Peldaños del Discipulado – Capítulo 21 La llama del fuego celestial
Capítulo 21
La llama del fuego celestial
“El que hace… a sus ministros llama de
fuego.“ Hebreos 1:7.
Acercándonos como estamos al final de
nuestra escalera imaginaria, no
podemos ni debemos dejar de lado este
tema tan importante y precioso.
Hemos incluido el adjetivo celestial,
porque evidentemente hay fuegos ajenos
y extraños, diferentes de lo que es la
esencia y la verdad del genuino fuego
que viene de lo alto.
Entre ellos, podemos enumerar los
fuegos de las pasiones humanas, muchas
de las cuales pueden ser bajas e
indignas de que un hijo de Dios las
albergue en su pecho.
Asimismo, se puede ser muy aficionado
al deporte, en algunas de sus muchas
variedades, como así también de la
política en sus aspectos variados –
derecha, izquierda, liberal, demócrata
progresista, etc.
Estas pasiones pueden ser en algunas
ocasiones un fuego en el alma de
quienes la practican.
Aun en el mundo cristiano, podemos
encontrar fuegos artificiales que
muchos confunden con el auténtico.
En algunas ocasiones, también se
presentan desbordes de emocionalismo,
grandes manifestaciones de euforia, y
que a veces hasta pueden rayar con el
histerismo.
Naturalmente que apreciamos que hay
oportunidades, en que la presencia de
Dios se manifiesta de forma poderosa, y
en ella suceden cosas que, a primera
vista, pueden resultar extrañas para los
que nunca las han visto ni conocido.
Esto sucedió en el día de Pentecostés,
según se nos señala en Los Hechos
capítulo 2 y también en la casa de
Cornelio, al ir Pedro a predicarles el
evangelio. (Los Hechos cap. 10)
También sucedió, aunque de otra
forma, al levantar la voz los cristianos
primitivos, clamando al cielo ante las
amenazas de los gobernantes, ancianos
y escribas. (Ver Los Hechos 4:31)
Asimismo, a través de la historia, en
muchas oportunidades en que hubo un
poderoso mover de Dios – comúnmente
llamado avivamiento – se han
experimentado manifestaciones
extraordinarias dentro de una gran
variedad de matices.
Por ejemplo en el avivamiento
acaecido en las Islas Hébridas, en la
primera mitad de la década del siglo
pasado, parecía haber una zona
geográfica bien definida, y al entrar en
ella, por ejemplo jóvenes, que venían
con mochila en el hombro, en plan de
vacaciones, y por lo que se podía saber,
ninguna intención de buscar al Señor,
caían súbitamente sobre sus rostros,
profundamente compungidos por sus
pecados, y se ponían a clamar a Dios
por misericordia y perdón.
Pero la diferencia entre esto y lo que
primero puntualizamos es muy grande.
En estos casos han sido
manifestaciones totalmente imprevistas,
no buscadas ni mucho menos
provocadas, y que han dejado
resultados muy favorables y duraderos
en términos de salvación, con
conversiones evidentes y bendición
auténtica.
En cambio, aquello que calificamos de
fuegos artificiales, generalmente se ve
que es algo que se trata de preparar de
antemano, volviéndose en muchos casos
en una rutina de aparente “bendición de
lo alto.”
No obstante, a la hora de la verdad, se
ve que no deja ningún saldo favorable
de bendiciones sólidas, que estén ahí
para se las vea y valore debidamente.
El verdadero fuego celestial es algo que
no es fácil de definir con precisión.
Quien esto escribe lo experimentó en
una de sus muchas expresiones hace
muchos años, el día que por primera vez
escuchó el evangelio claramente
En un momento dado, cuando se
acercaba el final de la predicación,
sintió dos o tres ráfagas que
atravesaban el interior de su pecho, y
que lo más aproximado que encuentra
para describirlas, resulta decir que eran
como una combinación de fuego y
tensión de alto voltaje.
