Malaquías, el mensajero fiel # Segunda parte
Malaquías, el mensajero fiel
Segunda parte
Continuamos, señalando una fuerte exhortación a no robar a Dios, dejando de darle los diezmos. Va dentro del pasaje del capítulo 3, versículos 6 a 12, y en muchos círculos de la iglesia se la usa con mucha frecuencia e insistencia antes de pasar el servicio de las ofrendas, a tal punto que a veces resulta chocante y además contraproducente.
Queremos ser delicados para con los lectores u oyentes que puedan haber experimentado lo que acabamos de decir, y por lo tanto, nos abstenemos de comentar esa parte del pasaje.
En cambio, tomamos otro par de cosas que son de interés.
La primera es el uso de la frase las ventanas de los cielos.
Ya hemos puntualizado en muchas ocasiones la superioridad del nuevo pacto o testamento sobre el antiguo.
Aquí tenemos otra señal en tal sentido.
En efecto, en Los Hechos 14:27 leemos que Dios ha abierto la puerta de la fe a los gentiles; en Apocalipsis 4:1 “Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo;” en Apocalipsis 22:14 se nos habla de entrar por las puertas de la ciudad (que serán doce!) y por sobre todas las cosas, en Juan 10: 9 Jesús nos dice: Yo yo la puerta, el que por mí entrare será salvo.”
Entrar por una ventana, por más que esté abierta, no es lo mejor ni lo más indicado. Incluso para hacerlo puede hacer falta una escalera, o, si no es muy alta, podrá bastar un cajón para subir, trepar y entrar. Con todo, alguien muy obeso muy bien podría perder el equilibrio al intentarlo y caer de bruces.
En cambio, cuánto mejor y más fácil es entrar por una puerta, sobre todo si está abierta. Y gracias a Dios, la puerta del cielo que es Jesucristo, está abierta de par en par para cuantos quieran entrar por ella, arrepentidos sinceramente y con fe verdadera en Su muerte expiatoria y Su resurrección.
El segundo punto se deriva de los versículos 11 y 12, en que el Señor promete reprender al devorador para que dejase de hacer de las suyas. Como resultado, todas las naciones los verían como bienaventurados poseedores de la tierra deseable – todo esto, a condición de que fuesen fieles en traerle a Él todos los diezmos.
Pedro nos dice que “…nuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar.” (1a. Pedro 5:8)
Con su gran odio y maldad, él quisiera devorarnos a todos, pero no puede hacerlo con los que son sobrios, fieles y velan.
Pablo nos dice en Efesios 4:27 “..ni deis lugar al diablo,” lo cual constituye una exhortación de suma importancia, pero nos tememos que muchas veces no se le da la importancia que se debiera.
Muchos creyentes afectados por temores innecesarios, ligaduras de diversa índole, pesadillas y cosas semejantes, deberían saber que se debe precisamente a esa razón: a sabiendas, o tal vez inadvertidamente, han dado, o están dando lugar al diablo.
Las Escrituras nos dan dos casos concretos de siervos muy fieles al Señor, contra los cuales nada pudo hacer el león, o los leones, a saber, Pablo en 2a. Timoteo 4:17b, y Daniel en la famosa ocasión en que fue echado en la fosa de los leones. (Ver Daniel, capítulo 6)
Por otra parte, también se nos da el ejemplo del profeta de Judá que vino a Betel, y después de pronunciar su profecía, fue desobediente al expreso mandato del Señor, siendo muerto por un león al emprender el regreso. (1a. Reyes 1:15:24)
Sepamos ser plenamente fieles y obedientes al Señor. Así, cuando el enemigo intente dañarnos, encendido de ira santa, el Señor lo reprenderá.
“¿Cómo te atreves a querer dañar a ese hijo mío tan fiel? No lo toques y apártate de él, y deja que siga en paz, sirviéndome como lo está haciendo.”
1a. Juan 5:18 resume muy acertadamente lo que estamos diciendo.
“Sabemos que todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.”
Dos predicciones mesiánicas.
Malaquías contiene dos predicciones o profecías mesiánicas. La primera de ellas está al principio del tercer capítulo.
Someramente, nos anticipa:
1) The el Señor vendría, pero precedido por Su mensajero – Juan el Bautista – el cual prepararía el camino delante de Él.
2) Vendría súbitamente a Su templo, es decir, repentinamente, y sin que lo esperasen las autoridades y los religiosos de ese entonces.
3) Se lo llama el Ángel ( o el mensajero) del pacto, al cual los fieles de verdad buscarían y desearían. Esto se cumplió puntualmente cuando fue traído al templo por Sus padres, tal como se nos narra en Lucas 2: 22-38. Los sacerdotes, ancianos y escribas no se apercibieron de ello, pero en cambio sí los pocos fieles, de los cuales se nos nombra a Simeón, y la anciana profetisa Ana, de la tribu de Aser. Ellos sí lo supieron y lo recibieron con singular beneplácito y gratitud.
