NUEVAS COSECHAS DE ANTIGUAS VERDADES – SEGUNDA PARTE
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NUEVAS COSECHAS DE ANTIGUAS VERDADES
SEGUNDA PARTE
RICARDO HUSSEY
INTRODUCCIÓN
Después de visualizar las cumbres de revelación que nos prodiga Pablo en Efesios 1, mayormente derivadas de esa actividad divina en el pluscuamperfecto previo a Génesis 1: 1, pasamos ahora a una proyección o nivel distinto.
Creemos que no está fuera de lugar que lo hagamos, alternando lo nuevo del libro eterno de Dios con lo viejo del mismo, aunque siempre teniendo bien presente la superioridad del nuevo, hacia lo cual lo viejo del mismo a menudo apunta con sombras y figuras, como así también a veces con predicciones vívidas y certeras.
Esta obra, al igual que la anterior en su tiempo, irá quedando inconclusa por un tiempo, dado que el autor irá agregando capítulos paulatinamente. De manera que lo informamos al lector que pudiera estar interesado, para que periódicamente visite esta 2a. parte en que encontrará nuevos capítulos que se irán añadiendo.
Í N D I C E
Capítulo 1 – La profecía de Joel.
Capítulo 2 – El.El libro de Eclesiastés (a)
Capítulo 3 – El libro de Eclesiastés (b)
Capítulo 4 – El libro de Eclesiastés (c)
Capítulo 5 . El libro de Eclesiastés (d)
Capítulo 6 – El libro de Eclesiastés (e)
Capítulo 7 – La 2a. epístola de Pedro (a )
Capítulo 8 – La 2a. epístola de Pedro (b)
Capítulo 9 – La 2a. epístola de Pedro (c)
Capítulo 10 – La 1a. epístola de Pedro (a)
Capítulo 11 – La 1a. epístola de Pedro (b)
Capítulo 12 – La 1a.epístola de Pedro (c)
Capítulo 13 – La 1a. epístola de Pedro (d)
Capítulo 14 – La 1a. epístola de Pedro (e)
Capítulo 15 – 1a. epístola de Pedro (f)
Capítulo 16 – La epístola de Pablo a Tito.(a)
Capítulo 17 – La epístola de Pablo a Tito (b)
Capítulo 18 – La epístola de Pablo a Tito (c)
Capítulo 19 – La adoración.
Capítulo 20.- El Sermón del Monte. (a)
Capítulo 21.- El Sermón del Monte (b)
Capítulo 22 – El Sermón del Monte (c)
Capítulo 23 – El Sermón del Monte (d)
Capítulo 24 – El Sermón del Monte (e)
CAPÍTULO 1 – LA PROFECÍA DE JOEL
El nombre Joel significa Jehová es Dios, y el de su padre Petuel, ensanchamiento de Dios. No se agrega nada en el texto que nos oriente en cuanto al lugar de su residencia, ni se dice que haya profetizado en el reinado de ningún rey de Israel o de Judá. Seguramente que un erudito en la historia del pueblo de Israel podrá ubicar el tiempo de su profecía con precisión. Por nuestra parte nos ceñimos al versículo 6 del capítulo 3, en que se menciona a “los hijos de los griegos” lo cual colocaría al libro y su autor en una época posterior al cautiverio.
Como en todos los auténticos profetas, en Joel encontramos algo característico y que ya hemos señalado, y que los diferencia fundamentalmente de los falsos. Mientras estos vaticinan paz y seguridad en tiempos de rebeldía, infidelidad e idolatría, aquéllos acertadamente profetizan lo contrario, es decir juicios muy severos, para sólo pasar a promesas de restauración, paz y prosperidad una vez que los juicios hayan llevado a un arrepentimiento sincero y profundo.
Consecuentemente con este principio, Joel comienza por preanunciar una devastación desoladora en el campo, que sería tan absoluta que sus efectos los sentirían todos sin excepción, tanto en el campo los labradores y las bestias del campo, como en la ciudad hombres y mujeres, jóvenes y niños, sacerdotes y ministros del altar.
Para colmo de males, la predicción se extiende a la venida de un fuerte ejército invasor del Norte, que sería irresistible y entraría en la ciudad, subiría por las casas, entrando por las ventanas a manera de ladrones, llenando a todos de pánico y pavor.
La descripción de todo este panorama tan sombrío y horroroso se extiende a lo largo del primer capítulo y hasta el versículo 11 del segundo. Pero a continuación nos encontramos con un fuerte llamado al arrepentimiento que viene de parte de Jehová por medio de Su siervo Joel. El mismo tenía que ser absolutamente genuino. Veamos los ingredientes que debía contener, y que de hecho son típicos de todo auténtico arrepentimiento.
“Convertíos a mí de todo vuestro corazón, con ayuno, y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón y no vuestro vestido, y convertíos a Jehová vuestro Dios.” (2:12-13a)
El hecho de que se diga primera convertíos a mí y luego se reitere diciendo “convertíos a Jehová vuestro Dios” nos señala un punto muy importante. Ese arrepentimiento debía ser para con el Señor por encima de todo lo demás. Aun cuando pueda y deba abarcar mucho más, el arrepentimiento verdadero y real siempre está enfocado prioritariamente al Dios Santo, al cual se le debe todo, y al cual se ha ofendido reiteradamente y con contumacia.
Esta exhortación al arrepentimiento y de convertirse de forma real al Señor, se apoya en la gran misericordia del Señor: “…porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia y que se duele del castigo.” (2:13b) Como tantas veces se ha dicho, siempre emplea primero la exhortación y la advertencia, pero si no surten efecto, muy a su pesar, recurre al castigo. El fin del mismo no es solamente punitivo, sino también como el medio de llegar por la vía del dolor y el escarmiento, a una restauración real e integral.
En los versículos 15 al 17 del capítulo 2 continúa la exhortación a ese arrepentimiento tan necesario, expresada en términos muy tiernos y emotivos.
“Tocad trompeta en Sión, proclamad ayuno, convocad asamblea. Reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, congregad a los niños y a los que maman, salga de su cámara el novio, y de su tálamo la novia. Entre la entrada y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová y digan: Perdona, oh Jehová a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad, para que las naciones se enseñoreen de ella. ¿Por qué han de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?
La respuesta del Dios tan misericordioso no se hace esperar: “Y Jehová, solícito por su tierra perdonará a su pueblo.” Contiene en seguida la promesa de enviar pan, mosto y aceite a ese pueblo tan hambriento por la devastación previa, y hacerlo con tal abundancia que quedarían plenamente saciados.
De esa manera quitaría el oprobio que había representado, por ser el pueblo escogido del Señor, de haber pasado hambre y desolación tanto en el campo como en la ciudad. Además, estaba la gran promesa de alejar a ese ejército del norte tan formidable, y llevarlo a tierra seca y desértica y desintegrarlo hasta el grado de pudrición, y esto por haberse envanecido y haber querido desolar y destruir al pueblo de Dios.
Todavía encontramos más promesas. Debían alegrarse y gozarse porque el Señor Jehová iba a ser grandes cosas. Aun a los animales del campo se les insta a que no teman porque los pastos del desierto iban a reverdecer y la higuera iba a dar su fruto, y como si no bastase, la maravillosa promesa que desde los cielos Él haría descender sobre ellos la lluvia temprana y la tardía, como al principio.
Las eras además se iban a llenar de trigo, y los lagares rebosarían de vino y aceite, y luego sigue la preciosísima promesa del versículo 25: “Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros.”
¡Cuánta verdad hay en esto, aplicable en el reino espiritual a nosotros, que en esta dispensación somos el Israel de .Dios! (Ver Gálatas 5:15-16.)
La oruga, el saltón, el revoltón y la langosta no era ni más ni menos que un gran ejército que el Señor deliberadamente había enviado contra ellos. Todo intento de labrar la tierra provechosa y fructíferamente quedaba totalmente frustrado y desbaratado. Pero eso tenía un fin muy bendito y era el de llevarlos a ese arrepentimiento y a esa conversión al Señor tan necesaria y a la vez tan saludable. Una vez logrado eso, que era totalmente imprescindible, en Su gran misericordia el Señor se compromete a restituirles todo eso que habían perdido, resarciéndolos total y cabalmente.
Quien esto escribe se identifica plenamente con el contenido de este versículo. Según lo consigna en su autobiografía, pasó una época muy oscura que duró en total nueve años. Antes había servido al Señor con esfuerzo y cariño, pero de la manera explicada en la autobiografía, pasó a atravesar esa etapa tan sombría. Al cabo de la misma todavía necesitó un largo período de terapia divina por el enorme daño que le había causado el enemigo durante esos largos nueve años. Pero a la postre comenzó a venir una cosecha en la cual no sólo le fue resarcido todo lo que había perdido, sino que pasó a recibir mucho, muchísimo más.
Por todo esto, bien se puede hacer eco de las palabras de Romanos 12: 33-36. “!Oh profundidad de las riquezas de las sabiduría y la ciencia de Dios! !Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.”
Pero no cabe duda alguna de que el punto álgido del libro de Joel es la predicción del derramamiento del Espíritu, contenida en el capítulo 2, versículos 28-32. El día de Pentecostés, Pedro inmediatamente reconoció que lo que estaba aconteciendo era el cumplimiento preciso de tan importante profecía y la citó en la primera parte de su discurso.
Los puntos principales fueron los siguientes: –
1) En los postreros tiempos el Señor derramaría de su Espíritu. El hecho de que esto fuese seguido por las palabras “sobre toda carne” no debe tomarse al pie de la letra, como si sería sobre todo ser humano del planeta tierra. En cambio, ha de interpretarse que sería de toda clase de personas: hijos, hijas, jóvenes, ancianos, siervos y siervas, y habría profecías, sueños y visiones. Por el versículo 11 de Los Hechos 2 vemos que al hablar en lenguas proclamaban las maravillas de Dios de manera claramente comprensible para cada uno de los que les oían en sus diversas lenguas propias – partos, medos, elamitas, etc. Si bien en el relato no se consigna ningún sueño ni visión, eso no quiere decir que no hayan acontecido, y de hecho, vemos que en Los Hechos 9: 10 Ananías tuvo una visión muy concreta, al igual que Pablo más tarde, según se nos narra en Los Hechos 16: 9. También debemos visualizar que esa proclamación de las maravillas de Dios en tantas lenguas distintas, era como un anticipo de que eso iba a acontecer en todo el orbe con la proclamación de la más grande maravilla de Dios – el evangelio de la gracia suprema y sublime que hoy día se está cumpliendo y va de camino a un cumplimiento completo.
2) Profetizarían hijos e hijas, denotando que sería para ambos sexos.
3) La hermosa promesa de que todo el que invocare el nombre del Señor sería salvo, algo futuro en el libro de Joel, pero feliz y gloriosamente presente para los que estamos en la dispensación de Pentecostés. La misma nos brinda además un fuerte punto de apoyo para la palanca de nuestra fe, valga la expresión, al orar por familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo que aún no se han convertido.
Pedro no citó la parte final de la predicción de Joel – “porque en el monte de Sión, y en Jerusalén habrá salvación como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado.”
Con todo, eso también estaba sucediendo y cumpliéndose cabalmente. De paso añadimos que las palabras “…entre el remanente al cual él habrá llamado” confirman lo dicho anteriormente de que las palabras “sobre toda carne” no significan al pie de la letra la totalidad de la población del mundo en que vivimos.
El libro de Joel termina en el capítulo 3 prediciendo el juicio a las naciones antagónicas u opuestas a Israel, acerca de lo cual nos abstenemos de comentar. En cambio, reiteramos que ese bendito principio en Jerusalén el día de Pentecostés apuntaba a algo que iba a crecer y propagarse por el mundo entero, alcanzando a multitudes de toda raza, lengua y nación, según Apocalipsis 7: 9-17, donde tenemos la gloriosa visión panorámica.
Por cierto que en esto tenemos una culminación imponente y maravillosa de la gran profecía del libro, la cual resalta como una gran perla de múltiples colores y matices, brotada del Señor a través del que sólo sabemos que se llamaba Joel, hijo de Petuel,
como una muestra deleitosa de humildad y pequeñez,
y de grandeza a la vez.
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Capítulo 2.- El libro de Eclesiastés (a)
El autor es el rey Salomón, y es un libro que a primera vista nos presenta, sobre todo para quienes disfrutamos de la dicha de ser hijos de Dios por renacimiento, lo que bien podemos calificar de una abierta contradicción.
Las palabras vanidad de vanidades, todo es vanidad, o bien esto también es vanidad, que aparecen reiteradamente en el texto, por cierto que no concuerdan con nuestra experiencia como hijos de Dios.
Verdad que a veces se pasa por tiempos difíciles, de pruebas y dificultades, pero eso no es la norma, y la bendición de ser verdaderos hijos de Dios con todo el inmenso bien que conlleva, hace que no podamos asentir o corroborar ni mucho menos que todo es vanidad.
Muy por el contrario, la nueva vida en Cristo es una de ricas y profundas satisfacciones, siempre y cuando, desde luego, andemos en obediencia cumplida y en el marco de la voluntad divina cada día.
Pero hay una clave que nos ayudará a comprender este libro, que de otra forma nos quedaría como un gran enigma. La misma se encuentra en tres palabras que también aparecen reiteradamente en el texto, a saber debajo del sol.
Sabemos que no somos de este mundo, y que nuestra ciudadanía está en los cielos. (Filipenses 3: 20) Estamos de paso, como peregrinos y nuestra vida y comunión con el Señor y nuestros hermanos en la fe se desenvuelven en la esfera de lugares celestiales en Cristo Jesús, según se nos dice en Efesios 2: 6, y no debajo del sol, espiritualmente hablando.
Con todo, se nos dice en 2ª. Timoteo 3: 16 que “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia.”
Dios sabe por qué ha querido que se incluya este libro en la Biblia, y a pesar de la abierta contradicción de que hablamos, mirando atentamente podemos entresacar cosas provechosas y edificantes.
Pasamos, pues, a señalar y comentar algunas de ellas.
“Y he visto que la sabiduría sobrepasa a la necedad, como la luz a las tinieblas.” (2:13)
Sencillamente, podemos visualizar a dos individuos a manera de contraste. Uno es prudente en su conducta, cumplidor y respetuoso, y que sabe cuándo hablar y cuándo callar. El otro, por su parte, habla más de lo necesario, a menudo diciendo cosas que mejor sería omitir, y entre otros desaciertos, malgasta el tiempo que muy bien podría invertir en cosas provechosas.
El primero transita por un camino de luz que le resulta muy favorable, mientras que el segundo, en realidad anda en una oscuridad que, a menos que enmiende sustancialmente su proceder, terminará en un muy mal fin.
“Al hombre que le agrada Dios le da sabiduría, ciencia y gozo; mas al pecador da el trabajo de recoger y amontonar para darlo al que agrada a Dios. (2: 26)
Narramos un caso que conceptuamos inaudito, pero que nos consta que fue absolutamente verídico. Un hermano que se encontraba en estrechez económica, repentinamente se sintió impulsado a ubicarse en un lugar determinado en la carretera – probablemente en las inmediaciones de un cruce.
Al poco pasó un vehículo a cierta velocidad, y, casi increíblemente, por una de las ventanillas salió, impulsado por el viento, un buen número de billetes que representaban una importante suma de dinero.
Curiosamente, el vehículo siguió su marcha y pronto desapareció, de manera que el hermano ubicado en las inmediaciones, lo recogió como algo “llovido del cielo” para él.
No sabemos si el conductor, o bien algún acompañante que pudiera haber tenido, era pecador o no, pero lo cierto es que, bien el uno o el otro, sirvió para suplir la necesidad del hermano en cuestión.
Por lo cual, por cierto que en este caso no concordamos con las palabras “también esto es vanidad y aflicción de espíritu” con que finaliza el versículo citado. Lejos de ello, fue una provisión divina para un hombre necesitado, y que, evidentemente era del agrado de Dios.
En el capítulo 3 se nos puntualiza con mucho acierto que “todo tiene su tiempo, y que todo lo que se quiere debajo del sol tiene su hora.”
Sigue luego en el texto una serie de cosas, todas en pares de contraste, y de la cuales comentamos algunas. La primera “tiempo de nacer y tiempo de morir” (3:2) no necesita explicación ni comentario.
No obstante, aplicamos aquí el concepto espiritual de renacer, citando en relación al mismo Oseas 13: 13b:- “…es un hijo no sabio, porque ya hace tiempo que no debiera detenerse al punto mismo de nacer.”
¡Qué bien describen estas palabras a uno que ha oído el evangelio muchas veces y lo ha entendido, pero vacila una y otra vez antes de dar el paso decisivo de entregar su vida a Cristo!
Redargüido y convencido, antes de ir adelante y hacerlo, piensa en las implicaciones de ese paso – la burla de algunos amigos, la oposición de alguien cercano, la suegra por ejemplo, o tener que asistir asiduamente a las reuniones en lugar de otras cosas que le resultan muy atractivas, y en fin, un sinnúmero de obstáculos, y en vez de ser sabio y valiente, a último momento se echa atrás.
Que no haya ningún lector que se encuentre en esa situación tan desacertada y peligrosa.
“Tiempo de llorar y tiempo de reír…” (3:4) Ése es el orden correcto, y quienes en su trayectoria lo hacen a la inversa, es decir, empiezan por reírse, y más de la cuenta, a menudo terminan tristes y amargados.
Tenemos presente el caso de un joven de unos veinte abriles, a quien conocimos cuando todavía residíamos en la Argentina. Continuamente buscaba formas de bromear y hacer chistes, al punto que se le decía con cierta ironía, «Miguel. que así se llamaba, ¿qué vas a hacer cuando seas grande?»
Tristemente oímos que en su etapa final terminó muy amargado.
Nos parece oportuno recalcar aquí que hay tres formas de llorar y tres de reír. Tanto la una como la otra puede ser la de los demonios, que a veces hacen lo uno y a veces lo otro, con un llorar o reír falso y engañoso. También hay una segunda forma natural de llorar, como válvula de escape de una congoja interior, o de reír por algo realmente cómico. Finalmente, una tercera forma de llorar por estar quebrantado por el Espíritu, o bien reír de un gozo, también del Espíritu, brotados ambos de lo más profundo del ser.
Dos contrastes más que no hace falta explicar, pero que son muy aplicables cuando la ocasión sucede. “…tiempo de callar y tiempo de hablar…” (3:7) otra vez en el orden correcto, “…y tiempo de guerra y tiempo de paz…” (3:8) pensando en cuanto a esto último en el nivel o terreno espiritual.
“Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.” (3: 11)
Un versículo riquísimo que seguramente en más de una ocasión se ha prestado para una predicación saturada de muchas importantes y preciosas verdades.
No nos dejamos tentar a extendernos, dándole el amplio comentario que se merece, sino que nos conformaremos con sintetizarlo en unos pocos párrafos.
Desde el encanto de la criaturita recién nacida, que a poco empieza a mirar alrededor, acostada en la cuna, viendo cosas que la rodean que nunca ha visto antes, en un mundo nuevo para él al cual acaba de llegar; siguiendo por la infancia, la niñez, la adolescencia, la juventud, el noviazgo con miras al matrimonio, la mediana edad y las canas honradas de una madurez y ancianidad en que se ha aprendido tanto de los más variados matices – todo lo ha hecho hermoso nuestro maravilloso Dios
Pero debemos recalcar la importancia de que todo tiene su tiempo. Si por ejemplo la alegría de oír a la criaturita balbucear un papá o mamá se posterga más de lo normal, o bien continúa un buen tiempo sin más progreso en el hablar, eso ya no es hermoso, sino una señal de dolor para los padres, que ven en ello un triste retraso.
Igualmente, si el noviazgo comienza demasiado pronto, muy bien puede acarrear consecuencias lamentables.
Por algo Dios en la creación ha dispuesto la maduración de las cosas. Nos explicamos: si vamos a un ciruelo y recogemos de su fruto antes de tiempo, habrá que tironear para desgajarlo, y al llevarlo a la boca nos encontraremos con un gusto muy agrio. Por el contrario, si esperamos que el sol, el viento y el tiempo hagan su parte, al recogerlo casi se nos caerá en la mano sin ninguna necesidad de tirar para arrancarlo, y disfrutaremos de un sabor dulce y jugoso.
Pero a todo esto hay que añadir las palabras claves del versículo –“…ha puesto eternidad en el corazón de ellos…” es decir, del ser humano.
¡Qué verdad que la mayoría de las personas, antes de que les amanezca la luz de la verdad divina, que es tan importante, viven como si los años de vida aquí en la tierra fueran lo único, sin un más allá!
E incluso no deja de ser cierto que aun creyentes convertidos a la fe del evangelio, no pocas veces viven para el presente terrenal, casi sin poner para nada la mira en el siglo venidero.
La parte final del versículo – “…sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”– hace que nos tengamos que extender más de lo que esperábamos.
Sobre todo para los que tenemos la dicha de ser hijos de Dios por renacimiento, al crecer y desarrollarnos en la fe empezamos a entender que el Soberano Creador y Dios Supremo nos conocía muy bien, aun antes de ser un pequeño embrión en la matriz de nuestra madre – que tenía un planificación individual y personal para cada una de nuestras vidas, y algunas o muchas más cosas.
Con todo, nos damos cuenta, por la maduración y las verdades de las Sagradas Escrituras, de que ha habido un sin fin de actividad divina a nuestro favor, tan vasta que está fuera de nuestro alcance entenderla toda en su inmensa magnitud. Tenemos que concluir que eso sólo será posible en la vida venidera, cuando conoceremos como somos conocidos, según 1ª. Corintios 13: 12.
Debo acotar que todo esto que vengo escribiendo, me ha motivado a volcarlo en la prédica oral, junto con muchas otras cosas que, por razones de espacio, no van consignadas aquí.
Como el capítulo se ha extendido más de lo esperado, suspendemos aquí para continuar en el siguiente.
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Capítulo 3 – El libro de Eclesiastés (b)
Continuamos entonces citando 3: 14.- “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios para que delante de él teman los hombres.”
Si bien nos queda todavía mucho terreno por delante, creemos que éste es el versículo cumbre del libro, y que constituye una perla pura, brillante y preciosísima.
Las palabras “todo lo que Dios hace” denotan con toda claridad que no hay excepciones – cuanto hace – y por añadidura, cuanto dice – brota de Su personalidad total y absolutamente perfecta, de manera que no hay posibilidad alguna de error ni nada que se asemeje.
Esto, digámoslo de paso, hace que al inclinarnos en adoración y sumisión a Él estemos pisando terreno sólido y seguro, y haciendo lo que en verdad es propio y consecuente que hagamos.
Pero, como consecuencia de esa perfección tan absoluta, pretender ya sea agregar o bien quitar, siquiera en parte, a lo hecho o dicho por Él, es una temeridad y algo totalmente irreverente, brotado sin duda de un corazón entenebrecido y obstinado.
Tomamos dos temas muy importantes en que la aplicación de esta verdad se presenta en vivo relieve.
El primero está muy cerca del final de Apocalipsis, en los versículos 18 y 19 del último capítulo. En los mismos se hace una solemne advertencia que parafraseamos así: “He escrito mi libro sagrado. Nadie se atreva a añadir al mismo, o quitar de él, so pena de que vengan sobre él las plagas del libro, o que se quite su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad, respectivamente.
¡En qué situación horrorosa se ubican quienes cuestionan o niegan la veracidad de la Biblia, ya sea parcial o totalmente!
Desde luego que hay cosas en ella que escapan de nuestra finita y parcial comprensión. Pero si comprendiésemos todo lo que dice y hace el Dios Eterno Omnisciente, Omnipotente y Omnipresente, seríamos de la medida Suya, y en cambio ¡cuán diminuta e insignificantemente pequeños somos, ante el Gran Gigante de la Eternidad!
Y por supuesto la postura más prudente y sabia es dejar a un lado por ahora lo que no entendemos, seguros que en el más allá, cuando conoceremos como somos conocidos, lo habremos de comprender cabalmente.
Todo esto con la importante reflexión de que, loado sea Dios, lo que nos interesa en el terreno práctico de cómo proceder, hablar y conducirnos en general para agradarle a Él, el Juez Supremo, está clarísimo en el más amplio sentido de la palabra.
Pasamos ahora al segundo tema, relacionado con la obra y el sacrificio expiatorio hechos en el Calvario por nuestro amado Señor Jesús.
Las Escrituras nos dan amplio testimonio de que Sus palabras finales muy poco antes de expirar – Consumado es – definen cabalmente lo que fue una obra perfecta y totalmente eficaz y suficiente.
Damos algunas citas al respecto sin consignar el texto: Hebreos 9: 12b, 9:26b 10: 10 y 10: 14.
Hablando del pueblo de Israel, mayoritariamente ajeno a la fe del evangelio hoy día, Pablo escribe: “Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios.” (Romanos 10: 2-3)
En esta actitud hay algo terco y autosuficiente, que al mismo tiempo, de manera insultante, niega validez al glorioso sacrificio del Calvario.
Como Pablo bien lo puntualiza en Gálatas 2: 21:- “No desecho la gracia de Dios; si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.”
Para mayor abundamiento, consignamos algo importante relacionado con el famoso siervo de otrora Carlos Finney. Como es bien sabido, él había sido abogado, y por eso naturalmente comprendía abogacía y todo cuanto concierne a la ley y a los requerimientos de la justicia, de la manera que nosotros, que somos profanos, careciendo de conocimientos y autoridad en la materia, no podemos alcanzar a comprender.
Creo recordar que en su autobiografía, o por lo menos en uno de sus escritos, él narró que a veces convocaba a colegas suyos y les explicaba el sacrificio expiatorio de Cristo, con la minuciosidad propia de su elevada comprensión del mismo.
Los que lo escuchaban quedaban rendidos ante la evidencia de algo perfecto, en que no quedaba sin cubrirse el más mínimo requerimiento de la ley y la justicia más estricta y severa. Así, se convertían al Señor totalmente convencidos, y termino agregando que para él ¡eran la clase de personas más fáciles de llevar al Señor!
No sé cuántos abogados podrá el lector haber llevado a los pies de Cristo. En cuanto a quien esto escribe, que sepa ¡en su dilatada trayectoria aún no ha logrado hacerlo con ninguno!
Retomando el hilo, es evidente que la justicia por la ley resulta inalcanzable para todo ser humano librado a sus propios recursos, por ser Dios un Ser tan Santo, Sublime y Majestuoso. De ninguna manera podría ninguno de nosotros cumplir ni siquiera remotamente los altísimos requerimientos de la misma..
Esto lo subrayó muy clara y acertadamente Pedro en la gran polémica en que los judaizantes insistían en que los gentiles debían guardar la ley, tratada en Jerusalén según se la narra en Los Hechos 15.
Dijo en el versículo 10:- “Ahora pues, ¿Por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Y a esto agregó en el versículo siguiente:- “Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús, seremos salvos de igual modo que ellos.”
¡Cuánto más fácil y bendito recibir gustosamente la oferta gratuita de perdón y vida nueva en Cristo, que con tanto amor y bondad se nos ofrece!
Como este capítulo se hace bastante extenso, pasamos al siguiente.
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Capítulo 4 – El libro de Eclesiastés (c)
Continuamos citando 10:11:- “Si muerde la serpiente antes de ser encantada, de nada sirve el encantador.”
La sencilla pero contundente verdad de este versículo, contiene algo plenamente aplicable a la situación en que vive y se desenvuelve hoy día nuestro mundo occidental.
Efectivamente, la forma en que se construyen polideportivos con piscinas, canchas de fútbol, tennis, fútbol sala, frontennis, etc., la seguridad social para el cuidado de la salud y la promoción de la longevidad, los salones de ocio y recreo para la edad media y avanzada – en fin, todo eso de que se disfruta para el bienestar y la felicidad, y sin embargo, ¡qué desconcertante y triste a la vez ver que poco o nada de esos fines se logra!
Por el contrario, el crimen, la delincuencia, la drogadicción, matrimonios destrozados ya sea por incompatibilidad o infidelidad, la falta de respeto a los mayores, la insumisión o abierta rebeldía, la corrupción moral que lleva a tantos y tantas a conducirse de la forma más inescrupulosa con tal de hacerse de pingües sumas de dinero – y en fin, todo un mundo de maldad que aflora por doquier.
La razón está en que la maldita serpiente, en un principio dio una mordedura venenosa al hombre y a la mujer que le prestaron atención, dándole la espalda al Dios Creador que les había dado todo.
Como sabemos, el encantador, valiéndose de una musiquilla grata y placentera, logra apaciguar a la serpiente, aunque sólo transitoriamente.
Pero loado sea Dios, la solución divina ha venido por un medio totalmente distinto. El amado y eterno Hijo de Dios se encarnó y vino a este mundo, pero por cierto no para tratar de apaciguar a la serpiente con melodía dulce y suave, sino para darle un golpe de gracia certero, final y terminante.
Ya a muy poco de acontecer la mordedura a nuestros primeros padres Adán y Eva, vino la promesa de que la simiente bendita – Cristo – si bien iba a ser herida en el calcañar, le habría de herir a ella – la serpiente – en la cabeza.(Génesis 3: 15b)
Hacemos una importante reflexión sobre estas dos cosas. En la prédica oral, y también por escrito, hemos puntualizado que el dolor espiritual, emocional, anímico y físico que experimentó el bendito Crucificado a favor nuestro, en ese largo túnel del Getsemaní al punto final del Calvario, es algo que en su total magnitud sólo podremos comprender cabalmente en el más allá, cuando conozcamos en plenitud como somos conocidos. (1ª. Corintios 13: 12b)
Y sin embargo, a todo eso en esta predicción de Génesis 3: 15 que hemos citado, se lo compara – sorprendentemente – ¡a una mera herida en el talón, que duele de verdad, pero que a poco tiempo se sana, cicatriza y desaparece!
Por el contrario, la herida en la cabeza es un golpe final y definitivo, y eso es lo que le pasó a la serpiente en el Calvario – ha recibido un golpe de gracia que ha desmoronado su reino por completo y ha quitado el pecado de la tierra y del mundo. (Zacarías 3: 9b y Juan 1: 29)
¡Bendita solución divina! Y además, puesta al alcance de todo aquél que, humillado, y arrepentido de sus muchas faltas y pecados, reciba en su corazón el perdón – total, gratuito y eterno – junto con una nueva vida, totalmente distinta, en Cristo Jesús.
“Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal.” (4: 11)
Que hoy día, en nuestra democracia del mundo occidental, en general la ley es demasiado blanda para con la delincuencia, es un hecho evidente y creemos que deben ser muy pocos los que opinan lo contrario.
Algunas cárceles cuentan con calefacción y aire acondicionado, e incluso televisión para el uso y beneficio de los presos, amén de otras facilidades, según el caso.
Nos viene a la mente un caso, muy risueño por cierto, de un hombre de negocios cuya empresa quebró, de manera que quedó en la más absoluta indigencia.
Para solucionar el problema básico de no tener ni para comer ni para pagar el alquiler, hizo algo inaudito. Fingió cometer un atraco – de un banco, creo – logrando así el fin de que se lo pusiera preso, y de esa forma ¡contar con alojamiento y comida gratuitos!
Aunque cueste creerlo, fue un caso verídico, que aconteció en España hace más o menos un par de años, aun cuando no podemos precisar en qué lugar de la península.
Recordamos otro muy distinto, y que ilustra la contundente eficacia de un trato muy severo del criminal o delincuente. Nos lo narró hace unos buenos años una hermana en Cristo que conocimos en la localidad de Lérida y que con anterioridad había residido por un tiempo en Venezuela.
Sucedió que falleció un hijo del primer mandatario del país, y llegaron junto con las consabidas condolencias, muchas ofrendas florales, y además una de oro – seguramente de una persona muy pudiente.
Un pillo la robó, pero bien pronto lo descubrieron y apresaron. La medida adoptada fue cortarle una mano, y dejarlo encerrado en una isla rodeada de yacarés.
La hermana me aseguró que después de eso, uno se podía fiar que no le iban a robar la cartera o billetera, ni el automóvil, aunque se lo dejase sin echarle llave.
Si bien no opinamos como lo más indicado que se le haya cortado la mano, pensamos que por cierto es un caso que puntualiza la eficacia de una mayor severidad con la delincuencia. Por el contrario, cuando la ley y el trato de la misma no son realmente estrictos y severos, inevitablemente tiende a incrementarse.
“Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios.” (9: 7)
Interpretamos este versículo en el sentido de una maduración espiritual, que conlleva agradar al Señor como norma, dejando atrás los altibajos que se experimentaban anteriormente.
Jesús afirmó en Juan 8: 29: “Porque el que me envió conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.”
Subrayamos siempre porque hace resaltar la perfección del amado Señor Jesucristo – nunca ni siquiera el menor atisbo de obediencia parcial, antes bien total y absoluta, y sobre todo en la vía dolorosa que se extendió desde el Getsemaní hasta Su muerte en el Calvario.
La maduración es una meta muy deseable, a la cual debemos aspirar todos, tanto en el aspecto natural del desarrollo y crecimiento, como en todas las demás facetas de la vida.
Ya hemos puesto el ejemplo de la ciruela verde y la madura. Así como esta última es la vida que espiritualmente ha madurado. Lejos de traer lo desagradable que a menudo resulta de la inmadurez, da plena satisfacción al Señor, Quien así se complace en darle señales de Su presencia aprobatoria.
Más sobre la maduración en el capítulo siguiente.
Por último, una reflexión final sobre este punto. No creemos rebuscado asociar el comer el pan con gozo y beber el vino con alegre corazón del texto del versículo, con la comunión. No nos referimos solamente a la participación de la Santa Cena, como solemos llamarla, sino que la hacemos extensiva a una vida que disfruta de una rica comunión espiritual con el Señor, en un vivir delante de Él bajo un cielo despejado, límpido y radiante, con el Sol de Justicia Increado brillando en todo su esplendor.
El lector advertirá que se trata de un nivel muy elevado, el cual quien esto escribe no pretende haber alcanzado de forma permanente. No obstante, las ocasiones en que lo logra, le sirven de estímulo para perseverar y progresar en una marcha ascendente.
Humilde y amorosamente animamos a cada uno a proponerse escalar posiciones en este sentido en su andar cotidiano.
Interrumpimos en este punto para continuar en el capítulo siguiente.
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Capítulo 5 .- El libro de Eclesiastés (d)
“Goza de la vida con la mujer que amas todos los días de la vida…, que te son dados debajo del sol,… ; porque ésta es tu parte en la vida y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol.” (9:9)
Creo que esto sencillamente es lo que se nos dice en Efesios 5: 25-29, recalcando las palabras finales del versículo 28:- “…El que ama a su mujer a sí mismo se ama.”
La conclusión lógica es que quien no lo hace, no se ama a sí mismo, y todo el daño que le pudiera hacer a su mujer con su falta de amor, aunque tal vez sin darse cuenta, se lo está haciendo a sí mismo.
Inversa o recíprocamente, todo el daño que la mujer le pueda hacer a su marido por cualquier causa que fuere, en realidad se lo está haciendo a sí misma.
Añadimos la hermosa exhortación de Proverbios 5: 18-19:- “Sea bendito tu manantial y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre.”
Que el Señor nos ayude a ser mejores maridos y esposas.
«En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza.” (9: 8)
Desde luego que esto no significa vestir un delantal blanco bien almidonado, sino abstenerse de todo lo que sea sucio, impuro, torcido o carnal.
La lista sería casi interminable, pero si a lo dicho añadimos el dejar de lado toda sonrisita falsa, guiñadita de ojos y la lengua suelta y descontrolada, el chiste verde o de mal gusto, o celebrarlos cuando otros lo cuentan, tendremos una idea bien clara de qué se trata: – santidad, sin la cual nadie verá al Señor, como se puntualiza en Hebreos 12: 14b.
Debemos agregar que no en vano el versículo citado comienza diciendo En todo tiempo. Es decir, no sólo el domingo cuando estamos con los hermanos, sino también durante la semana, a menudo rodeados de compañeros de trabajo incrédulos que no vacilan en soltar malas palabras y aun blasfemias, y muchísimas otras cosas de índole totalmente mundana.
Pasando ahora al ungüento, debemos señalar algo importantísimo:- si bien a menudo se suele decir simplemente la uncíón, al describírsela en Éxodo 30: 22-33 se la llama unción santa.
Aquí es donde añadimos más sobre la madurez. Lo hacemos basándonos en Hebreos 5: 14 donde se describe a los que han alcanzado madurez, diciendo “para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.”
Aun cuando hay un margen de falibilidad en todo ser humano, debemos señalar que, en general, a la madurez no se le pasa gato por liebre.
No son pocas las veces que hemos oído o leído acerca de predicciones de gran bendición pronunciadas en diversas situaciones. Por ejemplo, ministerios del extranjero sobre personas que les han abierto la puerta invitándolos a España, y, tal vez como reconocimiento, les han vaticinado grandísimas cosas, que a veces no cabe otra forma de describirlas que llamarlas delirios de grandeza.
Un hermano y consiervo avezado, fundadamente escéptico en cuanto a una predicción de una hermana que, supuestamente, iba a tener una labor apostólica por todo el país, conociendo bien a la misma, me señaló significativamente que ¡conociendo a la vaca, uno sabe la leche que de ella se puede esperar!
La intención en dar esas predicciones puede ser buena, pero en realidad el efecto que producen a la larga resulta muy perjudicial. Se espera ese gran día en que esas maravillas van a empezar a suceder, y en tanto no llegan, siguen las lagunas y los altibajos y no se vive en la realidad del presente, sirviendo al Señor con humildad, amor y devoción, aun en lo que parece pequeño.
Como dijo Jesús en Lucas 16:10 “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel…”
Mejor es una onza de oro puro, que una tonelada de madera, heno y hojarasca.
En el terreno práctico de la vida en la iglesia primitiva, en el libro de Los Hechos sólo encontramos dos profecías predictivas, ambas dadas por un reconocido profeta de nombre Agabo. Tanto la una como la otra – ver Los Hechos 11: 28-30 y 21:10-11 – predecían dificultades o peligros que sobrevendrían.
Para mayor abundamiento, citamos 1ª. Tesalonicenses 3: 4 donde encontramos lo siguiente, escrito por el apóstol Pablo:– “Porque también, estando con vosotros, os predecíamos que íbamos a pasar tribulaciones, como ha acontecido y sabéis.”
En ningún caso vemos que se hayan predicho grandes bendiciones, como el levantamiento de la iglesia gentil en Antioquía de Siria, ni el levantamiento de la iglesia de Éfeso más tarde bajo el ministerio de Pablo.
Pasando ahora al ungüento sobre tu cabeza – es decir la unción santa – notemos que en los versículos 23 y 24 del capítulo 30 de Éxodo en que se la describe, se especifican los ingredientes precisos que debía contener, y en el 25 se señala que de ellos se haría el superior ungüento “según el arte del perfumador.”
Interpretamos que esa precisión en cuanto a los ingredientes – no se dice aproximadamente, sino la cantidad exacta de cada uno – nos habla de la debida y cumplida concordancia con la palabra de Dios, las Sagradas Escrituras.
Por otra parte, el arte del perfumador nos sugiere una originalidad y frescura totalmente ajenas al molde fijo, o la copia por el papel carbónico, por así decirlo.
No resulta fácil definirla exactamente y en términos prácticos. Tal vez podríamos decir que tiene un no sé qué indefinible, que la hace viva y fresca, con originalidad y gracia, y que al mismo tiempo – con toda seguridad – resulta muy convincente para quien sabe oír y discernir.
Concluimos citando otra vez el mismo versículo, como una amable y cortés exhortación a cada lector, la cual, por nuestra parte, también asumimos.
“En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza.”
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Capítulo 6.- El libro de Eclesiastés (e)
“En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza.” (9: 8)
Volvemos sobre este versículo dado que como dijimos, es clave, y cuya interpretación, aplicada a nuestro andar diario en la dispensación de la gracia en que nos encontramos, nos abre un amplio abanico de verdades, todas ellas de carácter absolutamente fundamental. Agregaremos dos o tres cosas nuevas, reiterando alguna de importancia sobresaliente.
En términos prácticos, nada de mentiras ni trampas, ni de chistes verdes, ni de reírnos festejándolos cuando otros los cuentan; irreprochables en el manejo del dinero, cuidándonos de que nuestros ojos no miren dónde no debe, y cómo no debe un verdadero hijo de Dios, lo que incluye películas obscenas o de crimen y violencia, ya sea en videos o en la televisión. Aunque esto sea una repetición, nunca se puede insistir demasiado – tantos prestan un asentimiento mental toda vez que se lo menciona, pero nos tememos que en la práctica no lo toman con la debida seriedad.
El versículo en que estamos es muy breve, pero en el mismo se menciona una segunda cosa de vital importancia: el ungüento, lo que nos lleva a la hermosa verdad de la unción.
La inferencia es muy clara: si vivimos y andamos a diario de blanco ante Dios y los hombres, disfrutaremos de la preciosa unción; en caso contrario, descartémosla por completo.
Esto no es un mero detalle por cierto. Existe una unción que no es santa – una falsificación de la auténtica.
Nos explicamos con ejemplos ilustrativos. Hace unos buenos años en una iglesia determinada – preferimos no especificar lugar ni nombres – un pastor se encontraba muy perplejo, dado que un joven predicador de la iglesia había estado trayendo mensajes que traían cosas de alto vuelo, por así decir, y que parecían deleitar a la congregación. A poco, lamentablemente, se descubrió que estaba en adulterio con una hermana menor de su mujer.
Tuvimos que explicarle que era una unción falsa, totalmente ajena a la verdadera, propia de quien vive limpiamente y cerca del Señor cada día.La verdadera unción proviene de la gracia de la tercera persona de la Trinidad, que por algo se llama el Espíritu Santo.
Ya que estamos en este tema, tenemos que referirnos también a predicciones proféticas de avivamiento o gran bendición que venimos oyendo desde hace muchos años.
En nuestra dilatada trayectoria sirviendo al Señor, mayormente en España, la primera predicción de avivamiento de que oímos era que vendría desde Menorca, de Este a Oeste; más tarde hubo una que decía que en el Levante se irían encendiendo pequeños fuegos de avivamiento, que gradualmente se extenderían por toda la Península Ibérica.
Con posterioridad otra – ahora el avivamiento comenzaría en Andalucía, y todavía otra que comenzaría en Cataluña, con detalles como el renacimiento de las bellas artes en la región, y el envío de misioneros a muchas otras partes del mundo.
Hasta el día de hoy, que sepamos, ninguna se ha cumplido.
Añadimos que a veces pensamos que el maligno se divierte en todo esto, viendo la forma en que creyentes incautos que se creen las pseudo-profecías, desperdician preciosos días de su vida en que podrían estar sirviendo al Señor útilmente, y en vez, están esperando el gran día que nunca llega.
Debemos aprender a distinguir entre lo aparente y lo real y genuino.
Corresponde ahora que pasemos a hablar algo más sobre la unción santa.
En Éxodo 30: 32 se nos dice que «sobre carne de hombre o sobre extraño no debía derramarse….» Esto habla claramente de por sí.
Debe llevar, como algo que nunca se puede enfatizar demasiado, el respaldo de una vida limpia y de quien vive cerca del Señor cada día.
También debemos puntualizar que muchas veces, quien es así usado por el Señor, no es consciente de la bendición que está impartiendo. Quien esto escribe en no pocos casos, recién después de varios o aun muchos años, ha llegado a enterarse de repercusiones benéficas de lo que ha ministrado.
Tal vez debemos acotar el contraste con informes que en algunas ocasiones se dan de campañas en países del África, por ejemplo, donde a veces, a poco de terminar una gira evangelística, se informa que en la misma se convirtieron decenas o centenas de miles.
No desestimamos el esfuerzo y sacrificio de muchos que con denuedo sirven al Señor responsable y noblemente en esas tierras.
Por otro lado, después de un período de un año, digamos, si se volviera al lugar de esas campañas, uno se pregunta cuántos, de los miles que hicieron profesión de fe, se encontraría que perseveran y dan muestras de ser verdaderos convertidos
Concluimos el capítulo y el estudio del libro citando otra vez el versículo 9: 8, como una reiteración a que aspiremos a que sus dos verdades claves se cristalicen plenamente en nuestras vidas.
“En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza.
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Capítulo 7 – La 2ª. Epístola de Pedro (a)
Algunos se preguntarán por qué no tratamos la 1ª. Epístola de Pedro antes de la segunda. La verdad es que, aunque ambas tienen un riquísimo contenido, la inspiración por ahora se nos inclina por la segunda.
Hace unos buenos años nos disgustó en extremo leer en una Biblia comentada, en la introducción a esta epístola, las palabras el autor de esta epístola es incierto.
Decir que la autoría de la epístola es incierta, equivale a sugerir que probablemente fue escrita por un impostor, lo cual nos resulta totalmente inadmisible.
Somos de los antiguos, de los fieles que creen que la Biblia que Dios nos ha dado es Su verdadera palabra, y afortunadamente nos sabemos acompañados de los muchísimos verdaderos fieles que también lo creen de todo corazón.
También recordamos el sacrificio de nobles siervos del pasado que arriesgaron sus vidas, y algunos hasta sufrieron el martirio luchando para que pudiésemos tener la preciosa palabra divina en nuestra propia lengua. Sepamos valorarla y atesorarla debidamente.
Tras la salutación dirigida a los que habían alcanzado por la justicia divina una fe igualmente preciosa que la suya, y desearles que la gracia y paz les fuesen multiplicadas en el conocimiento de Dios y del Señor Jesús, Pedro se despacha con los versículos 3 y 4, saturados de maravillosas verdades. Los citamos antes de pasar a comentarlos.
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.”
Al hablar de la vida y la piedad, se está refiriendo a nuestro andar cotidiano dentro del marco del temor y amor del Señor, que nos impulsa a buscar el bien en todos los aspectos de la vida, a fin de agradarle en todo.
Para ese fin nos han sido dadas todas las cosas necesarias, para ponerlas no sólo a nuestro alcance, sino también a nuestra entera disposición – es decir que por Su divino poder recibimos una provisión completa y absoluta.
Y de esa provisión se disfruta mediante el conocimiento de Aquél que nos ha llamado por Su gloria y excelencia.
Estos dos atributos – la gloria y excelencia divina – van mucho más allá de lo que pudiera denotar una reflexión breve o superficial.
En la conclusión del Padre Nuestro Jesús dijo: “…porque tuyo es el reino, el poder y la gloria.”
Por su parte, Pablo en Efesios 1: 17 escribe: “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de Gloria…” Es decir, que lo describe como el progenitor de la gloria, en cuya persona enteramente gloriosa tiene su origen toda la gloria más excelsa.
Debemos acotar que, estrictamente hablando, hay glorias relativas. En 1ª. Corintios 15: 40-41 se nos dice que hay la gloria de los cuerpos celestiales, como así también la del sol, de la luna y de las estrellas, y que una estrella es diferente de otra en gloria.
Pero todas éstas, como decimos, son glorias relativas, recibidas del Supremo Creador, y brotadas de Su gloria majestuosa y sublime.
En cuanto a Su excelencia ¿qué más podemos agregar que no sea referirnos a Sus atributos de Omnisciencia, Omnipresencia y Omnipotencia?
Tal vez que Su grandeza es inescrutable, como se nos dice en el Salmo 145: 3, y también remitir al lector al pasaje de Isaías 40 que se extiende del versículo 12 al 18, donde de forma casi diríamos aplastante se describe al incomparable Dios y a Su Espíritu. Citamos parte del mismo: “He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo” rematando así: ¡“Como nada son todas las naciones delante de él, y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es.”!
En el versículo siguiente se nos habla de las preciosas y grandísimas promesas que nos ha dado, por medio de ésa, Su gloria y excelencia, con el fin de que podamos llegar a ser participantes de la naturaleza divina.
Esto nos lleva a algo maravilloso, que no es de mi propia cosecha, sino que ha sido dicho antes por más de un siervo del Señor, pero que me complazco en consignar:-
EN CRISTO HEMOS GANADO MÁS DE LO QUE PERDIMOS EN ADÁN.
Efectivamente, por la redención en Cristo Jesús hemos recuperado la comunión con el Dios Vivo y Verdadero, el poder entrar libremente en el Lugar Santísimo por la preciosa sangre vertida en el Calvario, ser hechos justicia de Dios en Él, a cambio de la desnudez del pecado que nos legó Adán, y mucho más.
Pero también hemos ganado algo que Adán no tenía. Él fue creado como un ser limpio, dotado de sabiduría, buena salud y mucho más, pero no con la naturaleza divina.
Esto es una gloria exclusiva del Nuevo Pacto: – la maravilla de que por un engendro del Espíritu Santo seamos depositarios de la naturaleza – la forma de ser – o bien, la disposición y el carácter de la mismísima Deidad.
Por cierto que es una verdad dichosa que nos debe llenar de regocijo. Al mismo tiempo, debemos tener muy presente que conlleva una gran responsabilidad: la de vivir y andar en el Espíritu, cuidando que esa bendita naturaleza sea lo que rige nuestra vida.
Todo este bien que antecede Pedro lo convierte en un trampolín para lanzar una rica y sabia exhortación. La citamos antes de pasar a comentarla.
“…vosotros también poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; al afecto fraternal, amor.”
“Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.” (1: 5-8)
Llama la atención la forma en que la gracia del Señor pudo inculcar a este pescador, hombre del vulgo y sin letras, la gran sabiduría y madurez que denota esta exhortación, como así también todo el resto de la epístola – al igual que la primera – desde luego.
También debemos tener en cuenta que a esta altura se acercaba al final de su carrera, y los años de servicio al Señor, con toda la rica gama de experiencias vividas, seguramente habían tenido un papel importante en esa asimilación tanto de sabiduría como de madurez.
En efecto, los años, siempre que estén bien aprovechados, enseñan a dejar atrás lo propio de un bisoño o inmaduro, el cual, al exhortar, podría muy probablemente hacerlo en términos bastante distintos. Más bien se inclinaría por la superficialidad de cosas tales como el poder, resultados prácticos y numéricos, y otras de índole semejante.
Las cualidades de la exhortación de Pedro tienen que ver con el carácter de cada uno, y eso es lo que ha de perdurar – es decir, el ser por encima de hacer.
Un creyente puede desarrollar muchas labores y hacer muchas obras buenas, pero si en su carácter adolece de la falta de cualidades virtuosas, seguramente que no recibirá la mirada aprobatoria del Señor.
Antes de pasar a lo que Pedro exhorta a que se añada a la fe – siete cosas en total – antepone las palabras poniendo toda diligencia por esto mismo.
En efecto, el ser depositarios de todo el bien del versículo 5, supone un privilegio tan grande, que nos coloca a todos en una obligatoriedad moral ineludible.
De ninguna forma debemos responder a tan grande bien con algo que sea menos que toda diligencia. Buscando otros vocablos más o menos parecidos diríamos con esmero, a la par que con ahínco y devoción, agregando por supuesto que todo ello en consideración de Quién y para Quién lo hacemos.
Viéndolo desde el punto de vista del contraste, tanto la tibieza como la mediocridad se da por sentado que deben quedar totalmente descartadas.
Pasando ahora a considerar cada una de las cualidades que se nos exhorta a añadir a nuestra fe, encontramos que la primera es virtud. Debemos pensar primeramente en una inclinación o tendencia a hacer el bien, a veces, aun cuando vaya en contra de nuestro beneficio o comodidad.
Pero la palabra virtuoso, derivada de virtud, nos da otra acepción importante. Se dice que alguien es un virtuoso del violín, por ejemplo, para señalar que lo toca con excelencia.
Así, cuánto hagamos – siempre recordando para Quién lo hacemos – que sea con excelencia, con nuestro mejor esfuerzo. En ello tendremos la feliz conjunción del carácter con el obrar, o bien, el ser con el hacer.
La siguiente cualidad en la lista de siete es conocimiento. No debemos entenderlo, desde luego, como conocimiento adquirido por el estudio académico, ya sea en cultura general, o en una rama determinada, como podría ser medicina, filosofía, psicología, ciencias naturales, etc.
Por supuesto que no desechamos el valor del estudio en general, como parte indispensable en la preparación de cada uno con miras a seguir una carrera determinada, o sencillamente a ganarse la vida.
No obstante, el conocimiento a que Pedro se refiere, se relaciona con el andar delante de Dios y de nuestros semejantes de una manera sabia y prudente, y desde luego, que condiga con el buen ejemplo que siempre debe dar un hijo de Dios.
La siguiente cualidad es el dominio propio. Tiene aplicación con el comer y beber, pero también se hace extensiva a cualquier afición que se tenga, a un deporte determinado por ejemplo, y que en ningún caso debe ser obsesiva.
Sabemos que algunos personas, debido a su metabolismo padecen de obesidad, pero en líneas generales no cuadra que un creyente, y menos un siervo del Señor, sea un panzón ni dado a la bebida. Esto último, digámoslo de paso, lo descalificaría para ocupar un cargo en un presbiterio o diaconado, según lo señalado en las epístolas a Timoteo y Tito.
A continuación Pedro añade paciencia. En Lucas 21: 19 el Señor dijo muy significativamente “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas.”
Recordamos un caso algo risueño que pensamos que se presta para ilustrar la importancia de esta cualidad, en la cual no es fácil alcanzar un alto grado de perfección.
Un hermano mío en la carne y en el Señor, hace unos años, cuando ya contaba con sesenta años de edad y cincuenta de creyente, padecía de un dolor molesto en una de sus rodillas.
Un hermano más joven le preguntó por qué pensaba que el Señor permitía eso en su vida. Le respondió que tal vez sería para que aprendiese la paciencia.
A esto el joven le replicó: “Cincuenta años de creyente y ¿todavía no aprendió la paciencia?
La conclusión evidente es que aprender la paciencia ¡lleva mucha paciencia!
En cuanto a la piedad, que es la siguiente en el listado de Pedro, nuestro diccionario usual de la lengua española la define diciendo que es la virtud que por amor a Dios inclina a los actos de compasión y amor al prójimo.
Por su parte la versión inglesa del Rey Santiago consigna godliness, que más o menos podríamos decir que significa ser semejantes o parecidos a Dios.
Por último, en 1ª. Timoteo 3: 16 Pablo escribe:- “E Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria.”
Esto nos traza a grandes rasgos la trayectoria maravillosa e irreprochable de nuestro amado Señor Jesús, desde la encarnación hasta la ascensión. Redondeamos diciendo que ahí tenemos la piedad claramente definida, personificada y ejemplificada.
La penúltima cualidad a añadirse es afecto fraternal, que en otras versiones se traduce bondad fraternal.
El concepto que surge con claridad es el de una disposición de bondad, servicio y ayuda mutua, que se destaca muy por encima de la amistad y camaradería o compañerismo que se encuentra en personas no convertidas, por bondadosas o bien intencionadas que sean.
Y la última es lo que podríamos llamar con toda propiedad la perla y la corona del amor. En 1ª. Corintios 13: 4-7 se consignan nada menos que quince facetas del verdadero amor.
A veces hemos señalado que a cada una de ellas se podría anteponer con toda razón el nombre de Jesucristo, diciendo así: Jesucristo es sufrido, Jesucristo es benigno y así sucesivamente abarcando no tiene envidia, no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad, todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Se podría agregar que, como un ejercicio de auto examen, sería provechoso que cada uno antepusiese su nombre a cada una de estas quince cualidades, en una lista vertical. A la derecha, según el nivel alcanzado, se debería colocar una primera tilde que denote que es relativamente cierto, una segunda si se considera que es bastante cierto, y una tercera significando que es totalmente cierto.
Podríamos así determinar el verdadero grado de desarrollo de nuestro carácter, ¡confiando en que ninguno resultase reprobado!
Concluida su lista de siete, Pedro añade el altísimo beneficio que resulta cuando estas cualidades están y abundan en cada uno, a saber, el de no estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Nos llama la atención la forma en que hace resaltar como la meta más alta el conocimiento de nuestro amado Señor Jesús, algo que – adelantándonos bastante – corrobora fuertemente al final de la epístola, al cerrarla con las palabras “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.” (3: 18)
A lo que antecede agrega una solemne advertencia a quienes pudieran hacer caso omiso de todo eso, diciendo:- “Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta, es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.” (1: 9)
Se trata de una advertencia muy seria, la cual, en no pocas situaciones sería muy en sazón que se repitiese, con oración y unción de lo alto, se sobreentiende.
El pasaje sigue con un versículo de exhortación, y otro que sirve de firme aliciente para quienes la asuman plenamente.
“Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección, porque haciendo estas cosas no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” (1: 9-10)
Es verdad que tenemos la dicha de haber sido objeto de la bendita vocación y elección divina. No obstante, la misma se confirma, corrobora y afianza con una conducta consecuente, dándose cada uno de lleno a responder como corresponde a esa obligatoriedad moral a que ya nos hemos referido.
Dar por sentado que esa vocación y elección ya son suficientes, y no poner toda la diligencia debida, sería entrar en un terreno muy falso y peligroso.
El aliciente es doble y muy precioso y reconfortante.
Por un lado se nos da la seguridad de que poniendo nuestra parte como es debido, es decir ocupándonos del todo y con devoción y esmero, no caeremos jamás.
Por el otro, nos asegurará una amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Será la dicha inmensa de recibir una cálida bienvenida celestial cuando hayamos concluido nuestra peregrinación – oír las benditas palabras de Mateo 25: 21:- “Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.”
Además, resulta de mucho aliento saber que la misma bienvenida se repite en el versículo 23 del mismo capítulo, y para uno más pequeño, por así decirlo.
Esto nos hace entender claramente que aunque no seamos de los grandes ni muchos menos, igualmente nos aguardará esa maravillosa bienvenida al finalizar nuestra carrera.
Como a partir de este punto – el fin del versículo 10 – Pedro pasa a algo distinto, y como además el capítulo ya se ha hecho bastante extenso, interrumpimos para continuar en el siguiente.
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Capítulo 8 – La 2ª. Epístola de Pedro. (b)
“Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque las sepáis y estéis confirmados en la verdad presente.”
“Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación; sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado.”
“También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas.”
A esta altura Pedro se encontraba cerca del fin de su trayectoria terrenal. En Lucas 22: 32b el Señor le dio el mandato de que una vez vuelto y recuperado de su triple negación “confirmase a sus hermanos.”
Como acotación muy importante debemos señalar que, aunque en términos distintos, el Señor le hizo el mismo mandato en una ocasión posterior, según se consigna en Juan 21:15b – “Apacienta a mis corderos;” 21:16b – “Pastorea mis ovejas” y 21:17b – “Apacienta mis ovejas.”
Seguramente que de esa insistencia del Señor en la misma consigna, él aprendió a ser también muy insistente.
Aparte del pasaje en que estamos, tenemos fiel constancia de que Pedro asumió plenamente el mandato recibido del Señor en Los Hechos 9: 32 – “Aconteció que Pedro, visitando a todos…” En otra versión se traduce “visitando todos los lugares.”
En ambos casos la palabra todos habla de por sí – no quedaba nadie ni ningún lugar olvidado ni desatendido. Seguramente que sus visitas no serían breves y de mera cortesía, sino con el expreso fin de confirmarlos, dándoles consejos, exhortaciones, advertencias, palabras de ánimo y consuelo, pero también de reprensión cuando correspondía.
Ahora, unos buenos años más tarde, acercándose al fin de su peregrinación, como ya hemos dicho, lo vemos entregado con el mismo tesón y ahínco al mandato recibido del Señor.
“Por esto” – todo lo que hemos comentado en el capítulo anterior – “yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis y estéis confirmados en la verdad presente.”
Lo anterior – que les fuera otorgada “amplia y generosa entrada en el reino de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” – se convierte en el trampolín del cual se lanza para comenzar su solemne recordatorio. En el mismo resalta la palabra siempre, que agregada a todos ya señalada antes, nos da una idea de lo exhaustiva de su labor confirmatoria.
Estaba dirigida a quienes ya lo sabían y estaban confirmados en la verdad presente. En otras palabras, no eran niños espirituales, sino personas adultas y maduras en la fe.
No obstante, eso no era óbice para que insistiese con el afán y la preocupación de siempre, sabiendo sobre todo de Quién había recibido el solemne mandato, y que en el más allá debía comparecer ante el Tribunal de Cristo para rendir cuentas.
Por tanto, cuanto supusiese menos que una labor a fondo, con todo su esfuerzo y devoción y hasta el final de su carrera, quedaba rotunda y totalmente descartado.
De paso digamos que “confirmados en la verdad presente” debe interpretarse a la luz del hecho de que escribía a la circuncisión – el pueblo de Israel – pues ésa era su parcela ministerial. Debían seguir teniendo bien presente que toda la enseñanza mosaica y del Antiguo Testamento en general, había servido el fin de llevarlos a lo muy superior del Nuevo, en total cumplimiento de aquello a lo cual apuntaba y preanunciaba el Antiguo.
Agrega a lo ya dicho que tenía “por justo, entretanto que estaba en el cuerpo el despertaros con amonestación.” Bien consciente que los creyentes muy bien podrían ser propensos a caer en un letargo espiritual – despertarlos y esto con amonestación.
Es decir, amonestarlos de tal manera que su palabra fuese un medio eficaz para mantenerlos bien despiertos. Y esto lo seguiría haciendo mientras estaba en el cuerpo – mientras conservaba el hálito de vida y su corazón seguía latiendo.
Todo eso lo estaba haciendo en consideración a que muy pronto debía marchar al más allá, tal cual su amado Señor se lo había declarado.
Nos agrada la forma en que describe su muerte. Desde luego que no hay el menor atisbo de temor – todo lo contrario:- “…en breve debo abandonar el cuerpo.” Es como si dijese “esta vestimenta de carne, hueso y sangre que he llevado todo este tiempo la dejo atrás, para trasladarme a la mansión eterna y ponerme la vestidura espiritual que me aguarda.”
Pero su comprensión del cumplimiento pleno del mandato que había recibido no termina en eso. Lejos de ello, iba a procurar con diligencia que después de su partida esos santos amados recordasen en todo momento esas cosas sagradas en que él había insistido vez tras vez.
Con ese fin, creemos que por una parte debemos considerar sus dos epístolas, que están saturadas de verdades prácticas y fundamentales, y al mismo tiempo, muy ricas y preciosas. Las mismas constituyen desde luego, un legado maravilloso para los santos de todos los tiempos.
Pero, seguramente que agregaba a ello sus fervorosas oraciones de que en todo momento tuviesen memoria de esas cosas tan gloriosas, y de importancia capital y cardinal.
Bien podemos imaginar después de su deceso, la forma en que los fieles se acordarían, diciéndose unos a otros – “así como nos decía nuestro amado apóstol” o bien “os acordáis que tantas veces nos advirtió de tal o cual peligro” o “nunca me olvidaré de esa ocasión en que nos habló largo y tendido, sin que se le quedase nada en el tintero” y otras expresiones recordatorias de esa índole.
Sin lugar a dudas, en esto Pedro nos ha dejado un ejemplo admirable de la forma en que debemos asumir todo mandato recibido del Maestro de los maestros.
A continuación, para fortalecer todo lo anterior con el máximo de solidez y fiabilidad, pasa a decir lo siguiente en los versículos 16 al 18:-
“Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.”
“Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi hijo amado, en el cual tengo complacencia.”
“Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el santo monte.”
Sabedor de que en el mundo hay tanto engaño, y a veces se pretende hacer creer que han acontecido cosas que en verdad no han sucedido, empieza por asegurarles que en anunciarles el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo no han hecho absolutamente nada de eso, que él resume llamándolo fábulas artificiosas, y que en el argot popular calificaríamos de “cuentos chinos”, con disculpas a los ciudadanos de esa nacionalidad.
Muy por el contrario, pasa a aseverar que era algo que habían visto con sus propios ojos, y además, al usar el plural lo hace porque no estaba solo, sino acompañado por otros dos discípulos: Juan y Jacobo, satisfaciendo así plenamente el requerimiento de las Sagradas Escrituras de que todo asunto ha de dirimirse por boca de dos o tres testigos.
Este requerimiento – digámoslo de paso – se consigna en el Pentateuco (ver Deuteronomio 17:6 y 19:15 entre otros) en el evangelio, por boca misma del Señor Jesús (Mateo 18:16) y en las epístolas (2ª. Corintios 13: 1 y 1ª. Timoteo 5: 19)
Se estaba refiriendo, claro está, a la ocasión de la transfiguración, narrada en los tres evangelios sinópticos.
En la misma, como sabemos, junto al Señor Jesús aparecieron rodeados de gloria, dos grandes varones del Antiguo Testamento – Moisés y Elías.
