Zorobabel y Josué

El regreso después de 70 años

Primera parte

Damos ahora un salto  hacia adelante en la historia de Israel, para situarnos casi un siglo después de la muerte de Josías. Después de él, tanto sus hijos Joacaz, Joacim y Sedequías, como su nieto Joaquín, fueron pésimos  reyes cuya obstinada desobediencia e infidelidad precipitaron una debacle total del reino de Judá.

Nabucodonosor, rey de Babilonia, envió sus huestes contra Jerusalén, y hubo tres sucesivas deportaciones, en las cuales buena parte de la población fue llevada en cautiverio. La primera fue en el reinado de Joacim, la segunda en el de Joaquín su hijo, y la tercera que culminó con la destrucción casi total de Jerusalén y la quema del templo, al final del reinado de Sedequías, que marcó el fin de la monarquía.

En efecto, desde entonces no ha habido más rey en Israel ni en Judá, ni lo habrá hasta que venga “Aquél cuyo es el derecho” según la precisa y preciosa promesa contenida en Ezequiel 21: 25-27.

El panorama es totalmente sombrío y desolador, al punto que Jeremías derrama en el libro de las Lamentaciones toda la angustia y congoja de su alma, al ser testigo de la despiadada destrucción de lo que había sido la gloriosa Jerusalén, centro del testimonio de Dios sobre la tierra hasta ese entonces.

Pero el incansable y eterno YO SOY no desmaya ni claudica. Aun en el tiempo del terrible juicio del cautiverio de Su pueblo, Su misericordia levanta en el exilio vasos para honra que han de ser, aun en tierras extrañas saturadas de idolatría e iniquidad, testimonio vivo y elocuente de Su grandeza y señorío sobre las naciones. Entre ellos, los más distinguidos fueron los profetas Daniel y Ezequiel, la reina Ester y su tío Mardoqueo.

No obstante, dejamos eso de lado y nos ubicamos, según queda dicho más arriba, a casi un siglo de lo que tratamos en el escrito anterior.

El pueblo de Dios – concretamente Judá – ha estado en cautiverio por setena años, y ahora se produce el milagro, maravilloso en todo sentido, de un retorno por parte de un buen número de ellos a su tierra natal.

La forma en que fue predicho de antemano, como así también el desenvolvimiento del mismo, con sus grandes luchas y dificultades, y su éxito final, compagina, por así decirlo, un precioso bordado confeccionado por la providencia y destreza divinas. En él se encuentran preciosas hebras de los más variados matices, que aportaron a través de sus ministerios y de distintos lugares y puntos de tiempo, figuras insignes como Isaías, Jeremías, Daniel, Hageo, Zacarías y los protagonista principales del regreso en sí, que fueron Zorobabel, en su cargo de gobernador, y Josué, hijo de Josadac, en el rol de sacerdote.

Para un estudio adecuado de todo esto, aparte de los seis primeros capítulos del libro de Esdras, es necesario tener en cuenta los libros de los profetas menores Hageo y Zacarías, el capítulo 9 del libro de Daniel, y las predicciones contenidas en Isaías y Jeremías.

La aportación de Isaías.-

Por orden cronológico, corresponde que comencemos por Isaías. En el pasaje que va del capítulo 44:26 al 25: 1-5 y 13, encontramos una extraordinaria profecía de la cual citamos las partes sobresalientes.

“Yo, el que despierta la palabra de su siervo y cumple el consejo de sus mensajeros, que dice a Jerusalén: Serás habitada y a las ciudades de Judá: Reconstruidas serán y sus ruinas reedificaré.” (44:26)

“…que dice de Ciro: es mi pastor y cumplirá todo lo que yo quiero al decir a Jerusalén: Serás edificada y al templo: Serás fundado.”

“Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha.” (44: 28 a 45:1)

  “Por amor de mi siervo Jacob y de Israel mi escogido te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre aunque no me conociste.”(45:4)

“Yo lo desperté en justicia, y enderezaré todos sus caminos; él edificará mi ciudad y soltará mis cautivos, no por precio ni por dones, dice Jehová de los ejércitos.” (45:13)

Si consideramos que esta profecía fue formulada unos doscientos antes de su cumplimiento, dando su nombre a Ciro, el gran emperador persa, mucho antes de haber nacido, debemos reconocer que es realmente asombrosa y una demostración más, y muy palpable por cierto, de la veracidad de la Biblia como palabra inspirada de Dios.

Inmediatamente antes del pasaje citado, en 44: 24-25, leemos:

“Yo Jehová…que deshago las señales de los adivinos y enloquezco a los agoreros; que hago volver atrás a los sabios, y desvanezco su sabiduría.”

Qué contraste entre lo uno y lo otro! Aquello que de verdad viene de lo alto y es totalmente fiable por una parte, y las vanidades ilusorias del pensamiento terrenal por la otra.

