La iglesia en Corinto # Segunda parte
La iglesia en Corinto
Segunda parte
Continuamos ahora considerando: La falta de crecimiento – niños o criaturas en la tierna infancia espiritual, Éste es un problema muy distinto, aun cuando Pablo lo vincula de alguna forma con el anterior, al expresar que una de las muestras de niñez o falta de desarrollo son las disensiones.
“…pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones ¿no sois carnales y andáis como hombres? (1a. Corintios 3:3)
La vinculación que Pablo establece es en realidad muy lógica y casi diríamos inevitable. La sencilla razón es que la divisiones y disensiones constituyen una de las muchas obras de la carne (ver Gálatas 5:19-20) y la falta de desarrollo, es decir estancarse en el estado de infancia espiritual, significa ser una persona carnal, es decir regida por la mentalidad y los apetitos carnales.
Conviene aclarar que el estado de niñez o tierna infancia a que se refiere Pablo aquí, no se debe ni a la edad de uno, ni de llevar poco tiempo en el evangelio, ni tampoco a ser una persona de poca intelectualidad o cultura. En cambio, se trata de quienes habiendo respondido al mensaje de salvación y entrado en una experiencia de perdón y de vida – pero esto solamente en un grado muy elemental – no han podido o sabido progresar, traspasando las fronteras de su vida anterior, egoísta y terrenal.
Esto se puede deber a que no se les haya inculcado la enseñanza necesaria y adecuada. Es decir, la que por un lado les da de forma gratuita todo cuanto necesitan para su nueva vida, pero por el otro les exige corresponder al amor divino que han experimentado, brindándose de lleno para servir al Señor en una entrega total de sus vidas. Claro está que no era éste el caso de la iglesia en Corinto.
Si bien se encuentra en el Antiguo Testamento, el pasaje de Isaías 28:9-13 nos habla mucho en ese sentido. Lo citamos en parte:
“¿A quién se enseñará ciencia o a quién se hará entender doctrina? A los destetados, a los arrancados de los pechos” (estas dos últimas frases sin signo de interrogación, sino como repuesta, según otras versiones.) “…a los cuales él dijo: Éste es el reposo: dad reposo al cansado…mas no quisieron oír.” La palabra de Jehová les será pues mandamiento tras mandamiento…un poquito allí, otro poquito allá, hasta que vayan y caigan de espaldas y sean quebrantados, enlazados y presos.”
Vemos con claridad la estrecha relación entre entender verdaderamente el camino y el ser destetados y arrancados de los pechos. Lo que marca la bifurcación entre quien entiende de veras el camino y lo abraza y quien no lo hace, es la respuesta que se da a la exhortación a entrar en el reposo – no en el de ser atendido y mimado por los demás, sino en servir, en el brindarse generosamente para brindar el reposo al cansado y agobiado. Quienes rehúsan hacerlo, quedan en esa condición de niños mimados y malcriados, cada uno requiriendo su dieta infantil particular. Casi podemos imaginar a un pastor atendiéndolos cándidamente: ¿ A ti cómo te gusta el biberón? Ah, sí, ya lo sé – con almíbar y tibiecito ¿verdad? ¿Y a tí? Ah, sí, ahora recuerdo, con miel y bien calentito ¿no es cierto? Y tu estabas con sopita y papilla, pero muy suavecitas… ¿verdad?
Algo de eso se insinúa en las palabras “renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá.” Suena muy bonito, casi dirían algunos “muy espiritual – pero ¿cuál es el fin al que conduce? “..hasta que vayan, y caigan de espaldas, y sean quebrantados, enlazados y presos.”
Una palabra muy fuerte y horrible, pero no puede ser otro el fin de quienes se atrincheran en su egoísmo y deseos de beneficiarse ellos mismos, y se niegan a prodigarse en servir y ayudar a los demás, por el esfuerzo o sacrificio que pudiese significar.
Nos hemos referido anteriormente a situaciones en que no se da la enseñanza adecuada a los fines de un sano desarrollo. Cierto es que en muchas ocasiones, almas que se encuentran en ese estado, sin el alimento sólido que necesitan, se sientan desnutridas y anhelen más y así vayan a otros rediles donde lo puedan recibir. No obstante, los que no lo hacen quedan estancados y a menos que se produzca un vuelco imprevisto en sus vidas e iglesias, seguirán así como niños espirituales, a menudo malcriados, viviendo en problemas y creándolos a los demás.