Mas apartándose ellos de Él, Pedro, tras manifestar lo bueno que era para ellos que estuviesen allí, propuso que hicieran tres enramadas, una para Él, una para Moisés y otra para Elías.
En cuanto a esta propuesta, Marcos 9: 6ª consigna: “Porque no sabía lo que hablaba” y Lucas, por su parte “no sabiendo lo que decía.” (Lucas 9:33b)
Por cierto que se trataba de un gran desatino – el de poner al Eterno Hijo de Dios en un mismo nivel que los otros dos, varones dignísimos de verdad, pero humanos y falibles.
Con todo, la nube de luz, con la presencia del invisible Padre de gloria los cubrió, y una voz desde la misma puso las cosas en su debido lugar diciendo: “Éste es mi Hijo Amado, a él oíd” (Marcos 9:7b y Lucas 9: 35)
Hemos hecho este breve comentario sobre la transfiguración, con el fin de poner de relieve que Pedro, ahora mucho más maduro que en aquella ocasión, había comprendido muy bien las cosas y dejado atrás ese desatino.
La forma en que habla de haber visto con sus propios ojos Su majestad, de cómo recibió de Dios Padre honra y gloria, al serle enviada una voz de la magnífica gloria que decía “Éste es mi Hijo Amado en el cual tengo complacencia” nos habla elocuentemente en tal sentido. Pero además la falta de toda mención de Moisés y Elías, lo corrobora totalmente.
Termina ésta, su versión de la transfiguración – corregida y ampliada, agregaríamos – con las significativas palabras finales: “Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el santo monte.” (2ª. Pedro 1: 18)
Así, ha fijado una base absolutamente sólida y fiable sobre la cual descansaba y se apoyaba toda la enseñanza – el darles a conocer – el poder y la venida del Señor Jesucristo. Era ciertísima, indubitable e incuestionable.
A renglón seguido, en los versículos 18 a 21 de este primer capítulo en que estamos, Pedro nos da una nueva muestra de la sabiduría que la gracia del Señor y los años le habían acordado.
Les manifiesta que, además de todo lo precedente, tenían también la palabra profética más segura.
Nos anticipamos en algo, señalando que toda experiencia auténtica, siempre, no sólo se apoya en las Sagradas Escrituras, sino que pone a las mismas por encima de ella – la experiencia en sí – tal cual lo hace Pedro aquí.
Por el contrario, quienes experimentan las dudosas o espurias, tienden a prescindir de las Escrituras, o a veces a poner a sus experiencias por encima de ellas.
Continuando, Pedro les exhorta a estar atentos a esa palabra profética más segura “…como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro.” Debemos tener en cuenta que en ese entonces sólo tenían las Escrituras del Antiguo Testamento y unas pocas del Nuevo – por lo que sabemos, la 1ª. Epístola suya y algunas de Pablo.
Su afirmación de que ninguna profecía es de interpretación privada, ha de comprenderse en el sentido de que nadie puede ni debe hacerlo de forma antojadiza ni arbitraria. Entendemos que la interpretación que debe aceptarse es una que en primer lugar concuerda con el resto de las Escrituras, y que es la dada o expresada por siervos dignos y renombrados y por las corrientes sanas del cristianismo.
Decimos esto último, porque no cabe duda que hay algunas que no lo son, como las de la prosperidad, la súper fe, y el judaísmo del siglo veinte o veintiuno. Añadimos de paso que quienes sustentan cualquiera de las mismas, aunque quizá no a sabiendas, se colocan bajo la clara maldición de Gálatas 1: 9 – “Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.”
Termina Pedro en el último versículo afirmando que la profecía nunca fue traída por voluntad humana sino que los santos hombres de Dios (¡no impostores, por cierto!) hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. Creemos que eso se explica de por sí y no hace falta comentarlo.
Pero no se nos debe quedar en el tintero un comentario sobre las palabras finales del versículo 19:- “…hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones.”
La interpretación de que esto se refiere a llegar a la conversión, o el nacer de nuevo, estimamos que no es correcta, dado que ya en el primer versículo del capítulo se dirige a los que habían “alcanzado una fe igualmente preciosa que la nuestra.”
Más bien uno se inclina a verlo relacionándolo con Lucas 11: 36 – “Así que, si tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso.”
En la conversión sin duda dejamos atrás las tinieblas del mundo para entrar en el reino de Su luz admirable, según el mismo Pedro escribe en su 1ª. Epístola 2: 9b.
Hemos subrayado SU luz, porque la de él es absoluta y no hay en él ninguna tinieblas. (1ª. Juan 1: 5b)
La nuestra es relativa, y creemos que ninguno se atreverá a afirmar que, desde su conversión o renacimiento, no ha dicho o hecho nada que en modo alguno sea propio de las tinieblas. Eso sería llegar a una perfección final de no pecar nunca.
Con todo, a medida que uno se va desarrollando espiritualmente hay un avance paulatino hacia una mayor madurez, hasta llegar a un punto – no de perfección final y absoluta – pero sí un dejar atrás las tinieblas, e idealmente, alcanzar la meta de Lucas 10: 36, de estar lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas.
Es posible que a algunos esta interpretación no les resulte del todo convincente. La presentamos con humildad, reconociendo que es un pasaje no fácil de ubicar en su debido significado con exactitud y certeza.
Así, hemos llegado al fin de este primer capítulo de 2ª. Pedro.
¡Qué capítulo!
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Capítulo 9 – La 2a. epístola de Pedro (c)
A partir del capítulo 2 la tónica de esta 2a. epistola de Pedro cambia sustancialmente. Ahora pasa a comentar sobre falsos profetas y maestros del pasado, advirtiendo que inevitablemente los habría entre ellos, introduciéndose encubiertamente con herejías destructoras, y aun habrían de negar al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí destrucción repentina.
Acotamos aquí que tal vez los críticos de las Escrituras que afirman que el autor de esta epístola es incierto, usen como argumento entre otros, el hecho que hemos consignado del cambio sustancial en la tónica del libro.
De todos modos, no nos parece un argumento sólido ni valedero. En tantas otras partes de la Biblia hay cambios de tema de un pasaje a otro, y aun como predicadores y maestros de la palabra muchas veces pasamos a otra cosa distinta, cambiando no sólo el tema en sí, sino también el tono en que hablamos.
Pedro toma ejemplos del Antiguo Testamento, pero el primero de ellos es anterior: el de los ángeles que pecaron, a los cuales el Señor arrojó al infierno, entregándolos a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio.
Después pasa al diluvio, señalando que sólo Noé y otras siete personas fueron guardadas; a Sodoma y Gomorra, reducidas a cenizas y poniéndolas así como ejemplo a todos los que habían de vivir impíamente, y preservando a Lot, sus dos hijas y su mujer, aun cuando ésta, al mirar con expectativa hacia atrás quedó convertida en una estatua de sal.( Esto último no lo consigna Pedro.) Resume asegurando que el Señor sabe librar a los piadosos que le temen, a la par que reservar a los injustos para ser castigados,
Los versículos 10 y 11 merecen un comentario especial. «Y mayormente a aquellos que, siguiendo a la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores, mientras que los ángeles, que son mayores en fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor.»
Se nos habla de personas totalmente corrompidas que andan en concupiscencia e inmundicia y desprecian el señorío.
Esta última parte del versículo, junto con el contraste en el siguiente acerca de los ángeles – «mayores en fuerza y potencia no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante del Señor» – queda ampliamente corroborada por Judas 8b y 9«…blasfeman de las potestades superiores. Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo disputando con él sobre el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir contra él juicio de maldición, sino que dijo: El Señor te reprenda.»
Entendemos por esto que el Señor no nos ha facultado para reprender arbitrariamente o a nuestro antojo a Satanás y demás potestades superiores, sino a resistirlos firmemente en el Nombre Todopoderoso de Jesús cuando nos sentimos nosotros mismos, o incluso algún ser querido, atacados por ellos. En este caso, y siempre que nuestra vida esté en plena obediencia, tenemos la fiel promesa de Santiago 4: 7 :- «…resistid al diablo y huirá de vosotros.»
Consignamos esto porque en alguna reunión de jóvenes inmaduros e incautos hemos oído tales cosas como «Echamos al diablo de España» o bien algún siervo decir «Óyeme bien Satanás» para luego «reprenderlo» o «atarlo.»
Creemos que es por la misericordia del Señor que no sean avasallados y dañados como lo fueron los hijos de Esceva, según se nos narra en Los Hechos 19: 13-16, sobre todo por no tratarse de personas malvadas como aquéllas a las cuales se refieren 2a. Pedro 2: 10-11 y Judas 8b y 9.
No obstante, creemos que harían bien en considerar seriamente estos dos pasajes, y ceñirse debidamente a los parámetros bíblicos sobre este terreno escabroso de actuar contras las fuerzas diabólicas.
En el capítulo 3 de esta epístola, nos encontramos con predicciones importantes en cuanto a los postreros tiempos y también advertencias y exhortaciones dignas de tenerse en cuenta. En los versículos 3 y 4 se nos advierte que habrá burladores andando en su concupiscencia y preguntando irónicamente dónde está la promesa del regreso del Señor, ya que todo sigue igual que hace siglos.
Agrega en los versículos siguientes que quienes hagan esto lo harán en ignorancia de cómo el Señor trajo el diluvio como juicio sobre la maldad en tiempos de Noé. Después añade que los cielos y la tierra están guardados para el fuego en el día del juicio y la perdición de los hombres impíos.
A continuación, tras recordarnos que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día, puntualiza que no es que el Señor retarde Su promesa, sino que es paciente, no queriendo que ninguno perezca sino que todos procedan al arrepentimiento.
Qué preciosa y maravillosa promesa! Nos debe llenar de esperanza en cuanto a familiares, vecinos, compañeros de trabajo o amigos que todavía no han abrazado la fe del evangelio.
No es que el Señor retarde la promesa de Su advenimiento, sino que en Su gran paciencia y misericordia, prolonga el tiempo para seguir dándoles oportunidad de que se arrepientan y vuelvan a Él. Y lo más hermoso es que esta breve palabra todos nos dice tanto:- esta paciencia y esta misericordia son para todos sin excepción.
Se podría pensar que esto es una contradicción de la doctrina de la predestinación, pero en realidad no lo es. El mismo Pedro en la introducción de su primera epístola (1:2) escribe «…elegidos según la presciencia de Dios Padre.»
Esa presciencia o conocimiento de Dios sabía muy bien quiénes iban a proceder al arrepentimiento, y quiénes no lo iban a hacer, aun cuando Su deseo era y es que todos lo hagan.
Alguien lo ha ilustrado diciendo que es como si se tratase de una puerta con la inscripción en la parte exterior «Para que todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna..» Cada vez que uno la abra abrazando la fe, al hacerlo, del lado interior de la misma encuentre la inscripción del sapientísimo Dios «escogidos desde antes de la fundación del mundo.»
En los versículos 10 al 13, tras afirmar que el día del Señor vendrá como ladrón en noche, Pedro escribe que los cielos pasarán con grande estruendo y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Es decir que se trata de una reiteración de lo consignado y ya comentado de versículo 7 – todo quedará hecho cenizas. – los grandes edificios, catedrales, museos, mausoleos, etc. – una verdad muy solemne que nos debe llamar a vivir santa y piadosamente, tal cual se puntualiza en el versículo 11b.
Gracias al Señor nuestra esperanza no está en este mundo y tenemos la promesa de cielos nuevos y tierra nueva, en lo cuales ha de morar la justicia.
Esta verdad (v.13) también la encontramos en Isaías 65: 17 y 66: 22 y además en Apocalipsis 21: 1, y la misma lo motiva a Pedro a exhortarnos a que, estando en espera de cosas tan solemnes y grandiosas, procuremos con diligencia ser hallados por Él sin mancha e irreprensibles, en paz.
Qué necesidad tenemos de tener muy en cuenta y con toda seriedad estas grandes verdades! Es tan fácil, con el quehacer cotidiano y los muchos afanes, vivir como si esta vida terrenal y transitoria fuese lo único, y perder la mira del más allá celestial que perdura por toda la eternidad.
Después de recordarles en la primera parte del versículo 15 que la paciencia del Señor es para salvación de aquéllos que todavía no han abrazado la fe, pasa a una referencia al amado hermano Pablo, lo que nos da varias cosas que comentar.
La primera es que al hacerlo de esa manera entrañable, a pesar de la reprensión pública que le había hecho en Antioquía (ver Gálatas 2: 11-15) no había en él ningún rencor, – reconociendo seguramente que la misma había sido justificada. Agrega también un reconocimiento de la sabiduría que le había sido dada, escribiendo en casi todas sus epístolas sobre estas cosas – las verdades de la nueva vida y el nuevo régimen que nos ha sido legado por el Señor Jesús.
Pero a continuación añade que algunas de ellas eran difíciles de entender. Se ha comentado con cierto humor sano y respetuoso que él mismo – Pedro – también había escrito algunas cosas no fáciles de entender, como I Pedro 3: 18-20 en que afirma que Jesús fue en espíritu a predicar a los espíritus encarcelados que en el tiempo inmediatamente anterior al diluvio habían sido desobedientes. Asimismo I Pedro 4: 5-6 nos dice que el evangelio ha sido predicado a los muertos.
Pablo también podría decir que algunas cosas escritas por Pedro son difíciles de entender!
La parte final del versículo 16 de II Pedro 3 expresa algo muy importante y que no debemos dejar de lado. Después de decir que las cosas difíciles de entender de Pablo eran torcidas por los indoctos e ignorantes para su propia perdición, con las palabras » como también las otras Escrituras» nos da a entender claramente que la autoría de Pablo entraba dentro de los cánones de las Escrituras, al igual que los escritos propios de él – Pedro.
Después pasa a exhortarlos en términos amorosos a que, sabiendo estas cosas, se guardasen mucho de no ser arrastrados por el error de los impíos y cayesen de su firmeza. Por cierto que se trata de una exhortación muy en sazón para hoy día también, habiendo tanto engaño, corrupción y malicia.
El fin de la epístola – versículo 18 – es un digno broche de oro. «Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.»
Ya nos hemos referido anteriormente a ese crecer en la gracia y el conocimiento del Señor Jesús. Su amor que sobrepasa todo entendimiento, Su gracia soberana, Sus virtudes como el Maestro de los maestros, Su vida impecable y maravillosa, y mucho, muchisimo más, nos dan un margen vastísimo y sin fin, para poder crecer, desarrollarnos, madurarnos y perfeccionarnos en el conocimiento de Él, el maravilloso Señor y Salvador.
Que nos sintamos todos fuertemente estimulados a hacerlo!
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Capítulo 10 – La 1a. epístola de Pedro (a)
Fue escrita a los expatriados de la dispersión, mayormente en las regiones de lo que hoy día es Turquía.
Llama la atención el hecho de que el ministerio de Pedro haya sido a la circuncisión – el pueblo de Israel – mientras que el de Pablo era a los gentiles. Uno podría pensar que debería ser al revés: el de Pablo a Israel, por ser tan instruido y capacitado, al punto que aventajaba a muchos de sus contemporáneos, siendo además mucho más celoso de las tradiciones de sus padres, y habiendo sido educado en gran parte a los pies de un muy respetado y venerable anciano de nombre Gamaliel.
Así son a menudo los caminos de Dios – contra toda lógica o razonamiento humano. En vez de Pablo, Pedro, un humilde pescador y del vulgo y sin letras. Esto último, no obstante, con la salvedad de que el Señor derramó tanta gracia y sabiduría en su persona, como ya hemos visto al comentar su 2a. epistola.
Creemos fundado afirmar que la carta fue llevada por Silas – equivalente a Silvano (5:12) – en un viaje suyo a esas regiones, atendiendo a que ya había visitado y sido conocido en algunas de ellas – Galacia, Asia y Bitinia – al acompañar a Pablo en su segundo viaje misionero.
En la introducción se presenta como lo que en realidad era – apóstol de Jesucristo – y eso, con todas las de la ley.
A esos expatriados los califica de tres cosas importantísimas, a saber, 1) elegidos según la presciencia de Dios Padre, 2) en santificación del Espíritu y 3) para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo.
Vemos en esto, en primer lugar, la parte y actividad de cada una de las tres personas de la Santísima Trinidad.
Ya nos hemos referido a la presciencia o conocimiento anticipado de Dios, en relación con la verdad de que Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. (II Pedro 3: 9)
El segundo punto enfatiza que no hemos sido redimidos para ser meros creyentes, sino santas personas. Esto está desde luego en total consonancia con lo que pidió el Señor Jesús en Juan 17: 17 –«…santifícalos en tu verdad» y lo que Pablo escribe en II Tesalonicenses 2: 13 – «…Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad.»
Creemos que esta verdad capital debería proclamarse con mayor énfasis y asiduidad de lo que es corriente en mucha iglesias.
En cuanto al tercer punto, nos da mucho que decir. Al hablarnos en Su palabra, el Señor a menudo lo hace valiéndose de contrastes.
Aquí tenemos uno muy importante: al hablar del derramamiento del Espíritu en nuestras vidas leemos: «…de su interior correrán ríos de agua viva.» (Juan 7: 38)
Al hablar de la sangre, por el contrario la califica de rociada, es decir pequeñas gotas. Casi ni hace falta decir que esto señala el valor infinito de esa sangre preciosa del Cordero de Dios, derramada en el Calvario, y por virtud de la cual Él entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. (Hebreos 9: 12)
Pero hay mucho màs dentro de ese punto. En Hebreos 12: 24 dice «…a Jesús, el mediador del Nuevo Pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.»
Aunque esto no es una nueva cosecha – ya lo hemos señalado en nuestra prédica oral, como así también por escrito – el tema quedaría muy incompleto si no lo volviésemos a poner aquí.
Los libros de hematología nos hacen saber muchas de las maravillas contenidas en nuestro flujo sanguíneo. Tomando unos pocos. en examen de laboratorio, se puede saber el estado anímico de una persona, la cantidad de glóbulos rojos y blancos, el tamaño de la próstata, y mucho más.
Esto se debe a que la palabra de Dios dice claramente: que la vida está en la sangre (Levítico 17: 11-14) , o bien que la sangre es la vida. (Deuteronomio 12: 23)
Con todo, que sepamos, ninguno de ellos dice algo que la Biblia dice de la sangre: que clama y que habla. Lo primero lo encontramos en Génesis 4: 10 – dirigiéndose a Caín, el Señor le dice «...la voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.» Era el clamor de la sangre de un varón cruelmente asesinado cuando estaba en la plenitud de su vigor, y reclamaba venganza y que esa cuenta horrible quedara saldada.
Por su parte, la sangre del bendito Crucificado hablaba mejor que la de Abel, según reza en Hebreos 12: 24. En efecto, esto queda demostrado por las palabras del Señor Jesús cuando se lo clavaba en la cruz:- «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» (Lucas 23: 34) Era y es un bendito hablar de perdón y misericordia.
Pero hay más en esto: la palabra habla debe aquí comprenderse de una manera más amplia – constituye podríamos decir – lo que nos ayuda a visualizarla como una semilla de la vida a la cual pertenece, rociada y sembrada en lo más profundo de nuestras entrañas por el Espíritu Santo, con el fin de que germine, se desarrolle y reproduzca en nosotros la preciosa vida del amado Hijo de Dios.
Sometiendo unas gotas de esa sangre rociada a un examen imaginario de laboratorio – valiéndonos para ello del microscopio de las Sagradas Escrituras – inquirimos si en las mismas hay algún vestigio de enfermedad, o bien de temor, pero la respuesta es una total ausencia tanto de esto como de aquello.
Hacemos lo propio en cuanto a un temperamento depresivo, o un carácter inconstante o iracundo, con el mismo resultado. Pasamos a indagar con respecto a algún atisbo de pecaminosidad en cualquiera de sus múltiples manifestaciones y, sorprendentemente, aquí también nos encontramos con una ausencia absoluta, a diferencia del resultado en todo otro examen sobre este particular realizado en cualquier otro individuo.
Por otra parte el microscopio nos presenta abundantes muestras de cualidades tales como profunda paz, amor, sabiduría, nobleza y dominio propio, lo cual completa el cuadro de un varón absolutamente perfecto, e intachable e irreprochable en el más amplio sentido que se pueda concebir.
En Juan 6: 55b Jesucristo dijo «…mi sangre es verdadera bebida.» El comer la sangre ya sea de otra persona o de un animal estaba sabiamente prohibido por la ley mosaica (Levítico 3: 17) y desde luego que uno siente un normal y natural rechazo, pues es algo además que sabe a canibalismo.
Jesús habló claramente en Juan 6: 53, 54 y 56 de beber Su sangre y de los beneficios de vida eterna y permanecer en Él derivados de hacerlo. Naturalmente que no significaba al pie de la letra el beber físicamente de Su sangre en sí. En Juan 6: 63 afirmó una verdad clave sobre esto: «El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.»
Si literalmente nos comiésemos, por así decirlo – y lo decimos con toda reverencia – un meñique o un pulgar de Jesús, ¿ nos haría mas espirituales o más santos? Por supuesto que no – eso entraría dentro de lo que Él dijo en el versículo ya citado – «la carne para nada aprovecha.»
En suma y redondeando, que con plena comprensión de todo esto, uno beba con fe el espíritu y la vida de Jesús, y esto no sólo cada vez que participe de la copa al tomar la santa cena; – entendemos que igualmente lo podemos y debemos hacer en nuestra comunión personal con Él.
Finalmente, algo profético y muy precioso que se encuentra en Génesis 4: 11. No es de mi propia cosecha, pero igualmente lo consigno con sumo beneplácito.
«Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.»
Simbólicamente, vemos aquí un gran contraste – un nadir y un cenit. Por un lado esa escena horrorosa del primer asesinato cometido en nuestro mundo, con la tierra abriendo su boca para recibir la sangre del hermano menor.
Por el otro, en la era de la gracia, nosotros los redimidos, pero formados como Adán del polvo de la tierra, abriendo nuestra boca para beber la bendita sangre de nuestro amado hermano mayor, y así vivir eternamente y permanecer en Él por siempre jamás.
Sepamos valorar debidamente estas ricas verdades.
Quien esto escribe recuerda con gratitud y regocijo la oportunidad, hace varias décadas ya, en que vio claramente una gota de la bendita sangre caer por el Espíritu en lo profundo de sus entrañas, con los beneficios preciosos que de ello se derivaron y aún derivan.
Continuando ahora, en el versículo 5 Pedro nos habla de ser guardados por «el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.»
El poder divino es lo que nos guarda, no nuestra fe, pero la misma debe operar de parte nuestra, confiando en ese poder a favor nuestro a través de las múltiples vicisitudes de nuestra peregrinación.
En todo esto nos regocijamos, si bien a través de nuestra marcha tenemos que ser afligidos. Pedro aclara en el versículo 6 que esto es «por un poco de tiempo», lo cual concuerda con 2a. Corintios 4: 17 donde Pablo nos dice que «esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.»
El Señor sabe que la prueba no debe ser una constante ininterrumpida, pues de ser así desmayaríamos. Él dosifica la misma en la medida indicada para cada uno de nosotros, y la intercala con Sus consuelos celestiales, y también con ocasiones de auténtico refrigerio y beneplácito. Su intención es que al ser probados también salgamos aprobados, para así pasar a un plano o nivel más elevado, tanto en nuestro andar cotidiano, como en nuestro servicio para Él.
Nuestra fe es mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque perecedero, necesita ser probado con fuego con el fin de eliminar cualquier vestigio de escoria. El símil se aplica a nuestra fe, que probada y aprobada, como ya dijimos, ha de ser «hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo.»
De ahí Pedro pasa a referirse a la persona de Jesucristo. Él tuvo el indecible privilegio de verlo y estar muy cerca de Él por unos tres años, pero valora que ellos – los fieles a quienes va dirigida esta epístola :- «… a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso.
Cabe consignar aquí las palabras de Jesús en Juan 20: 29b dirigidas a Tomás –«bienaventurados los que no vieron y creyeron.»
Si bien el privilegio de Pedro de ver personalmente al Señor Jesús fue muy especial, para nosotros los que no le hemos visto pero igualmente creemos firmemente en Él, hay un bendita bienaventuranza.
Las palabras del fin del versículo 9:- «…obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestra almas» por cierto que llaman la atención.
A primera vista uno diría que la salvación de nuestras almas ya la tenemos desde el renacimiento sobre el cual ha escrito en un principio en el versículo 3.
¿O se está refiriendo a la salvación en plenitud , al ser hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección en el siglo venidero? (Ver Lucas 20: 34-36)
¿O es un versículo arminiano poniendo la salvación como algo condicionado a que uno persevere hasta el fin y no se aparte del Camino en la hora de la prueba y la tribulación?
Sobre esto ya hemos comentado que la elección de Dios ha sido según Su presciencia o conocimiento previo. Con todo, debemos reconocer que en las Escrituras hay pasajes netamente calvinistas por un lado, pero también, por el otro, muchos de índole evidentemente arminiana.
Aquí nos vamos a atrever a poner por escrito una postura muy personal, que en alguna que otra ocasión hemos expresado oralmente al ser consultados sobre el particular.
El punto de vista mío – muy personal, lo reitero – es que el Señor conoce a la perfección el corazón de cada uno, y en medio de las vicisitudes y el fin desfavorable que algunos pudieran tener, sabe por encima de todo cuándo ser arminiano y cuándo ser calvinista.
Lo consigno, confiando en que esto no llegue a considerarse ni censurarse como una herejía mía.
Después de este versículo 9 Pedro cambia el tema, pasando en los versículos 10 a 12 a referirse a los profetas de antaño que predecían de la gracia venidera.
Vemos primeramente algo que no todos comprender, y es lo siguiente: al profetizar, en muchos casos uno no sabe el verdadero alcance de lo que profetiza. Como vemos por el texto, esos profetas de otrora, tras de profetizar, indagaban acerca de lo que pronunciaban, para saber con precisión qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, anunciando por anticipado los sufrimientos de Cristo y las glorias que sobrevendrían posteriormente.
Es decir que no sabían si se refería a la época en que ellos vivían o a una posterior, y se les reveló que no era para aquello sino para esto último.
Hay quienes al profetizar piensan saber exactamente para quién o quiénes, y el cuándo del cumplimiento de lo que han estado diciendo. La verdad es que, por lo menos muchas veces no es así – uno habla por el Espíritu Santo y puede pensar que es para una persona determinada o para un futuro inmediato, cuando en realidad la profecía resulta ser para otra, y un futuro no lejano pero tampoco inmediato.
Los verdaderos profetas de antaño, sobre los cuales nos habla Pedro, no sabían ni lo uno ni lo otro, y, sobre todo por la gran importancia de lo que se trataba, inquirieron para saberlo a ciencia cierta.
Aun cuando a primera vista parezca lo contrario, cuando esto sucede es una prueba de que verdaderamente el Espíritu habla a través de uno, y uno comprende a su debido tiempo el alcance y cumplimiento de lo que ha predicho.
La experiencia personal de uno en el ministerio oral de la palabra, en no pocas ocasiones ha discurrido en esta tónica. Es decir, que uno ha dicho o pronunciado cosas sin saber para quiénes el Espíritu las dirigía, ni el tiempo del cumplimiento de las mismas.
Un caso concreto, como ejemplo ilustrativo, es el de un joven de 13 años que en un retiro espiritual tenía el desea de conocer al Señor, y alabarlo y amarlo como oía y veía que personas adultas que le rodeaban lo hacían.
Cada noche del retiro se le presentaban una o más preguntas, y a la mañana siguiente, durante la exposición de la palabra a cargo de uno, recibía la respuesta precisa.
Para mayor abundamiento, quien esto escribe recién se enteró nada menos que veintitrés años más tarde, cuando el jovencito, ya convertido, y que esa altura contaba 36 años de edad, lideraba una iglesia mayormente de jóvenes. Se lo hizo saber en un encuentro casual en el que coincidieron en el mismo lugar.
Todavía otro caso más, distinto, y con la característica de no saber para quién era. En una reunión abierta en que operaban los dones del Espíritu, sentí dar una profecía, que de forma resumida daba a entender que a un hermano el Señor lo animaba a que fuera adelante con el paso que había estado considerando últimamente – el de casarse – en la seguridad de que el Maestro asistiría a las bodas y derramaría para él su mejor vino (tal como lo hizo en las bodas de Caná de Galilea) La verdad es que yo pensaba que esto era para un cierto hermano bien conocido, pero el mismo no se dio por aludido en lo más mínimo.
No obstante, al terminar la reunión se me acercó un hermano más joven, para decirme que para él era una clara confirmación, porque precisamente con su prometida estaban preguntándose si no era hora ya de que fijasen una fecha para las bodas.
Retomando el hilo, Pedro termina diciendo cosas muy sustanciosas en la parte final del versículo 12. La respuesta recibida por los profetas de antaño fue que no era para ellos, sino para nosotros, en esta era de la gracia que estaban administrando las cosas «…que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo.»
En un rasgo de singular modestia generaliza, y no dice que él mismo lo había estado haciendo de esa manera tan poderosa y a la vez gloriosa, tanto en el día de Pentecostés como en la ocasión de su visita a la casa de Cornelio.
En esta última ocasión el Espíritu Santo ni le permitió terminar, y cayó sobre todos, de tal manera que los judíos que lo acompañaban quedaron atónitos. (Ver Los Hechos 10: 44-45) Termina el capítulo diciéndonos algo muy significativo – «…cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles.»
Esta gracia, santa, sagrada, sublime y superlativa, que sustituye las altísimas exigencias de la ley mosaica, llena a los ángeles de tal admiración, que desean profundamente poder contemplarlas en su eterna y gloriosa proyección.
El capítulo sigue en una tónica que da para explayarnos largo y tendido. No obstante, como este capítulo 11 en que estamos ya se ha hecho muy extenso, suspendemos aquí para continuar en el siguiente.
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Capítulo 11 – 1a. epístola de Pedro (b)
Pedro comienza la parte siguiente – a partir del versículo 13 – con las palabras «Por tanto.» Es decir que todo lo anterior lo convierte en un trampolín para desplazarse ahora a una fuerte y saludable exhortación.
a) Ceñir los lomos de vuestro entendimiento:– afinar y ser entendidos de lo que realmente es sólido y valedero, y de lo que no le es.
b) Sed sobrios:- aun admitiendo una pequeña y aceptable dosis de humor limpio y sano, pero por encima de ello sobriedad, seriedad, pues lo que antecede abarca cosas sagradas y eternas.
c) «…esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado.» No perder de vista en ningún momento nuestro llamamiento celestial enfocándonos excesiva e indebidamente en lo terrenal.
d) «…como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais en vuestra ignorancia.» La desobediencia e insumisión, tan típica del pasado en que se vivía, ahora se debe transformar en una saludable obediencia al Padre Celestial, dejando asimismo los deseos carnales y mundanos que antes tenían en ignorancia de la luz que ahora les ha amanecido.
e) «sino como aquél que os llamó es santo, sed vosotros también santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.»
Si bien la exhortación no termina aquí, debemos visualizar este apartado e) de la misma como una cumbre importantísima.
Se destaca el fuerte hincapié de las palabras «en toda vuestra manera de vivir.» Está hablando de una santidad a fondo, digámoslo así, y que abarca el mirar de los ojos, el tocar de las manos, el hablar de la boca, los pensamientos de la mente, el sentir del corazón, la mayordomía y administración del dinero – honradez intachable – el aprovechamiento del tiempo y las oportunidades que el diario vivir nos presenta, evitando todo lo nocivo, superfluo y no edificante, y en fin, cuanto más se pueda decir de una vida limpia y útil para agradar al Señor, y abstenerse también de todo lo que pudiera ser de Su desagrado.
f)«…si invocais por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor en todo el tiempo de vuestra peregrinación.»
Nuestro Padre Celestial nos ama de verdad a cada uno de manera personal e íntima. Pero eso no significa que nos ha de consentir cosas raras o dudosas, libertades indebidas como «pecadillos» como a veces se suele decir, o demás cosas de esa índole. Él sabe que son perjudiciales y nos ubican en la parcela del enemigo declarado de nuestras almas, y de ninguna manera las podrá pasar por alto. De hacerlo, el amor Suyo no sería lo que verdaderamente es:- puro, sabio y perfecto.
Todo esto Pedro lo remata con las palabras «…conducíos con temor todo el tiempo de vuestra peregrinación.»
