SALMO 80

 

El gran clamor: “Oh Dios, restáuranos.”

 

Primera parte

 

Antes de continuar con el hilo histórico del tema en que estamos, hacemos una pausa al llegar aproximadamente a la mitad del libro – la Biblia – para ocuparnos del Salmo 80.

El autor es Asaf,  autor de varios salmos, el contenido de los cuales lo evidencia como un hombre de gran anchura de espíritu y de mucha profundidad en su relación con el Señor.

Este salmo que ahora pasamos a considerar, muy bien lo podemos calificar de un verdadero clásico sobre nuestro tema de la restauración.

Como vemos en los versículos 1 y 2, está enfocado en forma particular a las tribus de José, es decir, Efraín y Manasés, con el agregado de Benjamín, el hermano menor de José, que fue el único otro hijo nacido de la misma madre de José, Raquel,

Como sabemos, todos los demás hermanos de José, lo eran sólo de parte de Jacob su padre, siendo sus madres o bien Lea, o las siervas Bilha y Zilpa, admitiéndose en aquel entonces la poligamia.

Al marchar Israel en su peregrinación desde el Sinaí por el desierto, estas tres tribus – Efraín, Manasés y Benjamín – iban agrupadas bajo la bandera de Efraín. (Ver Números 10:22-24)

Dentro del orden establecido por el Señor para Su pueblo Israel, podemos identificar distintas vertientes, marcadas por las promesas y bendiciones pronunciadas por Jacob y Moisés antes de morir – en Génesis 49 y Deuteronomio 33 respectivamente – y también por el curso de la historia del Antiguo Testamento.

La principal, sin duda, es la de Judá, que a más de muchos otros privilegios, tuvo el de ser la tribu de la cual procedió el Mesías prometido, que iba a ser el Salvador de la humanidad perdida.

También tuvo un lugar muy favorecido la tribu de Leví, apartada para entregarse de lleno al sacerdocio, y al cuidado primeramente del tabernáculo levantado en el desierto, y más tarde del templo erigido por Salomón en Jerusalén.

La de José también era muy privilegiada. Rubén, el hijo mayor de Jacob, al violar el lecho de su padre, perdió la primogenitura, la cual pasó a corresponderle a José, según vemos en 1ª, Crónicas 5:1-2. Entre otras ventajas, la misma confería la de recibir una doble porción de la herencia,  la cual Jacob le acordó en efecto poco antes de su muerte, como se consigna en Génesis 48: 22.

Esta doble porción del primogénito no debe confundirse con la doble porción de su espíritu, que Eliseo le pidió a Elías, antes de que fuese llevado al cielo en un torbellino. En el orden doméstico dentro del pueblo de Israel, se entiende que suponía  para el que la recibía la responsabilidad de proveer para la madre viuda y las hermanas solteras.

Por otra parte, en la congregación de redimidos de la Nueva Jerusalén que se nos describe en Hebreos 12: 22-24, vemos que no habrá hijos menores con menos privilegios, sino que todos,  serán primogénitos.  En esto vemos una restauración en el grado final y más alto, con todos, absolutamente todos, contando con los más altos privilegios.

Ahora bien, los tres nombres de estas tribus que marchaban agrupadas bajo la misma bandera, tienen un importante y significativo sentido.

Efraín quiere decir fructífero, Manasés el que hace olvidar. Fue dado a él por su padre José, como testimonio de que por medio de los consuelos y bendiciones de su exaltación en Egipto, Dios le había hecho olvidar todos sus quebrantos y penas anteriores. Por último, Benjamín, significa hijo de la diestra o mano derecha. En las promesas dadas por Moisés antes de su muerte, había para Benjamín una de precioso contenido de seguridad y confianza, basado en la protección de Dios, como así también de estrecha e íntima relación con el Ser Divino. (Deuteronomio 33:12) La citamos textualmente: “”A Benjamín dijo: El amado de Jehová habitará confiado cerca de él; Lo cubrirá siempre, Y entre sus hombros morará.”

 

Así, el salmo se abre con una exclamación y súplica, dirigida al pastor de Israel:

“Oh pastor de Israel, escucha;

Tú que pastoreas como ovejas a José,

Que estás entre querubines, resplandece.”

 

Cuán hondo sentir hay en esto! Al Pastor Supremo de Su pueblo, que está tan pendiente de Su grey, con esa solicitud tan propia de Su persona y carácter; al gran Dios que en el orden aarónico y levítico del sacerdocio se encontraba con Su presencia invisible sentado sobre el propiciatorio, con un querubín de gloria a cada lado; a ese Ser Eterno, del cual emana toda la luz y todo el poder, se le ruega que oiga y resplandezca.

