué consiste.
2) ¿Ha comprendido bien las tres facetas de la fe que hemos explicado?
3) ¿En cuál de ellas se siente más firme y mejor desarrollado?
4) Si se siente débil o vacilante en alguna de ellas, ¿Qué medidas se dispone a tomar para remediarlo?
Oración.-
Señor, al igual que Tus discípulos cuando estabas aquí en la tierra y andaban a Tu lado, yo te pido humildemente que aumentes mi fe. Ayúdame a acompañarlo del amor nacido de corazón limpio, y de buena y limpia conciencia, a fin de que crezca y prospere.
Ilumíname y hazme sabio, consciente y prudente, para que no vaya más allá de mi medida. Por otra parte, también dame la percepción y confianza necesarias, para comprender cuando Tú me llamas a dar nuevos pasos en esferas más amplias que las que he conocido hasta ahora,
Y sobre todas las cosas, fortaléceme hasta el final en la batalla de la fe, para que yo también, como San Pablo en 2a. Timoteo 4:7, pueda decir,:
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.” Amén.
F I N