Un sano y saludable temor, conscientes de que somos peregrinos – ; estamos de paso hacia el siglo venidero, dado que nuestra ciudadanía está en los cielos, y si bien nos espera un más allá de dicha sin par, también lo es que «todos tendremos que comparecer ante el Tribunal de Cristo, pàra que cada uno reciba según lo que haya hecho estando en el cuerpo, sea bueno o sea malo.» Si bien esto es de Pablo (2a. Corintios 5: 10) Pedro seguramente estaba bien al tanto y lo tendría muy presente, aunque no lo haya expresado textualmente.
Resumiendo, una exhortación mayúscula con el distintivo septenario, es decir de siete partes, que tan a menudo aparece en las Sagradas Escrituras. (ver Hebreos 1: 2-3, y 2a. Timoteo 3: 16-17 entre muchos otros pasajes)
El capítulo continúa del versículo 18 al 25 con cosas muy sustanciosas, popias de este humilde pescador, hombre del vulgo y sin letras, pero enseñado e inspirado por el Espçiritu Santo de Dios.
Comienza con el contraste entre las cosas corruptibles, como el oro y la plata, y «la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.
Lo primero de nada vale para el rescate de nuestra vana manera de vivir, recibida de nuestros padres carnales; lo segundo es lo único y maravilloso que lo ha posibilitado plenamente.
Este bendito Cordero y Su obra expiatoria estaba «…destinado antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros.«
No puede menos que conmovernos profundamente saber que desde antes de Génesis 1: 1 – en el pretérito pluscuamperfecto de Dios, del cual ya hemos hablado – el Altísimo ya tenía claramente planificado aquello que nos iba a rescatar, redimir y transformar gloriosamente en agraciados hijos de Dios y depositarios de una herencia maravillosa, que abarca el resto de nuestra peregrinación terrenal y el siempre jamás de la eternidad futura.
Continúa con el versículo 21 afirmando que mediante Él – la imagen vívida y precisa del Dios invisible, a Quien nadie ha visto jamás – creemos en Él, recordándonos que ese mismo Dios fue el que lo resucitó de los muertos y le ha dado gloria, y todo con el fin de que nuestra fe y esperanza estén depositadas en Dios, como fundamento sólido, firme e inconmovible.
Los versículos 22 y 23 son una combinación de ricas verdades fundamentales y nuevas exhortaciones. «Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu…» Al obedecer la verdad, el Espíritu de verdad efectúa en uno una obra de purificación progresiva, y parte integral de la misma es motivarnos a la segunda parte del versículo – «para el amor fraternal no fingido» – con la hermosa exhortación:- «…amaos unos a otros entrañablemente de corazón puro.»
«Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios en él.» se nos dice en Ia. Juan 4: 16b.
El amor es el reino en que Dios vive y se manifiesta, y ese amor nos emancipa del odio, la amargura y el malestar del alma, y no sólo nos hace libres de todo ello, sino también dichosos y felices.
Los versículos 23 al 25 que ponen punto final al capítulo, nos enfatizan dos cosas también de índole fundamental, a saber: el renacimiento y la palabra de Dios.
Jesús afirmó la necesidad de nacer de nuevo, sin lo cual es imposible ver el reino de Dios y entrar en él. Debemos entender que esto se alcanza por el arrepentimiento y la fe, y presupone que se comienza una nueva vida, brotada de lo alto. Uno pasa a ser una nueva criatura engendrada y sustentada también de lo alto.
Esto es mucho más que una transformación en la actitud y el carácter, si bien estas dos cosas resultan algo como así productos derivados de una regeneración interna.
La misma se efectúa por la virtud del Espíritu Santo, Quien se vale para ello de la palabra de Dios, calificada con toda propiedad como una simiente incorruptible – y que vive y permanece para siempre.
Del poder, la pureza, la verdad y las muchas otras virtudes de la palabra de Dios, se nos habla abundantemente en la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo.
Remitimos al lector al Salmo 119:140, como así también al Salmo 12: 6 entre muchos otros pasajes. Pedro escoge otra cita que apunta en la misma dirección – la de Isaías 40: 6b-8 – «…toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. …Sécase la hierba, marchítase la flor , mas la palabra del Señor permanece para siempre.»
Esta es la bendita simiente que se deposita en nuestras entrañas, para germinar, y dar un nuevo nacimiento, a través del cual, hemos de crecer y madurar, y una vez que el Espíritu Santo ponga punto final a Su obra en nosotros, llegaremos a ser a la misma imagen y semejanza de nuestro Señor Jesús, según el propósito creativo original de Génesis 1: 26. Entonces Él, de Hijo Unigénito pasará a ser el primogénito entre muchos hermanos, según Romanos 8: 29.
Las palabras finales con que Pedro concluye el capítulo merecen una buena reflexión. «Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.»
Si bien la palabra de Dios contenida en las Sagradas Escrituras abarca un vastísimo espectro, relacionado con todo lo que necesitamos saber para esta vida y con miras al siglo venidero, el evangelio de la gracia redentora a través de la obra consumada en el Calvario por nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo es, por así decirlo, el corazón y la esencia fundamental de la palabra divina.
Un claro indicativo de esto se nos da en Apocalipsis 19: 10b – «…el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.»
Esa culminación de Su vida en el escenario del Gólgota, nos habla con claridad y elocuencia mayor que ninguna otra parte de la Biblia, de la gran pecaminosidad del género humano, de la justicia absoluta del Ser Creador Supremo, pero también, y por sobre todo, de Su infinita gracia y misericordia.
Concluimos con una ofrenda de la más profunda y temblorosa gratitud, por haber amanecido en nuestra vida la luz magnífica de la grata nueva del evangelio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que es por cierto la cima más excelsa y elevada de la revelación divina.
Otra pausa, para hacer coincidir el comienzo del capítulo 12 que sigue, con la consideración y comentario del capítulo 2 de 1a. Pedro.
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Capítulo 12 – 1a. epístola de Pedro (c)
En vez de «por tanto» Pedro usa la palabra «pues» para tomar de todo lo maravilloso que antecede como la base y fuerza propulsora de la siguiente exhortación:-
«Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias y todas las detracciones…» Toda la bondad y gracia recibida nos colocan en una obligatoriedad moral de corresponder de forma consecuente.
De no desechar todas esas cosas de la vida carnal y mundana, uno se colocaría en un lugar muy escabroso. «…si vivís conforme a la carne moriréis…» según Romanos 8: 13a, es decir que esas obras acabarían por estrangular y dar muerte a la vida espiritual de uno.
Dando por sentado el corresponder debidamente, y, efectivamente, desechar todas esas cosas nocivas enumeradas, tan propias de la vida anterior, el paso siguiente es desear «…como niños recién nacidos la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación.»
El niño recién nacido o de unos pocos meses, se nutre y desarrolla con la leche de la madre que lo dio a luz. Los destinatarios de esta epístola eran bebés espirituales, pero por ser personas adultas debían ejercitar su voluntad para alimentarse de la leche espiritual, y no de cosas perjudiciales y no edificantes. Eso les permitiría crecer para salvación plena.
Las Escrituras nos dicen bastante de ese estado incipiente de vida espiritual. El día que Isaac, el hijo amado, fue destetado, su padre Abraham hizo un gran banquete. (Génesis 21: 8) Para él era un evento muy importante, digno de celebrarse: su hijito iba a comenzar a alimentarse con la comida sólida que le permitiría crecer y desarrollarse debidamente.
Por otra parte. el pasaje de Isaías 28: 9-13 que ya hemos comentado detalladamente en una obra anterior, nos habla del peligro de no crecer, desarrollarse y madurar, con las consecuencias gravísimas de seguir como niños mimados y malcriados, a saber:- «…hasta que caigan de espaldas, y sean quebrantados, enlazados y presos.»
Por su parte, en 1a. Corintios 3: 1- 3 Pablo les reprocha a los corintios su falta de desarrollo. Afirma que se había visto obligado a darles a beber leche y no vianda, y eso, anteriormente, en un principio, pero también más tarde, al escribirles.
Define bien ese estado de subdesarrollo, diciendo:- «…porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones ¿no sois carnales y andáis como hombres?
Por si cupiera alguna duda, recalcamos que se puede ser adulto de edad – tanto natural como espiritual, es decir con unos buenos años en la fe – pero espiritualmente, un niño subdesarrollado y malcriado. Y las marcas o señales son ser celoso, contencioso, estar en disensiones o ser jactancioso.
A veces pensamos que como a un padre le duele profundamente que un hijo suyo sea retardado – apenas balbuceando, por ejemplo, cuando ya debiera estar hablando con claridad y fluidez – así también al bendito Padre Celestial seguramente le deberá traer desagrado y dolor que hijos Suyos estén en una condición tan triste.
Que ninguno de nosotros le esté ocasionando semejante desagrado y tristeza!
En Efesios 4: 14 Pablo escribe sobre la necesidad de no ser «niños fluctuantes llevados por doquiera de todo viento de doctrina…»
Quizá lo que resulte oportuno señalar en este aspecto es el peligro de navegar en demasía con el ordenador. Algunos se dejan llevar por esa tendencia.
Si bien en internet sin duda se encuentran cosas sanas, útiles y provechosas, también es verdad que mucho que ahí aparece no es trigo limpio y puede resultar sumamente perjudicial.
Un querido pastor, muy consciente de todo esto, me manifestó hace unos tres o cuatro años que se preguntaba cómo habría enfrentado una situación semejante la iglesia primitiva del primer siglo, de haber existido ya el internet.
Por supuesto que no se puede prohibir, pero sí aconsejar y advertir del peligro de enredarse con cosas extrañas, ajenas a la sana doctrina y la verdad bíblica.
Sin pretender ser exhaustivos, nos extendemos un poco más sobre el tema, ocupándonos brevemente de Hebreos 5: 11-14.
» Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír.» «Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios, y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche y no de alimento sólido.» «Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.»
Un pasaje lleno de verdades latentes que por cierto tienen mucha aplicación práctica en el presente. En el mismo, el autor de la epístola les reprocha a los fieles hebreos lo siguiente:
a) el haberse hechos tardos para oír. Notemos la fina diferencia entre el ser y el hacerse tardos para oír. Lo segundo da a entender que, seguramente por intereses ajenos a lo celestial, su acústica espiritual se había debilitado sensiblemente; en otras palabras, el haberse ensordecido ellos mismos por no atender con más diligencia a las cosas que habían oído. y tácitamente cultivar en cambio cosas terrenales y ajenas a lo celestial.
b) Llevaban un buen tiempo en el camino de la fe y ya debían ser maestros, y en cambio necesitaban que se les volviera a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios.
c) Esa decadencia espiritual hizo que llegasen a ser tales que necesitaban leche y no el alimento sólido.
d) Como consecuencia de necesitar leche habían llegado a ser inexpertos en la palabra de justicia – niños retardados en cuanto a lo espiritual, celestial e imperecedero, aun cuando, irónica y tristemente, bien versados y situados (!) en cuanto a lo material, terrenal y perecedero. Por cierto que se encontraban en una lamentable y peligrosa condición de subdesarrollados.
e) El contraste con lo que se señala en el versículo 14 es muy notorio. Los que pueden recibir y absorber debidamente el alimento sólido son los que han alcanzado madurez.
Aprovechando bien el tiempo y las oportunidades, llegan a tener los sentidos bien ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Es decir, que no se tragan cualquier cosa – con disculpas por la expresión algo ruda – ni se les pasa gato por liebre.
Nos hemos extendido bastante sobre el particular, pero creemos que las muchas advertencias y amonestaciones que nos da la palabra del Señor, resultan muy en sazón. Sobre todo en estos días en que el móvil con sus muchas aplicaciones, el internet y la informática en general, y tanto más de la tecnología avanzada, junto con las muchas otras exigencias materiales de la vida cotidiana, conspiran fuertemente contra el sano crecimiento de la vida espiritual.
Tanto mejor que todo eso resultaría que al igual que los apóstoles en la ocasión narrada en Los Hechos 6: 1-4, tomáramos la firme postura, sencilla y sabia, de persistir en la oración y el ministerio de la palabra.
Bien, después de este largo paréntesis, retomando el hilo, Pedro, tras de expresar su anhelo de que los fieles a quienes se dirigía crecieran espiritualmente, agrega las palabras «…si es que habéis gustado la benignidad del Señor..»
Nc creemos que lo cuestionaba, sino que lo recordaba, citando el Salmo 34:8 como un estímulo para poner su parte como correspondía, a fin de crecer debidamente.
A partir de ahí pasa a escribir de la maravillosa piedra viva. En Isaías 26: 4 donde dice «Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos,» en el original hebreo la palabra que se emplea es la Roca de los siglos. Roca Eterna, totalmente inexpugnable.
Resulta reconfortante y de mucho estímulo lo que Jesús nos dijo en Mateo 7: 24-25. Cualquiera que oye Sus palabras y las pone por obra es semejante a una persona prudente que edifica su casa sobre la roca. Podrán descender lluvias, desbordar ríos y soplar fuertes vientos sobre su casa, pero no ha de caer sino quedar firme e incólume por estar fundada sobre la roca.
Esa bendita Roca, desechada por los hombres de aquel entonces, y por muchos hoy día también, para Dios por el contrario es escogida y preciosa – dos adjetivos que hablan de por sí.
A esto sigue en el versículo 5 una exhortación a que seamos edificados como piedras vivas. es decir, con material igual al Suyo, nutriéndonos de Él y Su palabra y valiéndonos de Su gracia que se nos extiende abundantemente al permanecer en Él y Su palabra.
Esta edificación tiene un doble sentido – como casa espiritual, y como sacerdocio santo. En primer lugar, no es una vivienda de ladrillos y hormigón armado, sino una casa espiritual, compuesta de los verdaderos redimidos, en los cuales mora el Espíritu de Dios.
Aquí es donde tantos se equivocan, llamando «la iglesia» o bien el templo, al local en que se celebran las reuniones. El gran siervo de otrora George Fox, con mucho acierto, cada vez que se refería a lo que los demás llamaban la iglesia, él decía «la casa con campanario.» !
El siguiente aspecto de la edificación resulta muy grato y enriquecedor – sacerdocio santo. Contamos con el altísimo privilegio de poder entrar en el Lugar Santísimo, la misma presencia del Ser Supremo, para ofrecer sacrificios espirituales – y esto, por medio de Jesucristo.
Ya no se trata más de ofrecer corderos, carneros y demás sacrificios del ritual levítico; ahora son ofrendas de gratitud, de alabanza, de amor y adoración convalidadas por Jesucristo, con Su ofrenda inmaculada y todo suficiente, como el autor de Hebreos lo señala en 9:14; 9:26b y 10: 10.
A continuación Pedro, ostentando el gran conocimiento y limpio trazado de la palabra de verdad con que el Espíritu Santo lo había dotado, pasa a citar Isaías 28: 16 en que el Señor adelantaba que iba a poner en Sión la piedra principal, y angular, otra vez con los dos mismos adjetivos.- escogida y preciosa. Esto iba acompañado de la promesa que quien creyere en ella no quedaría avergonzado, defraudado ni nada de esa índole.
Por lo tanto, esa Piedra nos es preciosa a los que creemos de verdad – la Piedra desechada por los falsos edificadores que le crucificaron, pero que sin embargo ha venido a ser la cabeza del ángulo, como la pieza clave sobre la cual descansa toda la edificación.
Por el contrario, a los que rehúsan creer y desobedecen, les resulta una piedra de tropiezo y roca que hace caer, y ya estaban destinados a ello por la presciencia o conocimiento divino previo, que bien sabía que iban a desobedecer y no creer – esto con el gravísimo pecado de hacer a Dios mentiroso, negando la veracidad de lo que Él afirma, según se nos puntualiza solemnemente en 1a. Juan 5: 10b.
Los versículos 9 y 1 nos señalan el contraste entre lo que eran en otro tiempo y lo que ahora eran, por haber conocido y abrazado plenamente la fe del evangelio, contraste éste que se hace extensivo a nosotros, los renacidos y redimidos de hoy en día.
Antes no eran pueblo de Dios, ni habían alcanzado misericordia, pero ahora sí lo eran y sí la habían alcanzado.
El versículo 9 define maravillosamente la dicha inefable que la gracia y misericordia divinas les habían acordado. En primer lugar, ser un linaje escogido. Aun cuando Pedro aquí no lo afirma expresamente, entramos en la línea abrahámica a través de Jesucristo, la simiente por excelencia. (Ver Gálatas 3: 16 y 3: 7 y 9)
Este linaje escogido es seguido en segundo término por ser un real sacerdocio – realeza y dignidad sacerdotal – en consonancia con Apocalipsis 1: 6.- «…y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre, a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén»
En tercer lugar nación santa y por último pueblo adquirido por Dios, y a qué precio!·
Todo lo anterior con un fin glorioso y que supone, desde luego, un privilegio maravilloso – el de «…anunciar las virtudes de aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.»
Cuán grande es la dicha de quienes se sepan y sientan encuadrados de verdad dentro de este marco de excelencia suprema! Nada mejor puede haber para los verdaderamente Suyos, y todo esto como un anticipo de lo que nos aguarda en el más allá.
Comprendamos bien y atesoremos estas maravillosas facetas de la herencia sin par que nos ha tocado, por la gracia del amado Señor y Salvador Jesucristo.
Naturalmente que todo este cúmulo de bendiciones conlleva una gran responsabilidad – la de vivir acorde con las mismas. Así, Pedro pasa a exhortar a una conducta correcta y consecuente en el orden práctico de la vida cotidiana.
Antes de pasar a considerarla, notemos que antepone la palabra amados, denotando su ternura al dirigirse a niños recién nacidos. Citamos cada una con un breve comentario aquí y allá.
1) Siendo ahora extranjeros y peregrinos – no ya del mundo aun cuando vivían en el mismo -,que se abstuviesen de los deseos carnales que batallan contra el alma.
2) Que mantuvieran una buena manera de vivir entre los gentiles que los rodeaban, que aunque murmurasen de ellos como si fueran malhechores, vendría un tiempo – el de la visitación divina – en que glorificarían a Dios al ver sus buenas obras.
3) Como buenos cristianos, debían someterse en la vida ciudadana a las autoridades e instituciones humanas – a saber, al rey y a los gobernadores como nombrados por Dios y comisionados para castigo de lo malhechores y reconocimiento de los que hacen el bien. Esto lo destaca Pedro como la voluntad de Dios destinada a hacer callar la ignorancia de los insensatos.
4) Debían saberse libres, pero esta libertad no debía de ninguna manera usarse como razón o pretexto para hacer lo malo, sino por el contrario, como siervos de Dios, con toda la dignidad que supone.
5) Honrar a todos, amar a los hermanos, temer a Dios y honrar al rey.
6) Los criados, estar sujetos a sus amos con todo respeto, y esto no sólo a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. Sobre esto último establece la diferencia entre ser abofeteados por sus propias faltas y fallos, y el soportar aun cuando estuviese haciendo el bien. Lo primero no tiene mérito, pero lo segundo sí, y cuenta con la aprobación divina como justa compensación.
Como vemos, un nivel de conducta muy elevado y que abarca casi todos los aspectos de la vida diaria. Sería bueno que cada uno de nosotros se pregunte seriamente si su vida responde a estas exigencias, sobre todo a la de ser sumisos cuando se nos desprecia o maltrata sin que hayamos dado ningún motivo para ello.
En los versículos 21 al 25, después de señalar que para todo ese altísimo nivel de testimonio hemos sido llamados, es decir, se ejemplares a carta cabal, Pedro ahora pasa a recordarles a ellos – y por extensión a nosotros también – que Cristo padeció por nosotros, dándonos ejemplo para que sigamos en Sus pisadas.
Cuando le maldecían, por cierto que no respondía de igual manera, ni amenazaba en absoluto, y en el madero del Calvario llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo, y esto con el fin de que ahora, muertos en cuanto al pecado, vivamos a la justicia.
Como vemos, nos está diciendo exactamente lo mismo que Pablo en Romanos 6: 11-13, por ejemplo, aun cuando lo exprese en términos distintos.
Las últimas palabras del versículo 24 – «…por cuya herida fuisteis sanados » – nos conmueven profundamente. Pensar en el cuerpo de nuestro amado Señor Jesús con heridas y llagas por los azotes y demás castigos y afrentas, y que eso y mucho más lo merecíamos nosotros, y en cambio lo sufrió Él en nuestro lugar. Nunca podremos dejar de agradecerle por amor tan, tan grande. Espero que tu corazón también se conmueva querido lector.
Las palabras finales del capítulo – «Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas,» – se relacionan en algo con Isaías 53: 6 «todos nosotros nos descarriamos como ovejas…»i
Al arrepentirnos y abrazar la fe del evangelio, nos volvemos a Él, y además de Señor y Salvador, lo encontramos tanto en el rol de Pastor como en el de Obispo. El primero con todo el beneficio de disfrutar del tierno y esmerado cuidado del Buen Pastor. El segundo con la dicha de que Él sea el que prevé las necesidades y peligros tanto en el presente, como en el futuro a breve plazo y hasta el final de nuestra peregrinación.
Dejamos aquí para hacer coincidir el comienzo de nuestro próximo capítulo con el del capítulo 3 de esta epístola.
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Capítulo 13 – 1a. Pedro, capítulo 3 (d)
Este capítulo comienza sentando las bases y principios correctos para el matrimonio. Por una parte, la mujer debe estar sujeta a su marido, lo cual afirma Pedro será un medio eficaz para que el marido inconverso sea ganado sin palabras por la conducta de su mujer. Es decir, no estarles predicando verbalmente, sino con su comportamiento casto y respetuoso.
Además. no llevar vestidos lujosos ni peinados ostentosos, lo que significaría vivir para las apariencias externas, sino por el contrario la verdad interna del corazón – un espíritu amable y apacible, viviendo en quietud y calma, lo cual el Señor valora grandemente.
Toma el ejemplo de Sara que era obediente a su marido Abraham, llamándole señor, para instar a las mujeres a ser verdaderas hijas de ella, con un comportamiento similar.
Pero no solamente a la mujer se le fijan requisitos, y dan consejos y exhortaciones. El marido por su parte también debe ser sabio, dando honor a la mujer como el vaso frágil. Debemos recordar, entre otras cosas que a ella le toca la parte más difícil del embarazo y el parto para dar a luz los hijos, lo que la hace merecedora de un trato amable y comprensivo.
Además de esto, por la unión matrimonial ella pasa a ser coheredera de la gracia de la vida. Y por último, tenemos el principio muy importante de que cuando estas exhortaciones se ponen por obra, resulta un medio eficaz para que las oraciones de ambos sean contestadas, mientras que si se desatienden y no se ponen en práctica, sucede tristemente que sean estorbadas.-
.Debemos tener bien presente que si bien nuestros ruegos y oraciones se contestan por los méritos de Jesucristo, también es necesario que vayan acompañadas de una conducta acorde y consecuente. Cuando esto no sucede, antes de poder pedir eficazmente, es menester que medie un arrepentimiento sincero a fin de ponerse bien a cuentas con el Señor.
A partir dell versículo 8 la epístola pasa a aconsejar y exhortar a todos en general. «Sed todos de un mismo sentir» al igual que lo que exhorta Pablo en Efesios 4: 3 – «…solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.» Compasivos recibiendo del Señor Jesús ese espíritu de compasión que Él sentía por las multitudes que estaban descarriadas, como ovejas sin pastor, y por los necesitados en general.
«Amándoos fraternalmente» tal cual el mismo Señor mandó a Sus discípulos – «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.» (Juan 15: 35)
Misericordiosos. como consecuencia de ser ellos, al igual que nosotros los Suyos de verdad, depositarios de tanta misericordia divina.
«Amigables» es decir personas amables y pacíficas, como resultado de ser Sus amigos al hacer lo que Él nos manda (Juan 15: 14) y entrar así en la genética de nuestro padre Abraham, el ilustre amigo de Dios. Todo lo que precede está contenido en el versículo 8, muy denso por cierto.
En cuanto al siguiente, nos exhorta a no devolver mal por mal, ni maldición por maldición, sino todo lo contrario, bendiciendo a otros, dado que hemos sido llamados para heredar bendición.
Esto es lo que hace el verdadero discípulo del Señor, como persona espiritual que sabe bien que así es como debe ser. Lo opuesto, que tristemente acontece a veces, es el de un creyente que no anda en el Espíritu, y si le hacen daño o maldicen, responde de igual forma.
Como podrá advertir el lector, se nos llama a vivir en un nivel muy elevado, como dignos seguidores y siervos del Maestro.
Como firme apoyo a las exhortaciones que hemos visto, Pedro cita – otra vez denotando su conocimiento y buen trazado de las Escrituras – el pasaje del Salmo 34: 12-16 -Lo consignamos completo y sin comentario, dado que habla de por sí con toda claridad. ; «El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal y sus labios no hablen engaño; apártese del mal y haga el bien; busque la paz y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.»
La verdad de.que los ojos del Señor están sobre los justos y ´sus oídos atentos a sus oraciones, Pedro la toma a renglón seguido como buen punto de apoyo para la siguiente pregunta: «¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño si vosotros seguís el bien?
Como veremos en cierto detalle más adelante al tomar el capítulo 9, el diablo, como león rugiente, anda buscando a quién pueda devorar o dañar, pero loado sea el Señor, al guardarnos celosamente en la parcela divina de la humildad y obediencia plena, somos intocables para él.
Juan lo atestigua claramente al escribir .«»Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.» 1a. Juan 5: 18.
Gloriosa verdad que nos coloca en un plano diametralmente opuesto al de la «corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.» (Efesios 2: 2
Entre paréntesis, volvemos a notar la gran coincidencia entre los tres más grandes apóstoles del Nuevo Testamento – Pedro, Juan y Pablo. Aunque en términos diferentes, nos presentan con claridad meridiana las mismas verdades cardinales.
En el pasaje que se extiende del 14 al 17 del capítulo 3 en que estamos, se expresa la bienaventuranza que nos toca si en algo padecemos por causa de la justicia. siguiendo con el consejo de no intimidarnos ni perturbarnos, sino de santificar al Señor Dios en nuestros corazones.
¿Que significa esto último? Darle el primer lugar a Él, el Dios tres veces santo y tenerlo en el corazón por encima de todo.
Seguidamente otro consejo importante: el de estar siempre bien dispuestos para explicar mansa y reverentemente a cualquiera que pida razón de la esperanza que se tiene por la fe en el evangelio.
Esto debe ir acompañado de una buena conciencia, sabiendo que se está viviendo para el bien y no para el mal, lo cual habrá de rebatir y avergonzar a los que murmuran de nosotros como malhechores y calumnian nuestra buena conducta en Cristo.
Termina el pasaje en el versículo 17 diciendo que es mucho mejor padecer por hacer el bien, si así lo permite el Señor en Su voluntad, que haciendo el mal. Lógicamente,,si hacemos el mal hemos de sufrir de alguna forma u otra – eso es inevitable.
La parte final del capítulo, del 18 al 22, nos da bastante que decir, y también bastante en qué pensar. El 18 es clarísimo: nuestro amado Señor Jesús padeció por los pecados nuestros – una sola vez, el Justo por los injustos, para restaurarnos ante Dios, habiendo muerto en la carne, pero sido vivificado en el espíritu.
Los versículos 19 y 20 son dos de los cuales dijimos anteriormente que Pablo también podía decir de él – Pedro – que había escrito algunas cosas difíciles de entender. (Ver en comparación 2a. Pedro 3: 16)
Lo que dice lo consignamos textualmente: «…en espíritu, en el cual fue y predicó a los espíritus encarcelados cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca….» Esto da a entender que la gente malvada de ese entonces. quedó encarcelada y el Señor fue y les predicó. No sabemos ni se nos dice si como resultado se arrepintieron y fueron absueltos o no. Consideramos que no procede ni corresponde especular ni tratar de ahondar, sino dejar así las cosas, sin quitar ni añadir nada
. El versículo 21 nos presenta el diluvio en tiempo de Noé como símbolo del bautismo que ahora nos salva – seguramente al hacerse de la forma debida que conlleva el deseo sincero de una buena conciencia hacia Dios, por el simbolismo de morir al pecado y resucitar a una nueva vida. en Jesucristo resucitado.
Esto es lo que se nos dice en Romanos 6:3-5, si bien el versículo 18 de 1a. Pedro no lo plantea con la misma claridad.
El versículo 18 con que termina el capítulo es clarísimo. Nuestro amado Señor Jesús ha ascendido al cielo, está a la diestra de Dios y tanto ángeles, como autoridades y potestades están sujetos a Él. No tenemos ninguna necesidad de tratar de atar a alguna potestad maligna – todas ellas están sujetas a Su persona exaltada y glorificada.
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Capítulo 14 – 1a. Pedro capítulo 4 (e)
El capítulo comienza recordándonos que Cristo ha padecido por nosotros en la carne. A raíz de ello se nos exhorta a que nos hagamos a la misma idea, con el agregado muy importante de saber que «…quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado.»
En la práctica sabemos que quien sufre un dolor de muelas, por ejemplo, o un fuerte dolor de cabeza no ha de sentir por cierto ningún deseo de pecar.
Podemos imaginar, por otra parte, al profeta Jeremías, quien además de ser un santo varón, sufrió mucho en todo sentido. Si se lo sentara, imaginariamente, ante un televisor con una película obscena ¿Se detendría impávido a mirarla? Por cierto que no, sino que mandaría apagar el televisor de inmediato, o se marcharía indignado.
Continúa en el versículo 2 señalando que el camino a seguir es en sentido totalmente contrario. es decir, .el resto del tiempo de vida que nos queda, no ya en las concupiscencias de los hombres, sino por el contrario en la en voluntad de Dios.
Baste ya haberlo hecho en el pasado, al igual que los gentiles inconversos, andando en lascivias, concupiscencias, orgías, embriagueces, disipación, y abominables idolatrías. (Hemos consignado la lista deliberadamente,tal cual aparece en el texto del versículo 3)
Al ver que vivimos de una manera diametralmente opuesta, no corriendo para nada con el desenfreno de muchos otros inconversos y mundanos, lógicamente a ellos les parecerá extraño y tal vez nos despreciarán y se burlarán, y hasta podrán llegar a ultrajarnos.
Con todo, a menos que procedan a un arrepentimiento sincero, tendrán que rendir cuentas ante aquél que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos.
A continuación, en el versículo 6 tenemos algo más que, hablando con humor sano y respetuoso, ya dijimos de Pablo, en relación a lo que Pedro escribió de él en 2a. Pedro 3: 16 – «difíciles de entender.»
Citamos el versículo textualmente: «Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios.»
¿Quién o quiénes les predicaron? No se nos dice. ¿Ese ser juzgados en carne se refiere al trato recibido estando en vida – «…con vara de hombres y con azotes de hijos de hombres, pero mi misericordia no se apartará de él» – es decir, podría relacionarse con ese versículo de 2a. Samuel 7: 14-15 ?
¿Este versículo da esperanza de una segunda oportunidad de alcanzar la salvación después de la muerte, y en contraposición a Hebreos 9: 27 – «Y de la manera que está establecido a los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio?
Creemos sabio no especular o formular conjeturas, sino remitirnos a Deuteronomio 29: 29 – «Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley.»
Gracias al Señor, podemos dejar para el más allá los interrogantes que plantean estas cosas «difíciles de entender» y centrarnos en las elementales y fundamentales para que nos vaya bien, tanto en la vida presente como en el siglo venidero.
Desde el versículo 7 en adelante, tras afirmar que el fin de todas las cosas se acerca, Pedro pasa a hacer una serie de exhortaciones, consejos y advertencias.
1) Ser sobrios y velar en oración. Nada de bajar la guardia, ni dejar la disciplina del Espíritu, descuidando la búsqueda del Señor en oración.
2) Por encima de todo, tener ferviente amor «porque el amor cubrirá multitud de pecados.»
Esta sentencia también la encontramos en Santiago 5: 20, y con una ligera variante, en Proverbios 10: 12.
Es importante diferenciar entre esto – el amor que no reprocha ni echa en cara, sino que se sobrepone y cubre las faltas y pecados de otros – y la preciosa sangre de Cristo y Su sacrificio a favor nuestro.
