Esdras y Nehemías  – dos varones de verdad

unidos en la misma gran causa común

Segunda parte

 

Concluido el libro de Esdras, comienza el de Nehemías, con una escena en en la muy lejana ciudad de Susa, capital de Persia, más de una década más tarde. A pesar de la distancia y el tiempo transcurrido, hay una estrecha continuidad en el relato.

 

El muro demarcador derrumbado.

 

Mirémoslo desde este enfoque: el problema moral de Israel, tratado por Esdras y sus colaboradores, sin lugar a dudas había tenido malas derivaciones en más de un sentido. Por cierto que la mezcla con los pueblos paganos de la región circunvecina los había debilitado sensiblemente, y como resultado natural de ello, aquéllos habían aprovechado para derrumbar el muro que rodeaba a Jerusalén y quemar sus puertas a fuego.

El muro formaba un claro demarcador entre la ciudad santa y lo profano e inmundo que se encontraba afuera, en la comarca, en medio de esos pueblos que habían venido de lejos transportados por órdenes de emperadores asirios, caldeos, medos y persas con posterioridad al cautiverio de Israel – el reino del norte  primeramente –  y de Judá – el del Sur – más de un siglo más tarde.

Al mezclarse el linaje santo con esos pueblos, la separación que el Señor había dispuesto se había roto, y como síntoma externo más que elocuente, el muro separativo también se rompió y derrumbó.

Así como en lo moral había que reparar y restaurar con la disolución de esa mezcla y retorno a la separación que los hacía el pueblo escogido de Dios, apartado para Él, también en lo material era imprescindible reedificar el muro y levantar sus puertas. Mientras esto no se hiciese, Jerusalén quedaba prácticamente desguarnecida y era fácil presa de infiltraciones de esos pueblos extraños, que en realidad eran sus enemigos declarados.

 

El copero del rey.

 

Para acometer esa labor, material pero de fundamental importancia, Dios tenía señalado a un varón desconocido por muchos hasta entonces, pero que iba a resultar un dirigente valeroso como muy pocos y lleno de virtudes, como la absoluta integridad, una gran perseverancia y el temor del Señor. Su nombre era Nehemías, que significa Jah consuela, y cuán grande consolación iba a trae al maltrecho remanente con su venida a Jerusalén! Luchando de forma valiente y aguerrida, iba a enfrentar la situación con valor y persistencia singulares, y no cejar hasta que el muro fuese totalmente reedificado.

En la sabia economía divina, su trayectoria se iba a entrelazar más tarde con la de Esdras, siendo el uno el complemento ideal del otro.

Empero, vayamos por partes: Nehemías era copero de Artajerjes, rey de Persia. Al inquirir de Hanani, uno de sus hermanos, y de algunos varones de Judá que habían estado en Jerusalén sobre la situación en la ciudad, le hicieron saber que el remanente se encontraba en gran mal y afrenta, estando el muro derribado y sus puertas quemadas a fuego.

Su reacción fue la misma que la de Esdras cuando se le informó de la mezcla de los hombres de Judá con los pueblos de la tierra.

“Cuando oí estas palabras, me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos.” (Nehemías 1: 4)

Digamos que muchas veces una obra de restauración auténtica comienza de esa forma: uno o varios corazones acongojados que lloran y se derraman a raudales sobre el Trono Celestial.

Esta congoja y este llorar y derramarse en lágrimas, no son el producto de una sensiblería superficial y pasajera, ni tampoco un sentimiento normal o natural, como podía ser de patriotismo en este caso,  motivado por la desolación y ruina de la ciudad de sus antepasados. En cambio, ha de entenderse como una profunda tristeza y dolor que tiene su origen en el mismo corazón de Dios, con motivo del pecado de Su pueblo, y el consiguiente estado trágico de derrota y oprobio en que se encontraba en ese entonces.

En tal situación, el Señor busca y encuentra ese hombre, o esa mujer, como Jeremías, como Ana, como Esdras, o como Nehemías en este caso, en quien ha de depositar – valga el vocablo – un reflejo pequeño pero fiel del hondo pesar que a Él mismo lo aqueja. Aun cuando esto le ha de involucrar en muchas lágrimas, luchas y quebrantos, podemos decir con todo hincapié que grandemente agraciado es el hombre o la mujer a quien le toca esta porción – la de recibir este preciado depósito de lo alto.

