LOS TERREMOTOS DE DIOS
LOS TERREMOTOS DE DIOS
Por supuesto que no nos referimos a los movimientos sísmicos comúnmente llamados terremotos, sino a esas situaciones en que, por Su obrar poderoso, el Señor hace estremecer y temblar, ya sea un lugar, o bien a una persona o a un grupo de personas.
Aquéllos generalmente causan grandes estragos, demoliendo viviendas y a menudo causando muchas víctimas. Estos últimos persiguen un fin divinamente determinado, que por lo general trae bendición, desbloqueando situaciones, abriendo puertas cerradas, e incluso a menudo trayendo liberación, o bien comunicando poder espiritual a Sus siervos y siervas.
Iremos tomando algunos de los muchos casos que se presentan en las Escrituras, procurando extraer conclusiones que resulten instructivas y provechosas.
Israel en el Sinaí.-
“…y todo el monte se estremecía en gran manera.” (Éxodo 19:18b)
“Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo temblaron y se pusieron de lejos.” (Éxodo 20: 18)
Aquí el pueblo de Israel se encuentra en la víspera de la promulgación de la ley mosaica, la cual Pablo nos hace saber en Gálatas 3: 24 que “ha sido nuestro ayo para llevarnos a Cristo.”
El Señor desplegó en aquella ocasión algo de Su poder temible y terrible, con las manifestaciones que se consignan en las citas que hemos dado, Fueron tan potentes e impresionantes, que el pueblo reaccionó temblando, situándose a lo lejos, y pidiéndole a Moisés que él hiciese de interlocutor, ya que les había sobrecogido un gran temor.
Fue entonces que Moisés les respondió diciendo:
“No temáis, porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis.” (Éxodo 20: 20)
Esto constituye un grado elemental en el trato de Dios con Su pueblo. Sabiendo que era tan proclive al pecado, les hace sentir el impacto aplastante y terrible de Su inmenso poder, con el fin de que no lo cometan, y queden así atrapados en el mismo, para su gran desdicha, ruina y perdición.
Como decimos, se trata de un grado muy elemental, pero muy necesario en el comienzo de lo que les había de resultar un largo camino.
Aun en el trato con nosotros, Sus hijos, en la época del nuevo y mejor pacto en que estamos, a veces el Señor se ve obligado a inculcarnos un verdadero temor, reverente y obediente, valiéndose no precisamente de manifestaciones portentosas de Su poder, sino del castigo, la diisciplina y el escarmiento.
Éstos, con ser punitivos, persiguen un fin todavía más importante – el de ser correctivos – para llevarnos a un nivel más alto.
David.-
“Temblad y no pequéis. Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama y callad.” (Salmo 4: 4)
En este salmo de David el sentido es algo distinto. La versión del rey Santiago en inglés, hace pensar en un temor y temblor reverencial, ante la majestad y grandeza de Dios.
El resto del versículo nos exhorta a reflexionar quedamente en las vigilias de la noche, con silencio y recogimiento reverentes y un sano temor del Señor, el cual, como se nos dice en Proverbios 1: 7, es el principio de la sabiduría.
Isaías.-
En la gran visión que tuvo y que se nos narra en el principio de su capítulo 6, vemos como los quiciales de las puertas se estremecieron ante las potentes voces de los serafines, que proclamaban el uno al otro la santidad y la gloria de Dios.
Jeremías.-
Por su parte, este siervo de antaño, azorado y consternado al ver la falsía e hipocresía gravísimas de los falsos profetas, se encontraba con que su corazón estaba quebrantado dentro de sí, y todos sus huesos temblaban “…delante de Jehová, y delante de sus santas palabras.” (Jeremías 23: 9)
Ezequiel.-
Ezequiel a su vez nos da cuenta de lo sucedido en el valle de los huesos
secos, consignando que, tras de profetizar él, como le había sido mandado. “…hubo un ruido…y he aquí un temblor y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso.” (Ezequiel 37:7)
Es importante notar el efecto positivo de este temblor, que fue creativo, si vale, y no destructivo.
Nos presenta también la verdad de cada hueso en su lugar con su correspondiente hueso. Además de ser un hueso sano y bien formado, debe estar ubicado en su debido lugar.