Como ya adelantamos previamente, éste no era el caso de los corintios. Aun cuando Pablo dice que les había dado leche y no vianda, la razón no era por supuesto que él no sabía o quería darles esta última, sino que ellos no eran ni en un principio, ni tiempo después al escribirles la primera epístola , capaces de recibirla ni asimilarla. (1a. Corintios 3:2)
Esto nos lleva a una verdad importante que debemos enfrentar. Así como en lo natural hay criaturas de desarrollo más lento que lo normal, así también sucede en lo espiritual y en un porcentaje mayor. En Corinto la mayoría de la iglesia era así, aunque si leemos con cuidado veremos que había algunas honrosas excepciones como Sóstenes, Estéfanas, Fortunato y Acaico. (1:1, y 16:15-18)
¿Qué hacer en casos como esos? No podemos pensar en otro tratamiento que el que Pablo les daba, y que encontramos claramente delineado en sus dos epístolas dirigidas a ellos, sobre todo en la primera. En el mismo vemos, como reflejo de esa carnalidad y falta de desarrollo, una serie de problemas, fallos, y pecados, algunos de ellos groseros y lamentables. Pues bien, con una acertada combinación de bondad y paciencia por un lado, y firmeza y verdad por el otro, Pablo les va mostrando dónde han fallado, a la par que corrigiéndolos les muestra el rumbo correcto que deben seguir. Las vívidas constancias de los problemas y dificultades de los corintios, junto con la inspirada, veraz y rica enseñanza del apóstol acerca de cómo sanear y superarlas, constituyen desde luego un legado y un modelo valiosísimo para la iglesia de todos los tiempos.
Un punto que conviene destacar en este terreno de creyentes subdesarrollados, es que a veces se encuentra en ellos, aunque a menudo sólo sea perceptible para los que tienen madurez y discernimiento, un sutil ingrediente de vanidad. Veamos: “Así que, ninguno se gloríe en los hombres…” (3:2). “…lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos… no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros…” (4:6) “Mas algunos estáis envanecidos, como si yo nunca hubiese de ir a vosotros.” (4:18)
Aquí vemos la sutileza que había en esta comparación carnal de ministerios. No sólo se trataba de poner al siervo de la preferencia de uno por encima de los otros, sino el de conceptuarse a sí mismo, el que lo hacía, por encima de los que pensaban de otra forma.
Lo que nos lleva a la triste conclusión de que en esto hay una triste ironía: algunos niños espirituales podrán estancarse y quedarse cortos en cuanto a los verdaderos valores de la vida cristiana, pero cuando se trata de medirse a sí mismos, por cierto que no se quedan cortos!
Sólo el trato personal de Dios con quienes se someten a la disciplina del Espíritu, puede obrar eficazmente para quitarles “los humos” que se les han ido a la cabeza, y hacerles verse en su verdadera dimensión de muy pequeñitos, que todavía tienen mucho que andar y aprender. No obstante, la exhortación de Pablo en Gálatas 6:3-4 nunca estará demás. “Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro.”
Los ejemplos de Isaac, Samuel y Saulo de Tarso. Añadimos brevemente sobre el tema.
“Y creció el niño, y fue destetado; e hizo Abraham un gran banquete el día que fue destetado Isaac.” (Génesis 21: 8)
Podemos deducir de esto la alegría que le damos a nuestro Padre Celestial cuando somos arrancados de los pechos. De ahí en más, seremos capaces de ingerir y asimilar el manjar sólido que habrá de fortalecer nuestro organismo espiritual, y al mismo tiempo, llevarnos gradualmente a una niñez sana y robusta, para seguir después en una adolescencia feliz y alcanzar a su tiempo la mayoría de edad, con ese grado de personas maduras, fiables y responsables. Por lo contrario, los padres de un niño subnormal o sencillamente atrasado en su desarrollo, sufren muchísimos quebrantos por él – de la misma forma nuestro Padre que está en los cielos padece por hijos Suyos que se quedan indebidamente en pañales, y van dejando suciedad y mal olor con su conducta carnal e irresponsable.
“Y se quedó la mujer, y crió a su hijo hasta que lo destetó. Después que lo hubo destetado…lo trajo a la casa de Jehová en Silo, y ella dijo…todos los días que viva será de Jehová.” (1a. Samuel 1: 23b, 24, 26 y 28)
Estas Escrituras, referidas al niño Samuel, nos dan señales inequívocas de una vida que deja atrás la tierna infancia y la niñez espiritual. La edad en función del tiempo transcurrido desde la conversión no es el factor determinante, sino el haber comprendido y abrazado plenamente esta verdad básica: que uno no es ni está para sí mismo, sino que su vida de ahora en más sólo tiene un fin primordial, que es servir al Señor y estar en completa disponibilidad para hacer Su voluntad cada día.
