SAMUEL EL GRAN RESTAURADOR – Primera parte
SAMUEL EL GRAN RESTAURADOR
Y UN GRANDE ENTRE LOS GRANDES
PRIMERA PARTE
INTRODUCCIÓN
Volvemos atrás ahora unos cuanto siglos, para ocuparnos de este gran siervo de otrora.
Como es natural, Jesucristo, el mediador de un nuevo y mejor pacto, ha ocupado y seguirá ocupando un lugar primordial, por ser el Hijo de Dios, redentor del género humano, y a Quien corresponderá la gloria y la honra bien por encima de todo otro ser humano.
No obstante, no cabe ninguna duda de que debemos reconocer y apreciar los méritos indiscutibles de próceres de antaño, que con ser seres humanos como cada uno de nosotros, han sido utilizados de manera maravillosa, por la gracia del Señor que ha reposado abundantemente sobre sus vidas.
Sin lugar a la menor duda, Samuel es uno de ellos. El título que le hemos dado a este escrito – que ha de contar con varios capítulos – nos anticipa algo de su grandeza indiscutible.
Entre otros grandes honores que tuvo, uno de ellos fue el de desempeñar en su época el triple rol de juez, profeta y sacerdote. Ningún otro siervo del Señor lo igualó en ello – Moisés fue juez y profeta, pero no sacerdote, dado que, como es bien sabido, su hermano mayor Aarón fue constituido sacerdote para el pueblo de Israel.
Por otra parte, fue uno de los cinco grandes siervos que al dirigirse a ellos el Eterno Dios, los llamó por sus nombres dos veces, siendo los otros cuatro Abraham, Moisés, Jacob y Saulo de Tarso, como así se llamaba al suceder ello, el que pasó luego a ser el gran apóstol Pablo.
Desestimamos el caso de Marta, llamada por el Señor Jesús dos veces, según consta en Lucas 10: 41, por razones evidentes que el lector u oyente seguramente comprenderá.
Asimismo a él le correspondió el honor de ser reconocido por el Señor, juntamente con Moisés, como un de los grandes intercesores de Israel, según figura en Jeremías 15: 1, habiendo otros tres que el Señor también reconoció, a saber, Noé, Daniel y Job, como se consigna en Ezequiel 14:14 y 20.
Estimamos que todo esto sirve para avalar con creces el titulo que le hemos dado a este nuevo escrito, y nos damos por satisfechos con esta introducción, pasando a considerar seguidamente su vida, desde su mismo principio.-
“…antes que la lámpara de Dios fuese apagada.” (1a. Samuel 3:3)
Algún lector u oyente que se encuentra en decadencia espiritual y está buscando restaurarse, podrá preguntarse por dónde empezar – no encuentro una explicación clara de los distintos pasos que debo ir tomando para restaurarme.
A veces queremos tratar las cosas de Dios con el enfoque del texto o del manual, buscando en el índice lo que nos interesa, y pasando de inmediato al capítulo correspondiente, para encontrar la información o respuesta que necesitamos.
Dicho con la debida reverencia, pero también con el más fuerte hincapié,
Dios no funciona así !
Como bien sabemos, Él nos ha dado Su palabra, contenida en las Sagradas Escrituras, de una forma que no se asemeja, ni remotamente, ni a un libro de texto ni a un manual.
En una combinación singular de historia, biografías de grandes siervos, genealogías, poesía de diversos tonos – Job, Salmos, Cantares y Lamentaciones – enseñanzas y exhortaciones, a veces acompañadas o seguidas de predicciones proféticas, la Biblia es el libro más difundido en todo el mundo. Para muchos es contradictoria, enigmática o inaceptable, y la desprecian, la descartan o aun la detestan.
Por lo contrario, para los que hemos encontrado la vida eterna en la persona de Cristo Jesús, nos resulta una fuente de inspiración y luz, un alimento rico y sólido para nuestra vida interior, el medio a través del cual a menudo nos habla nuestro Padre Celestial, y en fin, mucho, mucho más que la hace preciosas e imprescindible.
