Capítulo 30 – Muerte de Abraham y Abraham en el Nuevo Testamento.
Primera parte

Tal como el Señor se lo había anticipado unos cien años antes, Abraham murió en paz y en buena vejez, anciano y lleno de días. (15:15 y 25:8)
Tenía ciento setenta y cinco años de edad, completando, como ya dijimos anteriormente, exactamente cien años desde su partida de Harán hacia la tierra de Canaán. (12:4b)
Si bien es cierto que a algunos siervos del Señor les ha tocado, y les toca, morir sufriendo tribulación y aun el martirio, creemos que eso es más bien la excepción, sobre todo en nuestro mundo occidental.
Lo normal nos parece que es llegar a un final de paz, y con el sello aprobatorio de la honra que el Señor acuerda a los que le han sido fieles de verdad, a lo largo de su trayectoria terrenal.
No debemos dejar de señalar que antes de su muerte, Abraham se encargó muy bien de dejar todo en orden, y sin que quedase ningún cabo suelto, lo cual en verdad es muy importante.
A veces, lamentablemente esto no sucede, ya sea porque la muerte llega en forma repentina e imprevista, o bien por falta de un sentido correcto de previsión y responsabilidad.
En tales casos pueden presentarse a posteriori situaciones desagradables, tales como querellas en cuanto a la distribución de la herencia, o bien otras cosas de la más diversa índole.
Como vimos, la previsión primordial para él fue de cuidar bien que Isaac, su hijo amado, tuviese la esposas idónea, sabiendo que de otra forma, con toda seguridad se le presentarían problemas graves.
El capítulo 25 del Génesis, en su parte inicial nos da los nombres de otros hijos que tuvo Abraham, a través de Cetura, su segunda esposa. Y a continuación se recalca que todo el caudal de su riqueza – es decir “todo cuanto tenía” en los términos de 25:5 – se lo dio a Isaac.
Al mismo tiempo, a los demás hijos les dio dones y los envió mientras él todavía seguía en vida, a la tierra oriental, lejos de Isaac. (25:6)
Sabía muy bien que todas las maravillosas promesas del Señor convergían sobre él, y no quería que ninguno de sus otros hijos pudiese plantear conflictos, o intentar usurpar el lugar que le correspondía, frustrando así los propósitos divinos.
Como vemos, en todo y por todo, Abraham supo comportarse hasta el final de forma sumamente consciente y responsable, algo que habremos de tener en cuenta y hacer, sobre todo cuando se acerque el final de nuestra peregrinación terrenal.

Pero ahora pasamos a considerar algunos aspectos de importancia, derivados de referencias que se hacen a Abraham en el Nuevo Testamento.
“Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia – simiente – de Abraham.” (Hebreos 2:16)
Otras versiones dan en lugar de socorrió asió, del verbo asir o tomar, y otra dice “no tomó sobre síla naturaleza de los ángeles, sino que tomó sobre sí la simiente de Abraham.”
Sea cual fuere la traducción más precisa, lo que es claro y evidente en este versículo, es que había dos géneros de seres creados necesitados de redención: los ángeles caídos y la raza humana.
Cabe admitir, como una supuesta posibilidad, que Cristo hubiese tomado sobre sí la responsabilidad de posibilitar la redención de los primeros – los ángeles – lo cual de hecho nos habría excluido a nosotros, los seres humanos
No obstante, la justicia de Dios descartó esa posibilidad. Creemos que la razón principal fue que Satanás, en su decisión de rebelarse contra Dios y arrastrar consigo a muchos ángeles, no fue tentado ni influenciado por nadie para hacerlo. Fue algo que brotó de sí mismo, y de los ángeles que le siguieron.
Esto lo hemos tratado de explicar con anterioridad hasta donde sea posible – sería muy extenso repetirlo ahora. No obstante, para quien quiera inquirir, se encuentra en un apéndice al final del primer capítulo de nuestra obra anterior titulada “Las Preguntas de Dios.”
Este hecho – el que no hubo tentación ni presión externa alguna – marca una diferencia más que importante, absolutamente fundamental.
Ampliando sobre los ángeles caídos, se nos dice que pecaron (2a. Pedro 2:4), que no guardaron su dignidad (Judas 6) y que para ellos no hay perdón ni misericordia.
En la caída de Adán y Eva, tal como se la narra en Génesis 3, si bien ellos fueron evidentemente culpables por desobedecer el expreso mandato de Dios y prestarse al engaño y la seducción de la serpiente, la verdad es que esta última tomó la iniciativa para tender su lazo astuto y y engañoso.
Y loado sea Dios, creemos que estamos bien fundamentados en afirmar que ante los ojos del Juez Supremo, no obstante la vergonzosa caída de los que solemos llamar nuestros primeros padres, tanto ellos como nosotros somos menos culpables que los ángeles caídos, y por cierto que la antigua serpiente – el diablo – Satanás.
Con la más profunda y temblorosa gratitud, celebramos de todo corazón que haya sido así.
Qué habría sido de nosotros si hubiera ocurrido o contrario!
Al mismo tiempo, y con aun mayor gratitud, reconocemos la maravilla de la obra redentora de nuestro amado Señor Jesús, al sufrir indeciblemente en el Calvario en lugar nuestro, para así satisfacer la justicia divina.
Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte.
F I N