Aunque no lo parezca a primera vista, cuando esto penetra debidamente y en toda su amplitud y profundidad en la conciencia y en la voluntad de un creyente, muchos de los problemas de niñerías, celos, chismes, protestas, pereza, tibieza y demás, desaparecen. Y esto no puede ser de otra manera, pues la voluntad divina para con cada uno de nosotros nada tiene que ver con esas cosas.
Saulo de Tarso, como se lo llamaba anteriormente, abrazó esto plenamente y de inmediato cuando al aparecerle el Señor Jesús en el camino a Damasco y saber en verdad Quién era, le dijo “Señor, ¿qué quieres que yo haga? Poniéndose desde ese momento incondicionalmente a Su entera disposición. Desde luego que todavía tenía que aprender y desaprender mucho, pero esa entrega absoluta de su ser desde un principio, le supuso un fundamento muy firme para todo el resto de su vida. Y naturalmente, esa entrega absoluta era y es la única forma racional y coherente de responder al que tantos nos ha amado, al extremo de haberse dado por entero y a costa de supremo sacrificio por salvarnos.
Inmoralidad.–
El caso de fornicación del cual trata el capítulo 5 de 1a. Corintios, constituye desde luego una página muy triste en los anales de la iglesia primitiva. Bien podemos comprender la angustia del corazón de Pablo y las muchas lágrimas con que les escribió al enterarse de lo que había acaecido: que uno de ellos había tomado la mujer de su propio padre.
Para un hombre de conducta tan ejemplar e intachable debe haber sido muy doloroso que un miembro de esa iglesia que él había engendrado en Corinto hubiese caído tan bajo. Como agravante, el grueso de la iglesia, con mucha insensibilidad, parecía no estar consciente de la gravedad de lo sucedido. Por lo contrario, estaban envanecidos, tal vez pensando con muchísimo desatino que era un caso notable de libertad cristiana.
El capítulo 5 a qué nos referimos figura en el Nuevo Testamento para dar a la iglesia de todos los tiempos, otra vez por la pluma tan fecunda del amado apóstol Pablo, el consejo divino para casos semejantes. Abarca no solamente la fornicación, sino también la avaricia y la idolatría, como así también el ser maldiciente, borracho o ladrón. Y podemos agregar, por extensión, todo pecado grosero y abierto que comprometa el testimonio para el mundo inconverso que nos rodea. Básicamente, este consejo supone la disciplina y el separar de la comunión a el o los responsables. En la práctica, esto se hace mucho menos de lo que se debiera, por diversas causas.
A veces, por lo delicado y escabroso que resulta reunir pruebas concretas, ante la negativa del responsable a reconocer su falta. En otras ocasiones puede incidir el deseo – incorrecto desde luego – de no herir la susceptibilidad de familiares o miembros estrechamente allegados al culpable. Asimismo, en muchos casos la persona que ha cometido la falta se separa por sí misma de la comunión, dejando por completo de asistir a las reuniones.
El propósito que persigue una correcta disciplina y separación de la comunión es triple, a saber:
1) Como medida sana y urgente para salvaguardar el testimonio ante quienes nos rodean y observan.
2) Para preservar la pureza e integridad de la misma iglesia. El no hacerlo supondría aceptar y tácitamente aprobar el pecado en el seno de la congregación, lo cual evidentemente traería debilidad a todo el cuerpo. Además, vendría una serie de consecuencias nefastas, sobre todo la de fijar un precedente gravísimo, tendiente a repetirse en otros.
3) Para el propio bien del que ha cometido el pecado. Al estar a la intemperie, separado y privado del resguardo y las bendiciones de la comunión dentro del Cuerpo de Cristo, sobreviene generalmente un tiempo de fuerte escarmiento, ejemplificado a la perfección en la muy bien conocida parábola del hijo pródigo. El fin que se busca es que, merced a ese escarmiento, pueda proceder a un sincero arrepentimiento que lo lleve a la postre a una correcta restauración. Así es como hemos de interpretar las palabras “para la destrucción de la carne a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” del versículo 5 del capítulo en que estamos.