El impacto inmediato, fue comunicarle
una sensación viva y solemne de la
santidad de Dios. A partir de ese
momento, cada palabra del predicador
le llegaba a la conciencia de forma
certera y penetrante.
No se hizo ningún llamado a
entregarse al Señor, pero, a su regreso a
su hogar, a solas en su habitación,
respondió expresando a Dios su sincero
arrepentimiento por sus pecados y su fe
en la muerte y resurrección del Señor
Jesucristo.
Desde entones se operó un cambio muy
pronunciado en su visa, al punto que
una persona madura a la cual se lo
contaban otros, se resistía a creer que
todo eso era verdad, pensando que se
estaban exagerando las cosas.
Pero en cuanto a la experiencia en sí,
con el correr del tiempo fue
comprendiendo cosas que a esa
temprana edad – sólo tenía 15 años – no
las entendía.
La principal de ellas es que fue su
marca de nacimiento – valga la
expresión – para señalar el rumbo del
pequeño destino que le aguardaba, y
que era, y siguió siendo por muchos
años, el de proclamar la palabra de Dios
con un fuerte hincapié en la santidad de
Dios.
Paralelamente a ello, se le otorgaba el
agregado de contagiar a otros el
principio que opera en esa bendita
llama de fuego, la cual recibió en un
principio, aun cuando las
manifestaciones externas que tuvo no se
repitiesen en lo otros de la misma
manera.
Como observación final en cuanto a
esto, también cabe la reflexión de que,
dado el altísimo poder de esa
combinación de lo que tanto se
asemejaba al fuego y la energía eléctrica
tal como los conocemos, debe haber sido
controlado con mucha pericia por un
Ser Supremo sapientísimo y de una
pericia indescriptible, pues de otra
manera hubiera perecido, carbonizado
de forma instantánea.
Quizá la semejanza más cercana que
uno conoce en las Escrituras, se
encuentra en Ezequiel 1:13-14, donde se
habla del fuego y los relámpagos.
Pero como en todas las cosas
celestiales, o genuinamente espirituales,
tenemos que decir que esto es sólo una
semejanza, y que aun cuando
aproximada, no expresa de forma
precisa y exacta lo que uno experimentó
en esa ocasión especial.
Digamos de paso, que ese efecto tan
evidente que transformó totalmente su
vida, le hace cuestionar a uno la
autenticidad de manifestaciones del
mismo que se profesan, pero que no
producen, por lo que se sabe, ninguna
diferencia en la forma de vivir y actuar.
De todas maneras, en términos
sencillos, se pueden definir algunos
resultados prácticos del genuino fuego
de Dios.
Uno de ellos podemos decir que es
como un sello, que marca a fuego una
vida que es para Dios. De la misma
forma que un ganadero, en la hierra de
la hacienda, graba a fuego cada animal
que le pertenece, para que no haya
duda alguna de que es de su propiedad
exclusiva, así también en algunos casos
así lo hace el Señor.
Con todo, nos hemos cuidado de poner
en algunos casos, en bastardilla,
reconociendo que en muchísimas
oportunidades el Señor lo hace de forma
distinta.
De hecho, por supuesto que hay
muchos hermanos consiervos amados
que conocemos, y que evidentemente
llevan el sello de ser verdaderamente de
Él, pero que el sello les ha venido de
manea distinta, lo cual no viene al caso
enumerar ni analizar aquí.
Otra cosa es el resultado de que es algo
que queda en el corazón, y así como la
llama tiene su único rumbo hacia arriba
– se levanta y nos impulsa hacia lo alto –
hacia Dios y hacia Cristo – así siempre
opera en uno, con ansias de honrarle,
amarle y servirle cada día.
Recalcamos que esa llama no es una
emotividad pasajera, ni por cierto
tampoco una euforia, las cuales son
cosas transitorias.
En cambio, es algo permanente que
inclina la voluntad, la mente y la
disposición del carácter en sentido
vertical, de abajo hacia arriba según lo
ya señalado.