El Ángel del pacto, como nombre del Hijo de Dios, sólo aparece en las Escrituras en esta ocasión particular. Tiene un significado muy precioso, describiéndolo a Él como el mensajero celestial, que traería el glorioso nuevo pacto, que está muy por encima del antiguo de la ley mosaica, y que representa la mejor y la última palabra del cielo para el ser humano.
4) También se lo describe como fuego consumidor y como jabón de lavadores, ante Quien nadie podrá estar en pie. Recordamos como Simón Pedro, en su primer encuentro con Él, cayó de rodillas ante Él (Lucas 5:8) al igual que Saulo de Tarso, como entonces se lo llamaba, cuando se apareció a él en el camino a Damasco. (Los Hechos 9: 3-4)
Consideremos también como fustigó la hipocresía y el mal, estableciendo con el ejemplo de Su vida intachable y Su prédica ejemplar, un orden nuevo de verdadera rectitud, limpieza y transparencia.
5) Como resultado de ello, la ofrenda de los sacerdotes sería grata al Señor, en contraste con lo que era en aquellos tiempos.
La segunda predicción está al comienzo del capítulo 4, y está precedida de la severa advertencia de que vendría un día ardiente como un horno, en el cual los soberbios y malos serán como estopa que será quemada de tal forma que no les quedará raíz ni rama.
“Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de Justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis y saltaréis como becerros de la manada.”
“Hollaréis a los malos, los cuales serán como cenizas bajo vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos.” (4:2-3)
Otra vez se hace hincapié en los que temen Su nombre. Para ellos vendría un nuevo y glorioso amanecer, en el cual les iba a iluminar un sol mucho mayor que el que ilumina nuestro planeta tierra.
No podemos menos que hilar esto con las hermosas palabras de David en el Salmo 19:4b-6:
“En ellos puso tabernáculo para el sol; y éste, como esposo que sale de su tálamo, se alegra cual gigante para correr el camino.”
“De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el extremo de ellos; y nada hay que se esconda de su calor.”
Como vemos, se trata de una bellísima descripción alegórica de Jesucristo, el Desposado. Con la alegría propia de Su gran amor, emprende un derrotero universal que abarca de un extremo al otro. El calor de ese amor se extiende a todos sin distinción ni excepción, y quienes lo aceptan y reciben de buen grado, van pasando a formar parte de la desposada, que se habrá de unir con Él en las bodas del Cordero, en nupcias dichosas, gloriosas y eternas.
Malaquías nos da una faceta adicional – “en sus alas traerá salvación,” palabra esta última que en el original griego también significa salud. Es decir, que sus rayos benéficos llegan no sólo al alma, sino también al cuerpo, trayendo salud y bienestar.
Como no podía ser de otra forma, este nuevo amanecer, tan feliz y bendito, habrá de traer un regocijo incontenible, que nos hará rejuvenecer y saltar de alegría por doquier.
El hecho de que este saltar de alegría se compare con el de becerros de la manada, nos trae al recuerdo ocasiones del pasado en que viajamos por las extensas pampas de la República Argentina.
Muchas veces nos llamó la atención la gran agilidad con que los becerros daban saltos. Eran saltos de vigor y energía, no de unos pocos, sino de muchos, muchísimos.
Como digno broche de oro de esta singular profecía, Malaquías nos dice que los malos serán como cenizas, al ser hollados con la planta de los pies por quienes de veras temen al Señor.
Esto lo debemos entender debidamente dentro del concepto del Nuevo Testamento. No serán otros seres humanos hostiles, sino las fuerzas del mal que luchan contra nosotros. Fortalecidos por la gracia divina, nos encontramos con que ya no se enseñorean sobre nosotros, sino que los hollamos bajo nuestros pies, como enemigos totalmente derrotados.
Además, siendo los pies el lugar donde termina el cuerpo, figurativamente vemos aquí a los santos añadidos del cuerpo universal de Cristo, en lo que debe ser el final de los tiempos. Tomando posición con toda autoridad, y con los pies como bronce bruñido refulgente, así como los del Maestro resucitado y ascendido, habrán de hollar y convertir en cenizas a cuantos se le opongan en su marcha triunfal.
Gracias Espíritu Santo por darnos a través de tu siervo Malaquías tan bendita y reconfortante predicción!
Sin embargo, la misma no termina ahí. Después de un breve paréntesis, en el versículo 4, exhortándoles a que se acuerden de la ley de Moisés, pasa a darle un cierre muy precioso al Antiguo Testamento. Lo hace preanunciando el acontecimiento siguiente de gran importancia en el programa divino: la venida y el ministerio de Juan el Bautista.