La maravillosa predicción de Isaías forma sin duda una parte muy importante de lo que Pedro define como “la palabra profética más segura” (2a. Pedro 1:19)

Continuando, unos doscientos años mas tarde, los jefes de las casas paternas de Judá y Benjamín, y los sacerdotes y levitas se encontraron con el increíble milagro del decreto de Ciro, disponiendo el regreso de los cautivos para reedificar el templo, y brindándoles toda clase de facilidades. Muy bien podemos comprender su regocijo y aun su asombro. Seguramente muchos de ellos conocerían la profecía de Isaías, y al verla cumplirse con la más pasmosa precisión, no podían menos que alabar al Señor y sentirse inmensamente alentados  a acometer la tremenda empresa que se les presentaba por delante.

 

La aportación de Jeremías fue igualmente importante y significativa. Antes de producirse el cautiverio, mientras los falsos profetas pronosticaban paz, y alentaban en el pueblo y los reyes infieles vanas esperanzas de victoria contra los invasores babilónicos, él traía el mensaje inequívoco de la derrota y el juicio severísimo que les aguardaba a manos de las huestes de Nabucodonosor.

Después de la deportación de los reyes Joacim y Joaquín, igualmente se levantaron profetas falsos en el lugar del exilio y también en Jerusalén, augurando un pronto regreso de los cautivos.

Otra vez el siervo de Dios levantó su voz para hacer oír la auténtica palabra profética que predecía, no una pronta y fácil vuelta a la tierra natal, sino un largo destierro de setenta años, después del cual, profundamente escarmentados, volverían por fin a sus ciudades y aldeas.

Como siempre sucede a la larga, las pseudo profecías quedaron como hojas del árbol caídas, juguetes del viento, que se las llevó haciéndolas desaparecer y quedar en la nada. Muy por el contrario, la genuina palabra de Dios, pronunciada en dos oportunidades por Jeremías (25: 11-12 y 29:10) quedó indeleblemente inscrita en los libros sagrados, de tal manera que aun después de su muerte, permanecía como un testimonio elocuente de que no la había hablado por su cuenta, sino por verdadera inspiración divina.

Y llegado el tiempo que había anunciado con anticipación, sirvió de apoyo firme para que otro distinguidísimo siervo del Señor, el profeta Daniel, desempeñase un rol  muy importante en su carácter de intercesor.

Ya hemos visto anteriormente que juntamente con Moisés, Samuel, Noé y Job, las Escrituras le asignan a Daniel un lugar sobresaliente en esta esfera tan fundamental. El capítulo 9 del libro que lleva su nombre, nos da algunos aspectos valiosos de cómo se desenvuelve un verdadero intercesor.

En primer lugar notamos que ”…miró atentamente en los libros el número de años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años.”(Daniel 9:2)

Aunque no necesariamente en la línea de determinar, como en este caso, un tiempo en que corresponde que Dios actúe, la intercesión verdadera siempre va de la mano con las Sagradas Escrituras y las promesas de Dios que contienen.

Volver el rostro a Dios, con todo lo que conlleva, buscando con oración y ruegos – esas súplicas profundas que por el Espíritu brotan de lo hondo del ser – ayuno, cilicio y ceniza (9:3) forman también parte de la senda que transita un fiel intercesor.

Toda la oración de Daniel, que va del versículo 4 al 19, es un valioso modelo, en el que se destaca su verdadera y cabal comprensión de las cosas: la justicia y misericordia de Dios, la grandeza de Su nombre invocado sobre Su pueblo y Su ciudad, la culpabilidad sin atenuantes de Israel por su gran desobediencia e idolatría, y con la cual Daniel, a pesar de su gran rectitud y fidelidad, se identifica plenamente, como lo hace todo auténtico intercesor.

Por último, algo que puede pasar desapercibido y que merece que se tenga bien en cuenta: esta oración de Daniel, que se consigna en el capítulo 9, no es por cierto la única que elevó en ese sentido.  Si miramos en el capítulo 6, que cronológicamente debe ubicarse al mismo tiempo o muy poco después del capítulo 9, veremos en el versículo 10 lo siguiente.

“…abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes.”

Esto no podemos menos que relacionarlo con 1a. Reyes 8: 48 y 49:

 “…y se convirtieren a ti de todo su corazón y de toda su alma, en la tierra de sus enemigos que los hubieren llevados cautivos, y oraren a ti con su rostro hacia su tierra que tú diste a sus padres, y hacia la ciudad que tú elegiste, y la casa que yo he edificado a tu nombre, tú oirás desde los cielos, en el lugar de tu morada, su oración y su súplica, y les harás justicia.”

Vemos en esto una sincronización precisa y hermosa de los lineamientos que Dios había trazado para el pueblo de Israel. Y esto a través de ese insigne y precioso varón Daniel

Cuando muy joven, tal vez contando 18 ó 20 años, o aun menos, había  visto el templo en Jerusalén antes de su destrucción. Ahora, con 80 o más años de edad, probado, forjado y madurado por la diestra mano divina, aun jugándose la vida desde tierra lejana,  derrama de la fuente de su ser esas rogativas y súplicas que habrán de encontrar respuesta  segura en el regreso de muchos a Jerusalén, y la reedificación del templo destruido. De veras, una hebra dorada y preciosa en este bordado tan hermoso que la destreza del gran Dios, restaurador de todas las cosas, está confeccionando en todo esto.