Avivando el fuego.-
“Por lo cual te aconsejo que avives el
fuego del don de Dios que está en ti por
la imposición de mis manos.” (2a.
Timoteo 1:6.)
Sin la menor duda, el apóstol Pablo
había experimentado ese fuego sagrado,
y lo pudo mantener ardiendo a todo lo
largo de su trayectoria ejemplar y por
demás sobresaliente.
Pero además, él era un portador eficaz
del mismo a muchos otros, a través de
su predicación, enseñanza y oraciones.
Timoteo, como vemos por la cita que
hemos puesto, lo había recibido a través
de él por la imposición de manos.
“El fuego del don de Dios” bien puede
interpretarse como un don espiritual,
que iba acompañado, o tal vez mejor,
impulsado, por la llama de ese fuego.
Cuál era precisamente ese don no
podemos afirmar a ciencia cierta. Bien
puede ser que lo capacitaba para la
labor de evangelista, teniendo en cuenta
sobre todo el fuego y el celo que
animaban a Pablo, con esas ansias tan
grandes de llevar a los perdidos el
mensaje de salvación.
De su corazón que desbordaba en ese
sentido, es muy posible que sea por el
Espíritu que haya sido ése el fuego del
don al cual se refiere.
La exhortación a Timoteo que lo
avivara merece ser comentada.
Evidentemente, un fuego descuidado,
salvo casos excepcionales, tiende a
languidecer y apagarse, y al igual que el
sacerdote en el Antiguo Testamento, los
siervos de Dios tenemos que mantenerlo
vivo y puesto sobre el altar cada día.
“El fuego arderá continuamente en el
altar; no se apagará.” (Levítico 6:13)
En el orden del sacerdocio levítico,
tenemos una clara indicación de lo que
debe ser una norma para todo auténtico
siervo del Señor, al cual, como hemos
visto en Hebreos 1: 7, citado al principio
del capítulo, Él lo hace una llama de
fuego.
El sacerdote, como una de sus
primeras tareas, cada mañana debía
poner leño sobre el altar, para así
mantener y avivar el fuego, y hacer que
estuviese ardiendo vivazmente todo el
día.
Huelga decir que lo mismo ha de hacer
cada uno a diario como primera
prioridad, acercándose con gratitud y
en adoración al Trono de la Majestad en
las alturas, y además nutriéndose con la
palabra de Dios, que como dice en
Jeremías 23;29, es un verdadero fuego.
La palabra avives en otras versiones se
traduce abaniques, lo cual resulta muy
interesante y significativo.
El día de Pentecostés, las dos
manifestaciones externas que se se
dieron, fueron el viento recio y el fuego.
Sabemos que el viento en las
Escrituras constituye un símbolo del
Espíritu Santo, y que el fuego necesita
una corriente de aire, Si la chimenea
está bloqueada sin que pueda correr el
aire, el fuego muy pronto se ha de
apagar.
Recuerdo una ocasión hace unos
buenos años, cuando me encontraba
aislado en una vivienda en las afueras
de Madrid, preparándome para el
ministerio de la palabra en un retiro en
el cual iban a participar varias iglesias.
Como hacía bastante frío, tenia el
hogar encendido, pero llegó un
momento en que se iba debilitando y
estaba por extinguirse.
Junto al hogar había un fuelle y
empecé a hacerlo soplar sobre las
brasas que quedaban, pero al hacerlo de
forma suave y sin mayor fuerza, surtía
muy poco efecto.
Fue entonces que comprendí que no
era ésa la forma de hacerlo, y tomé el
fuelle con determinación y lo hice
accionar con toda energía.
El resultado fue rápido y dramático:
las chispas empezaron a volar en
seguida por todos lados, y las llamas
comenzaron a elevarse, y muy pronto
todos los leños estaban ardiendo con
mucha intensidad.