El mismo tuvo lugar poco más de cuatro siglos más tarde, y constituye otra demostración más de que la Biblia, es en verdad el libro verdaderamente inspirado por el único Dios verdadero, que nos declara el futuro, así como el pasado y el presente, para nuestra guía y bendición.
Acercándonos al final, tomamos las palabras “A Jacob amé, y a Esaú aborrecí…” que aparecen en los primeros versículos del libro, y que Pablo cita muchos años después en Romanos 9:13.
Cualquier persona, con un razonamiento frío y objetivo, podría pensar:
“Qué extraño, amar a uno y aborrecer a otro. No me parece justo.”
Aun cuando no pretendemos tener una clara respuesta para todas las ocasiones en que, en las Escrituras, encontramos cosas difíciles de entender, en este caso creemos poder dar una explicación satisfactoria.
Como sabemos, Esaú y Jacob fueron hermanos mellizos. que nacieron de Rebeca en ese orden. Como hemos señalado en alguna ocasión anterior, hubo algo especial en ese nacimiento: se vio el curioso detalle de que la pequeña mano de Jacob estaba tomada del calcañar o talón de Esaú.
Solemos referirnos a este detalle como la marca de nacimiento, que iba a señalar algo muy importante en la vida posterior de Jacob.
Alcanzada la mayoría de edad, Esaú fue hombre de campo, diestro en la caza, mientras que Jacob habitaba en tiendas. En el relato consignado en Génesis 25, se nos dice que Esaú, al regresar de la caza, sintiéndose muy cansado y hambriento, le pidió a Jacob que le diese de comer del potaje que acababa de guisar.
Para acceder a su pedido, Jacob le impuso la condición de que, a cambio, le traspasase la primogenitura que le pertenecía como el hijo mayor.
El razonamiento de Esaú como respuesta fue totalmente desacertado: “He aquí que me voy a morir; para qué, pues, me servirá la primogenitura? (Génesis 32:26)
Por una parte, era un gran exageración, pues aunque estaba muy cansado y hambriento, no era para tanto. Por la otra, denotaba con su actitud un lamentable desprecio de la bendición de lo alto, que era tan especial.
Jacob, en cambio, con sus muchas imperfecciones y faltas, tenía algo en su fuero interno que anhelaba la bendición divina.
De ello, dio la mayor muestra en la oportunidad en que
tuvo un encuentro y una lucha con un varón celestial, el cual se le apareció, encuentro éste que duró toda la noche. Al rayar el alba, el varón le dijo que le dejase marcharse, pero en ese punto álgido y crucial, Jacob no quiso saber absolutamente nada.
Con esa misma mano con que había nacido tomada del talón de Esaú, mano que ahora era tosca y ruda con el desgaste de los años, se aferró al varón celestial y de la forma más categórica exclamó:“No te dejaré ni no me bendices”(Génesis 32:26)
El contraste abismal entre lo uno y lo otro nos ayuda a comprender el por qué de la sentencia “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.” Lo que este último llevaba en su corazón y fuero íntimo era vil y deleznable; en cambio, lo que había en Jacob era algo que el Señor valoraba en gran manera.
Que seamos de la misma estirpe de Jacob, Señor, y no de
la de Esaú!
Antes de la reflexión final, señalamos con mucho agrado la forma en que el Espíritu Santo ha querido dar un toque final al Antiguo Testamento. En el mismo, se ha valido de Su siervo Malaquías, y en su libro de cuatro breves capítulos nos ha dado copiosos raudales de verdades, principios y enseñanzas de las más variadas, y además, de sumo provecho y edificación.
Ahora sí la reflexión final: la misma se basa en las palabras del segundo versículo, a muy poco de comenzar el libro.
“Yo os he amado, dice Jehová.”
Se va a dirigir a un pueblo, y en particular a un sacerdocio muy desobediente y rebelde. A pesar de saber toda la maldad que había en ellos, comienza con estas palabras de amor hacia ellos.
No emplea el pretérito indefinido que sería Yo os amé y que sería para denotar algo sucedido en un punto determinado de tiempo en el pasado; tampoco en el pretérito imperfecto – Yo os amaba -lo que significaría en una etapa o espacio de tiempo en el pasado, pero no en el presente.
En cambio, lo hace en el pretérito perfecto: Yo os he amado. En estos tiempos en que la enseñanza de la gramática ha quedado muy desplazada y relegada, nos permitimos recordar al lector o al oyente – por las dudas! – que este tiempo de verbo se emplea para algo que ya ha acontecido, pero que sigue aconteciendo todavía.
Bendito amor divino, incansable y perseverante, que nunca muere ni dejar de ser!
Sepamos valorarlo y atesorarlo, y no herirlo más, sino corresponderle con un cariño y una devoción, que se reflejen en vidas que verdaderamente le obedezcan y agraden en todo.
Amén!
F I N