Sin esa luz admirable y eterna, nos envuelve la niebla, y aun el día del sol más radiante se hace noche triste y oscura para nuestra alma.

Israel se encontraba en ese estado de tinieblas, envuelto por la bruma que traen la idolatría y la desobediencia. Esto le había hecho perder el rumbo y convertirse en el escarnio de sus vecinos y la burla de sus enemigos, que además los destrozaban y devoraban con crueldad. (versículos 6 y 13)

Como un hombre muy consciente de esa gran necesidad de que esa luz de valor inestimable volviese a brillar, perforando y disipando toda la oscuridad que les rodeaba, Asaf empieza por elevar este clamor.

Y nos detenemos brevemente en este punto, para señalar que esto, que podría parecer a primera vista muy del Antiguo Testamento y de historia pasada, en realidad tristemente tiene una aplicación muy puntual para muchos cristianos creyentes, que se encuentran en una situación de deterioro espiritual lamentable.

Continuando, es como si Asaf recordase lo que Jehová, el gran Dios Supremo había hecho en un principio, cuando las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y con serena calma y confianza absoluta, había pronunciado esas tres palabras, brevísimas, pero saturadas de virtud divina.

“Sea la luz.” (Génesis 1; 3)

Al momento, todo el escenario quedó iluminado de luz radiante, Y de ahí en más, comenzó con su palabra creativa, y Su ciencia sapientísima, a quitar el desorden y vacío y crear un universo maravilloso, con cada cosa en su lugar y totalmente perfecta, al punto que al terminar y contemplarlo todo pudo comprobar que era bueno en gran manera. (Génesis 1:31)

Aunque la situación en que se encontraba ahora Israel no era idéntica, había por lo menos un cierto paralelo, y en su ruego latía el deseo muy grande de que el Dios “Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación” (Santiago 1:17) volviese a irrumpir de forma semejante.

!Cuántas veces lo ha hecho a lo largo de la historia, cuando las más densas tinieblas envolvían un región, la sociedad de un país en general, o un alma necesitada y entenebrecida en particular!

Sí, de eso se trata la restauración – de que el fulgor celestial invada y destierre la oscura noche del que se ha descarriado y perdido el rumbo, y lo inunde y sature de esa luz bendita que otrora había conocido, pero de la cual, torpe , loco o rebelde o lo que fuere, más tarde se alejó. Por eso clama y gime quien de veras lo añora y lo busca, así como lo hace Asaf en el principio de este precioso salmo.

Luego continúa así:

“Despierta tu poder delante de Efraín, de Benjamín y de Manasés, y ven a salvarnos.”  versículo 2)

Sabedor de que sólo el poder del Omnipotente podá valer, pide que ese poder se ponga en evidencia a favor de esas tres tribus, tan privilegiadas antes, pero tan necesitadas ahora. Que venga a salvarlos, que están hundidos en un pozo profundo y ningún otro puede ayudarlos.

Querido lector u oyente, ¿encuentras todo esto un eco profundo en tu interior? Sí, tú, el que hace algún tiempo vivías y andabas en esa luz sin igual, pero que ahora te encuentras sumido bajo oscuras nubes y tinieblas. Para ti van estas líneas – a ti te alcanza y te abarca este salmo que hace muchos años el Espíritu Santo le inspiró a Su siervo para que lo escribiese. Y aquí está, íntegramente inscrito en la Biblia, para que tú te introduzcas en él, penetres en su espíritu y clamor, y pases a ser un beneficiario más de su rico contenido, logrando así  que se restaure plenamente tu vida.

 El clamor que crece y se ensancha en la visión de Dios.

El verdadero clamor del corazón necesitado y angustiado, acicateado por el Espíritu de gracia y de súplicas, hace precisamente eso: crece y se ensancha, perforando la densa bruma, abriéndose paso con súplicas, ruegos y hasta lágrimas que brotan de lo más hondo del ser. Persiste y no ceja hasta alcanzar otra vez esa luz que tanto anhela.

No nos proponemos desgranar cada versículo de este salmo, pero en cambio, ilustrando y desarrollando lo dicho en el párrafo anterior, miraremos la rica y hermosa progresión que nos presentan los versículos 3, 7 y 19.

Veamos en primer lugar el primero de ellos:

“Oh Dios, restáuranos;

Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.”

Otra vez un profundo clamor; pero el ruego de que la luz resplandezca se hace ahora más concreto y específico: ahora se pide que esa luz venga a través  del rostro bendito del Ser Supremo, plenamente iluminado, radiante de gloria e impregnado de misericordia, favor y clemencia restauradora.

Seguidamente el versículo 7:”Oh Dios de los ejércitos, restáuranos;

 Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.”
Interrumpimos aquí, antes de pasar a comentar ese versículo, para continuar en la segunda parte del presente escrito.

 

F I N