¿Cómo se explica este contraste tan fuerte? El mismo libro es para unos absurdo, contradictorio y nada fiable. Para otros, luz divina clarísima, fuente de toda verdad y razón, y ancla firme para la fe en esta vida y para el más allá.
Las respuestas no se encuentran a través del razonamiento mental, ni en virtud de nuestra inteligencia o capacidad de comprensión o deducción. Con todo, esto no significa que hemos de descartar nuestra mente y buscar respuestas por la vía de las emociones o de la intuición.
La única forma en que las verdaderas respuestas nos pueden llegar es por la revelación y el obrar del Santo Espíritu, según se nos dice en la misma Biblia, y tal cual se comprueba muy a menudo en nuestra vivencia cristiana.
Y esta revelación y este obrar no son para el más inteligente o el más capaz, sino con frecuencia para el pequeño, el niño o el de pocas luces, pero que en su interior tiene un corazón, sencillo y llano, que mansamente quiere aprender de Dios.
A menudo – pero no siempre – tras el cerebro muy capaz puede haber un corazón envanecido e incluso lleno de arrogancia y autosuficiencia y, a veces también, de abierto escepticismo.
Eso para el Señor es abominable, y Él no se ha de revelar a los tales, en tanto no se arrepientan, humillen y cambien totalmente de actitud.
Lo que nos lleva a la sencilla y bien conocida conclusión de que a Dios no se lo encuentra por la vía del cálculo o del trabajo mental, sino con el corazón. Cuando éste se encuentra receptivo, deseoso, franco y sumiso, se le crea al Espíritu Santo el terreno ideal para que pueda obrar. Y muchas veces las respuestas vienen por donde menos se las espera.
Todo esto va para recomendar al lector u oyente propenso al proceso mental que deje de lado sus muchas preguntas, En vez, le animamos a que cultive el jardín de su corazón con la oración y búsqueda de Dios, quitando piedras, abrojos, espinos y gusanos nocivos, para estar con sencillez, integridad y mansedumbre ante Él.
Así se ubicará en condiciones óptimas para recibir de lo alto, y al perseverar en la lectura de las Escrituras, acompañada de oración sincera, no faltará lo que su espíritu necesita y con su mente también lo podrá comprender después.
Hecha esta extensa introducción y recomendación, ahora pasamos al tema señalado por la cita de 1a. Samuel 3:3 que va más arriba.
El nombre Samuel significa nombre de Dios u oído por Dios.
El relato de 1a, Samuel capítulo 1, que nos da el trasfondo de su concepción y embarazo, nos da muchas cosas de riquísimo valor y que tienen a la vez esa preciosa virtud de la auténtica inspiración y creatividad divina,
Nació de la oración de su madre Ana. Pero no fue el mero ruego o petición de una madre que todavía no había tenido un hijo y anhelaba tenerlo.
Las palabras “Porque Jehová no le había concedido tener hijos” del versículo 6 de la versión Casiodoro de Reina/Cipriano de Valera. Revisión del año 1960, en el texto original hebreo literalmente significan “Porque Jehová le había cerrado la matriz.”
Es decir que no se trataba de que su matriz fuese accidentalmente estéril, como se da en un porcentaje reducido de mujeres. Era algo que el mismo Señor, en uno de Sus insondables designios, había hecho de forma deliberada y con un propósito muy concreto.
Iba desde luego en contra de su anhelo natural de tener hijos, algo que por creación se encuentra innato en toda mujer normal.
Para colmo, su rival Penina la irritaba, enojando y entristeciéndola con sus desprecios y burlas. Esto fue un proceso doloroso de varios años, y que al final alcanzó su crisis, llevándola a derramar su alma delante del Señor en el templo de aquel entonces.
Antes de eso, Elcana, su marido, trataba de consolarla.
“…Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos? (1a. Samuel 1:8)
Pero cuando Dios ha puesto un clamor, una carga en el corazón, ningún sustituto humano, por bueno y bien intencionado que sea, puede satisfacerlo de lleno. Y Dios de veras había puesto una carga y un clamor en su corazón, que en realidad le llevaba a identificarse con el sentir del mismo corazón divino.