Lo primero cubre los pecados y las faltas de otros, mientras que lo segundo nos limpia de todos nuestros pecados (1a. Juan 1: 7) y quita el pecado de en medio. (Hebreos 9: 26)
3) Hospedar los unos a los otros cuando sea necesario, sin quejas ni murmuraciones. (versículo 9)
4) » Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.»» Esto significa hacerlo en sazón, a su debido tiempo y con mansedumbre, teniendo como móvil la gloria de Dios y la edificación de los demás – nunca para vanagloriarse o buscar ser admirado o ser alabado o ensalzado. Dentro de esos dones, quien habla que lo haga conforme a la palabra de Dios, es decir trazando bien la palabra de verdad, sin introducir cosas rebuscadas ni ajenas a la verdad bíblica. Quien ministra – en cualquiera de las múltiples facetas del ministerio – que lo haga con el poder que Dios da, es decir, prescindiendo de fuerza anímica propia, elocuencia o sabiduría humana. Estas pueden llamar la atención, tal vez dar lugar al elogio de algunos oyentes, pero nunca han de producir resultados espirituales valederos ni duraderos. Sólo la gracia divina, operando a través de vasos limpios y humildes puede lograrlo.
Aquí nos permitimos insertar algo de importancia, que a veces uno advierte que hay quienes no lo comprenden. Dentro de esa múltiple variedad que se ha citado más arriba, hay lo que podríamos llamar las diferentes ondas o bien frecuencias en que se desenvuelven. Hay quienes, al no recibir provecho de alguien que está ministrando en una determinada, pueden pensar que lo que están oyendo o bien no es inspirado, o sencillamente que no vale o es fruto de la mente del que está hablando.
La verdad es que muchas veces no es así, sino que está ministrando en una onda o frecuencia distinta, que está resultando de provecho y edificación para otros. Esto lo hemos podido experimentar en no pocas ocasiones, y es algo digno de tenerse en cuenta y que con la madurez se sabe discernir.
Termina esta sección del capítulo con una hermosa y bien encajada culminación: «»…para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.
A partir del versículo 12 la tónica cambia totalmente, convirtiéndose en una amonestación y advertencia – si bien amorosamente precedida por la palabra Amados. La misma nos habla del fuego de prueba que les habían sobrevenido, como si fuera algo extraño y hasta fuera de lugar tal vez, o por lo menos algo que no se tenía programado!
Por el contrario, debían gozarse, porque significaba que eran participantes de los sufrimientos de Cristo, para que también en la revelación de Su gloria se pudieran gozar con gran regocijo.
En el versículo siguiente – el 14 – Pedro lleva este punto todavía más alto, diciéndoles que si eran vituperados por el nombre de Cristo eran dichosos y bienaventurados, y la razón que añade es que el glorioso Espíritu de Dios reposaba sobre ellos.
Notemos como algo importante que éste es un nuevo nombre dado al Espíritu Santo, y es la primera y única vez que aparece en toda la Biblia. Por cierto, se trata de una gran bienaventuranza que esa persona de la Santísima Trinidad repose sobre nuestras vidas.
Los que se oponen fuertemente, a menudo tristemente blasfeman, para su propia ruina, pero a través de ellos, los fieles – extensivo a los fieles de hoy día y de todos los tiempos – es glorificado ese Nombre y esa persona a Quien le debemos tanto – el bendito Cristo crucificado, pero también resucitado y ascendido.
Como consecuencia de ello viene una exhortación muy elemental, pero que siempre resulta oportuna: que ninguno padezca como homicida, ladrón, malhechor, o por entremeterse en lo ajeno (versículo 15)
Por otra parte, si uno padece como cristiano, que no se avergüense sino que glorifique a Dios por ello. Esto nos hace recordar el ejemplo de los primeros apóstoles que, tras de haber sido azotados, salieron «…gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre.» (Los Hechos 5: 40-41) Esta última reflexión no la consigna Pedro, a pesar de haberla vivido juntamente con los otros once apóstoles.
Notemos también que ésta es una de las pocas veces que a los fieles se les llama cristianos, siendo la primera la que figura en Los Hechos 11: 26, acontecida en Antioquía de Siria.
En el versículo 17 se nos presenta la solemne verdad de que «…es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios y si primero comienza por nosotros ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?»
El agregado » Si el justo con dificultad se salva…» (v.18a) añade aun mayor solemnidad , y nos debe mover a cuidarnos celosamente de andar en cumplida obediencia, y en mansedumbre ante el Señor, no dando el menor lugar al enemigo declarado de nuestras almas.
Y la parte final del versículo –«¿…en dónde aparecerá el impío y el pecador?» – es casi escalofriante – el horrendo fin que les espera a los que rehúsan acogerse a la verdad del amor divino – tan maravillosa, y tan sagrada a la vez.
Este denso capítulo concluye en el versículo 19 exhortándonos a que cuando padezcamos según la voluntad de Dios, encomendemos nuestras almas al fiel Creador y hagamos el bien.
Como reflexión final , vemos que Pedro no se queda corto en presentarnos las altas exigencias de una vida de verdaderos y fieles cristianos – hemos de andar con toda sobriedad, cuidándonos minuciosamente de complacer a nuestro amado Dios y Su Hijo Jesucristo. y no hacer ni decir nada que sea de Su desagrado.
No podemos menos que asentir cabalmente – así debe ser.
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Capítulo 15 – 1a. epístola de Pedro – Capítulo 5 (f)
En los versículos 1 al 4 el capítulo comienza con una significativa exhortación a los ancianos.. Antes de considerarla, debemos señalar que, en general, se piensa que el grado más alto en la iglesia es el de obispo (desconsiderando, claro está, el de arzobispo y cardenal, que no aparecen en absoluto en las Sagradas Escrituras) y que le sigue el de pastor y debajo de ellos el de anciano.
La verdad bíblica es que anciano , pastor y obispo son tres funciones distintas de un mismo cargo, según de desprende claramente de Los Hechos 20: 17-18, Tito 1: 5-7 y este pasaje de 1a. Pedro 1-4 en que estamos. Además, siem pre el cargo se ocupaba en el plural, no en el singular.
Sobre esto hemos matizado más en detalle en escritos anteriores Agregamos que dentro de esa pluralidad muy bien puede haber uno que sobresalga, ya sea por su mayor madurez o antigüedad, pero sin por eso excluir ni prescindir de quienes le acompañan en la pluralidad.
En cuanto a la exhortación a los ancianos en sí, notemos que al referirse a sí mismo como anciano, no está dando a entender que haya depuesto su apostolado. Evidentemente al escribir de esa forma era porque se encontraba estacionado en un lugar determinado, y en la iglesia de ese punto se desempeñaba como anciano, posiblemente habiendo dejado de viajar, o por lo menos haciéndolo mucho menos.
Su primera palabra del capítulo – Ruego – como así también toda la tónica de su exhortación, nos habla de un espíritu manso, totalmente ajeno al autoritarismo y la obediencia obligatoria que, lamentablemente, se impone en algunos lugares. Sobre esto más dentro de poco, pero debemos notar sus palabras «yo anciano también con ellos» del versículo 1, poniéndose al mismo nivel que los demás ancianos, a pesar de haber sido testigo presencial de los padecimientos de Cristo, sabiendo que también sería participante – al igual que ellos – de la gloria futura a ser revelada a su debido tiempo. Les exhorta a apacentar la grey de Dios, recordándonos así de paso que esas ovejas y corderos que la integraban no eran propiedad de ellos, sino del Señor que las redimió con Su sangre. Debían cuidar de ellas, no por fuerza sino voluntariamente – que no lo hicieran por obligación, sino de buen grado – es decir que no debía haber nada forzado – sino que brotase de la voluntad propia de cada uno. El móvil no debía ser, ni debe ser nunca, la ganancia pecuniaria, y mucho menos por supuesto la deshonesta, sino por el contrario, un ánimo pronto, es decir que tuvieran en la labor pastoral un llamamiento bien dentro de sus entrañas.
En el versículo 3 – «…no teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey» tenemos la definición perfecta de la autoridad espiritual, que es algo diametralmente opuesto al autoritarismo a que nos hemos referido más arriba.,
En Números 27: 18-20 se recalca el mismo principio básico, aunque en términos distintos. Efectivamente, al designarse a Josué como sucesor de Moisés, leemos en el versículo 20 lo que el Señor dispuso: «Y pondrás de tu dignidad sobre él, para que toda la congregación de los hijos de Israel le obedezca.» Al transmitirle de su dignidad – como el varón ejemplar y santo que indubitablemente Moisés era – lo iba a capacitar para ganarse la sumisión y obediencia de todo el pueblo. Resumiendo, la sumisión y obediencia de otro no se gana con el querer imponerla, sino con llevar una vida ejemplar e intachable, que por gravitación de sus virtudes da lugar a que los demás la reconozcan, respeten y con mucho gusto se sometan a ella.
Para tales ancianos/pastores se da una firme y hermosa promesa: cuando aparezca el Príncipe de los pastores – entre paréntesis, hermoso nombre dado a nuestro amado pastor que dio su vida por las ovejas – la promesa de recibir «la corona incorruptible de gloria.»
En los versículos 5 y 6 la exhortación de estar sujetos – siempre de esa manera voluntaria y no impuesta – se extiende a los jóvenes y todos en general, redondeando con el vestirse de humildad porque «Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes» lo cual rebate y descalifica totalmente el criterio opuesto .
Concluimos diciendo que este último sólo produce a la larga efectos muy lamentables, tanto en las vidas de quienes reciben ese trato incorrecto, como en las de los que lo ejercen.
La exaltación no se alcanza sino con humillarse de verdad bajo la poderosa mano divina. A quienes lo hacen cabalmente, el Señor se encarga de exaltarlos a su debido tiempo.
En el versículo 7 Pedro nos da una hermosa perla, que muchas veces se ha aplicado, y muy en sazón, en la prédica oral.
«…echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.»
A menudo la predicación contiene fuertes exhortaciones a una mayor consagración y buscar al Señor con más ahínco y tesón, etc. Pero un siervo del Señor debe ser consciente de que casi siempre entre los fieles que escuchan habrá quienes estén preocupados por pruebas, o bien problemas dificultades o cargas de diversa índole.
Es recomendable, por lo tanto, hacer un paréntesis en un punto dado para dirigirse a ellos en base a este versículo, aunque no se sepa exactamente quienes puedan ser.
Cuando nos encontramos en momentos o encrucijadas difíciles, hay lo que está a nuestro alcance para solucionarlos, y eso desde luego debemos hacerlo. Pero lo que va más allá y que nos sigue causando ansiedad debemos «echarlo sobre él.»
Él no es como un ser humano que sólo puede hacerse cargo de un número limitado de problemas ajenos.
Feliz y maravillosamente, Su omnipresencia, omnisciencia y omnipotencia permiten que se le echen todas las cargas y ansiedades de millares y millones a la vez, sin que se sienta sobrecargado ni abrumado en lo más mínimo. Con toda calma y solicitud se encarga de cuidar amorosa y simultáneamente de todos los Suyos de verdad.
Así que cualquier lector que se sienta en ansiedad por lo que fuere, échela sobre el Omnipotente, en lugar de seguir afligiéndose, lo cual desde luego no le reportará ningún beneficio. Descanse con fe en Él, el Eterno Dios, que sin duda tiene cuidado de Usted también.
«Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar.» La palabra como que precede a león rugiente denota que el diablo no es en realidad un león – pretende serlo con sus rugidos y artimañas. El verdadero león es el de la tribu de Judá que lo ha vencido.
Con su malicia habitual, el diablo, aun cuando es un derrotado, siempre está al acecho, y busca, a quién devorar. como escribe Pedro.
Hagámosnos la pregunta ¿A quién puede devorar? Para dar con la respuesta correcta tenemos que empezar por comprender con toda claridad que hay dos parcelas – la de Dios y la del diablo.
La primera es la de la limpieza, la verdad, la humildad, la obediencia y la genuina honradez, por citar solamente cinco cualidades o facetas de la misma.
¿Cómo se logra esto? Permaneciendo firmes en el Señor, según nos exhortó Él mismo en Juan 15: 4, añadiendo significativamente en el versículo siguiente- «...porque separados de mí nada podéis hacer.».
La segunda es todo lo contrario – de la de la carne, los deseos mundanos, la mentira o mentirilla, la suciedad, la arrogancia, la rebeldía y la deshonestidad.
Entre otras promesas tenemos la de 1a. Juan 5: 18:- «Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda y el maligno no le toca.»
Al guardarnos celosamente, no dándonos al pecado, Aquél que fue engendrado por Dios, en Su gran fidelidad nos guarda, y así, bendito sea Dios, somos intocables.
Puede haber casos especiales como el de Job, el de Pablo con el aguijón en la carne como mensajero del diablo que lo abofetease (II Corintios 12: 7) En ambos casos, y en otros semejantes, había un propósito divino que a la postre traería mucha bendición.
No obstante, la norma para los pequeños, normales y corrientes como nosotros, es que seamos intocables.
¿Cuál es entonces la maliciosa astucia del enemigo? Sencillamente la de seducirnos y así llevarnos a la parcela suya.
A veces en la prédica oral hemos usado como ilustración el ejemplo del pescaíto malagueño, que es tan apetitoso y tentador. señalando que los espíritus malignos que operan en la zona, como buenos andaluces se tragan la s – y en vez de pescaítos dicen pecaítos – tan tentador, si todos lo hacen, no seas tonto, aprovecha.que no pasa nada… Y el incauto que se deja seducir queda prendido del anzuelo, y sangra con mucho dolor.
A veces se oye decir por alguno que no comprende bien cómo son las cosas – «El diablo la tiene conmigo» o cosas semejantes.
Para refutar esto solemos dar un ejemplo ilustrativo muy sencillo que se presta muy bien para el caso. Tenemos un niño de digamos 6 años que hace los deberes, se porta bien y es obediente.
Por otra parte, cerca suyo hay un grandulón sinvergüenza que quiere quitarle los juguetes, pellizcarlo y maltratarlo
¿Pensáis que un padre normal se quedaría impávido, sin tomar cartas en el asunto? Por supuesto que no – en seguida lo pondría bien en claro al grandulón, haciendo que se marche de inmediato y no se atreva a meterse con su hijo so pena de recibir una buena paliza.
Y nuestro amantísimo Padre Celestial ¿no hará lo propio, impidiendo totalmente que el enemigo se divierta a costilla nuestra o nos dañe de manera alguna?
Así que al que piensa que el diablo la tiene consigo, lo que procede es aconsejarle amablemente y para su bien que se ubique cumplida y cabalmente en la parcela divina que ya hemos descrito, y su problema quedará solucionado.
Hay también quienes piensan que al enemigo hay que estar atándolo y reprendiéndolo continuamente. Puede haber ocasiones en que uno mismo o un ser querido se sienta atacado y en ese caso tenemos las claras instrucciones de Efesios 6: 10-20 para la guerra espiritual defensiva.
No obstante, aparte de esa excepción, citamos otro ejemplo práctico, a modo de ilustración. La segunda vez que vinimos a España, en Agosto de 1970, hace ya 50 años, estuvimos amablemente hospedados en el hogar de un querido matrimonio en La Línea de la Concepción, (Cádiz)
En aquellos tiempos todavía no se usaban los contenedores para la basura, y después de la cena por ejemplo, se solían poner en la acera restos de comida y basura en general, en bolsos de plástico, a ser recogidos por el camión basurero, generalmente a horas avanzadas de la noche según creemos recordar.
Como no podía ser de otra forma, a poco venían los gatos de los alrededores y oliendo las sobras de comida rompìan a arañazos los bolsos dejando un tendal de basura por toda la acera.
Naturalmente que si uno estuviera precavido podría anticiparse y reprender fuertemente – «Te reprendo, gato negro, márchate» y el gato se iría. Pero ¿sería esa la solución acertada?
Seguramente que no – a poco que uno se retirase volvería al lugar para hacer de las suyas. Nos parece una cuestión de meramente sentido común que lo que cabe en casos semejantes es tener la acera limpia y exenta de basura y sobras de comida y los gatos sabrían que allí no habría nada para ellos y dejarían de causar problema alguno.
A buen entendedor… Así que, a tener la vida en oden, bien ubicada en la parcela divina, y se podrá vivir y servir tranquilo al abrigo del Altísimo.
En el versículo siguiente Pedro agrega el ingrediente vital y evidente de nuestro estar velando ante el acecho del diablo – el resistirlo firmes en la fe. En Santiago 4: 7 se nos da la hermosa promesa de que al hacerlo – en las debidas condiciones desde luego – huirá de nosotros.
La parte final del versículo 9 – «…sabiendo que los mismos padecimientos se van cumplimiendo en vuestros hermanos en todo el mundo» nos da lugar a que contradigamos el conocido refrán «Mal de muchos, consuelo de tontos.»
Por lo menos en el contexto en que escribe Pedro, lejos de serlo, es un consuelo sano que nos anima y reconforta grandemente:- el saber que hay muchos hermanos en todo el orbe que a la par que nosotros, están perseverando airosamente, y a veces, contra viento y marea.
Acercándonos al final de la epístola, Pedro añade lo que es una hermosa doxología, combinada con unas palabras de aliento y firme esperanza «Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna por Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, el mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.»
En primer lugar, otra vez un nombre nuevo, que aparece por primera y única vez en la Biblia:-«El Dios de toda gracia.»
En segundo término, los padecimientos y luchas no han de ser para siempre, sino por un poco de tiempo, y como resultado, en tercer lugar, el maravilloso fin que persiguen – perfeccionar, afirmar, fortalecer y establecernos.
Y ¿cómo no? «A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.» –la rúbrica divina que corresponde al Trino Dios de toda gracia, permitiéndonos la libertad de hacerla extensiva a toda la Santísima Trinidad – Padre, Hijo y Espíritu Santo – a la cual le debemos todo el bien de la gloriosa herencia eterna de que hemos sido hechos dichosos depositarios.
Sobre el versículo 12 ya hemos comentado que la epístola fue llevada por Silvano – Silas – seguramente en una visita a zonas donde había llegado a ser conocido al acompañar a Pablo en su segundo viaje misionero. Pedro añade que lo tenía por hermano fiel, y de verdad que lo era.
Remata afirmando que a ellos – los expatriados a quienes se dirige – les ha escrito brevemente – pero con cuánto peso! amonestándoles «…y testificando que ésta es la verdadera gracia de Dios, en la cual estáis.»
Sabiendo que como hebreos e israelitas tenían profundas raíces en el Antiguo Testamento, la ley mosaica, la circuncisión y las costumbres de los padres, sentía la necesidad de reiterarles que el nuevo régimen de la gracia, instituido por la muerte y resurrección de Jesucristo, era , es y para su dicha y bienaventuranza siempre será, la verdadera gracia de Dios en la cual estaban.
Los saludos de parte de la iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, plantea un interrogante. ¿Estaba Pedro de verdad ubicado en Babilonia? ¿O era un nombre ficticio, como sugieren algunos, para no estar expuestos a ser descubiertos con fines de persecución?
La mención de Marcos su hijo, generalmente se atribuye a Juan Marcos, el que inició el primer viaje misionero de Pablo y Bernabé.
La salutaciónfinal – «Saludaos unos a otros con ósculo de amor; paz sea con todos vosotros los que estáis en Jesucristo. Amén» – lleva el sello distintivo de una cierta originalidad, exenta de todo carácter repetitivo – concisa, breve y con los ingredientes del amor y la paz -habla de por sí.
Constituye una digna puntada final a una epístola que con toda legitimidad ha entrado desde un principio a ser parte de las Sagradas Escrituras, las cuales el Espíritu Santo nos ha dado como un legado imprescindible para la iglesia de todos los tiempos.
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Capítulo 16 – La epístola de Pablo a Tito (a)
Tito era un hijo espiritual de Pablo y no era judío sino griego, según consta en Gálatas 2: 3.
Todo indica que la epístola dirigida a él fue anterior a la segunda a Timoteo. Su determinación de pasar el invierno en Nicópolis (ver 3: 12) hace ver que estaba en libertad cuando la escribió.
Hay quienes sostienen que llegó a España y sembró el evangelio en varias partes de la Península Ibérica.
En realidad, el único tiempo en que esto puede haber sido es durante este periodo en que estuvo en libertad, tras haber estado preso desde su llegada a Roma, consignada en el último capítulo de Romanos.
También debemos considerar sus palabras en 2a. Timoteo 4: 6-7 –«Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.»
A esta altura estaba otra vez preso en Roma (1: 8) y no nos resulta fácil encajar la labor que se afirma que hizo en España, con un regreso a Roma par ser encarcelado otra vez.
En Romanos 15: 24 y 28, manifestó su firme intención de ir a España, pero en las Escrituras no encontramos ninguna constancia concreta de que lo haya hecho.
Dejando de lado ese aspecto, y pasando a comentar el texto de la epístola, anticipamos que no trataremos cada versiculo en particular como lo hicimos en las dos epístolas de Pedro, sino que iremos tomando las partes más destacadas, que por cierto no son pocas.
Llama la atención el feliz contraste de la fe que Pablo puntualiza al escribir «…la fe de los escogidos de Dios»(1:1) y «la común fe» del versículo 4. Volvemos a recalcar que es una fe puesta al alcance de todos – «…para que todo aquel que en él cree…» (Juan 3: 16) y la elección de Dios según Su presciencia y conocimiento anticipado de quienes iban a echar mano de ella.
En el versículo 2 Pablo escribe en cuanto a «…la esperanza de la vida eterna, la cual Dios que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos.»
Se trata del Pretérito Pluscuamperfecto-gramaticalmente hablando – previo a Génesis 1: 1, y sobre el cual ya comentamos en los dos últimos capítulos de la primera parte de esta obra.
Fue una revelación recibida por este eximio apóstol – maravillosa por cierto: – pensar que todo el inmenso bien de que hemos sido hechos dichosos depositarios ya estaba concebido y planificado por el Altísimo «antes del principio de los siglos.»
A la fe de los escogidos Pablo añade «…y el conocimiento de la verdad que es según la piedad.» En las Escrituras tenemos una triple constancia de la verdad suprema y absoluta de la Santísima –Trinidad. En efecto, de Dios Padre se nos dice en Hebreos 6:18 que es imposible que mienta; Jesucristo es la verdad personificada (Juan 14: 6) y al Espíritu Santo se lo llama con todo peso y propiedad el Espíritu de Verdad. (Juan 14: 17).
Y esto en contraste abismal con el diablo, al cual se lo califica de «padre de mentira» en Juan 8: 44, también con todo peso y propiedad.
La verdad «según la piedad» nos lleva con toda lógica y sencillez a la definición que Pablo mismo da en uno de los grandes 3: 16 de la ´Biblia – (Nos referimos a versículos sobresalientes con esa numeración, tales como Juan 3: 16, Colosenses 3: 16, Éxodo 3: 16, Josué 3: 16, Malaquías 3: 16, etc, pero no a Génesis 3: 16!)
«E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad. Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíiritu, visto de los àngeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria.» Qué diferencia entre esta definición y la que se puede encontrar en cualquier diccionario de la lengua! Jesucristo es la encarnación y personificación total y absoluta de la verdadera piedad.
La esperanza de la vida eterna, como dijimos, concebida y planificada desde el principio de los siglos, Pablo expresa que Dios, a su debido tiempo la manifestó por Su palabra, a través de la predicación que a él le «fue encomendada por mandato de Dios nuestro Salvador.»
Desde luego que la predicación ha sido y es encomendada a muchos más. Quizá debemos entender sus palabras en función del tiempo en que él vivía, en que se estaban sentando las bases de doctrina y normas generales para la iglesia de todos los tiempos.
Sin duda nuestro Señor Jesús sentó los fundamentos y los mismos están consignados en los cuatro evangelios.
No obstante, la preponderancia de los escritos de Pablo en el Nuevo Testamento, consignando principios que han de regir a la iglesia en todos los órdenes, es indiscutible, y ocupan una parte mayoritaria de la parte del Nuevo Testamento que se extiende de Los Hechos hasta el final.
Todo esto sin desmerecer por supuesto la excelente aportación de Pedro y de Juan, y en menor medida, de Santiago el hermanastro del Señor y Judas.
No falta en su salutación inicial la palabra gracia. Habiendo recibido tanta gracia de lo alto, como hemos señalado a veces en la prédica oral, en cada una de sus epístolas aparece la misma bendita palabra en la salutación inicial, luego entrelazada con los temas desarrollados en cada una, y reiterada en las salutaciones finales, denotando que todo empieza por gracia, se nutre y desarrolla por gracia, y termina también por gracia.
El lector puede verificarlo personalmente en todas sus epístolas – excepto Hebreos, que a nuestro entender también la escribió él, en la cual no aparece en el principio, pero sí al final.
Del talante de Tito tenemos muchas señales muy claras. Pablo, que por así decir no era dado a tirar con flores o andar con cumplidos de cortesía, se refiere a él en los términos mas elogiosos en II Corintios 8: 23, 7: 13-15 y 8: 16-17.
A esto debemos agregar su encomienda al dejarlo en Creta, consignada en 1:5 de la epístola en que estamos: que corrigiese lo deficiente y estableciese ancianos en cada ciudad. (!)
Eso ponía sobre su persona una gran responsabilidad. Se trataba por cierto de una encomienda mayúscula, que nos muestra la altísima valoración que tenía de este hijo espiritual suyo.
- Que corrigiese lo deficiente.- Como requisitos indispensables para esto debemos pensar en una larga serie de virtudes. Autoridad espiritual, discernimiento – siempre habrá algo deficiente, pero juzgar si es de verdadera importancia, o es aconsejable dejarlo por el presente ; tacto, sabiduría para saber esperar el momento oportuno para actuar con amor, paciencia, firmeza cuando fuere necesario, y todo esto con el aval de una vida y conducta ejemplar.
2) Que establecieses ancianos en cada ciudad. Los requisitos para esto los enumera Pablo mismo del versículo 6 al 9, y por cierto que son muy exigentes. Los citamos textualmente.:- «…el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no están acusados de disolución o rebeldía. Porque es necesario que el obispo sea irreprensible como administrador de Dios, no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen.»
Pablo tenía muy presente la importancia de que se satisfaciesen estos requisitos. Seguramente una razón sería – y lo sigue siendo hasta hoy día – que no se nombrase anciano/obispo a uno que más tarde, por no dar la talla, habría que destituirlo. La experiencia nos enseña que esto siempre resulta muy escabroso.
Entre otras razones, los familiares del destituido, y algunos hermanos allegados a él, lo verían con malos ojos, y tal vez se marcharían. O bien, si se quedaran en la iglesia se crearía una atmósfera desagradable que romperia la unidad, con las malas consecuencias que es dable imaginar.
Debemos por otra parte, y en otra línea u orden de cosas, señalar que el hecho de que en el versículo 5 diga ancianos y en el 7 obispo, de ningún modo significa que sean dos cargos diferentes,sino dos funciones distintas del mismo cargo. Esto ya lo hemos puntualizado en detalle con anterioridad.
Nos abstenemos de comentar los versículos 10 al 14, pasando al 15: «Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas.»
Aunque a primera vista no parezca, esto guarda una estrecha relación con las palabras de Jesús en Mateo 6: 22-23 – «La lámpara del cuerpo es el ojo; así que si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?
Igualmente en las bienaventuranzas Jesús dijo: «Bienaventurados los de limpio corazón , porque ellos verán a Dios.» (Mateo 5: 8)
Este ver a Dios no debe conceptuarse solamente para el más allá, sino también en la vida terrenal. El corazón es, por así decirlo, el prisma a través del cual se ven las cosas. Si está sucio, con mentiras y engaños, así se verá todo, mientras que si es limpio, todo se verá limpio o puro, y desde luego, también se verá a Dios actuando, sosteniendo, guiando y cuidándolo a uno.
El versículo 16 con que termina el capítulo define bien la trayectoria que inevitablemente siguen los corrompidos e incrédulos – la de, a menudo, profesar conocer a Dios, y negarlo con una vivencia abominable y rebelde.
Que estas reflexiones sobre la parte final del capítulo, nos sirvan de fuerte estímulo para vivir en pureza y en el candor del amor limpio y desinteresado.
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Capítulo 17 – La epístola de Pablo a Tito (b)
En el segundo capítulo, bajo diríamos el paraguas de la sana doctrina, Pablo pasa a exhortar y aconsejar a Tito sobre la forma en que la misma se debe enfocar para con los ancianos, ancianas, las mujeres, los jóvenes, y los siervos, presentándose él mismo – Tito – como ejemplo.
Los ancianos que fuesen sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor y en la paciencia — es decir que se comportasen como personas maduras y responsables. sin andar con tonterías o cosas impropias
Por su parte las ancianas debían ser reverentes en su porte, no calumniadoras. ni esclavas del vino, sino maestras del bien, enseñando a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos e hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosa de su casa, buenas y sujetas a sus maridos, esto con el importante principio de evitar que la palabra de Dios fuera blasfemada.
En efecto, cuando en un matrimonio cristiano la mujer resulta insumisa y dominante, los incrédulos que lo ven pasan a pensar que si eso es el cristianismo, no lo quieren de ninguna forma.
Este pasaje ha sido interpretado por algunos como si esta referencia a ancianos y ancianas se tratase en función del cargo en la iglesia, afirmando por lo tanto que la mujer también tiene parte en el gobierno de la misma. .
No cabe duda de que en algunos casos, concretamente cuando en realidad no hay hombres idóneos, el Señor se vale de una mujer espiritual capacitada para hacerlo. De hecho, en nuestra trayectoria hemos conocido algún caso – uno muy digno en la República Argentina, y algunos en España, de mujeres con verdadero corazón de pastoras, en contraste con hombres que eran verdaderos creyentes pero que no tenían ese sentir.
No obstante, debemos considerar esto como la excepción, siendo la regla general que la responsabilidad del pastorado y el gobierno caiga sobre los hombros del varón.
Continuando, la exhortación a los jóvenes se centra en la prudencia, sabiendo que a esa altura de la vida la imprudencia, el precipitarse y hasta la temeridad, suelen ponerse de manifiesto.
Los siervos, sumisos a sus amos, no respondones y nunca defraudando, sino todo lo contrario, fieles en todo, lo cual adorna la doctrina de Dios nuestro Salvador realzándola como algo digno y honorable.
De ahí en adelante – versículos 11 al 14 – Pablo pasa a una de las partes sobresalientes de la epístola.
«Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres. enseñándonos que, renunciando a la iniquidad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.»
Hay muchísima sustancia en estos cuatro versículos. Por empezar, la gracia divina se ha manifestado para salvación a todos los hombres, en total consonancia con otros versículos suyos y de Pedro y otros, en el sentido de que Dios «no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. (2a. Pedro 3: 9b) y «Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.» (1a. Timoteo 2: 4)
Esta gracia nos enseña, para nuestro bien, a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos. Tanto lo uno como lo otro son sumamente perjudiciales para quienes viven e ellos – el ser un impío inevitablemente lleva a uno a un mal fin, y aun antes de eso, se vive en desasosiego y turbulencia.
En cuanto a los deseos mundanos ¿qué nos puede dar este pobre mundo, desbordado por la maldad y la corrupción en sus múltiples ramificaciones?
Por eso y mucho más, esta gracia divina nos enseña a vivir en sentido diametralmente opuesto – de una manera sobria, justa y piadosa, con los beneficios derivados del mismo – paz, íntima satisfacción, y el de ser una persona de bien, de dignidad y honorabilidad. De ahí se pasa al «aguardar la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.»
Mientras que a los que viven en la impiedad y según la corriente de este mundo les espera un fin de perdición eterna, a los redimidos por esa gracia divina bendita nos aguarda una esperanza bienaventurada – el vivir para siempre en una nueva dimensión de dicha inefable, sin más llanto, enfermedad, dolor ni cosa semejante.
Y todo esto se lo debemos y deberemos eternamente á Aquél que se dio a sí mismo para redimirnos de toda iniquidad. Cuando estábamos en la iniquidad, más que un atolladero, era como una ciénaga en que nos hundíamos sin poder remediarlo de ninguna forma por nuestros propios intentos y recursos – nos hundíamos irremisiblemente
Aquí cabe muy bien citar las palabras de David en el Salmo 40: 1-2 : «Pacientemente esperé al Señor, y se inclinó a mí y oyó mi clamor, y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre la peña, y enderezó mis pasos.»
No obstante, el Señor Jesús hizo mucho más que hacernos sacar del pozo de la desesperación y del lodo cenagoso Se dio a sí mismo para sacarnos de todo eso, y nunca debemos olvidar, ni nunca le podremos dejar de agradecer el sufrir indeciblemente en lugar nuestro para posibilitar tanto bien y tanta dicha para nosotros.
En otro orden de cosas, debemos tener muy presente que este redimirnos de toda iniquidad tiene un propósito muy concreto en cuanto a nuestra vida terrenal,y es el de «…purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.» Discernimos aquí tres cosas, a saber:-
1) Un pueblo propio. Ya no pertenecemos al mundo y ni siquiera a nosotros mismos, sino a Él que nos redimió y compró al precio inefable de Su preciosa sangre.