El mismo será semilla fecunda y prueba segura de bendita restauración con los bálsamos de consuelo y dicha que supone siempre la recuperación sólida y genuina de todo el bien perdido, y a menudo el logro de alturas aun mayores nunca antes conocidas. Y por todo esto, el dolor y el quebranto que se experimenten a lo largo del trayecto del conflicto, por cierto que bien valdrán la pena.

Pero Nehemías no sólo sentía esa carga agobiante y la derramaba en oración. Por supuesto que lo hacía día y noche, incluso identificándose él mismo con el pecado de Israel, así como lo hacían Daniel y Esdras, como ya hemos visto.

“…esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos ; y confieso los pecados… que hemos cometido  contra ti, sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado.”(1:6)

Sin embargo, había como decimos más que eso: tenía el gran deseo y lo presentaba delante del Señor continuamente, de obtener el permiso del rey para ir personalmente a Jerusalén, y reedificar el muro. Esto implicaba mucho sacrificio, pues suponía dejar la comodidad, prosperidad y favor del palacio real, para ir a lo que sabía bien que iba a ser la primera línea de combate,  con sus múltiples problemas, responsabilidades y peligros. Pero su inquietud y su carga eran tan reales que estaba bien dispuesto a pagar tan alto precio.

Esto nos puntualiza al mismo tiempo otra cosa importante: cuando el Señor pone en el corazón de una persona una carga real por una situación de necesidad, crisis o peligro,  con frecuencia lo acompaña con la firme decisión de involucrarse directa y vitalmente en dicha situación. En esos casos, no ha de ser una persona que ora y se preocupa mucho, pero digamos “a distancia,” sino un participante activo y a veces principal, profundamente ocupado y envuelto en el asunto.

Nehemías, con “la benéfica mano” del Señor sobre él, no sólo logró el permiso del rey que tanto deseaba, sino también muchas facilidades necesarias para el viaje y para el inicio de sus tareas a su llegada. 

Así emprendió la marcha a Jerusalén, la ciudad de sus antepasados, escoltado por capitanes del ejército y gente de a caballo, en el año vigésimo del reinado de Artajerjes, es decir trece años después de la partida de la expedición al mando de Esdras, el hombre con el cual su vida iba a hermanarse y complementarse estrechamente en la causa del testimonio del pueblo de Dios.    

A su llegada procedió con mucha cautela y discreción. Aunque contaba con la carta del rey y su pleno apoyo, inicialmente prefirió no contar a nadie lo que Dios había puesto en su corazón en cuanto a la reedificación del templo.                                        

En cambio, después de tres días salió de noche para ver el estado de la ciudad y de sus puertas. Al hacerlo se encontró que efectivamente se encontraban tal cual se lo habían informado en Susa los venidos de Judá, es decir que el muro esa taba derribado y sus puertas consumidas por el fuego. Todavía, lo que era peor, Jerusalén estaba desierta.

Sin demorarse más, tomó contacto con los nobles, sacerdotes y oficiales que pudo reunir, y les contó cómo la mano del Señor lo había prosperado y favorecido, de tal manera que venía con cartas el rey prestándole su pleno apoyo para la obra de reedificación.

Esto fue muy bien recibido y tomaron la decisión de levantarse y edificar.

“Así,  esforzaron sus manos para bien.”(2:18b)

Y así dio comienzo una labor épica que duró 52 días. Tan saturada estuvo de lucha sin cuartel contra los enemigos que los rodeaban, que casi diríamos que un día era como una semana, que figurativamente y por la intensidad del conflicto compaginaba el tiempo de un año entero!

En esos 52 días, enfrentando con entereza y sabiduría situaciones de emergencia y peligros de toda clase, Nehemías demostró ser un varón valiente, sabio y aguerrido de verdad.

Dios no se había equivocado al elegirlo y llamarlo!

Pero reservamos el comentarios de las muchas luchas y vicisitudes para las demás partes que seguirán a continuación de ésta. Por el momento, con lo dicho hasta ahora tenemos bastante para digerir y asimilar!

 

F I N