Seguramente que el Altísimo no sólo veía a Penina que tenía muchos hijos, sino que sus vecinas y familiares casi seguramente los tenían también, y algunas en abundancia, y sin que ella lo pudiese comprender, su dolor era como un reflejo del dolor de Dios mismo.
En efecto, la decadencia espiritual era tal que, casi podríamos afirmar que el Señor sentía que la hipocresía, el engaño, la maldad, el soborno, la inmoralidad, la mentira y la idolatría tenían todos muchos muchísimos hijos. Él en cambio no tenía ni uno solo de verdad en esa época de tanta apostasía.
Y así Ana, con esta carga tremenda, que sólo la pueden entender quienes de alguna manera han transitado esta senda, dejó atrás a su marido y a cuanto le rodeaba, para ir y estar a solas con su Dios y descargarse ante Él.
Con toda la fuerza de su ser y la profunda amargura de su alma, lloró y lloró a raudales, derramando su dolor, para pasar en seguida a pedir un hijo varón, no para sí misma, sino para Jehová el Señor por todos los días de su vida.
Y de esta oración, sumamente singular y bendita en todos sentido, nació Samuel, un varón de verdad, que iba a valer mucho más que todos los hijos de todas las demás madres de aquella época.
“Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste. “(1:18)
En este nivel de oración, a un plano muy elevado por cierto, una vez que la carga ha hecho crisis y se ha derramado ante Dios por el Espíritu, uno se queda en profunda paz, y con el alma plenamente relajada y tranquila.
Como ya se ha dicho, en aquellos tiempos el camino de la obediencia y la fidelidad al Señor se había abandonado casi totalmente, y había síntomas graves y alarmantes de una profunda decadencia.
El anciano sacerdote Elí, que juzgaba a Israel y que posiblemente en tiempos anteriores habría sido fiel y consecuente, ahora había perdido la visión y el discernimiento, confundiendo a Ana por una mujer ebria, precisamente cuando estaba siendo llevada por el Espíritu de Dios a elevar esa oración tan maravillosa a que nos acabamos de referir.
Sus dos hijos, Ofni y Finees, cometían fechorías vergonzosas que le deberían haber impulsado a quitarlos total e irrevocablemente del sacerdocio. En cambio, apenas si les dio una blanda reprensión, dejándolos seguir en sus cargos, y engordándose él al igual que ellos de lo principal de las ofrendas del pueblo. Como lógico resultado, la gente despreciaba ese ritual de sacrificios y ofrendas, que había venido a ser una mofa y una afrenta al nombre del Santo Dios de Israel.
Así las cosas, “antes que la lámpara de Dios fuese apagada” por tanta iniquidad y falsía, el Señor hizo que Ana concibiera y diese a luz a ese hijo tan precioso. De él se iba a valer para iniciar una nueva etapa de arrepentimiento y recuperación que iremos analizando más adelante.
Notemos cómo, al igual que otras veces, en los momentos más oscuros, cuando parece que el testimonio del Señor se ha tirado por la borda y todo parece perdido, otra vez la providencia divina emerge justo a tiempo, trayendo renovada misericordia y favor para Su pueblo amado,. Y amado, a pesar de su persistente infidelidad e inconstancia, por ese bendito amor de Dios que nunca muere ni se apaga.
Continuando ahora, consecuente con su voto, no bien lo hubo destetado, Ana llevó al niño Samuel al templo, desprendiéndose de él y dedicándolo a Jehová para todo el resto de su vida. Cuánto le habrá costado separarse de ese hijito tan querido, que todavía era un niñito de tal vez sólo tres o cuatro años de edad!
Antes de seguir la trayectoria del niño, a quien aguardaba un destino tan alto, notemos los síntomas y la evolución del decaimiento de Elí, el sacerdote que había ejercido ese cargo por un buen número de años.
1) Pérdida de discernimiento, como ya hemos visto, al no reconocer la oración de Ana como algo precioso que venía del corazón de Dios, y en vez tomarla por una mujer ebria. (1a. Samuel 1:13-14)
2) El honrar a sus hijos por encima del Señor (2:29) una falta muy grave, en que es posible caer si uno se deja llevar por el amor natural a los hijos, sin supeditarlo para el más alto, que debe ser para el Señor siempre.
