Capítulo 5
Su descenso a Egipto y su regreso

“Hubo entonces hambre en la tierra, y descendió Abraham a Egipto para morar allá.”Génesis 12.10.
Como señalamos anteriormente, y como algo que nos ayuda a identificarnos mejor con Abraham, lo constituyen las muestras de falibilidad e imperfección, las cuales algunas veces, en algún lugar u ocasión, hallamos en él, en medio de las tantas virtudes que enaltecen su figura.
Al llegar a Siquem, bien dentro de la tierra de Canaán, el Señor se le había aparecido para decirle que le daría esa tierra para su simiente. (12:7)
Ahora, al surgir una situación de escasez y hambre en ella, él decide trasladarse a Egipto para morar allá, por lo menos mientras durase esa situación.
Sin duda fue un paso en falso, aunque con el atenuante de la gravedad del hambre que imperaba. Hemos subrayado descendió porque además de ser un descenso en el sentido geográfico – hacia el sudoeste – fue también en cuanto al camino de la fe que había emprendido.
Su Dios le había dicho que fuese a morar en la tierra que Él le habría de mostrar, y al llegar a Canaán le había manifestado que era ésa. Lo coherente y consecuente habría sido seguir en ella, y no seguir su marcha a otra tierra, por pensar que en ella estaría mejor.
Los hechos posteriores confirman lo que estamos diciendo. Por empezar, durante ese tiempo que estuvo en Egipto, no se nos consigna que el Señor le haya hablado ni una sola vez.
Además, el declarar que Sara no era su mujer ni esposa, sino su hermana, le acarreó serias dificultades. Sobre eso que hizo, no sólo en esa ocasión, sino en una posterior en Gerar en el Neguev, y que naturalmente nos parece, y con buena razón, algo extraño y casi inexplicable, hemos de comentar más detalladamente más adelante.
Pero lo concreto es que el resultado de eso fue que Faraón le mandó que se marchase, diciéndole:
“Ahora, pues, he aquí tu mujer, tómala y vete” (12:19)
Como vemos, su descenso a Egipto tuvo un desenlace nada feliz ni satisfactorio.
Tal vez podría haber optado por continuar desde Egipto a otra tierra distinta, pero en su fuero interno sabía que no debía hacerlo, y aunque en Canaán muy posiblemente continuaba el hambre, emprendió el regreso.
Aquí tenemos un rasgo favorable de su carácter, que sin duda repercutió en la simiente genética, la cual llevaba en sus lomos: la de reconocer, por el trato de Dios, en esta oportunidad por la adversidad el escarmiento, el haber salido de la voluntad divina, y la necesidad urgente de emprender el regreso.
“Subió, pues, Abraham desde Egipto hacia el Neguev, él, y su mujer, con todo lo que tenía, y con él Lot.”
“Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hasta Betel, hasta el lugar donde había estado antessu tienda, entre Betel y Hai, al lugar del altar que había hecho allí antes, e invocó allí Abraham el nombre de Jehová.” ( 13:1, 3 y 4)
Mientras que su marcha de Canaán a Egipto fue un descenso, en su regreso tuvo que subir.
Irse al mundo lo pone a uno en la cuesta abajo, que en un sentido puede ser fácil, pero que, desde luego, lleva a un mal fin. En cambio, el retorno es una cuesta arriba, que casi siempre ha de ser más difícil y laboriosa.
La razón es que de esta forma, ardua y trabajosa, se ha de valorar más y mejor la recuperación de lo perdido, y será muy poco probable que uno se vuelva a extraviar.
Si por lo contrario el retorno se hiciese fácil y sencillo, uno muy bien podría ser proclive a reincidir, pensando que siempre habría de ser muy fácil volver a andar lo desandado.
Además, este retorno arduo y laborioso, no sólo favorece la fuerza de voluntad y el deseo de conservar aquello que se ha luchado tanto por recuperar.
Junto con ello, en el proceso se van aprendiendo lecciones y principios de mucha importancia, que, tal vez de otra forma, nunca se hubieran conocido y apreciado.
Abraham no retornó meramente a la tierra de Canaán, sino que se encaminó al preciso lugar del altar que había levantado, y allí volvió a invocar el nombre de Jehová.
El retorno no debe ser meramente al ámbito de la iglesia y sus reuniones y demás actividades. Se ha de volver al altar de la consagración total de la vida al Señor, y a invocar Su nombre de verdad, con todo lo que supone.
No leemos que Abraham haya hecho nada de esto en Egipto, así como no lo puede hacer quien se aleja del Señor y se encuentra en el mundo.
Empero, le estamos muy agradecidos al Señor, que nuestro padre Abraham tuvo en su ánimo emprender con firme resolución el regreso – el largo y laborioso camino del retorno.
Y lo hizo por sus jornadas, sin cejar ni claudicar en su empeño, hasta completarlo cabalmente.
Esto nos marcó, estando como estábamos en sus lomos como simiente espiritual, y quienes, como él, hayamos tenido la debilidad y el fallo de dar pasos en falso parecidos a los suyos. Así, nos hemos encontrado, no obstante, con la misma firme resolución de volver a toda costa al altar y la invocación del nombre del Señor, sabiendo que en él, y sólo en él, está nuestro verdadero hogar y nuestro destino.

Querido lector u oyente, que tal vez te encuentres, ya sea apartado de Dios o en el mundo, o bien en la esfera de la iglesia y sus actividades, pero alejado en realidad del altar de la consagración total de tu vida.
Identifica y reconoce esa determinación de regresar, que yace debajo de la superficie de tu estado actual, en lo hondo de tu hombre interior. Con ánimo resuelto, ponla en pleno funcionamiento, zafándote de todas las ataduras que buscan tenerte apresado, impidiendo que alcances ese alto destino que Dios te tiene señalado.
Toma ya los primeros pasos, y como Abraham, emprende el derrotero ascendente – laborioso, pero que bien vale la pena – que te ha de llevar a recuperar lo perdido.
Y una vez logrado esto, podrás avanzar escalando posiciones, como lo hizo él, hasta que seas todo lo que debes ser en la vida.
F I N