Poner en disciplina a personas por haber pecado groseramente no es fácil, pues a menudo provoca reacciones, como ya se ha dicho, en quienes tienen afinidad o parentesco carnal con el culpable. No obstante, el no hacerlo trae un evidente debilitamiento a la iglesia y deja una grieta que el enemigo siempre habrá de aprovechar, a fin de propagar el mal y así contaminar en mayor medida a la congregación.
Por lo tanto, el liderazgo habrá de obrar con firmeza en tales situaciones, si es que se ha de impedir que se produzcan semejantes consecuencias. Al hacerlo, para evitar que se distorsionen las cosas, siempre será sabio explicar que hay claras evidencias de lo sucedido, y que la medida adoptada no es sólo para el bien del testimonio y de la iglesia en sí, sino también del propio implicado, según lo ya dicho más arriba.
El tomar la medida dispuesta por Pablo suponía también un arrepentimiento por parte de la congregación. Esto, por una parte remediando la condición anterior de estar envanecidos por lo ocurrido. Por la otra, por el hecho de que había sido alguien de entre ellos, lo que en verdad los comprometía moralmente a sentirse de alguna manera identificados con él, y en la obligación – moral también – de lamentarlo debidamente.
Felizmente, los corintios obedecieron las instrucciones de Pablo, y de esto sí tenemos una constancia fehaciente de la restauración resultante. En efecto, en 2a. Corintios 2:1-11, vemos que Pablo, advertido de que el ofensor se había contristado debidamente, les exhorta a perdonarle y consolarle, confirmando así su amor hacia él.
Además de esto, en 2a. Corintios 7:8-16 se hace referencia al muy saludable efecto que les había surtido la carta anterior, llevándolos “a la tristeza que es según Dios, que produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse.” (7:10) Todo el resto del pasaje es un texto clásico de arrepentimiento, digno de un estudio en profundidad. Concluye con estas palabras:
“Me gozo de que en todo tengo confianza en vosotros.” (7:16) lo cual nos da una clara muestra de que Pablo se daba por satisfecho.
Sin embargo, sin querer introducir una nota indebidamente contradictoria o confusa, pero en aras de la estricta verdad que hay en la epístola, en el penúltimo capítulo encontramos estas palabras bastante alarmantes:
“Pues me temo que cuando llegue no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuración, soberbias, desórdenes, que cuando vuelva me humille Dios entre vosotros y quizá tenga que llorar por muchos de los que han pecado, y no se han arrepentido de la inmundicia, fornicación y lascivia que han cometido” “2a. Corintios 12: 20-21)
Esto presenta un cuadro nada claro. Si bien en cuanto al caso particular de 1a. Corintios 5 había habido claridad en el arrepentimiento, y en el perdonar y restaurar al ofensor, evidentemente Pablo temía que el pecado y la carnalidad podían estar muy extendidos entre otros miembros de la congregación.
Por todo esto, sobre todo en el tema particular de la inmoralidad que estamos comentando, desde todo punto de vista lo más sensato es anticiparse a toda posibilidad de que ocurra, tomando cuanta medida preventiva se pueda con el máximo de solicitud y esmero. Aquí van unos consejos:
Empezamos por el ejemplo del liderazgo y cuantos tengan cargos de responsabilidad en la asamblea, y sus esposas cuando sean casados. Su conducta debe ser irreprochable en todo aspecto, abarcando la forma de vestir, el mirar de sus ojos, el hablar de su boca, su actitud en cuanto a lo que sea de mal gusto o tenga el menor vestigio de obscenidad, y en fin, todo lo que no condiga con una vida limpia y ejemplar.
Aun cuando esto no baste para garantizar que nada fuera de lugar se pueda infiltrar, sin duda habrá de fijar la pauta y el rumbo con toda claridad, a fin de que al resto le pueda resultar normal y natural seguir de la misma forma. Además, la enseñanza en general dada con efecto inmediato a partir de la conversión de nuevas personas, habrá de ir en la misma línea, valiéndose
de las numerosas bases y exhortaciones bíblicas que las apoyan y sustentan. En 1a. Corintios 6:18 se nos dice: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca.” Antes de ampliar sobre esto, dos aclaraciones importantes.