“…porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado.” (3: 13)
Como ya hemos dicho, en vez de limitarse a darles una blanda reprensión por sus muy graves pecados, debió haberlos destituido del sacerdocio Al ser débil y no hacerlo, de hecho traicionó a su Dios que lo había puesto en el sacerdocio, permitiendo que los sacrificios y las ofrendas del santuario fuesen administradas por las manos sucias de sus hijos corrompidos. Esto por supuesto creaba un estado de cosas realmente vergonzoso, que muy pronto iba a desembocar en una apostasía gravísima de todo el pueblo.
3) …engordándoos de lo principal de todas las ofrendas”. (2:29) Esto implicaba, además del trato profano dado a las ofrendas, el abandono de la disciplina y la austeridad, comiendo en demasía, que siempre supone alimentar a la naturaleza carnal, en detrimento de la espiritual.
4) “estando Elí acostado en su aposento, cuando sus ojos empezaban a oscurecerse de modo que no podía ver…” (3:2) La pérdida de visión va en aumento, hasta alcanzar un estado de virtual ceguera.
En este capítulo 3, en el que miraremos en breve con el enfoque en el niño Samuel, vemos el triste estado a que había llegado Elí. Recién la tercera vez que el Señor llama a Samuel se entera de lo que verdaderamente está pasando.
Ahí sí le da el consejo oportuno.
“…si te llamare dirás: Habla Jehová, porque tu siervo oye “ (3:9) – pero es el consejo de uno que sólo sabe la fórmula, seguramente por un pasado mejor en su vida, en el cual tal vez esa voz divina le hablaba. Trágicamente, ya no le hablaba más.
Algo que nos hace temblar, a la par que suplicar de la forma más tierna y entrañable: Nunca permitas Dios nuestro que semejante cosa nos acontezca!
5) “Era ya Elí de edad de noventa y ocho años, y sus ojos se habían oscurecido de modo que no podía ver.” “Y aconteció que cuando él (el mensajero que le trajo la noticia) hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años.” (1a. Samuel 4: 15 y 18)
La ceguera física ya había llegado a ser total e iba paralela a su ceguera espiritual. Muy distinto fue el caso del profeta Ahías silonita, que en su vejez tampoco podía ver con sus ojos naturales. Sin embargo, espiritualmente seguía viendo con toda claridad, y al venir a verlo la mujer del rey Jeroboam I, disfrazada para que no lo conociera, la recibió con estas palabras: “…Entra, mujer de Jeroboam, ¿Por qué te finges otra?” (Ver 1a. Reyes 14:1-6)
Qué hermoso resulta ver una vida que llega a su fin con la visión límpida! Y por contraste, cuán triste lo contrario!
El otro síntoma negativo que vemos culminar es el sobrepeso. Entendemos que hay personas cuyo metabolismo les hace propensas a la obesidad, aun cuando sean sobrias en el comer. Pero éste no era el caso de Elí, que junto con sus hijos se había engordado con todo lo principal de las ofrendas del pueblo de Israel, como ya hemos visto,
Y así murió cayendo pesadamente hacia atrás y desnucándose. Fue el triste fin de una vida que perdió el buen rumbo, y que la Biblia nos presenta como una solemne advertencia.
El nombre que se le dio al nietito que le nació casi simultáneamente con su muerte fue Icabod – es decir Sin gloria o Traspasada es la gloria – el cual define con toda precisión este desdichado desenlace.
Que brote en tu corazón, querido lector u oyente, así como en el de todos los hijos de Dios, un clamor profundo por llegar a un fin noble y feliz, en el pleno cumplimiento de la voluntad y el propósito de Dios para nuestras vidas! Amén !
Por desagradable y triste que haya sido la trayectoria de Elí, consideramos indicado haber matizado algunos puntos en cuanto a la misma. Señalar con claridad los peligros que nos acechan en nuestra marcha y ver el triste fin de los que se desvían del santo camino, es una buena forma de incentivarnos a buscar lo alto y noble, y a confirmarnos en nuestra determinación de no desviarnos, cayendo en los errores de otros que nos han precedido en el tiempo.
Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte.
F I N