Necesitamos sin duda del Espíritu
Santo como el fuelle por excelencia,
para avivar el fuego en nuestras vidas.
Pero no basta que nos demos a ello a
medias; ante bien, debemos volcar todo
nuestro ahínco y empeño, dándonos de
lleno a esa tarea sumamente importante
de mantener la llama viva cada día.
Pero también radica en estar activos
en nuestras labores para el Señor,
aunque, se sobreentiende, no en un
activismo febril y agotador, sino en ese
vaivén armonioso de la voluntad de
Dios, en que nos desenvolvemos en paz
y sin prisa ni pausa.
Lo contrario – tomándose uno unas
“vacaciones” cuando no corresponde –
conducirá a una atrofia muy
perjudicial, que terminará por apagar
el fuego con todas sus tristes
consecuencias.
Y aunque a primera vista no lo
parezca, otra forma de mantener el
fuego, resulta la de pasar por pruebas y
enfrentar presiones y tensiones, de
índole variada en nuestro andar diario.
Quizá sea ésa una de las muchas
razones por las cuales a Sus verdaderos
discípulos, el Señor les permite pasar
por muchas crisis y tormentas.
De no mediar las mismas, y todo fácil,
sin dificultades y a pedir de boca, la
tendencia muy bien podría ser la de
bajar la guardia y descuidar la sana
disciplina de buscar a Dios con afán
cada día, con el consiguiente
enfriamiento espiritual.
En cambio, cuando las circunstancias
nos apremian de verdad,
instintivamente nos volcamos a
acercarnos al Trono de la Gracia de
todo corazón, andando en la más
cumplida y cuidadosa obediencia.
DIVIDIMOS AQUÍ
Hasta aquí para el día de hoy 13 de
Diciembre y lo siguiente para el 20 de
Diciembre, Dios mediante se entiende.
XXXXXXXXXXXX
El Trono d Fuego.-
Debemos entender con toda claridad
que Dios mismo es un fuego
consumidor. (Hebreos12:29) y que Su
Trono es verdaderamente un Trono de
Fuego.
“…su trono llama de fuego, y las ruedas
del mismo arden en fuego ardiente. Un
río de fuego procedía y salía delante de
él.” (Daniel 7:9 y 10)
Ésta es en realidad una revelación
sorprendente del Trono de Dios. No
hecho de marfil, oro ni cosa semejante ,
sino una llama de fuego!
La verdad que esto nos traduce es
que Dios no necesita apoyarse ni
respaldarse sobre nada – ningún sillón o
trono, tal como los comprendemos.
En cambio, siendo Él en Su esencia
fuego eterno y consumidor, se asienta y
se afirma sobre sí mismo, como el Todo
Suficiente Ser Supremo que es.
Una pregunta que puede surgir, y que
desde luego la planteamos con la mayor
reverencia, es la siguiente:
¿Y no se quema Dios, como está
sentado sobre una llama de fuego?
La respuesta es que esa llama
consumidora, sólo devora y consume lo
que es susceptible de ser quemado, ya
sea escoria espiritual, impureza o todo
lo que Pablo llama madera, heno y
hojarasca en 1a. Corintios 3:12.
Y claro está, al no haber en Él el menor
vestigio de nada de eso, se sienta
cómodo y bien a sus anchas sobre ese
trono tan particular.
Adicionalmente, notemos que se trata
de un trono rodante. No conocemos, ni
hemos visto ni oído de otro trono que
sea así – de ruedas. Y más aun, esas
ruedas no son de madera, metal o
neumáticos, sino de fuego ardiente!
¿Qué sacamos en limpio de todo esto?
En primer lugar, que ese trono no es
estático, sino que avanza en el
desarrollo y progreso de Su gran
programa eterno.
El mismo es como nuestro sistema
solar y las galaxias que ha creado.
Como los científicos y astrónomos
aseveran, mientras tanto al uno como a
las otras, se ve girar a cada planeta y
estrella que los integran, en órbitas
armoniosas, también el uno y las otras
en acción conjunta se están
desplazando progresivamente en el
espacio.