Podemos tener, por ejemplo, un hueso perfecto perteneciente al tobillo, peor si lo colocamos, también por ejemplo, junto al fémur o cualquier otro hueso que no corresponda, siempre habrá fricción, amén de otras dificultades más serias aun.
Alegóricamente, esto nos habla de que en el Cuerpo de Cristo tenemos que estar colocados en el debido lugar, que no es uno librado a nuestro arbitrio, gusto o deseo personal.
“Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo como él quiso.”(1a. Corintios 12:18)
Daniel.-
Como auténtico siervo de Dios, también supo muy bien lo que es temblar delante del Eterno.
“Mientras hablaba conmigo, me puse en pie temblando.” (Daniel 10:11b)
No sólo eso, sino que también, como resultado de su vida y testimonio, el rey Darío de Media dispuso:
“De parte mía es puesta esta ordenanza: que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin.” (Daniel 6: 26)
Antes de proseguir, debemos puntualizar que somos bien conscientes de la gran diferencia entre un temblar producido por el Espíritu de Dios, y el que a veces se trata de provocar con las fuerzas propias.
Esto suele ocurrir con personas que han conocido u oído de ocasiones pasadas, en que, al manifestarse la presencia divina, hombres y mujeres temblaban y se estremecían.
Al tratar de producirlo ellos mismos, han caído en el error de confundir causa y efecto, y las derivaciones de eso nunca podrán ser favorables ni provechosas.
Elías en Horeb, el monte de Dios.
No deja de ser significativo que en el preciso lugar en que Moisés recibió su llamamiento, al hablarle el Señor de en medio de la zarza que ardía en fuego, unos buenos siglos después, Elías iba a tener la asombrosa y sorprendente experiencia que se nos relata en 1a. Reyes 19: 8-18.
El punto culminante de la misma fue el silbo apacible y delicado, por medio del cual el Señor le dio la triple carta de triunfo en la gran lucha de ese entonces contra el oscuro y horrible culto de Baal.
No obstante, ese silbo apacible y delicado fue precedido por tres manifestaciones portentosas de la omnipotencia de Dios, a saber, un grande y poderoso viento, un terremoto y un fuego.
Las mismas eran indispensables para solventar el cumplimiento de lo dicho y prometido por el silbo apacible y delicado.
En el Nuevo Testamento.-
Estas tres manifestaciones, unos buenos siglos más tarde, también aparecieron en el Nuevo Testamento. Pasamos ahora a hacer una ilación con las mismas.
Llama la atención el hecho de que, aunque con matices distintos, las tres acaecieron en los albores de la iglesia primitiva.
El día de Pentecostés se dieron dos de ellas: el viento recio que llenó toda la casa, y las lenguas repartidas, como de fuego, que se asentaron sobre cada uno de los discípulos.
En cuanto al terremoto, recién apareció en Los Hechos 4: 31:-
“Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló.”
Curiosamente, de las dos primeras no se nos da cuenta de que hayan vuelto a presentarse de la misma manera, si bien esto no descarta por completo que así haya sido.
En cambio la tercera – el terremoto o el temblar – vuelve a aparecer en varias ocasiones. Notemos los efectos causados por cada una de ellas.
Los discípulos perseguidos y amenazados.
Ésta es la que corresponde a la cita de Los Hechos 4. 31 que figura más arriba. La primera consecuencia fue que todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios, a pesar de las amenazas y la prohibición de hacerlo impuesta por los gobernantes, ancianos y escribas.
Asimismo hubo un fuerte poder unificador, de tal manera que la multitud, que constaba de varios miles, era de un corazón y un alma.
Además de esto, tuvo la virtud de infundir una maravillosa solidaridad práctica. “Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.” (4:32)
Sobre todo, hizo que los apóstoles fueran investidos de gran poder y autoridad para dar testimonio de la resurrección de Jesucristo. Esto era algo de capital importancia – que se supiese sin la menor duda que Su crucifixión no había sido el fin, sino un trampolín, desde el cual había irrumpido en gloriosa y triunfal novedad de vida.
Como broche de oro, “abundante gracia era sobre todos ellos.” (4:33) Algo sin duda indispensable para que una multitud tan grande conviviese tan de cerca.
Según vemos, un cúmulo de bendiciones de inestimable valor.
La conversión de Saulo de Tarso.
Esto nos presenta cosas de sumo valor, como iremos viendo.