En 1a. Corintios 6: 20 Pablo nos da la misma verdad al escribir: «Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.»
2) Ese pueblo suyo necesariamente debe ser purificado. Resulta totalmente inadmisible que fuese de otra forma. El Dios que vive en un trono alto y sublime, del cual daban voces los serafines uno al otro, diciendo Santo, Santo, Santo (Isaías 6: 1-2); el Cristo que al transfigurarse echó de ver Su blancura inmaculada (Marcos 9: 2-3) y el bendito Espíritu de Santidad (Romanos 1: 4) sólo pueden reconocer como Suyos a los limpios y puros.
A quienes no lo son los ama, pero para su propio bien los anima y exhorta a que echen mano de los medios que la gracia divina pone a su disposición, para disfrutar así de la dignidad de ser personas limpias y puras.. Ver, entre muchas otras citas 1a. Pedro 1: 22.
3) Este pueblo Suyo, purificado, no lo es para ser algo así como una figura decorativa para exhibir la hermosura de la santidad, aun cuando esto en sí, desde luego, tiene su valor y razón de ser.
Además de eso, está llamado a ser celoso de buenas obras, las cuales Pablo mismo nos dice en Efesios 2:10 que Dios ha preparado de antemano para que andemos en ellas.
Debemos preguntarnos si nuestras vidas responden de verdad a estos tres aspectos: ser pertenencia absoluta de Dios, ser personas limpias y puras, ocupándonos de las buenas obras que Él nos ha preparado de antemano, y desde luego, no de otras a que Él no nos ha llamado, ni las ha preparado para nosotros.
Pablo redondea el capítulo en el versículo 15, animando a Tito a que vocalice todo este cúmulo de verdades exhortando y reprendiendo con toda autoridad, y que se cuide de que nadie lo menosprecie.
Seguramente que Tito lo tenía muy claro que en todo esto el proceder no debía ser el de un autoritario que reclama sumisión y obediencia. Sabría muy bien por un lado lo contraproducente y estéril que esa forma resultaría, y por el otro, que la única manera sería con el peso de una vida ejemplar, como siervo del Señor maduro y sobrio, con buenas obras que lo atestiguasen como tal, y con una palabra ya fuera de enseñanza, exhortación o en la proclamación de la verdad del evangelio ante quienes se le opusieran, que resultase tanto sana como irreprochable.
En fin. una vida y conducta, y un hablar tan íntegros que nadie pudiera fundadamente señalar con el dedo de la crítica el más mínimo atisbo de algo negativo o fuera de lugar.
Esas han sido, y lo seguirán siendo siempre, las marcas y credenciales de todo auténtico siervo del Señor.
Quien quiera y aspire a ser uno de ellos, deberá proponerse seriamente alcanzar y lograr plenamente esas marcas y credenciales.
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Capítulo 18 – La epístola a Tito (capítulo 3)
En los dos primeros versículos de este capitulo Pablo exhorta a Tito que recuerde a los fieles varias cosas, algunas de ellas bastante elementales.
«… que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra, que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres.»
Hemos subrayado las dos más elementales, que podrían suscitar en algunos la pregunta : ¿Es necesario recordar a creyentes cosas tan harto evidentes, y que un buen porcentaje de personas inconversas incluso daría por sentado que no se deben hacer de ninguna manera?
Y la respuesta, tristemente, es sí, es necesario. El Señor mismo en Su palabra nos recuerda cosas reiteradamente, y muchas de las más elementales, y Él sabe por qué lo hace. Además, algunas de las epístolas a iglesias del Nuevo Testamento nos muestra que había casos concretos de creyentes carnales que transgredían en cosas elementales, especialmente los corintios y los gálatas,
Hoy día, lamentablemente sucede lo mismo, y algunos afirman que los tales es porque en realidad no han nacido de nuevo, basándose quizá en algunos versículos de la 1a. epístola de Juan.
Por nuestra parte preferimos que se los califique de carnales, como Pablo lo hace en 1a. Corintios 3: 3-4, si bien debemos recordar que, en última instancia, el Señor conoce bien a los que son Suyos de verdad, y a quiénes no lo son.
Continuando, el versículo 3 es un saludable recordatorio de lo que éramos antes de que la gracia divina amaneciese en nuestras vidas. La lista que se nos da habla de por sí con toda elocuencia : insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros.- Resalta quizá por encima de todo que en ese estado tan deplorable nos encontrábamos en esclavitud, de la cual, para peor, no nos podíamos liberar, ni aun con nuestros mejores esfuerzos .
Todo esto da pie a que Pablo pase a darnos la verdadera joya multicolor y multifacética contenida en los versículos 4 a 7. La citamos textualmente antes de pasar a comentarla.
«Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos de la esperanza de la vida eterna.»
Viéndonos en esa condición tan triste y denigrante, Dios, como Salvador nuestro, puso de manifiesto Su gran bondad y amor para con nosotros rescatándonos. Como es bien evidente – pero igualmente lo puntualiza Pablo, ese salvarnos no fue por cierto por ninguna obra de justicia que hubiésemos hecho, sino por Su misericordia, que no podemos menos que calificar de infinita. Y lo hizo por medio de dos cosas importantísimas y fundamentales que pasamos a comentar.
1) El lavamiento de la regeneración.-
Este lavamiento tenemos que entenderlo según Efesios 5: 25-26:- «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento por la palabra.»
Esto concuerda totalmente con lo que Jesús le dijo a Nicodemo en Juan 3: 5:- «De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.»
Sabemos que en toda conversión auténtica la palabra de Dios tiene un rol indispensable e imprescindible. También sabemos que la misma es sumamente pura, según se nos dice en el Salmo 119: 40, y «…como plata refinada en horno de tierra siete veces.» (Salmo 12: 6)
Su limpieza tan absoluta, aplicada por el Espíritu Santo tiene un efecto purificador maravilloso. No es que meramente mejore o reforme – regenera, es decir que nos hace renacer, transformándonos en nuevas criaturas. (2a. Corintios 5: 17)
Por otra parte Jesús afirmó en Juan 15: 3, dirigiéndose a Sus discípulos:- «Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado.»
Él, el Verbo Eterno, al hablar a los que había escogido con palabras de gracia, exhortación, consejo o advertencia, dentro de la amplia gama de Su hablar incomparable – al hacerlo, decimos, era como si Su palabra fluyera como un agua pura, que tenía esa gran virtud de comunicar a los Suyos una preciosa limpieza.
Que por la gracia del Señor seamos vasos limpios y puros, que en alguna medida podamos hacer lo propio!
2) «Por la renovación en el Espíritu Santo»
En Jeremías 23: 5 y 33:15 se predice que de la descendencia davídica iba a brotar un Renuevo de justicia.. La palabra Renuevo que hemos subrayado debe diferenciarse claramente de términos tales como reforma o mejora.
Esa renovación en el Espíritu Santo es lo que Dios derramó abundantemente en nosotros por Jesucristo nuestro Salvador. Él, el Renuevo por excelencia, es el medio por el cual Dios derramó en nosotros el Espíritu Santo en tanta abundancia, con el fin de que se cristalizase la renovación en nuestras vidas, que estaban tan necesitadas de ella. De manera que queda clarísimo que no se trata de un cambio de religión, una mejoría en la conducta, ni, desde luego, ninguna otra cosa que suponga un parche o un remiendo – nuevas criaturas renacidas por el Espíritu Santo.
Notemos que en todo esto median las tres personas de la Santísima Trinidad, a saber, Dios Padre, Jesucristo y el Espíiritu Santo. Concebido por la bondad y amor del Padre (versículo 4) posibilitado por Jesucristo nuestro Salvador, (versículo 6) merced a Su muerte expiatoria en el Calvario, e impartido por el Espíritu Santo. (versículo 5)
El fin o la meta que perseguía y persigue toda esta actividad divina es:
a) «…para que justificados por su gracia…»
Esto no debe entenderse solamente como contados o considerados , sino como constituidos justos. En otras palabras, se trata de justicia imputada pero también impartida. Y¿cómo no? eo merced a la obra consumada en el Calvario por el Renuevo de Justicia, predicho unos buenos siglos antes en Jeremías 33: 15 como ya hemos visto.
b) «…viniésemos a ser herederos.»
La dicha de una transformación maravillosa: redimidos de la indigencia total, el estado vergonzoso y la esclavitud denigrante en que nos encontrábamos, para pasar a heredar un sin fin de preciosas y gloriosas bendiciones en todos los órdenes.
c)«…conforme a la esperanza de la vida eterna.» Una esperanza bienaventurada por cierto, y que se proyecta por toda la eternidad – un futuro interminable e infinito.
La pluma del gran apóstol, otra vez pletórica de inspiración divina, nos transporta magistralmente en todo esto desde el nadir abyecto de la maldición en que nos encontrábamos, al cenit de las glorias más sublimes.
Sólo podemos loar al maravilloso Trino Dios con la más entrañable gratitud por tanta gracia, tanta bondad y tanto amor.
A continuación, en el versículo 8 Pablo afirma que lo precedente es fiel – y por cierto que lo es – y expresa el deseo de que Tito insista con firmeza en proclamarlo, a fin de que se encarne en los creyentes y se traduzca en buenas obras que lo adornen y realcen.
Pasamos ahora a los versículos 10 y 11. «Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca, y está condenado por su propio juicio.»
En nuestra prédica oral hemos señalado algo importante que se desprende de Hageo 1: 9b y 14b. En el primero de estos dos versículos vemos al pueblo desunido – «…mi casa está desierta, y cada uno corre a su propia casa» – pero tras venir la auténtica palabra de Dios, con la voz de Dios, a través de su mensajero Hageo,, vemos al pueblo unido y trabajando juntos en la casa del Señor.
Tenemos aquí un principio muy importante. Cuando alguno viene con cosas superficiales, o dudosas – como cuestiones necias, genealogías, contenciones, discusiones acerca de la ley, o bien novedosas como «la última revelación» etc. es decir, cosas vanas y sin ningún provecho, esto inevitablemente causa divisiones. Algunos incautos o inmaduros lo reciben y aceptan, mientras que los más responsables y experimentados , con toda razón lo rechazan.
Muy por el contrario, la genuina palabra del Señor unifica a Su pueblo y lo impulsa a trabajar en armonía y para provecho y edificación mutua.
Seguidamente vienen, tras la referencia a la determinación de Pablo de pasar el invierno en Nicópolis que ya hemos comentado, las instrucciones de encaminar a Zenas, intérprete de la ley , y Apolos, de modo que nada les faltase.
A renglón seguido, la siempre importante reiteración de la necesidad de ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, que por cierto nunca faltan.
Y ¿cómo no? la palabra gracia – infaltable – en el versículo final.
Como vemos, una epístola muy sustanciosa, dirigida al que el entrañable consiervo Alberto Araujo, con un toque de sano humorismo, lo describió hace unos años como el santo más pequeño SAN TITO !
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Capítulo 19 – La adoración.-
No todos comprenden con claridad la diferencia entre alabar y adorar. A veces se oye decir o cantar, por ejemplo, «por eso le adoro con toda mi alma.»
Si bien es cierto que el alma debe estar a tono y acompañar debidamente, estrictamente hablando la adoración verdadera brota del espíritu, no del alma.
Entre paréntesis, en el capítulo 3 de la primera parte de esta obra, como parte del estudio del salmo 16, explicamos la diferencia entre alma y espíritu, la cual también sucede que a veces no se comprende debidamente.
Comenzamos citando Juan 4: 23-24, donde de la misma boca de Jesús surge una enseñanza clara sobre el particular.
«Mas la hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. »
» Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.»
Antes de entrar concretamente en materia, nos parece oportuno comentar que una mente carnal tal vez podría pensar – y lo consignamos con toda reverencia, desde luego – «¿Qué clase de Dios es éste, que está buscando que todos le admiren y adoren?.»
La respuesta a esto parte del principio de que todo cuanto Dios desea para el ser humano es para su bien. Al adorarle a Él, estamos correctamente enfocados, siendo Él el Ser Supremo que sólo nos puede dar el más alto bien en la vida, tanto presente como la del siglo venidero.
Por el contrario, el no hacerlo, necesariamente nos enfoca en cosas ajenas a Él y que de ninguna manera pueden acarrearnos, sin Él, dicha o bien alguno.
Entrando en materia ahora, debemos partir de un principio muy importante en cuanto a la interpretación de las Escrituras.
El mismo consiste en que en muchas ocasiones el Antiguo Testamento nos habla a través de lo externo y visible, figurativa o simmbólicamente, de lo interno, eterno e invisible del Nuevo..
Así en los casos en que se habla de adorar, en el Antiguo siempre encontramos que se manifiesta el inclinarse o postrarse ante el Señor. Citamos dos versículos – de entre muchos otros – que lo atestiguan:
«El hombre se inclinó, y adoró a Jehová» (Génesis 24: 26)
«Y el pueblo creyó … se inclinó y adoraron.» (Éxodo 4:31)
Ahora bien, el inclinarse denota o da a entender claramente dos cosas.
La primera es un sí afirmativo. Efectivamente, si se nos pregunta algo, para dar una respuesta afirmativa hacemos un movimiento o ademán vertical, a menudo con la cabeza., mientras que para una respuesta negativa, un movimiento o ademán horizontal.
La segunda es evidente: que al inclinarse a algo uno se somete a ello.
Aplicando esto ahora al pasaje ya citado de Juan 4: 23-24 tenemos que esta postura del Antiguo Testamento, en términos del Nuevo, significa dar un sí afirmativo y una clara sumisión al Padre, yendo más allá de la postura en sí – desde lo hondo del espíritu de uno y con absoluta verdad y sin reserva alguna.
El hacer esto debida y cabalmente, requiere que uno sepa con total convicción de que todo lo que Dios Padre hace, dice y aun permite, brota de Su ser de absoluta y total perfección – que nunca se equivoca, nunca llega tarde ni omite lo que no debe ser omitido.
Esto en sí hace que uno esté pisando terreno muy sólido y seguro, y además que al someterse a todo ello uno está haciendo lo que en verdad corresponde, y el no hacerlo estaría absolutamente fuera de lugar.
En el corazón o la vida de quien verdaderamente conoce al Dios Padre, debemos agregar que esta sumisión se hace de muy buen grado y con amor, sabiendo lo maravilloso que es ese Padre Eterno y amantísimo.
No obstante, el mejor de entre nosotros es falible y si somos sinceros, reconoceremos que nos faltan kilómetros por así decirlo, para alcanzar la altura, no digamos del Señor Jesús, sino de un Pablo o aun de cualquiera de los grandes héroes de la fe de otrora.
Y es en el tercer punto de lo que dijimos anteriormente – todo lo que Dios hace, dice y aun permite – donde a veces tropezamos y caemos y tenemos que ser levantados y restaurados por el Señor.
Porque para nuestro desarrollo y maduración es necesario que nos vengan pruebas, dificultades y contrariedades. Todas ellas están graduadas en Su sabiduría acorde con la idiosincrasia, las deficiencias y defectos de cada uno,, y también con el propósito divino para con cada uno.
Y a menudo, en esa graduación – la programación divina para cada uno – nos vienen cosas dolorosas, muy molestas y difíciles de sobrellevar. Y nos encontramos con la ironía – digámoslo así – de que esa programación divina es quizá todo lo contrario de la programación o expectativa nuestra.
Un caso muy concreto y puntual es el del actual primer ministro británico, Y antes de segur aclaramos que lo decimos con todo respeto a su persona.
A poco de su victoria electoral prometió, y creo que de toda buena fe, que se avecinaba para el país una época dorada de gran prosperidad en que muchos problemas pendientes se iban a solucionar, etc. etc. Muy poco después empezó el impacto del terrible corona virus, y toda esa programación y expectativa de prosperidad y bonanza ha quedado echada por tierra, con un panorama incierto y desolador, no sólo en el Reino Unido, sino también en el mundo entero.
Los hijos de Dios nos aferramos a la verdad de que el Señor está en control, por encima de todas las cosas. Nos parece relevante para el punto de tiempo en que estamos viviendo citar Isaías 26: 2021.
«Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas, escóndete un poquito por un momento, en tanto que pasa la indignación»
«Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él; y la tierra descubrirá la sangre derramada sobre ella, y no encubrirá más a sus muertos.»
Sin dejar de tomar las debidas precauciones, nos aferramos también a las maravillosas promesas del Salmo 91, sobre todo el versículo 10:- «No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada.»
Pero volviendo ahora a lo anterior – que el tercer punto – aun lo que Dios permite – es el terreno en que a menudo tropezamos, narro una experiencia mía más bien reciente.en tal sentido.
En los ratos de adoración, venía en varias ocasiones expresando mi grata sumisión a cuanto el Señor dice, hace y aun permite.
No obstante, sobrevino una situación en que me encontraba de guardia, por así decirlo, los siete días de la semana, en el cuidado de mi querida esposa, que en su condición actual nose la puede dejar sola por un lapso prolongado.
Entonces razoné diciendo para mis adentros:- «Esto es demasiado – debo tomarme un fin de semana de descanso, yendo al hogar de una de mis hijas, y que otra me haga el relevo.»
Fue entonces que esas palabras mías – aun todo lo que permite brota de Su absoluta perfección – me vinieron como una respuesta contundente.
No podía retractarme, así que tuve que renunciar arrepentido a tomarme el fin de semana libre, confiando que esas palabras del Señor a Pablo – «bástate mi gracia» – se harán extensivas a mí también, para que pueda seguir en esta guardia de siete días a la semana
Cuando por la noche, por estar indispuesta, se hacen oír sus lamentos, sucede que me toca una noche algo o bastante desvelada, y en tales casos necesito de veras de esa gracia para poder actuar durante el día siguiente cuidándola como de costumbre.
Aunque no es una cita bíblica, acotamos lo que vulgarmente se suele decir – «Dios aprieta pero no ahoga».
Y ese apretar siempre es con el fin de madurarnos y permitirnos compartir, por lo menos en una minúscula y diminuta medida, los padecimientos de Cristo. (Ver Filipenses 3: 10)
En aras de la verdad, hoy día, por lo menos uno o dos meses después de escribir lo anterior, me he encontrado con que ese cuidado día y noche siete días a la semana era excesivo. Llegué al punto de haberlo hecho por 77 días, es decir 11 semanas, y me vi obligado a tomar un descanso para reponerme, y la hermana que colabora en su cuidado normalmente durante el día de Lunes a Viernes se quedó con ella, en tanto que yo, en casa de una hermana viuda y su hijo, me tomé un descanso de cuatro días.
Para mayor abundamiento no mucho después el estado de mi querida Sylvia desmejoró considerablemente y el día Lunes 15 del corriente mes de Junio tuvo que ser hospitalizada. En estos días estamos esperando que se la dé de alta, pero no será para volver a nuestro hogar, dado que necesita cuidado especial. Estamos confiando en que se la pueda ubicar en un centro especializado cercano, del cual hemos tenido muy buenas referencias.
Retomando el hilo, y acercándonos ahora al final del capítulo, nos falta tocar dos puntos más.
El primero se desprende del Salmo 96: 9 «Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad.»
Desde luego que mal podrá adorar quien no ande en cumplida limpieza y rectitud. Ni pensar en ello, sin antes ponerse bien a cuentas con el Señor, pasando a vivir en verdadera blancura, y con una conducta totalmente exenta de torceduras o falsedades.
El segundo punto estriba en saber y comprender que la adoración no es solamente cuando lo hacemos en quietud y oración delante del Señor.
La vida nos impone obligaciones y deberes, tales como el cuidado de los hijos, el salir para ganarse el pan – aunque esto no se debe considerar cuando se lo hace sin que sea en realidad necesario y meramente para disponer de más dinero y así poder disfrutar de lujos innecesarios.
En suma, cuando acometemos tareas legítimas y necesarias, y a veces hasta imprescindibles – con tal que lo hagamos de buen grado, estamos cumpliendo aquello que la providencia divina nos impone, y a no dudar, el Señor, condescendientemente recibe eso como una muestra de adoración.
Creemos que esto debe suponer un estímulo para quienes, madrugan o trabajan largas horas para sostener y sustentar a la mujer y a los hijos. Y también, desde luego, para la mujer que como ama de casa se encarga de los niños, las compras, la cocina y tanto más.
Terminamos expresando el deseo de que – reconociendo las muchas veces que no hemos llegado a serlo – por la capacitación de la gracia divina, podamos alcanzar el ser hallados entre los verdaderos adoradores que el Padre busca.
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Capítulo 20 – El Sermón del Monte (a)
Ocupa un lugar destacadísimo dentro de toda la gama de la enseñanza dada por el Señor Jesús durante Su ministerio terrenal.
El hecho de que haya subido al monte para darla, denota en cierta manera que se trataba de algo a un nivel más elevado que todo lo que se había enseñado con anterioridad.
En el orden del Antiguo Testamento instituido para el pueblo de Israel, seis de las tribus debían subir al Monte Gerizim para pronunciar las bendiciones, y las otras seis debían subir al Monte Ebal para hacer lo propio con las maldiciones.
Lo que resulta muy significativo es que en el relato de cómo se debía hacerlo, que figura en Deuteronomio 27, no se mencionan en absoluto las bendiciones, y en cambio se dan nada menos que doce maldiciones, siendo la última, que está en el versículo 26 la más grave de todas – «Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas.»
También se debe notar que la última palabra del Antiguo Testamento es maldición (Malaquías 4: 6)
En contraste con todo ello el último versículo del Nuevo Testamento dice «La gracia del Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén.» y en el versículo tres del último capítulo del Apocalipsis se nos dice «Y no habrá más maldición.»
También en marcado contraste con el Antiguo, el bendito Maestro de Galilea comienza Su enseñanza con nueve puntos iniciales, y todos ellos empiezan con la bendita palabra Bienaventurados.
No se nos debe pasar por alto que «Jesús, viendo la multitud subió al monte, y sentándose, vinieron a él sus discípulos.» (Mateo 5: 1)
Por esto entendemos que iba a ser algo para los que iban a ser Sus discípulos de verdad.
El sermón en sí abarca los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo, y no aparece en toda su extensión en los otros dos evangelios sinópticos ni en el de Juan. Con todo, algunas de sus partes se consignan en Lucas y Marcos.
No nos proponemos comentarlo en su totalidad dada su gran extensión.
Empezaremos por las nueve bienaventuranzas, pero antes de hacerlo queremos dejar sentada nuestra convicción de que el reino de los cielos y el reino de Dios son en realidad la misma cosa, en discrepancia con quienes sostienen que el reino de Dios es algo más elevado que el reino de los cielos.
Mateo es el el único evangelio y libro del Nuevo Testamento que lo llama «el reino de los cielos» y por la comparación de pasajes paralelos que se encuentran en Lucas, pero usando «el reino de Dios,» no podemos sino ver ampliamente confirmada nuestra convicción.
Y para mayor abundamiento, en Mateo 16:19 Jesús dijo que ël le daría a Pedro las llaves del reino de los cielos. Resulta inadmisible que a Su primer apóstol, que hizo uso de las llaves el día de Pentecostés para el pueblo de Israel, y en la casa de Cornelio más tarde para los gentiles, le otorgase las llaves de un reino inferior al de Dios.
Comenzamos ahora con las bienaventuranzas.
1) «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.»
¿Cómo definir a un pobre en espíritu? Por mi parte, la mejor manera es en base a lo que se ha vivido y se sigue viviendo.
Con toda franqueza y verdad, yo me sé y me siento un pobre y necesitado, y eso en todos los aspectos de la vida. En la salud , por ejemplo, si bien pongo mi parte cuidándome en la comida y el sueño, necesito la protección del Señor para no contraer enfermedades de las muchas que hay, y que uno está expuesto a ellas al viajar por cualquier medio de transporte junto a pasajeros que muy bien podrían estar padeciendo, por ejemplo, de laringitis. De esto, todo predicador tiene que cuidarse mucho, dado que la garganta es su principal herramienta de trabajo, por así decirlo.
En cuanto al sueño, a mi edad ya no se duerme ininterrumpidamente la noche entera, y me despierto y tengo que levantarme por lo general entre 3 y 5 veces. Para conciliar el sueño otra vez, tanto después de la primera como de las posteriores, la única forma en que lo consigo es asiéndome de la palabra de Dios y repitiendo para mis adentros pasajes favoritos que memorizo, tales como el Salmo 23, Juan 3: 14-21, Hebreos 1: 1-3, Colosenses 3: 1-4, Hebreos 6: 17-20, Salmo 86: 10-12, el Salmo 4, Salmo 66: 20, etc.
Lo digo con toda reverencia – la palabra de Dios es mi calmante y tranquilizante, y no produce ningún efecto colateral adverso, sino todo lo contrario.
Cada mañana, antes de ducharme, me encomiendo al Señor para no coger un enfriamiento en tiempo intempestivo, y también que me cuide de no dar un resbalón por un descuido o mal movimiento, cosa que fácilmente puede suceder.
Igualmente, antes de afeitarme le agradezco por las muchas veces que lo he hecho sin cortarme, pidiéndole a la vez que al volver ahora a hacerlo sea con el mismo resultado.
Podría dar muchas más formas de ésta, mi continua necesidad del cuidado y la ayuda de lo alto, pero con los cuatro ejemplos precedentes me doy por satisfecho.
Resumiendo, lo repito: si bien pongo mi parte, soy un necesitado constante de la protección y ayuda divina.
Creo que lo opuesto, es decir una persona que confía en sus propios recursos y no se siente necesitada, sino que se vale muy bien por sí misma, de hecho queda descalificada para el reino de los cielos.
2) «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.» (Mateo 5: 4)
Con posterioridad a la niñez, en que lloraba al caerme o lastimarme, o en situaciones de esa índole, la única otra ocasión que recuerdo fue cuando a los doce años de edad salí por última vez de la escuela primaria, al completar el primer ciclo educativo.
Me sentí conmovido al pensar que ya no volvería a esa escuela querida, en que había vivido horas tan dichosas y fecundas, con la amistad de compañeros entrañables, y un talentoso joven maestro que me tocó en el quinto y sexto grado.
Al fallecer un hermano mío que era sordo y me llevaba dos años de edad, si bien lo sentí profundamente, no llegué a llorar.
A esa altura tenía 21 años y había ingresado en el centro de estudios bíblicos de la Unión MIsionera NeoTestamentaria., donde cursé estudios que duraron 3 años, interrumpidos en el verano, en que íbamos a hacer obra práctica, mayormente evangelizando.
La enseñanza recibida, en general fue muy buena, y puso buenos fundamentos bíblicos en mi vida, si bien más tarde los mismos se debieron ampliar.
Con todo, se desaconsejaba el emocionalismo, cosa que bien entendida no deja de ser acertada.
Con todo, años más tarde, después de una intensa búsqueda del Señor, comenzó una etapa en que empecé a llorar, llorar y llorar como nunca pensé´que lo haría.
No era un llorar sentimentalista ni emocionalista, sino algo que brotaba de lo profundo de mi ser, y que se suele llamar ser quebrantado por el Espíritu Santo.
El mismo tiene o persigue varios fines importantes pero no debemos detenernos a comentarlos, pues sería demasiado extenso y nos desviaría del hilo central. Sólo agregamos que ese llorar tan intenso no fue algo breve, sino que se prolongó por muchos años, y a través de ellos pude aprender muchas cosas de sumo valor e importancia.
Después de hacerlo siempre quedaba en calma y profunda paz, y con el correr del tiempo comencé a cosechar de esa siembra tan abundante y prolongada, y al día de hoy lo sigo haciendo, comprobando la verdad de esta segunda bienaventuranza de recibir consolación, tal cual se expresa tan ricamente en el Salmo 126: 5-6 –«Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.»
3) Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. (Mateo 5: 5)
Paradójicamente, acude a nuestra mente el caso de Moisés, del cual leemos en Números 12: 3 que era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra. Sin embargo, un momento de impaciencia le costó muy claro, pues no sólo no llegó a heredar la tierra – ni siquiera pudo entrar en ella.
Las palabras de Jesús en esta bienaventuranza en realidad no sabemos si cabe mejor interpretarlas en cuanto al milenio del cual se habla en Apocalipsis 20.4 , o en relación al cruce del Jordán, por medio del cual el pueblo de Dios dejó atrás el desierto para entrar en l a tierra prometida, con el conocido simbolismo que hemos trazado detalladamente en nuestro sexto libro titulado «Cruzando el Jordán.» De todos modos, creemos que lo más práctico y acertado en el hoy en que vivimos ha de ser el tomar muy en serio Su exhortación a aprender de Él a ser mansos y humildes de corazón. (Mateo 11: 29) El hacerlo de verdad seguramente que nos permitirá disfrutar de la vida en abundancia que Él ha prometido (Juan (10:10b) y que es propia del Canaán espiritual de la tierra prometida.
4 «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. (Mateo 5:6)
La justicia a que se refiere Jesús aquí ha de interpretarse como algo subjetivo en la vida de uno, en términos de la verdad de Dios y Su plena voluntad para nuestras vidas. No comentamos màs al respecto y en cambio planteamos una pregunta importante:- si el que tiene hambre y sed de justicia (en el significado que hemos definido) es un bienaventurado ¿qué será el que no los tiene?
Seguramente todo lo contrario – un desventurado, pobre y miserable. ¿Por qué? Porque su interés y deseo están en cambio en lo terrenal y pasajero, que dentro de no mucho quedará hecho cenizas y será así excluido del eterno bien del más allá.
Que cada lector pueda situarse claramente en el marco de lo primero y no en el de lo segundo .
5) , «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.» (Mateo 5: 7)
Esta bienaventuranza hace resaltar el principio de cosechar lo que se ha sembrado. Nos insta a no ser dados a criticar, menospreciar ni acusar o condenar a otros por su fallos.
Hay desde luego fallos muy gruesos que no es posible ni correcto consentir ni aprobar.
Jesús condenó franca y abiertamente la hipocresía y falsía de los fariseos y escribas de ese entonces. Lo hizo con Su autoridad y con toda razón, por el estado lamentable y vergonzoso en que se encontraban. Cometian toda clase de fechorías , como devorar las casas de las viudas, y como pretexto hacían largas oraciones. (Mateo 23: 14)
No obstante, tenemos que pensar en fallos de otra índole, tales como los de hermanos inmaduros o bien de aquéllos que están en un declive espiritual. En tales casos debemos recordar los muchos fallos propios, ya sea en el pasado, o bien en el presente, y ser misericordiosos y no proclives a criticar ni condenar, antes bien a amarlos y ayudarlos en lo que sea posible.- A eso se refiere Jesús, y es lo que nos hará alcanzar la misericordia que nosotros también necesitamos.
En predicaciones que he realizado bajo el título «Consejos prácticos para la maduración espiritual» uno de los mismos se relaciona con esta bienaventuranza en que estamos.
Es el de ser comprensivo y misericordioso para con los demás, pero por otra parte muy exigente con uno mismo. El hacerlo fielmente contribuirá a que andemos en un nivel más elevado del que no lo hace, aduciendo razones no del todo correctas, como «no debemos aparecer como perfeccionistas», o bien, «si todos lo hacen y no pasa nada,» etc.
Esta norma de ser estricto con uno mismo necesita imprescindiblemente del cultivo de una conciencia tierna y sensible. Aun en situaciones de duda se debe preferir abstenerse de algo de lo cual no se está seguro, dándole al Señor el beneficio de la duda, para evitar así el riesgo de hacer algo de Su desagrado.
En cuanto a mi persona, debo decir que, tal vez por aquello de que a mayor edad y madurez mayor responsabilidad, el Señor por cierto no me pasa por alto cosas que para muchos, sobre todo los más bisoños, no tienen importancia y no vacilan en hacerlas sin ningún reparo.
Inmediatamente después.de incurrir en un desliz de esa índole pierdo la paz y no puedo menos que buscar ponerme a cuentas con el Señor. Debo agregar que al hacerlo con toda sinceridad, Él es muy pronto para restaurarme y quitar toda nube que pudiera empañar la visión.
También debo añadir que intento que esos deslices sean menos y menores cada vez, y una de las razones es que esos ratos de pérdida de paz son algo así como un tormento para mi alma – ansío volver a una comunión diáfana y con un cielo límpido y totalmente despejado.