La primera es que este versículo también obviamente se hace extensivo al adulterio, a los afeminados y a los que se echan con varones (6:9) y al cambio por parte de las mujeres del uso natural por el que es contra la naturaleza. (Romanos 1:26)
En cuanto a la segunda, consiste en tener bien presente que puede haber una persona impecable en todo esto, pero con una cierta dosis digamos de arrogancia. Y claro está que ante los ojos de Dos esta última condición puede ser más abominable que la de alguien que, por quién sabe qué circunstancias y trasfondo, ha caído y aun reincidido en una conducta inmoral. Es decir que la verdadera humildad, auténtica y no fingida, no importa cuánta madurez y bendición se haya alcanzado, es una perla de gran precio, que a todos nos habrá de venir muy bien atesorar y guardar celosamente.
Pero hecha esa salvedad, no por eso hemos de desatender esta afirmación de la palabra de Dios, que sin duda viene cargada de hondo sentido y razón de ser.
Para comprenderla bien, podemos razonar por la vía del ejemplo en los dos sentidos, el positivo y el negativo.
En primer lugar entonces vemos que el Señor Jesús para Su ofrenda y sacrificio para lograr nuestra eterna redención, inicialmente aceptó plenamente la voluntad del Padre de ser Él la víctima propiciatoria.
Esto fue con anterioridad a Su encarnación. (Ver Salmo 40:6-8 y Hebreos 10:5-10) y lo definiríamos diciendo que fue hecho primeramente ejerciendo Su voluntad en Su espíritu. Durante Su vida y ministerio estando en la tierra hubo de ratificarlo totalmente en el mismo sentido, hasta culminarlo en Su alma en el Getsemaní (“mi alma está muy triste, hasta la muerte” – (Mateo 26:38) y en Su cuerpo posteriormente, al entregarse sin resistencia a todo el suplicio previo y a Su crucifixión en sí. Así, lo concebido en Su espíritu primero, con Su voluntad en plena aprobación, pasó a Su alma y se completó en Su cuerpo, para dar al sacrificio de sí mismo una concreción absoluta y perfecta.
De este zenit tan sublime, pasamos por la vía del contraste y del paralelo al nadir de aquello a lo cual Pablo se está refiriendo en el versículo citado, es decir, la fornicación y las otras prácticas de inmoralidad abarcadas por extensión según lo ya señalado, con sus correspondientes citas de las Escrituras. Y esto, que quien lo hace peca contra su propio cuerpo.
A través de la vista o algún otro de los sentidos naturales, el pecado de esa índole se concibe en la mente y en el interior de una persona. Bien es cierto que lo que dijo el Señor en Mateo 5:28 “…el que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” Ésta es sin duda una afirmación punzante y penetrante de Jesús, que no debemos ni podemos soslayar, si es que hemos de andar en nuestra vida con Dios en verdad y transparencia. Pero tampoco cabe duda de que cuando el pecado se lleva más allá, al abrazo más íntimo y personal que dos seres humanos se pueden dar, entonces la cosa se concreta y se consuma de forma total.
Esto, salvo que se haga de la forma legítima – en el matrimonio – inevitablemente deja huellas profundas y dolorosas. En el caso de personas inconversas que le haya acontecido eso antes de que la luz del evangelio les haya amanecido, un renacimiento cabal en Cristo las puede transformar totalmente en nuevas criaturas. Eso no sólo significa un perdón gratuito de parte del Señor, sino también una nueva vida, liberada de las marcas y recuerdos turbios de su pasado. Debe recalcarse que este renacimiento cabal implica un verdadero, consecuente y total arrepentimiento, con una nueva disposición de dar totalmente la espalda a tales prácticas, y abrazar la verdad y pureza de todo corazón y en todos los niveles de la vida.
Sobre esta base sí, en Cristo Jesús hay perdón, nueva vida y completa liberación y sanidad en cuanto al pasado. Es más: está la promesa de Hebreos 8:12: “…y nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades.” Esto realza en sumo grado la maravilla de la gracia divina, al hacernos ver que en tales situaciones Dios trata a los verdaderamente Suyos como si ese pasado tan triste y turbio no hubiera ocurrido nunca, olvidándolo y borrándolo de Su memoria por pura voluntad, lo que equivale a dignificarnos de tal manera que ante Él somos como personas que jamás hemos pecado! De veras, el autentico evangelio es una grata nueva tan bendita y superlativa para el corazón de quien ha dejado atrás la vieja vida, y encontrado en Él una totalmente nueva y distinta, con horizontes nuevos y maravillosos. Aunque no resulta agradable, debemos pasar ahora al caso de que semejante cosa ocurra con quien o quienes ya han experimentado la gracia, el perdón y la nueva vida en Cristo. Lamentablemente, esto sucede hoy día y tal vez en un grado mucho mayor que en la iglesia primitiva.