Fue una ocasión trascendental, con repercusiones a todo lo largo de su carrera. Se la consigna en Los Hechos 9, cuando Jesús se le reveló con la la luz fulminante de un fogonazo celestial. El Señor tenía propósitos muy importantes para él. Lo iba a utilizar para llevar el arrepentimiento a muchas almas endurecidas por el pecado y el mal en general.
Por lo tanto, ese poder divino que operaría poderosamente en las vidas de tantos y tantos bajo su ministerio de proclamar el evangelio pleno de las inescrutables riquezas de Cristo, era necesario que operara primeramente en él, y con mucha potencia.
Si bien no había cometido pecados de la índole de atracos, asesinatos y otros crímenes graves, su alma estaba carga de un odio infernal hacia los santos del Señor, que iba acompañado de su voz aprobatoria cuando se les quitaba la vida por negarse a renegar de la fe.
Para demoler y desterrar todo eso de su ser, el Señor se valió de lo que muy bien podríamos llamar tratamiento shock – el de esa luz poderosísima que lo deslumbró al punto de dejarlo ciego, e hizo que cayera en tierra temblando y temeroso, como ya hemos visto.
Los tres días siguientes, tras ayunar y orar intensamente delante del Señor, pasó a ser un hombre profunda y temblorosamente arrepentido. Todavía tenía mucho que aprender y mucho que desaprender, pero el fundamento ya estaba sólidamente puesto para constituirlo en el hombre idóneo para esa gran tarea que le aguardaba, y que ya hemos definido – la de ser el vaso a través del cual muchos pecadores endurecidos iban a ser quebrantados, temblando delante de Dios con profundo arrepentimiento.
Por supuesto que esa no iba a ser su única tarea, ni mucho menos, pero sí una muy importante entre muchas otras, y la que se relaciona con el tema del terremoto en que estamos.
Para vislumbrar en algo cómo se desenvolvió ese objetivo del Señor, pasamos ahora a un caso muy puntual que lo ilustra y ejemplifica cabalmente.
Pablo y Silas apresados en Filipos.-
“Entonces sobrevino de repente un gran terremoto.”
Este relato que se encuentra en Los Hechos 16: 19-40, además de ser apasionante, nos presenta, tanto de forma vívida y práctica, como figurativamente, una serie de resultados del gran terremoto que tuvo lugar. Ninguno de ellos consistió en estragos o daños materiales; como veremos, todos fueron buenos y benéficos.
“…de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían.” (16: 26)
Simbólicamente, vislumbramos aquí esa cárcel que el enemigo de las almas logra construir, en la vida de quienes no andan en plena obediencia, sino en la carne.
Notemos que el detonante del terremoto fue que Pablo y Silas, aun padeciendo una cruel persecución, un encarcelamiento injusto y el dolor de los muchos azotes recibidos, oraban y cantaban himnos a Dios. Significativamente, leemos “…y los presos los oían.”
Esas oraciones y alabanzas, brotadas de dos varones impregnados del Espíritu Santo, reverberaban en los oídos y tal vez los corazones de los demás presos, e inmediatamente después se desencadenó el gran terremoto.
Cuando presos bajo un yugo pesado de servidumbre oyen ese hablar ungido y poderoso, necesariamente quedan profundamente impactados y comienza una gran revolución en sus vidas.
“Y al instante se abrieron todas las puertas.”
Las puertas cerradas nos hacen pensar en situaciones de bloqueo persistente, callejones sin salida y problemas que parecen insolubles.
Pero la revolución que trae el terremoto se pone en marcha, y todas esas puertas cerradas ahora se abren de par en par, como preanuncio de una muy ansiada libertad que se avecina.
“Y las cadenas de todos se soltaron.”
Como dijimos, no para causar estragos sino para traer libertad a los cautivos. Cadenas que los han afligido y aun atormentado, quizá por años, ahora se sueltan, y de su interior brota un tremendo suspiro de alivio al quedar por fin liberados.
Cuando el apóstol Pedro estaba encarcelado por Herodes y el ángel del Señor vino en su auxilio, sucedió lo mismo. Aun cuando estaba entre dos soldados con dos cadenas, y los guardias delante de la puerta custodiaban la cárcel, de nada valió; las cadenas se soltaron, la puerta de hierro que daba a la ciudad se abrió por sí misma, y Pedro recobró asombrosamente su libertad.