Y por supuesto que esas ruedas que
propulsan Su Trono, son el fuego
ardiente de Su propia energía
omnipotente, incansable y eterna.
Por último, de delante de Él procedía
un río – no de agua como los
conocemos, sino otra vez de de fuego
ardiente!
Y el cuadro se completa con millares y
millares que le servían, y millones de
millones que asistían delante de Él.
Esta visión tan estupenda nos lleva a
pensar otra vez de inmediato en el día
de Pentecostés, cuando ese río abrió sus
compuertas, para descender en forma
de lenguas repartidas, como de fuego,
que se asentaron sobre cada uno de los
ciento veinte discípulos que estaban
congregados.
En esa ocasión Dios dio una señal muy
particular y significativa. Los varones
judíos de todas las naciones debajo del
cielo – Los Hechos 2: 5 – que se
encontraban en Jerusalén para celebrar
la fiesta de las primicias, se vieron
atraídos por el estruendo del hablar
simultáneo de los 120 reunidos,
oyéndoles hablar cada uno en una
lengua distinta.
Y como ya ha sido bien dicho por
otros, además de todo otro alcance de
este portentoso acontecimiento, el
mismo resultaba una señal profética
inequívoca.
La misma consiste, ni más ni menos, en
una prenda segura de que, con el correr
de la historia y los tiempos, esa llama
celestial gloriosa, con su mensaje de
salvación, vida eterna y restauración
plena, ha de propagarse en todas las
lenguas de cada raza, tribu y nación del
orbe entero.
Y la bendita culminación final, será
que millones de millones – una multitud
incontable – estará asistiendo y
sirviendo eternamente, y en armonía
perfecta, delante de ese trono de fuego,
ante el Anciano de días, y del Hijo del
hombre, el Cordero ensalzado a lo
sumo.
El Cristo de fuego. –
Habiendo hablado de Pablo
anteriormente como un siervo que
conocía y tenía ese fuego sagrado,
ahora, para terminar, pasamos a hablar
del Señor Jesús, como el exponente más
alto y perfecto de ese principio y fuerza
tan importante.
En Lucas 12:49 encontramos estas
palabras Suyas: “Fuego vine a echar en
la tierra” y en Mateo 3:11 y Lucas 3.:16
tenemos el testimonio de Juan el
Bautista en cuanto a Él en este aspecto.
“..él os bautizará en Espíritu Santo y
fuego.”
El prime cumplimiento de eso fue el
día de Pentecostés, al cual ya nos hemos
referido, aun cuando sólo en parte.
El resultado inmediato fue que esos
discípulos se volvieron en una fuera
incendiaria incontenible.
En esos primeros capítulos de Los
Hechos 2 a 7, se nos narran los
acontecimientos maravillosos que
tuvieron lugar en la iglesia primitiva en
Jerusalén, al punto que el Sumo
Sacerdote, hablando en nombre de
todos los que estaban con él, les
reprochó a los apóstoles que, después de
haberles mandado que no enseñasen
más en ese nombre, ellos habían
“llenado a Jerusalén de su doctrina.”
Los Hechos 5:28.
Ése fue un comienzo realmente
glorioso, pero desde entonces, y a través
de los siglos, en muchas formas
diferentes, Él ha estado echando fuego
sobre la tierra.
En la gran visión que el apóstol Juan
tuvo estando en la isla de Patmos,
narrada en los capítulos iniciales del
Apocalipsis, resaltan, entre otras cosas,
Sus dos ojos, que eran como una llama
de fuego.
Como sabemos, era una visión
enfocada hacia las siete iglesias del Asia
de ese entonces, pero que por extensión
abarcan a toda Su iglesia de todos los
tiempos.
Esos dos ojos de fuego del Cristo
ascendido y glorificado, a la diestra de
la Majestad en las alturas, denotan que
hasta el día de hoy, Él sigue
impartiendo – junto con toda la vasta
gama de Su gracia y virtudes – la
bendita llama celestial.