No podemos dejar de señalar que en casos así los resultados son muy dolorosos y las huellas más hondas y difíciles de borrar. No estamos infiriendo que sea imperdonable ni irremediable, pero alcanzar una restauración plenamente satisfactoria y verdadera resulta mucho más laborioso, “una cuesta arriba” muy empinada y que a veces a algunos se les puede hacer muy difícil escalar. Sobre esto ya hemos abundado en el escrito anterior bajo el subtítulo de Abraham, David y Noemí, y remitimos al lector u oyente al mismo para un repaso detenido.
Volviendo a la necesidad de anticiparse para evitar estas cosas, estimamos que parte del cuidado pastoral del rebaño debe consistir en un contacto estrecho, y cuando sea necesario confidencial también, con miembros que se consideren débiles y vulnerables en esta esfera. Con mucho amor, discreción y comprensión, para su bien hay que asesorarlos, fortalecerlos y advertirles de las graves consecuencias que se darían si diesen lugar al enemigo, cediendo a la tentación. Al mismo tiempo, hay que alentarlos con palabras de ánimo y fe. En nuestro primer libro – Las Sendas Antiguas y el Nuevo Pacto – en el capítulo VI bajo el título La circuncisión abordamos el tema de forma detenida y con cierta amplitud. A quien necesite ayuda, o desee darla a otro, aconsejamos su lectura cuidadosa, como algo que podrá ser útil y de provecho sobre el particular. Quien no tenga un ejemplar, puede bajarlo, gratuitamente desde luego, de mi página web ricardohussey.com.
Poder mantener una iglesia libre de pecados de esta clase desde luego que supondrá un logro significativo, pero de ninguna manera representará de por sí una garantía de que por eso esté robusta y llena de vitalidad espiritual. Muchos otros factores vinculados con pecados menos groseros, pero igualmente dañinos y perjudiciales, pueden causar fricción, desavenencias, tibieza, malestar y pérdida de visión.
De forma muy somera distinguimos tres etapas en el nacimiento, desarrollo y maduración de una iglesia, a saber: 1) Comenzando en tierra virgen, donde no hay convertidos, ganar un cierto número de almas para que se vaya gestando una congregación.
2) Seguidamente, llevarlas a un punto de responsabilidad y compromiso, con buena comprensión de las verdades básicas de la vida cristiana. Idealmente, mientras esto se va logrando, conseguir a la vez que se vayan agregando nuevos convertidos.
3) Mantener a la iglesia así formada en fe, unidad y sobre todo en amor, y encendida y con fuerte deseo de trabajar para el reino de Dios.
Esta última es quizá la meta más difícil, no tanto de alcanzar como de mantener con el correr del tiempo, como lo podrá atestiguar quienquiera esté dedicado a la noble y sacrificada tarea de levantar y llevar adelante una iglesia.
No está demás recalcar que todas las virtudes que hemos puntualizado como necesarias, deberá poseerlas en buen grado quien esté al frente de esa tarea, es decir el liderazgo, ya sea el mismo en el singular o el plural. Un principio muy elemental y sencillo, lo constituye el hecho de que no se puede llevar a otros a un nivel mayor del que uno posee.
En la iglesia en Corinto había muchos otros problemas, como hermanos pleiteando contra sus hermanos delante de los incrédulos, falta de comprensión y criterio sano en cuanto a lo ofrecido a los ídolos, inmadurez en el uso de los dones espirituales y abuso del don de lenguas, e incluso, entre algunos de ellos el negar la resurrección. Todo esto dio lugar a que a su tiempo el apóstol Pablo los corrigiese y diese a la vez toda la rica enseñanza consignada en sus dos epístolas dirigidas a ellos. Éstas han sido y son fuentes de verdades y principios cristalinos que ayudan, tanto para definir situaciones análogas o parecidas, como para orientarnos a todos en nuestras labores para el Señor.
Abarcar cada uno de estos problemas, con la enseñanza y el consejo paulino a que dieron lugar, sería muy extenso y no estaría del todo en consonancia con nuestro hilo central. Es por eso que aquí nos damos por satisfechos con los tres temas tratados: divisiones, (y éstas en sólo algunos de sus muchos aspectos o variedades) falta de desarrollo, e inmoralidad. Conscientes de que hay tanto, tanto más, concluimos con las palabras del mismo Pablo en 2a. Corintios 2:16 y 3:5 “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?
Pero a lo cual agrega par alentarnos: “…no que seamos competentes por nosotros mismos, para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios.”
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