La predicción de Isaías 61:1-2, que comenzaba a cumplirse al entrar el Señor Jesús en Su ministerio terrenal, ungido para ello por el Espíritu Santo.
Esta predicción incluía, entre muchas otras cosas, “pregonar libertad a los cautivos” y “a poner en libertad a los oprimidos.” (Lucas 4:18)
Tenemos en todo esto una rica trama, en la que se combinan la cárcel literal que les tocó experimentar a Pedro, Pablo y Silas, y posteriormente a muchos más, y la espiritual, en que han estado aprisionadas tantas almas a lo largo de la historia.
“Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huido. Mas Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí.”(16: 27-28)
Ahora el relato se centra en el carcelero y los efectos poderosos del terremoto sobre su alma.
Habiendo recibido el mandato de que guardase a Pablo y Silas con toda seguridad, los metió en el calabozo de más adentro y les aseguró los pies en el cepo.
Habrá pensado que serían delincuentes muy peligrosos y seguramente que no habrá prestado atención a sus heridas que sangraban. La necesidad de cuidar que no se escapase ningún preso, so pena de ser decapitado, hacía que obrase con una actitud muy severa, desprovista de toda compasión y lástima.
Pero ahora el terremoto empieza a hacer sentir sus efectos sobre él. Despertando de su sueño, y advirtiendo que todas las puertas estaban abiertas de par en par, piensa que todos los presos se habían escapado, lo que para él habría sido el fin del mundo.
Es muchas veces a esto lo que lo tiene que llevar a uno el Señor, sobre todo si su corazón está endurecido, como sin duda lo estaba el del carcelero.
Pero en esa medianoche oscura, cuando todo parecía perdido para él, la voz de Pablo, clara y potente, resuena en todo el ámbito de la cárcel.
“No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí “
Es la voz que trae esperanza en el momento supremo, en que parece, como decimos, que todo está perdido.
A cuántos de Sus hijos y siervos el Señor los ha tenido que hacer pasar por algo similar o parecido! La oscura noche en que la suerte parece irremisiblemente echada, con una ruina o un infortunio inminente, transformada en un nuevo y dichoso amanecer, por el hablar bendito que viene de lo alto, trayendo luz, liberación y una nueva y firme esperanza.
Citamos tres estrofas de un himno de antaño, tal vez no conocido por el lector u oyente.
Dios obras por senderos misteriosos,
Las maravillas que el mortal contempla;
Sus plantas se deslizan por los mares,
Y atraviesan el espacio en la tormenta.
La ciega incredulidad yerra el camino
Y Su obra en vano adivinar intenta;
Dios es Su propio intérprete, y al cabo,
Todo hará entender al que en Él espere.
Nuevo valor cobrad, medrosos santos,
Esas oscuras nubes que os aterran,
Derramarán al fin, de compasión preñadas,
Bendiciones sin fin al alma vuestra.
“Él entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y Silas.”
Vemos ahora con toda claridad el impacto del terremoto. El hombre que seguramente era duro como un roble, ahora se postra a los pies de los dos siervos del Señor temblando.
En esto tenemos de manera latente el principio de la reproducción que señalamos anteriormente. El mismo Pablo, que como Saulo de Tarso unos años atrás en el camino a Damasco había caído en tierra temblando y temeroso, ahora ve al carcelero postrado a sus pies y temblando también, así como él lo había hecho.
Ese temblar no era algo normal y corriente, como quien tiembla de pánico ante un cataclismo por ejemplo. Se trataba de algo mucho mayor y profundo.
”Y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo ? (16: 30)
En esa situación tan crítica ¿qué fue lo que lo impulsó a ir precisamente a Pablo y Silas?
El terremoto, por proceder del Señor mismo, le hizo entender que esos dos, que por ser supuestamente unos delincuentes se le había encargado que los guardase con seguridad, eran en realidad los dos siervos de Dios que podían socorrerlo en medio de lo que estaba aconteciendo – por cierto que ninguno de los demás presos, ni los magistrados ni las autoridades de la ciudad.
Por sobre todas las cosas, el terremoto divino le hizo entender que había algo urgente y prioritario que necesitaba solucionar por encima de todo lo demás – la salvación de su alma.