Los otros dos profetas, Hageo y Zacarías, aparecen en escena unos años después de la llegada a Jerusalén y Judá del contingente que regresó bajo la dirección de Zorobabel y Josué. Por esta razón dejamos para más adelante sus aportaciones,  valiosísimas también, para pasar a tratar el retorno en sí.

Así pasamos al libro de Esdras. El primer versículo es una confirmación y cumplimiento de la palabra de Jehová por boca de Jeremías en cuanto a la duración de setenta años que iba a tener el cautiverio.

Como ya dijimos, hubo tres deportaciones de Judá bajo Nabucodonosor. La primera fue en el tercer año de Joacim, hijo de Josías, y en la misma estaban entre los deportados Daniel y sus tres compañeros, Ananías, Misael y Azarías. La segunda fue unos ocho años más tarde y puso fin al breve reinado de Joaquín, también llamado Jeconías, figurando entre los deportados Ezequiel (Ezequiel 1: 2), Ester y Mardoqueo (Ester 2: 5-6)

Y por último, la tercera once años más tarde, al ser llevado cautivo Sedequías, el último rey y ser quemado el templo por Naburazadán, el capitán de la guardia y siervo del rey de Babilonia.

Aunque no es posible precisar con absoluta certeza a partir de cuál de las deportaciones comenzaron a contarse los setenta años, nos inclinamos a pensar que fue desde la segunda, la del rey Joaquín. Basamos esto en que la predicción de Jeremías 29:10 fue dada después de esta segunda deportación y dirigida a los cautivos de la misma, según consta en 29: 1-3.                                           

Pero ese primer versículo, volviendo al texto de Esdras, junto con el segundo, también constituye un cumplimiento de dos cosas predichas por Isaías: el nombre de Ciro y el mandato de Dios recibido por él de hacer reedificar el templo, en un todo de acuerdo con Isaías 44:28.

 

Una transformación extraordinaria en los corazones.

“Entonces se levantaron los jefes de las casas paternas de Judá y Benjamín, y los sacerdotes y levitas, todos aquéllos cuyo espíritu despertó Dios para subir a edificar la casa de Jehová…”(Esdras 1: 5)

No deja de maravillarnos, y casi asombrarnos, el ver la transformación extraordinaria que el escarmiento de los setenta años en el exilio operó en el pueblo de Dios. Bien es cierto que no fue un retorno total de todos los desterrados, sino un remanente de muchos de dos de sus tribus, además de sacerdotes y levitas. Pero qué contraste entre su condición anterior de pueblo rebelde e idólatra a ultranza, y lo que acabamos de leer más arriba!

La añoranza de la tierra natal y el rudo trato recibido en el cautiverio seguramente sirvieron para ablandar sus corazones endurecidos. Es la eficaz terapia del escarmiento, dolorosa por cierto, y que el Señor sólo emplea con los Suyos cuando los demás recursos – el de la exhortación y el de la persuasión – no han surtido efecto.   

Y así, vista la nostalgia y el deseo de volver que había en muchos (ver Salmo 137:1-6) Dios renueva Su misericordia y hace volver otra vez a Él el corazón de Su pueblo.   

Cuán incansable y persistente es el amor de Dios!    

  “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder.”  nos dice David en el versículo 3 del precioso Salmo 110.

En esta coyuntura se compaginan el día y la hora de Dios, con el estado de humillación y buena disposición de Su pueblo, y la necesidad de que el nombre del Eterno Jehová Dios sea levantado en alto. Y el Dios que nunca se cansa, cuya misericordia es para siempre, otra vez abre los cielos para descender sobre los Suyos con ese toque bendito que despierta sus espíritus adormecidos, llenándolos del santo anhelo de dejar atrás ese mundo extraño en que se encuentran, y retornar a su tierra natal para reedificar la casa de Jehová.

Cuánto y cuán profundamente debe hablar todo esto a  los que en su pasado amaron al Señor y trabajaron con tesón para Él!

Quién sabe por qué variedad de razones perdieron la visión, se apagaron en sus ansias, y hoy día se encuentran envueltos en otros quehaceres, lejos de ese Dios que antes era la gran esperanza e inspiración de sus vidas. 

Caro lector, que tal vez te sientes, de una manera u otra, atrapado en una situación semejante;: hoy el tierno y constante amor divino te habla y te llama, deseando despertarte otra vez a las realidades eternas; te exhorta con bondad y para tu bien que dejes atrás esa “babilonia” tan ajena a él en que te encuentras sumido, y que emprendas el regreso a lo que es tu tierra natal y tu verdadero hogar.

Allí te espera con los brazos abiertos para restaurarte  plenamente y dar a tu vida otra vez sentido y razón de ser.

 

Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte.

F I N