SAMUEL EL GRAN RESTAURADOR

 

Décimo sexta y última parte

 

Retomamos donde dejamos en la parte anterior, para tratar sobre el tema a que da lugar el quebranto que sin duda habrá sentido Samuel, al ver que sus dos hijos se pervirtieron, recibiendo cohecho y siguiendo un camino muy distinto del suyo.

El Señor reprendió y juzgó severísimamente al juez y sacerdote anterior Elí, por la conducta horrible de sus dos hijos, Ofni y Finees, y por haberlos honrado a ellos más que a Él, e incluso llegó a “barrer” su nombre y descendencia del sacerdocio. Sin embargo, las Escrituras no consignan ningún reproche del Señor a Samuel.

En algunas ocasiones se oye decir de siervos del Señor que se preocupan tanto de la obra de Dios que descuidan a sus propios hijos. Esto a veces podrá ser cierto, a veces no. En el caso de Samuel no nos parece de ninguna forma que haya sido así.

Aparte del hecho ya puntualizado de que no figura en el relato bíblico ninguna amonestación de parte de Dios al respecto, como ya hemos visto en la sección dedicada al “circuito armonioso” edificó un altar a Jehová en Ramá, donde estaba su casa y donde también juzgaba a Israel.

Por lo tanto, resulta razonable afirmar que también cuidó de su hogar y familia, e inculcó el temor del Señor a sus hijos.

  ¿Cómo entonces se volvieron los dos mayores tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho?

Las únicas repuestas que se nos ocurren son:

  1. Evidentemente no tenían el calibre espiritual de su padre, y al asumir un cargo de tanta responsabilidad y en el que abundaban las tentaciones, cayeron en ese lazo en que han caído tantos – el amor al dinero – y se corrompieron triste y lamentablemente.  
  2. Debemos tener presente que el bien y la rectitud no necesariamente se heredan por la vía de la descendencia carnal, si bien obviamente la influencia de los padres en general pesa mucho. No obstante, se dan casos de hijos que han tenido padres ejemplares, pero al enfrentar la vida y el mundo no han sabido o querido escoger el bien y desechar el mal.

  El caso de Samuel no es el único en la historia de Israel. Tenemos por lo menos cuatro muy buenos reyes de Judá: Josafat, Jotam, Ezequías y Josías, que sus hijos que les sucedieron en el trono fueron pésimos. En efecto, Joram, Acaz, sobre todo Manasés y también Joacaz y Joacim, hijos estos dos últimos del mismo padre ejemplar Josías, figuran en 2ª. Reyes y 2ª. Crónicas que hicieron mucho mal ante los ojos de Jehová, trayendo como consecuencia un grave perjuicio para el pueblo de Dios.

   La paradoja se acentúa todavía más si tenemos en cuenta que estos cuatro muy buenos reyes fueron hijos de muy malos padres. Asa, que engendró a Josafat, tuvo un buen comienzo, pero posteriormente se  rebeló contra el Señor y tuvo un mal fin, al igual que Uzías, padre de Jotam. En cuanto a Ezequías y Josías, que fueron realmente sobresalientes por su fidelidad al Señor, tuvieron por padres a Acaz y Amón, que fueron pésimos en sus reinados de principio a fin.

  No sería sabio tratar de ahondar en este terreno, de lo que parece tan contradictorio y escapa de toda lógica. Solamente podemos refirmar el principio de la responsabilidad personal de cada uno, no importa lo bueno o malo que hayan sido sus padres.

  Por otra parte, no se nos debe quedar en el tintero algo que aparece en el relato de la vida de la mayoría de los reyes de Judá, e Israel también, a saber, el nombre de la madre.  Pero desde luego que sería imposible determinar con justicia la influencia de cada una, ya que salvo en  algunos pocos casos – Jezabel uno de ellos – no se dan pormenores de las buenas o malas cualidades de las mismas. 

 

  4) La abnegación de los grandes de verdad.

 

  Entre sus muchas virtudes quizá la que más resalta es la de haber sido un gran intercesor.  Como ya vimos en la primera parte, el Señor lo cuenta como tal, haciéndole figurar junto a Moisés en Jeremías 15: 1, completándose el quinteto selecto con los nombres de Noé, Daniel y Job en Ezequiel 14: 14 y 20.  