Sin oír una predicación, ni que se le hiciese un llamado a que tomase una decisión, espontáneamente, aunque sin duda impactado por la presencia de Pablo y Silas – orando y cantando himnos mientras sufrían con lo pies en el cepo y los azotes recibidos anteriormente ! – procede a hacer la pregunta más importante de todas: “¿Qué debo hacer para ser salvo?
La respuesta que Pablo y Silas le dieron fue inmediata y clarísima: fue la misma que se nos da en todo el Nuevo Testamento: creer de todo corazón en el Señor Jesucristo.
Cabe preguntarnos: ¿Por qué no antepusieron el otro requisito que aparece en el resto de las Escrituras – el de arrepentirse?
Por la sencilla razón de que el carcelero, a todas luces había pasado a ser un hombre profundamente arrepentido, postrado a los pies de ellos, temblando y preguntando con tanta urgencia qué debía hacer para ser salvo.
El agregado que hicieron – “…tú y tu casa” nos da una pauta de la fe que tenían estos dos varones de las proyecciones mucho mayores que vislumbraban. Sabían que ese terremoto iba a tener grandes y maravillosas derivaciones, más allá de los límites de la cárcel en que se encontraban.
Notemos el versículo 12: “Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa.”
Evidentemente, era necesario agregar mucho más a las breves palabras que ya les habían hablado, aun cuando las mismas eran totalmente básicas y fundamentales.
Así lo hicieron, y el resultado se echa de ver con claridad en el versículo siguiente:
“Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas, y en seguida se bautizó con todos los suyos.”
Esto es una prueba harto evidente de una gran transformación interna. El carcelero ahora tiene un corazón tierno y lleno de bondad, que expresa su gran arrepentimiento, y al mismo tiempo su cariño hacia los dos siervos del Señor que habían sido cruel e injustamente azotados y encarcelados.
Ya no son presos que tenía que guardar con toda seguridad, sino hermanos entrañables en la nueva fe que acababa de nacer en su corazón.
El hecho de que no solo él, sino todos los suyos se bautizaron esa misma noche, nos da una buena idea de la forma en que la verdad gloriosa del evangelio había penetrado en sus almas.
Relacionamos esto con el recuerdo de que el mismo Pablo – entonces Saulo de Tarso – no quiso comer ni beber sin antes bautizarse. (Los Hechos 9: 18-19)
Esto nos habla de la necesidad de la obediencia, pero además de la urgencia prioritaria que se le daba – debía ser sin demora y anteponiéndola a todo lo demás.
Debemos destinar unos párrafos al hecho de que en la iglesia primitiva el bautismo se administraba prácticamente de inmediato después de la conversión. Por citar entre otros dos ejemplos, vemos que esto sucedió . el día de Pentecostés (Los Hechos 2: 38 y 41) y en el caso de Felipe y el eunuco etíope. (8:35-39)
Empezamos por señalar que en general puede decirse que las conversiones de aquel entonces eran muy radicales. Además, en muchos casos el dar testimonio público de la fe cristiana, exponía a la persecución.
Con todo, tenemos como una excepción digna de tenerse en cuenta, el caso de Simón el mago, que se nos narra en Los Hechos 8:13. Él también creyó y fue bautizado, pero pronto quedó demostrado que su conversión no había sido auténtica.
Agregamos aquí una aportación brotada de la experiencia recogida a través de unos buenos años. Hemos sabido casos de uno o más siervos de Dios, que con el objeto de proceder según el orden ya citado del Nuevo Testamento, han bautizado personas inmediatamente después de que hiciesen profesión de fe.
Lamentablemente, los resultados han sido desfavorables, y los supuestos nuevos convertidos no han dado posteriormente muestras de serlo de verdad.
Aun cuando no concuerda con lo acaecido en tiempos de la iglesia primitiva, debemos decir que en la actualidad lo que mejores resultados da es verificar con el tiempo – que no necesariamente tiene que ser muy largo – que se vean frutos dignos de arrepentimiento, repitiendo la frase tan trillada, pronunciada por primera vez por Juan el Bautista. (Lucas 3: 8)
Aconsejando a un nuevo convertido, intimando con él hasta donde sea posible, o discipulándolo, como se suele decir, puede dar una buena idea de si procede o no bautizarlo.
Debemos tener muy en cuenta que quien se embarca en el bautismo sin haber experimentado una verdadera conversión, difícilmente la alcance más tarde.