Pero la principal razón debe ser, claro está, que andemos en perfección, en la medida en que resulte posible dentro de las limitaciones propias de nuestra gran falibilidad. De hecho,, Él nos exhorta a ser perfectos en el mismo Sermón del Monte en que estamos (Mateo 5: 48) así como lo hizo con Abraham, nuestro padre.(Génesis 17: 1)
Como punto final sobre esto acoto que procuro ser comprensivo y no juzgar, y mucho menos despreciar a otros hermanos que veo que incurren en fallos – al parecer sin cargo de conciencia – que a mí el Señor no me los consiente ni pasa por alto. Romanos 14: 4 nos habla claramente en ese sentido.
6) «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.» (Mate 5: 8)
Ésta es una de las más importantes, sin desmerecer, por supuesto, la importancia de todas las demás
En Proverbios 4: 23 se nos dice con mucho peso «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida.»
En primer lugar, debemos pasar a explicar la diferencia entre un corazón limpiado y uno limpio. El primero da a entender que efectivamente, ha sido limpiado, pero que volverá a necesitar que se lo haga.
El segundo nos habla de un estado de limpieza constante, pues eso es lo que es en esencia – limpio en sí.
En Apocalipsis 7:14 leemos:- «…estos son los que… han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero»
Si bien esto se refiere proféticamente a una situación futura, se presta muy bien para ilustrar las dos cosas.
Por una parte, por el poder lavador y limpiador de la sangre de Jesucristo, en consonancia con 1a. Juan 1: 7 – «…la sangre de Jesucristo su hijo nos limpia de todo pecado.»
Por la otra parte, el poder purificador de esa sangre al emblanquecer, de modo que la blancura – en el caso citado de Apocalipsis 7: 14 – penetra en toda la trama del género de la ropa para hacer exactamente lo que dice – emblanquecerla.
Del estado o más bien la condición limpia de corazón, se nos habla no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo. El Salmo 24, después de la pregunta ¿quién entrará en el lugar santo? del versículo 3, en el siguiente se nos da la respuesta: «El limpio de manos y puro de corazón.»
Igualmente en el Salmo 73: 1 leemos «Ciertamente es bueno Dios con Israel, para con los limpios de corazón.
En el Nuevo, no sólo a través del Señor Jesús tenemos esta verdad, claramente afirmada. Citamos a los tres principales apóstoles.
a) Pablo – «…huye de la pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de limpio corazón invocan al Señor.» (2a. Timoteo 2: 22)
b) Pedro. «Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro.» (1a. Pedro 1: 22)
c) Juan) «Y todo aquél que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, así como él es puro.» (1a. Juan 3: 3)
Tal vez pueda llamar la atención nuestra cierta minuciosidad en señalar algo que en realidad es evidente, y casi habría que dar por sentado.- siendo el Señor un Dios tres veces¿cómo sus verdaderos hijos podrán ser personas que no tengan un corazón limpio? algo totalmente inadmisible.
No obstante, lo puntualizamos y enfatizamos, no con espíritu crítico sino constructivo, dado que en algunas iglesias es como si se tuviera una alergia a esta verdad tan importante, y no se la enseña y proclama cumplidamente, como se debiera, lo cual necesariamente tiende a resentir la calidad de vida espiritual que se experimenta.
Ahora pasamos a considerar lo que más de un lector conceptuará como la pregunta más importante – :- ¿Cómo se logra o consigue el corazón limpio?
Tenemos promesas muy concretas en el Antiguo Testamento, que se cristalizan en el Nuevo.
Tomamos dos de ellas:- «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.» (Ezequiel 36: 26)
Esta promesa implica nada menos que un trasplante de corazón. El viejo, por así llamarlo – corazón de piedra, duro y frío – quitado. En lugar suyo uno nuevo de carne. No carnal, sino carne en el sentido de la carne de nuestra mejilla, por ejemplo, no dura sino tierna, y tampoco fría sino a la temperatura de treinta y seis grados y unas líneas. Esto entendiéndose en el sentido de no ser ya duro ni frío ante la palabra de Dios y los valores eternos, sino tierno y cálido.
La segunda promesa que tomamos se encuentra en Jeremías 31: 33 y también se la cita con comentarios en el libro de Hebreos. «Daré mi ley en su mente (literalmente en sus entrañas o fuero interno) y la escribiré en su corazón.»
Es decir, una obra interior del Espíritu Santo, de tal manera que del corazón que antes mentía y engañaba, ahora, por lo contrario, y de por sí – espontáneamente – brotan la verdad y el bien.
La concreción de estas promesas la encontramos en las palabras de Pedro en Los Hechos 15: 8-9:-«Y Dios que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros, y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones.»
Aquí Pedro se está refiriendo a lo acaecido en Jerusalén el día de Pentecostés, en ocasión del nacimiento de la primera iglesia judía, y lo narrado en Los Hechos 10, a raíz de su visita a la casa de Cornelio, como resultado de la cual los gentiles recibieron la palabra de Dios y se convirtieron.
En ambos casos se dieron como las dos cosas principales la recepción del Espíritu Santo y la purificación del corazón.
Sin desestimar en absoluto otras cosas también importantes que sucedieron, como el hablar en lenguas y la evidente presencia del Señor, recalcamos las palabras finales del versículo citado más arriba:- «…purificando por la fe sus corazones.»
El mismo Pedro en su primera epístola 1: 22 que ya hemos citado, pero que repetimos, escribe «Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro.»
Hemos subrayado los tres ingredientes o factores imprescindibles, a saber.
a) Por la fe. Estamos en la dispensación de la gracia, en la cual todo se recibe por fe, sin la cual es imposible agradar a Dios. (Hebreos 11: 6)
b) Por la obediencia a la verdad» Quien no obedece cabalmente la verdad de Dios, que nos habla de nuestra gran necesidad de vivir en limpieza, y de tanto más, mal puede entrar en la dimensión de una vida santa y pura.
c) «Mediante el Espíritu» que necesita, como tantas veces insistimos , que vayamos a Dios sinceramente, con toda seriedad, y no superficialmente.
Por último, para cerrar este aspecto en que estamos, citamos Juan 17: 17:- «Santifícalos en tu verdad. «
Es decir que Jesús ha orado por cada uno de los Suyos que seamos santas personas; no beatos, ni de los que afectan una religiosidad externa, sino hombres y mujeres limpios y puros de verdad, y honestos y honrados a carta cabal.
Que esta oración del Señor Jesús a nuestro favor se concrete y cristalice en la vida de cada uno de nosotros, para nuestro propio bien y también para la gloria de Dios y del Cordero.
En cuanto a la bienaventuranza prometida a los de limpio corazón, – la de ver a Dios – debemos verla en dos sentidos. El primero, el de verle en el más allá a Él, el Dios invisible a quien nadie ha visto jamás (Juan 1: 18 y 1a. Timoteo 1: 7)
Como algo relacionado con esto citamos Hebreos 12: 14 «Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.» Es otra forma de decir que sólo los santos y limpios de verdad verán a Dios.
En cuanto al segundo sentido, éste se relaciona con la vid.a presente. El de limpio corazón siempre lo ve al Señor- no con los ojos naturales, desde luego – sino en constante acción o actividad en su vida.-Esto se desenvuelve dentro de una amplia gama, como en su protección, su corrección cuando fuere necesario, su provisión generosa para todas sus necesidades, guiándolo por el buen camino, alentando y consolándolo según las circunstancias lo requieran, y mucho más.
Además es muy consciente de Su omnisciencia y omnipresencia, no sólo porque se lo afirma claramente en las Escrituras, sino también por lo que vive a diario. Incluso en ocasiones llega a ver la minuciosidad asombrosa con que prevé lo que ha de venir, tomando las medidas necesarias, dictadas por ese futuro que Él claramente sabe que se avecina.
Concluimos ahora citando Proverbios 22: 11:- «El que ama la limpieza de corazón, por la gracia de sus labios tendrá la amistad del rey.»
Paralelamente a esto citamos /uan 15: 14 – «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.»
Esto nos coloca hermosamente y por partida doble ! – a través del Antiguo y también del Nuevo Testamento – en la genética de Abraham, nuestro padre, el ilustre amigo de Dios. (Santiago 2: 23, 2a. Crónicas 20: 7 e Isaías 41:8)
7) «Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios.»
Uno de los muchos nombres de Dios es el Dios de paz (Hebreos 13:20) y los verdaderos hijos Suyos han de llevar el sello distintivo del carácter pacífico de su Padre Celestial.
En este mundo sucede todo lo contrario, y si a nivel de país un gobernante quisiese ser un pacífico y proceder unilateralmente al desarme, su país se encontraría indefenso ante otra potencia fuertemente armada.
Naturalmente que esta bienaventuranza no es ni puede ser para este mundo. Quienes estudian historia podrán corroborar que las guerras siempre han ocupado el lugar primordial en los anales históricos de la humanidad a través de los siglos.
La palabra pacificadores describe a personas que por su carácter apacible buscan apaciguar y llevar a la concordia a quienes están en disputas o discordias.
Acude a nuestra mente el caso de un siervo del Señor que al aterrizar por primera vez en una de las Islas Baleares, fue recibido en el aeropuerto por otro hermano más joven .Éste, unos años más tarde, al referirse a esa ocasión, manifestó que lo primero que le impresionó claramente fue detectar la paz en el rostro de ese siervo recién llegado.
El mismo siervo, unos buenos años antes, siendo estudiante en un centro de enseñanza bíblica, en una ocasión estaba tratando de calmar y llevar a la concordia a otros dos estudiantes que estaban discutiendo en abierta discrepancia.
Un tercer, o mejor dicho cuarto estudiante, al ver que con su carácter apacible estaba tratando de apaciguarlos, tuvo palabras de encomio para con él, citando según me consta precisamente las palabras de esta bienaventuranza.
. Jesús nos prometió en Juan 14: 27 «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo.»
La comparación con la paz que el mundo da, claro está que se debe a que esta última es una paz falsa, sin base sólida y que en cualquier momento puede quebrarse y dar lugar a todo lo contrario.
Concluimos con la rica y sabia exhortación de Pablo contenida en Filipenses 4: 6-7- «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acciones de gracias; y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.»
Pablo, en medio de todas las persecuciones y padecimientos porque atravesaba, sabía conservar la paz, y por eso podía refrendar esa exhortación con las palabras del versículo 9 del mismo capítulo.»Lo que aprendisteis, y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced, y el Dios de paz estará con vosotros.
8) Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.» (Mateo 510)
Quien esto escribe apenas si entra rozando en esta bienaventuranza – tal vez porque no sea digno de padecer persecución.
El único caso que recuerda es el de haber sido agredido verbalmente de una manera tan fuerte, como nunca lo había sido. Lo curioso del caso es que quien lo hizo no fue un incrédulo, sino un creyente.
La agresión fue totalmente injustificada, y como a esa altura yo ya tenía una edad avanzada, por el desgaste de los años mi sistema nervioso sufrió un fuerte impacto, y sólo atiné a retirarme sin contestar ni discutir nada.
Aparte de eso, debo decir que por donde quiera que he ido en mis giras ministeriales visitando numerosas iglesias de distintas denominaciones siempre se me ha tratado con mucha consideración, respeto y bondad.
9) «Bienaventurados sois cuando por mi causa, os vituperen y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros.» (Mateo 5: 11-12)
En esto me siento descalificado, o bien apenas calificado, dado que comparativamente, el único caso que recuerdo, se trata de una pequeñez.
Fue más reciente: – en el complejo de viviendas en que resido actualmente.Al pasar una mañana cerca de donde estaba una mujer, también residente y algo anciana, la saludé cordialmente. Al no recibir respuesta me detuve y le pregunté: ¿No me contesta? a lo cual contestó que no!
Me marché tras desearle un buen día, y me quedé pensando qué sería tal vez porque sabe que soy predicador y se opone al cristianismo.
Unos días más tarde, al contarle el caso a un hermano en la fe, también residente, me explicó el por qué. No era porque se opusiese al cristianismo, sino a mi persona, y la razón era que veía que yo a menudo salía de viaje, abandonando a mi esposa, según pensaba, cuando ella, por su estado de salud necesitaba mi presencia y cuidado.
El hermano le dijo que yo hacía esos viajes con el consentimiento de Sylvia, mi esposa, pero dudo que eso la haya convencido.
Debo agregar que por la gracia del Señor, teníamos una hermana en Cristo que en mi ausencia la cuidaba admirablemente, de modo que la dejaba en buenas manos. Le dábamos vacaciones anuales de una semana a la vez, y en su ausencia yo hacía «de Rodríguez» como se suele decir.
(Como se advertirá en el relato he pasado al tiempo de verbo en el pasado, ya que actualmente no viajo por estar recluido a causa del corona virus que está afectando al mundo entero,)
Además, como la salud de Sylvia ha desmejorado sensiblemente, actualmente está hospitalizada y al ser dada de alta pasará a un centro sanitario de cuidado especial, ya que en nuestra vivienda no es posible prodigárselo.
Volviendo al caso, desde luego que más que una pequeñez lo considero una insignificancia. Por otra parte, que yo sepa, no se habla mal de mí, y posiblemente no se piense mal tampoco.
Concluyo rindiendo tributo y admiración a hermanos y hermanas tanto más dignos, que incluso son atacados físicament, encarcelados, y a veces también torturados cruelmente.
Todos ellos, como el Señor lo dice, tendrán grande galardón en los cielos.
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Capítulo 21 – El Sermón del Monte (b)
«Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser hollada por los hombres.» (Mateo 5: 13)
En Marcos 9: 50 en vez de «se desvaneciere» dice «si se hace insípida, ¿con qué se sazonará?»
Tenemos que empezar por señalar las muchas propiedades de la sal, y también los significados que las Escrituras le dan.
En Levítico 2: 13 leemos: «Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal.»
Asimismo, en, el versículo anterior al del pasaje de Marcos 9 – el 49 -Jesús dijo: «…todo sacrificio será salado con sal.»
Por otra parte, en Números 18: 19 encontramos las palabras «pacto de sal perpetuo es delante de Jehová.» y el sentido es lealtad, es decir que las dos partes debían ser fieles a lo pactado.
Ahora pasamos a enumerar las propiedades o virtudes de la sal. Ya hemos hablado de la fidelidad, a la cual agregamos la pureza, la hospitalidad, durabilidad, dar sabor o sazonar, dar sed; también, en su debida, medida, para dar vitalidad al organismo. Por último el dicho «Comer la sal del rey» que significa darle la máxima fidelidad.
Como vemos, todo un cúmulo de virtudes y debemos considerar las palabras finales del importante pasaje de Marcos 9: 49-50: «Tened sal en vosotros mismos; y tened paz los unos con los otros.»
Por esto tal vez podamos agregar la paz, como un ingrediente adicional que acompaña a todo lo anterior.
Ser la sal de la tierra implica desde luego estar exento de todo el mal, engaño y corrupción que proliferan en el planeta tierra. y al mismo tiempo nos presenta el desafío de que en nuestro diario vivir ostentemos por la gracia de Dios todas esas preciosas virtudes.
Tal vez también podamos agregar la gracia en razón de Colosenses 4: 6 :- «Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal…»
En conclusión, puntualizamos que por orden del rey Artajerjes de entonces fue dada orden de dar al pueblo de Dios todo lo necesario, terminando con las palabras SAL SIN MEDIDA.
Apropiamos esto por fe de parte del Dios de toda gracia.
«Vosotros sois la luz del mundo…» (Mateo 5: 14)
En Juan 8: 12 Jesús afirmó «…Yo soy la luz del mundo…» lo cual, al relacionarlo con lo que citamos de Mateo 5: 14, nos lleva a la importantísima conclusión , de que, habiendo Él ascendido y no estando ya en el mundo, los Suyos de verdad debemos ser esa luz que Él fue durante Su vida terrenal.
Asimismo, tenemos esta verdad corroborada en 1a. Juan 4: 17b «…pues como él es, así somos nosotros en este mundo.» Es decir, que en medio de la densa oscuridad de este mundo, nuestra luz debe brillar y resplandecer como la de Él.
El pasaje se extiende del versículo 14 al 16, y Jesús usa la comparación de una ciudad sobre un monte y la luz de un candelabro, para señalar que al igual que ambas, nuestra luz no puede ni debe estar escondida.
Concluye agregando ««Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.»
Aunque el testimonio verbal no debe descartarse ni mucho menos, notemos que el énfasis que pone es el hacer, («Mejor que decir es hacer»!) a través de nuestras buenas obras. Es decir, que sin querer aparentarlo, nuestra vida y conducta se traduzca en buenas obras. Que se vea que tratamos de ayudar al necesitado, animar al apocado, consolar al triste o enlutado, y en fin, hacer el bien en cuanto esté a nuestro alcance.
Si bien en este pasaje Jesús no lo menciona, se da por sentado que nuestros vecinos, familiares y amistades inconversos deben saber que no mentimos, no engañamos, no contamos ni festejamos chistes verdes o de mal gusto, ni salen palabrotas ni cosa semejante de nuestras bocas. En otras palabras, que lo que hacemos vaya acompañado de una vida limpia y transparente, humilde, pero firmemente anclada en el bien y la verdad.
Para terminar sobre esto, una anécdota sobre el gran siervo de otrora George Fox, cuya autobiografía he estado leyendo últimamente. Estuvo preso en más de una ocasión, y en una de ellas, ante el reclamo de clemencia hecho por parte de allegados a él ante el rey, éste afirmó que la única forma en que podía hacerlo poner en libertad sería acordándole un perdón.
A esto, George Fox se negó de forma terminante, dado que eso sería convalidar una mentira, ya que de ninguna forma cabía un perdón para alguien que era totalmente inocente. Prefería seguir en la cárcel que transigir aceptando una mentira!
«No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar sino para cumplir.»
«Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se haya cumplido.» (Mateo 5: 17-18)
Comentar este pasaje exhaustivamente llevaría muchísimo tiempo, pero nos limitaremos a hacerlo .de forma condensada.
Por la primera parte del versículo 17 colegimos que había entre parte del pueblo judío – y no debemos olvidar que los primeros discípulos eran todos judíos – la idea errónea de que Él venía a poner fin a la ley, y también a los profetas.
Esto no podía ser de ninguna manera, siendo Dios el Ser Supremo de la más estricta y absoluta justicia. En cuanto a los profetas, habiendo sido levantados e inspirados por Él mismo, no podían ser abrogados ni ellos ni la palabra profética y predictiva que habían recibido de lo alto y proclamado. Esto último, entendiéndose claramente que en esa proclamación ellos habían anunciado que vendría el Mesías trayendo un orden o régimen distinto y superior.
Que Él – Jesucristo – había venido para cumplir, no podemos menos que interpretar, en primer y primordial lugar, que lo hizo plenamente con Su obra expiatoria en el Calvario.
En cuanto a su afirmación en el versículo 18 de que hasta que pasen el cielo y la tierra ni una jota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se haya cumplido, debemos entenderla en dos acepciones.
La primera es lo ya dicho – en el Calvario la vara justiciera de la ley cayó sobre Él con todo su rigor.
En cuanto a la segunda, debemos desglosarla en dos partes.. La primera se aplica a quienes no reciban sino que rechacen el perdón gratuito y absoluto que esa ofrenda expiatoria hecha en la cruz les ofrece. Para los tales, triste y lamentablemente sobrevendrá el castigo de la perdición de sus almas.
En cuanto a la segunda parte de este desglose, no debemos olvidar la verdad del Tribunal de Cristo, ante el cual tendremos que comparecer, «para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.» (2a. Corintios 5: 10)
«De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe , éste será llamado grande en el reino de los cielos. (Mateo 5: 19)
Este versículo pone de relieve dos principios, que si bien son elementales y muy conocidos, a menudo no se les presta la debida atención en la práctica.
Uno de ellos es el ya citado anteriormente – mejor que decir es hacer.
El otro es el que e consigna en Lucas 16: 10 y procede de la misma boca del Señor Jesús:- «El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto.»
Como ejemplos ilustrativos y que hablan de por sí, citamos dos casos. El primero es el de un predicador joven, que al saber que a una reunión solamente iban a asistir dos personas decidió cancelarla, alegando «Por dos mujeres solas que iban a ir no valía la pena.»(!)
El otro es el de un siervo mucho más maduro, que en más de una oportunidad tuvo que dar la palabra ante auditorios muy reducidos – algo así como dos o tres personas. Sin embargo, no sólo no canceló las reuniones, sino que predicó con el mismo ahínco de siempre.
«Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.» (Mateo 5: 20)
A primera vista, aquí Jesús nos pone las cosas muy fácil, por así decirlo. La hipocresía, maldad y las fechorías que cometían – como devorarse las casas de las viudas, por ejemplo – eran de tal magnitud, que cualquiera de nosotros diría que su justicia está muy por encima de la de ellos, de manera que ta tiene asegurada su entrada en el reino de los cielos!
No obstante, debemos recordar que Jesús también dijo que para entrar en el reino de Dios debemos nacer de nuevo, es decir, ser personas con dos cumpleaños, el del nacimiento natural y el del del espiritual. (Entre paréntesis, para no dejar lugar a dudas, señalamos que ya anteriormente hemos demostrado que el reino de los cielos y el reino de Dios son la misma cosa)
«Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás y cualquiera que matare será culpable de juicio.»
«Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga : Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.»
«Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. «
«Ponte de acuerdo con tu adversario pronto , entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez , y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel.»
«De cierto de tigo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante.» (Mateo 5: 21-26)
Lo primero que debemos notar es que Jesús presenta un nivel mucho más alto que el de los antiguos – «cualquiera que matare será culpable de juicio.»
Aquí se trata de la relación entre hermanos y se establecen tres escalas., a saber:
a) estar airado contra el hermano, a lo cual, en la versión autorizada del rey Santiago se agrega sin causa. Creemos que esta aclaración es importante, porque hay evidentemente situaciones en que se justifica estar airado contra un hermano que ha procedido mal contra uno, sobre todo si ha sido a sus espaldas, como a menudo acontece. En esta primera escala uno será culpable de juicio. No se especifica en qué forma ni en qué medida.
b) Cualquiera que diga a su hermano necio – Raca en el griego. La palabra tiene la acepción de vilificarlo de forma absoluta, y como resultado será culpable ante el concilio, o bien el tribunal. No se especifica de qué forma ni en qué medida.
c) La tercera escala es llamar fatuo al hermano. En el griego el sentido es tratarlo de estúpido y por lo tanto despreciarlo por completo, al extremo de mandarle que se calle la boca. Esta es la más grave y expone al infierno de fuego.
Como conclusión sobre este extenso versículo, sólo puede ser para todos nosotros los hijos de Dios un fuerte recordatorio de que debemos proceder en sentido diametralmente opuesto, amando a nuestros hermanos con amor fraternal y de corazón puro, como ya hemos visto en una exhortación de Pedro hacia el final del primer capítulo de su 1a. epístola.
A continuación se nos dice que si al traer su ofrenda ante el altar, uno se acuerda que su hermano tiene algo contra uno, se debe dejar la ofrenda ante el altar e ir y reconciliarse con el hermano y volver entonces a presentar la ofrenda
.Se sobreentiende que el tener algo contra uno esté justificado, por haberle hecho un desaire o algo indebido o fuera de lugar. Por el contrario, no tiene ninguna aplicación en el caso de que se le tenga envidia a uno, por ejemplo, por haber prosperado o ser más bendecido que el hermano. Y por supuesto, tampoco tiene aplicación alguna si el tener algo contra uno se expresa o manifiesta en devolverle a uno mal por bien.
En cuanto a los versículos finales de este pasaje – 25 y 26 – si bien no soy dado a consultar comentarios, creo recordar algo contenido en el muy famoso de Matthew Henry. Si mal no recuerdo, expresa que mientras estemos en el camino, según nuestra conducta y proceder, Dios se nos puede presentar como nuestro buen Padre, o bien como nuestro adversario. Si nuestro andar es de obediencia y corrección lo primero, y si no lo es, entonces lo segundo. Creemos que es una interpretación aceptable.
En cuanto a ser entregado al juez, y por éste al alguacil para ser echado en la cárcel, lo que entendemos es que se debe relacionar con Lucas 12: 47. Al concluir el versículo 26 que no se saldrá de la cárcel hasta pagar el último cuadrante, se da a entender claramente que no se trata de un castigo eterno. En vez, colegimos que debe ser el de recibir los muchos azotes merecidos, por haber conocido la voluntad de su señor y no prepararse ni ponerla por obra, según el versículo 47 ya citado de Lucas 12.
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Capítulo 22 – El Sermón del Monte (c)
«OÍsteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.» (Mateo 5: 27-28)
Aquí debemos aclarar en primer lugar que Dios ha creado al género humano con una atracción mutua al sexo contrario. Así, el varón verá con agrado a una mujer guapa y esbelta. e igualmente la mujer en cuanto a un hombre bien vestido y elegante.
Pero subrayamos siempre que no pase de eso. Jesús dice claramente que al irse más allá de eso, es decir – para codiciarla – ya adulteró con ella en su corazón. El uso de la palabra adulteró deja implícito que se trata de una mujer casada, es decir que ya tiene su propio marido.
No obstante, se entiende que la misma verdad es también aplicable cuando se mira para codiciar a una mujer soltera.
«Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer,, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.»
«Y si tu mano derecha te es ocasión de cae, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. (Mateo 5:29-30)
Sobre estos dos versículos hacemos una pregunta: ¿Le parece al lector que esta solución del problema se debe tomar al pie de la letra – es decir quitarse un ojo o cortarse la mano?
Francamente, quien esto escribe no piensa que sí. Por dos razones: la primera es que de ser así, tendría que haber casos concretos en que esto haya sucedido. No tenemos conocimiento de ninguno, pero si alguien sabe de forma totalmente fidedigna que sí, nos gustaría saberlo, pues no creemos que el Señor haya enunciado un principio que en la práctica nunca ha tenido ni tiene aplicación.
La segunda razón es que creemos que quitarse el ojo derecho no sería la solución, pues el problema quedaría trasladado al ojo izquierdo! – y esto por la sencilla razón de que el problema sin duda está en el corazón adúltero y codicioso.
Creemos que debe interpretarse que uno tiene que ser drástico, e ir a la raíz del problema, que está, como decimos, en el corazón, y pedir al Señor con toda fe y seriedad que cumpla esa promesa de quitar el viejo corazón y dar uno nuevo. (Ezequiel 36: 26)
«También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada,comete adulterio.» (Mateo 5: 31-32)
Notemos que la palabra que usa el Señor Jesús para establecer la excepción es fornicación, no adulterio. Esto se debe relacionar con Deuteronomio 24: 1 en que se dice que el marido podrá darle carta de divorcio a su mujer si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente. Esto evidentemente significa por haber perdido la castidad anteriormente.
En Mateo 1:18-20 esto queda claramente ejemplificado. José, antes de haberse juntado con María, al ver que estaba embarazada, quiso dejarla secretamente, sin hacer un escándalo público, pensando que había cometido fornicación.
Como sabemos, un ángel del Señor le apareció en sueños diciéndole que no temiese recibirla como su mujer, dado que no había habido fornicación, sino que se trataba de un engendro santo del Espíritu de Dios.
En el pasaje siguiente – Mateo 5: 33-37 – Jesús estableció claramente a Sus seguidores que no debían jurar, sino que su sí debía ser sí y su no, no. El mismo principio está ratificado en Santiago 5: 12
En Apocalipsis 10: 5-7 se nos presenta el caso de un ángel del Señor que juró, al igual que en Génesis 22: 16´17.
Asimismo tenemos constancia en las Escrituras de que el Señor mismo juró en muchas ocasiones, tales como en el Salmo 110: 4, Hebreos 6: 13 y varias más.
Claro está que debemos comprender la diferencia entre los ángeles Suyos y nosotros, por una parte, y también, desde luego, entre Él, en Su soberanía y autoridad absoluta e infinita, y nosotros. seres humanos finitos y falibles, que no podemos hacer blanco o negro ni uno solo de nuestros cabellos. (Mate 5: 36)
George Fox y todos los fieles del movimiento del cual él fue el fundador y el padre espiritual, eran muy firmes en cuanto a este mandamiento del Señor, y tanto él como muchos de ellos fueron encarcelados y tratados cruelmente por negarse a hacerlo
Era en una época de mucha intolerancia – en el siglo XXVII – y la crueldad y persecución venía mayormente de los religiosos de ese entonces, aunque también de algunos jueces, autoridades y tribunales.
Algunos se refieren al movimiento como Quakeros, pero éste fue un nombre que les dieron sus detractores en tono de burla, al ver que muchos de ellos temblaban ante el poder de Dios. El verdadero nombre de ellos era Los Amigos, seguramente en base a Juan 15: 14 y también 3a. de Juan 15.
«Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, al que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra ; y al que te quiera poner a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obliga a llevar carga por una milla, ve con él dos.» (Mateo 5: 38-41)
El Señor vino a establecer un régimen muy superior al de la ley mosaica, y este pasaje es uno de los que lo puntualizan más fuertemente.
George Fox y Los Amigos en general, muchas veces después de ser golpeados no sólo en una mejilla, sino también en el resto del cuerpo, les ofrecían a quienes se lo hacían la otra mejilla y el resto del cuerpo, en una señal ejemplar de obediencia cabal al Señor. A veces esto tenía la virtud de apaciguar a sus perseguidores, pero no siempre.
Tenemos la dicha de vivir en una sociedad y un entorno mucho más tolerante hoy día. Por ello, nos sentimos motivados a rendir un merecido tributo y reconocimiento a muchos fieles siervos y siervas del Señor, que en tierras abiertamente hostiles a la verdadera fe cristiana, padecen encarcelamiento e incluso crueles torturas, de los cuales el mundo no es digno. (Ver Hebreos 11: 38a)
«Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.» (Mateo 5: 42)
La generosidad es uno de los muchos aspectos en que el nuevo régimen establecido por el Señor Jesús se destaca, aunque algo de ella había también en el Antiguo Testamento. Muchas veces al pedírsenos prestado, siempre que esté a nuestro necesario, debemos darlo sin necesidad de que se devuelva.
No obstante, en cuanto a la primera parte del versículo – «Al que te pida dale» – creemos necesario hacer una salvedad. Hay los casos en que quienes piden lo hacen con el deseo de emplear el dinero en la droga, el cigarro o bien para adquirir bebidas alcohólicas, siendo adictos. Darles a tales sería hacerles un gran mal, al alimentar sus vicios tan ruinosos. En cambio, en algunos casos, en vez de darles dinero, ofrecerles alimentos puede ser una buena opción.
Por otra parte, la generosidad a que nos hemos referido, a veces nos impulsa a dar a quienes no nos piden, sabiendo que son personas dignas. En algunos casos pueden ellas mismas ser o estar necesitadas, y en otros, como aportación a obras altruistas en que se ocupan.
«Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente ¿qué hacéis de mas? ¿No hacen así también los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mateo 5:43-48)
Señalamos aquí que no hemos encontrado ningún versículo en que diga expresamente «aborrecerás a tus enemigos» – el que más se puede aproximar es Deuteronomio 23: 6.
Por esta razón recalcamos que Jesús dijo «Oísteis que fue dicho» y no «que está escrito», o «escrito está», como le replicó a Satanás en la ocasión de Su tentación, consignada en Mateo y Lucas.
El pasaje que hemos citado más arriba, que se extiende del 43 al 48, es quizá el que nos presenta el nivel más elevado del régimen superior del Nuevo Pacto que Él vino a establecer. No cabe duda de que en situaciones de ser ultrajados, agredidos y sobre todo torturados, se necesita una gracia sobrenatural para sobrellevarlo airosamente, y en tales casos el Señor seguramente se encarga de que esa gracia sobrenatural fluya en toda la medida necesaria.
Un ejemplo que acude a nuestra mente es el del siervo del Señor Richard Wurmbrandt, muy conocido por su libro «Torturados por Cristo.» Se dice que uno de los carceleros le preguntó en una ocasión sobre ese Jesús de quien él les hablaba a menudo – ¿Cómo era?
Después de reflexionar un poco, Wurmbrandt le contestó:«Es como yo,» tras lo cual el carcelero le dijo «Entonces yo lo quiero,» como seguramente una manifestación de tanta bondad, aplomo y serenidad que había visto en él en los momentos difíciles en que estaba sufriendo.
En otro orden, algo distinto, admiramos la gracia superlativa del Señor acordada a siervos sobresalientes, como el apóstol Pablo, George Fox, en la lectura de cuya biografía me he estado alimentando y deleitando sobremanera últimamente, y muchos otros más, que con tanta entereza y nobleza padecieron muchísimo en el servicio del Señor.