  Con Moisés encontramos otro paralelo que resulta de mucha inspiración. En efecto, después de haber golpeado la peña en vez de hablarle, como el Señor se lo había mandado, a Moisés se le privó del privilegio de introducir a Israel en la tierra prometida. (Números 20:12) recayendo ese honor sobre Josué.

  Cualquier otro en lugar de Moisés, en esa situación bien pronto habría intentado disponer el traslado de la pesada carga a su sucesor Josué, desatendiéndose de la misma para disfrutar de un buen y merecido descanso.

  Pero a pesar de la gran desilusión de haber quedado relegado y no poder entrar en la buena tierra, Moisés siguió con absoluta firmeza y constancia, preocupándose por el bien del pueblo de Israel y exhortándoles con el mayor esmero hasta el final de su vida. 

  Lo de Samuel no fue idéntico, pero sí parecido. Al ser Saúl ungido como rey sobre Israel, de hecho Samuel quedó desplazado a segundo plano, si bien el peso de su persona santa y ejemplar siguió haciéndose sentir. Pero el gobierno no estaba en sus manos, sino en las del nuevo monarca. Desechado, como con razón se sentía por un pueblo que había pedido rey, lo normal hubiera sido perder interés y no preocuparse como lo había hecho antes.   

  Pero nada de eso en un hombre de sus quilates!   

“Así que, lejos sea de mí que peque contra Jehová, cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto.” (1a. Samuel 12: 23) 

  Y al igual que Moisés, siguió dado a la causa de Dios y de Su pueblo hasta el final de su carrera, aun cuando el primer lugar – ante los ojos de los demás – iba a ser para otro. Y esto es más difícil aun, cuando uno ha ocupado ese lugar anteriormente; pero en estos siervos insignes, vivir verdaderamente delante de Dios y no de los hombres – eso era lo que realmente contaba.

  A eso lo llamamos verdadera abnegación – a no buscar lo suyo propio, ni interesarle figurar ante los demás; a ser fieles en todo, se nos vea o no –  a importarnos de veras lo que piensa el Señor más de lo que piensan los hombres, y en suma, a llevar la semejanza y el espíritu del Cordero de Dios en buena parte de Su perfección admirable.

 

5) El imán de la  fuerza vital.

 

  El relato bíblico nos narra mucho más  de la vida de Samuel, incluyendo detalles y aspectos muy aleccionadores de la forma en que constituyó a Saúl como rey, y más  tarde, al ser desechado éste, de cómo ungió a David, varón conforme al corazón de Dios.

  No obstante, para concluir esta última parte, nos limitamos a una consideración final, basada en las siguientes palabras de 1a. Samuel 12: 23 que ya hemos citado.

  “Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová, cesando de rogar por vosotros…”

   Como vimos antes, sustentada por la gracia divina, la oración fue la fuerza vital que lo concibió y dio a luz, brotando del corazón quebrantado de su preciosa madre Ana.

  Durante toda su vida y servicio a Dios y a su pueblo Israel, esa misma fuerza vital de la oración se encarnó en él, y lo nutrió y sostuvo. Ahora, envejecido y con las canas dignísimas de su personalidad venerable, esa misma fuerza, latente y viva, como un imán poderoso lo reclama para sí, a fin de que siga derramando en ella toda la fuente de su ser hasta el fin de su vida tan ejemplar y maravillosa.

  Ese reclamo, que él sabía que venía bajo el designio divino, lo tiene tan claro y prioritario, que le hace afirmar que el no prestarse de lleno a él, o desatenderlo en lo más mínimo, sería pecar abiertamente contra el Eterno Dios. Y esto está tan lejos y remoto de su voluntad y hombría fiel y santa, que asume la responsabilidad de que se oigan en el cielo cada día de los que le restan en la tierra sus ruegos santos a favor del pueblo de Dios.

  Sólo en el más allá podrá apreciarse con certeza y precisión el peso y el impacto de sus rogativas diarias a favor del rebelde e idolátrico pueblo de Israel., objeto amado y privilegiado, no obstante, de la eterna compasión y misericordia del gran YO SOY.

  Concluimos expresando un anhelo y oración, a los que bien podría unirse el corazón de cada lector u oyente, que estas verdades y virtudes de este gran profeta, sacerdote y juez, sean utilizadas por el Espíritu Santo, dentro del marco de la voluntad de Dios, para, en alguna medida, alumbrar y forjar varones y mujeres de la profundidad, nobleza y quilates del querido Samuel.

  En estos tiempos de tanta superficialidad, la iglesia y el mundo los necesitan de verdad.

F I N