Haremos bien en considerar, desde
luego que a muy grandes rasgos, la
forma en que Él, el Cristo de fuego, se
condujo en Su vida y ministerio
terrenal.
Esa será la mejor referencia para
saber determinar bien, qué es lo real y
genuino, en contraposición y contraste
con lo aparente y ficticio.
Teniendo en cuenta que el fuego
representa el amor (Cantares 8:6-7) y la
santidad (Malaquías “3:2 ”…como fuego
purificador,” Él sobresale como el
Cristo de amor y de la santidad más
acabada que se pueda concebir.
El fuego en Su vida, también se
destaca por el celo de la casa de Dios
que le consumía (Juan 2;17) y por hacer
la voluntad del Padre y acabar Su obra,
que según Sus propias palabras, era Su
comida, muy por encima del alimentar
Su cuerpo (Juan 4:34)
Ese acabar la obra que el Padre le
había encomendado, le llevó al
bautismo del que tenía que ser
bautizado, y que tanto ansiaba que se
cumpliese (Lucas 12:50) .
El mismo lo condujo al Getsemaní, y
de ahí por la vía tan dolorosa que todos
conocemos, al mismo Calvario.
En toda esa bendita trayectoria, no
encontramos nunca el menor vestigio o
arrebato de euforia, ni lo vemos hacer
un llamado a fin de recaudar fondos, ni
para reclamar para sí alojamiento en un
hotel de cinco estrellas, ni de hacer el
menor alarde de lujo o pompa.
Es verdad que en algunas ocasiones
alzó Su voz, o bien clamó a gran voz,
pero eso nunca se debe interpretar
como haber lanzado gritos desaforados
o histéricos.
Su conducta sobria y austera, y Su
autoridad, le permitían siempre
determinar y discernir cada situación
en que se encontraba, pero sin gritos ni
manipuleos para lograrlo, sino con toda
serenidad y calma.
En fin, que todo Su vivir lo señala como
lo más ejemplar, noble y perfecto que
uno se pueda imaginar.
Al ver algunas expresiones de
supuesto fuego y poder que proliferan
en la actualidad, qué contraste grande y
abismal encontramos entre ellas, y el
vivir y andar de Él, el Cristo del
auténtico fuego celestial!
Aunque suene un poco repetitivo,
volvemos a decirlo: como en todo lo
demás, en este aspecto también Él es
nuestro modelo perfecto y precioso.
Preguntas.-
1) Nombre 6 siervos en el Antiguo
Testamento, en cuyas vidas
encontramos evidencias del fuego
celestial.
2) Establezca una comparación entre
2a. Reyes 1:10 y 12, y Los Hechos 2:3.
3) ¿Es de semejanza o de contraste?
4) Establezca una comparación entre
Levítico 10 :1 y 1a. Reyes 18: 34, 35 y
38.
5) ¿Es de semejanza o de contraste? .
6) ¿Concuerda la experiencia que
Usted ha tenido y tiene, con lo que en
este capítulo hemos definido como
auténtico, a diferencia de las
apariencias de los “fuegos artificiales.”?
7) Si está en desacuerdo, explique por
qué.
Oración.-
Padre Celestial, te doy muchas gracias
por la preciosa llama que un día
encendiste en mi vida. Te bendigo por
cada vez que en medio del fragor de la
lucha, las pruebas y los sinsabores de la
vida, se ha levantado dentro de mí,
dirigiéndose hacia arriba, hacia Ti y Tu
Trono de Gracia .
Dame fortaleza y sabiduría para
alimentarla cada día, a fin de que en el
resto de mi vida siga ardiendo pura y
constante.
Y guárdame también, de todo engaño o
seducción que pudiera deslizarme hacia
fuegos falsos.
No quiero sino lo que es genuinamente
Tuyo. Amén.
F I N