La exhortación a que seamos perfectos como nuestro Padre Celestial, contenida en el último versículo del pasaje merece un comentario de varios.párrafos.
En primer lugar, no hemos de entender perfectos en el sentido de infalibles, es decir personas que no se equivocan nunca. Más bien debe interpretarse como aplicable a personas muy maduras, responsables y exentas de los fallos y errores propios de la inmadurez.
Para algunos puede caber esta exhortación del Señor como un incentivo con miras a alcanzar un nivel más elevado, si bien la meta de ser perfectos no podrá alcanzarse nunca.
Creemos que esto es un error; pensamos que el Señor nunca nos exhortaría a algo inalcanzable. Además en Colosenses 1: 28 tenemos estas palabras muy significativas del apóstol Pablo en cuanto a su ministerio:- «…a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre.»
Estas palabras de Pablo nos dan mucho en qué pensar. En el versículo siguiente agrega: «para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí.»
En primer lugar vemos que ese estado de perfección – según ya lo hemos definido – era en Cristo. Sólo en la medida en que estemos arraigados y permanezcamos en Él, – el Varón Perfecto – podremos llegar a esa meta que Pablo se proponía.
En segundo término, vemos que trabajaba luchando, es decir que se prodigaba intensamente, pero no lo hacía con sus propias fuerzas, sino según la potencía de él.
Y en tercer lugar esta potencía del Señor, a su vez era algo que actuaba poderosamente en él. El fin que perseguía era de levantarlo en su propia vida a un plano o nivel más elevado, de manera que su labor resultase cad vez más efectiva.
Tenemos muchísimo que aprender de la vida y la enseñanza de este eximio apóstol.
Sin extendernos sobre el particular, resumimos diciendo que a fin de que nuestra labor – muy humilde en comparación con la de este coloso, desde luego – sea provechosa y efectiva, debe haber primero un obrar poderoso del Señor en nosotros mismos, el cual permitirá que seamos progresivamente más eficaces y fructíferos.
Asimismo debemos recordar que a nuestro padre Abraham, en cuyas pisadas seguimos, el Señor también le exhortó en Génesis 17: 1 a que anduviese delante de Él y fuese perfecto.
Y por último, al mismo pueblo de Israel, bajo la dispensación del Antiguo Pacto, en Deuteronomio 18: 13 el Señor le exhortó a que fuese perfecto delante de Él.
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CAPÍTULO 23 – El Sermón del Monte (d)
«Guardaos de hacer vuestra vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.»
«Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa:»
«Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público,» (Mateo 6: 1-4)
No creo que ninguno de nosotros llegaría al extremo de tocar trompeta en la calle proclamando nuestras justicias o buena obras. No obstante, en cada uno siempre hay un instinto de «que se sepa» , ‘ que los demás se enteren.
Recuerdo al hacer el servicio militar hace muchos años, que a veces nos tocaba lo que en la terminología militar se llamaban ejercicios de cuadros.
Consistían en levantarse de improviso a las 2 de la mañana, preparar los caballos y arneses, y hacer una marcha a un lugar estratégico determinado. Más o menos como a las 8 o 9 de la mañana regresábamos al cuartel cumplido el ejercicio, pero sin acostarnos para descansar pasábamos a las exigentes tareas del cuartel todo el resto del día.
Para mí, era toda una hazaña, pero lo que lamentaba era que mis familiares y amigos, tan lejos de mí, no sabían nada de esas, mis heroicas hazañas!
En otro aspecto, no siempre es posible hacer las cosas con la diestra, sin que la siniestra se enter.e Por ejemplo, al hacer un donativo, muchas veces tiene que ser por cheque, o bien con la entrega en efectivo del mismo, y necesariamente por lo menos el beneficiario se entera.,
Creo que la mejor manera de resumir sobre estos versículos es que debemos buscar la gloria y el agrado del Señor por encima de todo, y cuidarnos de n.o querer aparentar ser muy dadivosos ni generosos, haciéndolo todo con humildad y sencillez de corazón.
Los versículos 5 y 6 nos presentan el mismo principio de no hacer las cosas para ser vistos de los hombres pero referido a la oración. Tanto en los casos anteriores – hacer nuestras justicias, como el dar limosna – como en éste de la oración, hay el agregado que de hacerlas de esa forma ya se tiene el galardón buscado, y muy magro por cierto – el de ser vistos de los hombres.
«Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.» (Mateo 6: 7-8)
Nos parece importante recalcar que muchas veces, aunque sin llegar a extensas palabrerías, uno puede tener la tendencia a ser innecesariamente repetitivo. Creemos ya haber señalado anteriormente una costumbre de repetir la palabra Señor varias veces, casi como una rutina y de forma algo hueca. En Mateo 22: 43 habla de cómo David en el Espíritu le llama Señor. Debemos recordar que es el Nombre sobre todo nombre, y de ninguna manera debe pronunciárselo ligera o livianamente.
En relación con esto, recientemente hemos leído de un caso acaecido en tiempos de antaño, de un hermano en Cristo que estaba profundamente contrito, y postrado se arrepentía de haber pronunciado el Nombre del Señor sin la debida solemnidad.
Creemos que esto debería tenerse muy en cuenta, pues a menudo uno oye que se lo hace sin la debida reverencia, de forma algo ligera y superficial.
En los versículos 9 al 13 el Señor les enseña a Sus discípulos el Padre Nuestro. Lucas lo presenta también, pero sin las palabras finales «porque tuyo es el reino, y el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén.»
Tenemos mucho que aprender del Padre Nuestro. En primer lugar, cuántas veces al dirigirnos al Señor en oración, especialmente con algún problema o contrariedad, vamos directamente a nuestra petición.
Si tuviéramos que ir al rey de nuestra nación, por ejemplo, no diríamos «Majestad, tengo este problema que necesito que me lo solucione con toda urgencia.»
Sería una evidente falta de respeto. Más bien sería, «Majestad, muchísimas gracias por concederme esta audiencia. Deseo ante todo que su reino prospere y que Dios bendiga su persona en todo sentido y en todo momento.»
A continuación el rey nos agradecería esos buenos deseos y al preguntarnos a qué se debe nuestra visita, recién entonces pasaríamos a presentarle nuestro problema o dificultad.
Y eso es lo que nos enseña y ejemplifica magistralmente el Padre Nuestro. Lo primero: «Santificado sea tu nombre. «Ese nombre del Ser Supremo, Sagrado y Sublime debe tenerse y pronunciarse con la máxima reverencia. Ya hemos visto la necesidad de que siempre sea con la mayor solemnidad, exento de toda superficialidad o ligereza.
Seguidamente «Venga tu reino» Y esto no debe ser una mera aspiración de que algo así suceda a breve plazo en este mundo corrompido en que estamos. La forma correcta de repetir estas tres breves palabras es con un deseo sincero y firme de que en nuestras propias vidas el reino de Dios quede firmemente establecido, rigiéndonos en todos los aspectos – públicos y privados – de nuestro andar cotidiano.
En tercer término «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.» En el cielo la voluntad divina se pone por obra de muy buen grado y de forma totalmente cumplida y absoluta.
Otra vez, esta petición no debe hacerse como una aspiración generalizada en cuanto al planeta tierra en que habitamos. Al igual que la anterior, debe ir avalada por un deseo firme y sincero de que la voluntad divina se plasme totalmente en nuestra vivencia diaria. El apóstol Juan nos dice que «Sus mandamientos no son gravosos» (1a. Juan 5:3) y por su parte Pablo manifiesta en Romanos 12: 2 que la buena voluntad de Dios es agradable y perfecta.
Y por último y como una rúbrica preciosa, tenemos las palabras de Jesús en Mateo 11.30 «Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.» Esto va precedido en el versículo anterior por estas benditas palabras: «y hallaréis descanso para vuestras almas.»
Como vemos, antes de pedir para nosotros mismos, tres dirigidas al Señor en cuanto a Su persona santa, Su reino y Su voluntad, todas las cuales desembocan y culminan en una bendición superlativa para quienes las presenten de la forma sincera y cumplida que ya hemos señalado.
«El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.»
Ahora, y recién ahora, empiezan las peticiones. Esta primera, por lo menos en la mayoría del mundo occidental en que vivimos, no tiene aplicación al pie de la letra, dado que no sólo el pan, sino toda suerte de buena comida está al alcance de la mayoría.
No obstante, debemos consignar la salvedad de que no faltan en algunas partes los que se encuentran en total indigencia. Pero en general, la comida no falta, y casi se podría afirmar sin temor a equivocarse, que hay más personas enfermas por comer demasiado que por falta de comida.
A los hijos de Dios que por Su gracia nada nos falta, nos corresponde interpretar esta petición de otra forma. En Juan 4: 24 Jesús afirmó: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra.» Y los hijos de Dios tenemos la comida espiritual de hacer la voluntad divina.
Ya hemos hablado de ella anteriormente, pero más bien en un sentido general. Aquí se habla de cada día – un día a la vez. Y la verdad incuestionable es que el hijo o siervo de Dios que no ha hecho esa voluntad sentirá un vacío interior, una profunda insatisfacción, por haberse ocupado de otras cosas que no alimentan ni nutren su alma.
Para saber cuál es esa voluntad de Dios no hace falta mucho ingenio ni esfuerzo. Si nuestra vida ha sido puesta incondicionalmente en Sus manos, encontraremos que las tareas y obligaciones que se nos presentan a diario son exactamente Su voluntad para con nosotros. Al hacerlas de buen grado, con humildad y sin ostentación alguna, podemos estar seguros de que Él cuenta que en hacerlas hemos hecho Su voluntad.
Creemos que esto debe ser un estímulo para la madre que cría sus hijos y lleva el hogar con las muchas labores que supone; o bien para el marido que madruga para ir a cumplir una jornada intensa a fin de ganar lo suficiente para el sustento de su mujer e hijos.
Se sobreentiende que esto, siempre y cuando se lo haga, como ya dijimos, de buen grado, y sin quejas ni lamentos.
«Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.»(Mateo 6:12) .
Aquí las palabras deudas y deudores debemos interpretarlas como ofensas, según consta en los versículos 14 y 15. Es algo en lo cual el Señor insistió en muchas oportunidades. Los dos versículos a los cuales nos hemos referido y que siguen inmediatamente al fin del Padre Nuestro, son una de esas ocasiones. El no hacerlo implica la severísima pena de no ser perdonados por nuestro Padre Celestial.
Qué problema grande y qué secuelas graves y tristes resultan de la falta de perdón entre hermanos por heridas, desavenencias, malentendidos y contenciones! Todo ello no hace sino quebrar la unidad en las iglesias y estorbar en gran manera la obra del Espíritu Santo en las mismas.
Y qué bien se haría en tener muy en cuenta las muchas exhortaciones, no sólo del Señor sino también de los apóstoles! Entre muchas otras citamos Efesios 4: 2: 3 «…con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz»
Aprendamos del Señor lo que Él nos exhortó con tanto peso en Mateo 11:29 «…aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.» El bendito descanso de estar en paz con todos, y sin la ansiedad, desasosiego y demás que hasta llegan a quitarnos el sueño y causarnos tanto daño.
A continuación siguen las palabras «Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal;»
En cuanto a la primera parte – ‘ Y no nos metas en tentación» – lo más indicado nos parece relacionarlo con 1a. Corintios 10: 13 :-» No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.»
En cuanto a la segunda:- «…mas líbranos del mal» concuerda con lo que el Señor Jesús oró en Juan 17:15 «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.»
Y por cierto que hay tanto mal del cual tenemos que ser guardados. Ya en escritos anteriores y exposiciones orales de enseñanza hemos entrado muy en detalle sobre las numerosas formas en que el mal nos acecha, al que agregamos ahora el de nuestro gran enemigo – el egocentrismo – con la necesidad imperiosa de que sea destronado y sustituido por el Cordero de Dios.
En cuanto a la doxología con que termina el Padre Nuestro, que como ya dijimos no está en la versión de Lucas, constituye un digno broche de oro para completar esta oración que nos enseñó el amado Maestro – en un sentido, my sencilla, pero sin embargo impregnada de verdades de la mayor importancia. «…porque tuyo es el reino, y el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén.»
Que sepamos honrar y reverenciar siempre a ese Ser Supremo, lleno de majestad y honor, y nunca pronunciar Su nombre sagrado y santo sino con ese temor reverencial y del máximo respeto que Su dignísima Persona merece.
Los tres versículos siguientes – 16, 17 y 18 – nos presentan la misma verdad de no hacer las cosas para ser vistos de los hombres en relación con el ayuno. Ya hemos comentado el mismo principio con respecto a nuestras justicias, limosnas y oraciones.
«No os hagáis tesoro en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; , sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.»(Mateo 6: 19-21)
En estos tiempos en que el amor al dinero – que es una raíz de todos los males, según nos dice Pablo en 1a. Timoteo 6: 10 – está a la orden del día, tal vez más que nunca, estas palabras de Jesús van en sentido diametralmente opuesto.
Resulta triste ver cómo aun creyentes buscan el pluriempleo o bien trabaj horas extras pero a costa de relegar las cosas eternas y de valor imperecedero. Una cosa es recurrir a ellos cuando en realidad se hace imprescindible hacerlo para afrontar gastos necesarios, y porque un sólo sueldo no alcanza para cubrir los gastos de alquiler y demás cosas necesarias. Creemos que en esos casos el Señor es muy comprensivo y se encarga de que la vida espiritual no quede perjudicada.
Muy distintas son las cosas cuando en realidad no hay ninguna necesidad, y es solamente por el deseo de ganar más dinero, con las ilusorias ventajas que supone, en comparación con el perjuicio espiritual.
Las palabras finales de Jesús en este pasaje – donde esté nuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón – constituyen una solemne advertencia. ¿Quién quiere que su corazón y su alma terminen junto al dinero y lejos de la presencia divina?
«La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? (Mateo 6: 22-23)
Aquí tenemos el contraste entre quien mira con bondad y amor y quien lo hace con malicia, rencor, suspicacia, envidia o cosas semejantes.
Desde luego, esto está regido por el estado del corazón, del cual mana la vida, según se puntualiza con tanta verdad en Proverbios 4: 23.
Con cuánto celo y esmero hemos de poner por -obra la exhortación que precede en el mismo versículo: Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón !
«Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.» (Mateo 6: 24)
Al comentar este versículo tenemos que ccnsiderar el dinero como parte del tema. Eso de por sí amplía el panorama en gran manera, empezando por el hecho de que el dinero nos es indispensable para nuestro sustento y para afrontar las necesidades que la vida nos presenta.
De ahí tenemos que tener muy en cuenta cuál es nuestra actitud, o mejor dicho la disposición de nuestro corazón en cuanto al dinero, . Como ya dijimos, necesitamos el dinero, dado que no podemos vivir sin él. Y lo que se hace imperativo es que nos cuidemos mucho de lograr el enfoque o la disposición de corazón correcta. Es decir, sabiendo que lo necesitamos – pero no estando en ansiosa inquietud, y sobre todo no albergando en el corazón un deseo que sutilmente se puede ir transformando en una codicia por tener primero más y a la postre mucho más de lo necesario.
Y aquí es donde volvemos a citar, como ya lo hemos hecho en no pocas ocasiones Proverbios 4: 23:-:- «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.»
Lejos de permitir que se infiltre sutilmente en el corazón un deseo o anhelo de tener más dinero, procurar ir en sentido contrario.
¿Cómo? Pasando a ser generosos, a pensar en las necesidades de los demás. Esto desde luego con sabiduría, apoyando por ejemplo a causas dignas, obreros del Señor en zonas de pobreza, etc. Siempre habrá una forma de hacerlo en la voluntad del Señor, sabiendo que Dios ama al dador alegre y nunca se habrá de olvidar ni dejará de recompensar a quienes lo hagan com amor desinteresado y noble.
Pero, para ir concluyendo sobre el tema, pasamos a las palabras finales del Señor Jesús en este versículo :-» No podéis servir a Dios y a las riquezas» Las mismas nos hablan de una abundancia excesiva y a la cual uno le está sirviendo, tal vez insensiblemente, en una relación de esclavitud.
Debemos acotar que ha habido y seguramente hay también quienes han llegado a tener una gran abundancia económica y sin embargo no se han dejado esclavizar ni mucho menos, sino que las han sabido utilizar para fines útiles y benéficos.
De hecho en 1a. Timoteo 6: 17 Pablo escribe: «A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan las esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos.»
Aquí tenemos el perfecto equilibrio. Sepamos, para finalizar, tener muy en cuenta todas estas reflexiones – sencillas y elementales desde luego – pero que algunos, dejándose llevar por la corriente de este mundo, no lo han hecho y han llegado a un muy mal fin.
El pasaje que continúa desde el versículo 25 hasta el final del capítulo se refiere al tema de la ansiedad y el afán. especialmente en cuanto al comer y el vestir. En nuestro mundo occidental – con la excepción de casos de pordioseros o personas que, por cualquiera sea la causa, se encuentran en la mayor indigencia – casi diríamos que esta ansiedad no existe.
No obstante, a menudo existe con relación al dinero, con personas que con un sólo sueldo no alcanzan a cubrir todas sus necesidades. Esto puede deberse a aspirar a un nivel de vida muy elevado, tanto en el vestir como en la vivienda y a veces en contar por ejemplo con un coche de mucha categoría, para llegar así a una situación en que los ingresos no alcanzan para cubrir tanto, y comienzan entonces los problemas de pérdida de sueño por deudas que se han ido acumulando, etc. Todo esto entra dentro del ámbito de la avaricia, la cual Pablo claramente define como idolatría en Colosenses 3: 5.
Se da por sentado que un creyente bien arraigado en la fe no ha de caer en semejante desatino. Mejor vivir si es necesario con una cierta frugalidad, pero cuidando por encima de todo que los valores imperecederos y eternos y no lo terrenal y pasajero, sean lo prioritario en la vida.
Desde luego que todo esto es muy sencillo y elemental. Sin embargo, tristemente hay quienes no le dan la debida atención, quizá por esa misma razón, y el resultado es a la postre llegar a un muy mal fin.
La comparación que el Señor hace en el versículo 26 de las aves del cielo, y en el 28 de los lirios del campo, es en verdad muy tierna y candorosa.
En cuanto al vestido – relacionada con los lirios del campo – acude a mi mente una experiencia de hace muchos años, más o menos en 1970, cuando, tras dejar el trabajo seglar y pasar a servir al Señor a tiempo pleno, tenía necesidad de comprarme un traje nuevo.
No obstante, como hacerlo hubiera significado gastar una gran parte del dinero con que contaba, vacilé mucho antes de hacerlo. Estaba dando mis primeros pasos en vivir por la fe, dependiendo totalmente del Señor y sin un sueldo ni ingreso fijo. Pero al final di el paso, creo recordar apoyándome precisamente en los versículos 28 a 31 de este pasaje, y a poco pude comprobar la fidelidad del Señor en suplir lo necesario y no quedar endeudado ni nada por el estilo – loado sea Su Nombre.
El versículo que sobresale de este pasaje en que estamos es el 33:- «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.»
Es cierto que a veces por estrechez económica o por cualquier otra cosa uno puede afanarse en demasía, y olvidar este principio dorado que nos ha dado el Señor Jesús.
Pero debemos recalcar que en realidad va más allá del comer, beber y vestir. Se extiende a muchos otros aspectos de la vida y uno de ellos muy importante es el noviazgo con miras al matrimonio. En el capítulo 24 de Génesis tenemos el ejemplo de dos que vivían por anticipado en la aplicación práctica de este principio – Rebeca e Isaac.
Efectivamente, por una parte en los versículos 16 al 20 del capitulo citado no la vemos a Rebeca pensando con ansiedad cuándo se habría de encontrar con el príncipe azul que la llevaría a las bodas más románticas y felices que tanto anhelaba.(Con disculpas por la exageración, pero que sirve bien para ilustrar a los que vamos)
En cambio, estaba despreocupada de todo eso, y bajaba a la fuente y al pozo para llenar su cántaro a fin de de dar de beber a los sedientos.
Por su parte Isaac, según el versículo 63, estaba meditando en el campo, seguramente en comunión con el Dios de su padre Abraham, que sin duda se lo habrá inculcado claramente. (Ver Génesis 18: 17-19)
Y así, buscando lo de Dios en primer lugar, también les fue añadido recibir el marido señalado ella y la ayuda idónea él.
Gracias al Señor, cuando fui al centro de enseñanza bíblica en la Argentina hace ya muchos años, fui con el móvil único y principal de prepararme para servir al Señor. Igualmente mi querida Sylvia, que acaba de partir a la presencia del Señor – falleció el 18 de Julio del año 2020 en curso – lo hizo con la misma motivación. Y cuánto le agradezco al bendito Señor que se encargó de darme justamente la esposa y compañera ideal, con la cual viví en matrimonio por 62 años y unos tres meses.
Redondeando sobre el particular, que cada uno sepa examinar a fondo sus motivaciones, no sólo en cuanto al comer, beber, vestir y el matrimonio, sino también en todas las demás esferas de la vida. Así veremos que el Señor fielmente cumple, y a menudo con creces, la hermosa promesa dada en este versículo que en realidad resulta de capital importancia.
Y así, con la exhortación de que no nos afanemos por el mañana, contenida en el versículo final, llegamos al fin de este capítulo 6 de Mateo.
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CAPÍTULO 24 – El Sermón del Monte (e)
El pasaje que abarca los primeros seis versículos del capítulo 7 de Mateo se divide en tres partes, que pasamos a comentar a continuación.
. La primera nos exhorta a no juzgar..
«No juzguéiz, para que no seáis juzgados.Porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.» (Mateo 7:1-2)
Es verdad que se puede ser muy propenso a pensar qué mal ha actuado alguien en una determinada situación, olvidando las muchas veces que uno mismo, tal vez en una etapa de cierta inmadurez, ha hecho cosas semejantes o aun peores. En ese sentido debemos tener muy en cuenta la advertencia de que seremos juzgados y medidos de la misma forma. De paso, vemos en esto una muestra más de la justicia y al mismo tiempo de la omnisciencia divina – al Eterno y Todopoderoso nada, absolutamente nade se le pasa desapercibido.
Aquí nos parece oportuno señalar la diferencia entre juzgar y discernir.. Esto último significa que se advierte el fallo o mal cometido por alguien, pero no se le juzga ni condena. Antes bien, un creyente espiritual y maduro, lejos de hacer semejante cosa, debe orar y si fuera posible ayudar también al que ha cometido el fallo o la falta.
La segunda parte, que abarca los versículos 3, 4 y 5, tiene relación con la primera, pero va más lejos. En el hablar corriente, brotado de este pasaje, a veces se oye decir «La paja en el ojo ajeno…»
Con esto, claramente se da a entender lo que Jesús dijo con tanta claridad – ver el fallo en el prójimo y no advertir que en uno mismo hay algo mucho peor. La comparación entre la paja y la viga es muy significativa. Denota que el fallo del que así ve la paja en el ojo ajeno es muchísimo mayor – una viga enorme, que de ninguna manera cabría en el ojo! Y eso da lugar a que el Señor lo califique a quien hace tal cosa nada menos que de hipócrita. Líbrenos el Señor de caer en semejante aberración.
«No deis lo santo a los perros, ni echéís vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se os vuelvan y os despedacen.»(Mateo 7:6)
En esto tenemos un cambio de tema absoluto. Para que nos sirva de ayuda en la comprensión de este versículo, que no resulta fácil de interpretar digamos a primera vista, narramos un caso acaecido en España hace ya unos buenos años. Con mi mujer conocimos a una querida misionera norteamericana, de carácter muy tierno y amoroso. Resulta que una joven de bastante mala vida acudió a ella en busca de apoyo y sostén La querida hermana, a fin de prodigarle el amor maternal que le había faltado, hasta llegó a permitirle compartir con ella la misma cama. Conscientes de que la joven necesitaba un trato muy distinto, le citamos a la querida misionera este versículo. Su propia cama era algo muy personal e íntimo, la perla de su dignidad y honor como la mujer casta que ella en realidad era. Compartirlo de esa forma sólo le acarrearía un desengaño y dolor muy grande. Creemos recordar que la hermana misionera aceptó de buen grado nuestro consejo y pasó a darle un trato distinto, acorde con lo que en realidad correspondía.
Hay cosas santas, sagradas e íntimas de cada uno, y debemos salvaguardarlas celosamente.
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.»
¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mateo 7: 7-11)
Notemos en el primer versículo de los citados el orden – Se pide, pero a esto hay que añadir el buscar, y a veces también el llamar.
Dentro de la gran gama de principios relacionados con la oración, tenemos uno, muy precioso por cierto, que se encuentra en Isaías 65: 24 – «Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído.»
Cuántas veces nos ha sucedido algo así – una necesidad o emergencia imprevista, y antes de que ni siquiera pidiésemos, ya el Señor había obrado en su bendita previsión y providencia !
Pero el caso del versículo 7 es distinto. A veces al pedir hay que reforzarlo con el buscar de todo corazón, y algunas veces hasta ir más allá, llamando y golpeando ante el Trono de la Gracia para ser oído.
Un ejemplo muy puntual lo tenemos en Jeremías 29: 13: «y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.»
De la comparación entre el padre terrenal y el Padre Celestial, tenemos un aliciente muy concreto para confiar en la buena disposición del bendito Padre que está en los cielos. Pero notemos que se trata de darnos buenas cosas; a veces podemos pedir cosas que en realidad no son provechosas.
Y un punto final:- en el versículo 9 el Señor habla de pedir pan y pescado – dos cosas que sugieren hambre. El tener hambre espiritual es algo muy indispensable en la búsqueda de Dios. Ya lo hemos visto en cierto modo en Mateo 5: 6.
«Así que, toda la cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.» (Mateo 7: 12)
Se trata del ‘principio de la reciprocidad – ¿queremos que se nos respete? – seamos respetuosos; ¿que se nos trate con bondad y cariño? – hagamos lo propio. ¿que no se hable mal de nosotros a nuestras espaldas? que nunca lo hagamos, y así sucesivamente.
Llaman la atención las palabras finales del versículo – «porque esto es la ley y los profetas:»
Aquí el Señor resume con unas pocas palabras lo que es la esencia de todo lo que está englobado en el vasto marco de la ley y los profetas.
Sepamos, como verdaderos hijos de Dios, responsables y maduros, vivir según esta norma, que con acierto a menudo se la califica de la regla de oro.
«Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella:; porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.» (Mateo 7: 13-14)
Estos dos versículos echan por tierra la enseñanza, si así se la puede llamar, de que la iglesia a la postre habrá de conquistar el mundo.
Felizmente, no son muchos por lo que sabemos, los que la aceptan. Se basa en interpretaciones arbitrarias y rebuscadas de ciertos pasajes bíblicos, pero tanto la verdad bíblica abrazada por lo que consideramos las corrientes sanas del cristianismo, como los hechos concretos de un mundo en que la maldad, corrupción e iniquidad se multiplican por doquier, la contradicen irrefutablemente.
«Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar buenos frutos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis.» (Mateo 7: 15-20)
Sin duda, éste es un pasaje lleno de verdades tajantes y categóricas – aquí no hay medias tintas.
Por empezar, lo de los falsos profetas nos da mucho que decir. En Efesios 4: 14 Pablo habla de quienes vienen con astucia para engañar, empleando con la misma las artimañas del error. Esto lo dice en el contexto de falsas doctrinas, y una de las varias cosas que podríamos puntualizar es que vienen con una cierta humildad, pero que en realidad es fingida, y en esto cabe lo que el Señor dice «vestidos de ovejas.»
Otra es que antes de pasar a la falsa doctrina que traen, empiezan por hablar de temas correctos y plenamente aceptables, o bien traen algún libro o tratado de algún siervo sano, bien conocido y reconocido. Así, una vez ganada la confianza de los incautos, pasan posteriormente a la necesidad de progresar, avanzando hacia la perfección, por ejemplo, y en el momento oportuno introducen la falsa doctrina, envuelta sutilmente con su hablar engañoso, que incluso a veces emplea sagazmente la lisonja.
También digamos que hoy día, si bien en internet se pueden encontrar cosas buenas y edificantes, también es cierto que hay muchas que no lo son., e incluso pueden causar muchos perjuicios y desviaciones de la verdad para los incautos que «por curiosidad» se ponen a navegar. Y repetimos el consejo dado anteriormente, en el sentido de que quien advierta algo nuevo, más bien raro y distinto de la verdad que le ha sido impartida en su iglesia – y contamos con que pertenece a una iglesia sana con buena enseñanza – sencillamente consulte y coteje con su pastor o quien o quienes le tutelen espiritualmente.
La comparación que el Señor hace de que no se puede cosechar uvas de espinos, ni higos de los abrojos, concuerda totalmente con el principio creativo de que cada cosa reproduce según su especie y género. El mismo está claramente establecido en el primer capitulo del Génesis. comenzando por el reino vegetal, trasladado en seguida al reino animal, al género humano y asimismo posteriormente al reino espiritual.
Y el Señor lo resume diciendo que el árbol bueno no puede sino dar buenos frutos, e inversamente el árbol malo no puede dar otra cosa que malos frutos. Y así nos da la forma sencilla y práctica de determinar si alguien es árbol bueno o malo – valga el símil – observando el fruto que da – nada más.
Pero no debemos pasar por alto la solemne advertencia del versículo 19. Que la gracia del Señor nos ayude a todos, para que el fruto que llevemos no sea malo, so pena de ser cortados y echados en el fuego.
Animo al lector, como asimismo a mí mismo, a tomar muy en cuenta este versículo, para aplicarlo con temor y temblor en la vida cotidiana y en nuestra esfera de servicio al Señor, sea cual fuere.
«No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.»( Mateo 7: 21-23)
Estos tres versículos contienen una llamada de atención muy fuerte, y que para algunos puede incluso ser alarmante. Nos advierte que habrá los que hayan dado pseudo profecías, y esto resulta fácil de aceptar, pues en muchos casos se comprueba que ciertas profecías o predicciones sencillamente no se cumplen ni tienen el peso o la sustancia propia de la verdadera voz y palabra del o alto. Pero las dos siguientes son my fuertes e incluso para algunos pueden ser alarmantes. Se nos dice que hay liberaciones falsas y milagros mentirosos.
En 2a. Tesalonicenses 2:9 Pablo escribe: «inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos.»
Si bien este pasaje se refiere al final de los tiempos, no cabe duda de que el principio engañoso que lo rige es el mismo del pasaje del Sermón del Monte en que estamos.
Y lo fundamental que se desprende, para pasar a una conclusión práctica, es la necesidad de vivir en limpieza y honradez a carta cabal. La Escritura lo asevera en muchísimas ocasiones, de las cuales tomamos una muy conocida: –«Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.» (Hebreos 12: 14)
Sepamos asimilar y asumir esta verdad con toda seriedad y responsabilidad.
Pasamos ahora a la parte final del capítulo y del Sermón del Monte, que va del versículo 24 al 27 del capítulo 7. En él, Jesucristo nos señala la importancia capital y cardinal de que, habiendo oído y/o leído Sus palabras, se las ponga por obras. Quien lo hace es una persona prudente que edifica su casa sobre la roca, de tal manera que al venir las lluvias, tempestades y fuertes vientos, la misma permanece en pie, firme y airosa.
Por el contrario, quien no lo hace, al venir lluvias y soplar vientos dando con ímpetu contra su casa, la misma caerá y será muy grande su ruina.
Seamos oidores y lectores muy atentos a todo lo dicho por Jesús, cuidando muy bien de que sea lo que en realidad rige y gobierna nuestra vida. Así seremos prudentes como la primera de estas dos personas que el Señor puso por ejemplo, y llegaremos al fin de los benditos, y no el de los malditos.
Al terminar de hablar Jesús, la gente «se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.»
Estos últimos, en aquellos tiempos eran tan falsos e hipócritas que sus palabras carecían de todo peso y autoridad, mientras que la vida intachable del gran Maestro de Galilea le confería a cuanto decía un peso contundente e incuestionable. Bendito y maravilloso Señor Jesús!
Así hemos llegado al final de nuestro comentario sobre el extenso e incomparable Sermón del Monte. No hemos puesto nada profundo ni de alto vuelo, por así decir, sino cosas sencillas, aunque importantes, y faciles de entender. Pero nos anima el pensar que Jesús habló siempre de esa forma clara y llana para que aun el menos instruido lo pudiese comprender.
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NUEVAS COSECHAS DE ANTIGUAS VERDADES – TERCERA PARTE.
Capítulo 1.- 1a. epístola de Pablo a los Tesalonicenses
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