Asimismo, en un sentido muy práctico, al bautizarlo sin que sea un verdadero renacido, se le está haciendo un daño muy grande, al ponerlo sobre una base falta, y al mismo tiempo, convalidándolo, como si todo estuviera bien.
Redondeando sobre el tema, es necesario proceder con mucha prudencia, sin apresuramiento, y buscando con claridad la guía del Señor para cada caso particular.
Después de esta largo paréntesis, retomamos el hilo del relato.
“ Y llevándolos a su casa, les puso la mesa, y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios. (Los Hechos 16: 34)
Un digno y hermoso broche de oro. Esa mesa, anteriormente habrá sido muy distinta. Lo más probable es que no hubiera muchas sonrisas ni alegría alguna – quizá todo lo contrario. Pero ahora, la venida del Señor a sus corazones lo ha cambiado todo, y no sólo el carcelero, sino todos los suyos, se regocijan, tal vez como nunca antes en la vida.
No temamos el terremoto divino del cual nos hemos estado ocupando; es una fuerza potente y revolucionaria, pero cuando completa su curso, nos lleva a un final bendito y dichoso.
Ahora pasamos a citar y comentar Hebreos 12: 26-28.
“Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles.”
“Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia.”
Éste es un pasaje muy importante, que de alguna manera pone la puntada final sobre el tema.
La crisis financiera actual tiene ramificaciones y repercusiones globales, siendo casi imposible evitar que una nación no sea afectada por ella, dadas las condiciones de casi total interdependencia – o dependencia mutua – en que la economía se desenvuelve hoy día.
El terrorismo se sigue haciendo sentir, a veces con masacres deplorables, resultando muy difícil controlarlo, ya que puede estallar prácticamente en cualquier lugar y cuando menos se lo espere.
A esto hay que sumar el crimen, el secuestro con demanda de rescate, las guerrillas, el caos y la anarquía que afloran por doquier, y la violencia en algunas manifestaciones públicas de protesta, en las cuales hasta en algunos casos se incendian coches y tiendas importantes, y se roba y se destroza cuanto se pueda a derecha e izquierda. En ciertas ciudades, la policía y las autoridades no pueden contra tanto desorden y delincuencia.
Y para colmo de males, hace ya como un par de años que ha estado cundiendo el Covid 19, causando millones de víctimas, y decenas o centenas de ellas mortales. Además, está afectando el transporte, sobre todo el de empresas aéreas, de una manera tal, que muchísimo personal ha tenido que ser dado de baja, por pérdidas cuantiosas de las empresas por falta de ingresos. En fin, una plaga que ha puesto el mundo entero patas para arriba.
También se podría agregar bastante sobre las muchas enfermedades y plagas; los terremotos, inundaciones y erupciones volcánicas, además de la corrupción moral que impera por doquier, con las gravísimas consecuencias que acarrea en la sociedad, con familias destrozadas y un sin fin de derivaciones ruinosas. Creemos que todo esto nos está diciendo a las claras que la segunda venida del Señor no puede estar muy lejos.
Pero sería deprimente ahondar y detallar. Los que tenemos la dicha de saber que somos del Señor, y por lo tanto no de este mundo, claro está que somos unos verdaderos privilegiados.
Aunque el panorama del mundo en que estamos es tan sombrío,debemos cobrar nuevas fuerzas y optimismo, por la promesa brotada de los mismos labios del Señor Jesús:
“Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.(Lucas 21: 28)
Nuestro reino es inconmovible, celestial y eterno. Nuestro Dios nos protege, guía y bendice en nuestra peregrinación terrenal,y nuestra mayor esperanza está en el siglo futuro, en el cual nos aguardan dichas indecibles e imperecederas.
Hasta tanto el Señor no venga en Su segunda venida,o nos llame antes a Su presencia, vivamos delante de Él cada día en un espíritu servicial de amor, obediencia y tierna devoción.
Y busquemos Su rostro,con el deseo de que Él se siga manifestando en nuestras vidas, ya sea a través del silbo apacible y delicado, de la voz tierna y entrañable, del trueno, del fuego o aún del terremoto.
Sea cual fuere, con tal que venga verdaderamente de Él, nos hará mejores hijos e hijas, y más aptos para servirle en esta vida y en la venidera.
F I N