La Sunamita – una mujer importante

En este cambio de rumbo en que nos encontramos, pasamos ahora a dedicarle un capítulo a la mujer que figura en el título.
Se nos habla de ella en 2a. Reyes 4: 8-37 y 8:1-6, y se la describe como una mujer importante, tal cual reza en el título.
Esta importancia, no debe concebirse como ser de alta alcurnia, y muy distinguida en la sociedad de aquel entonces.
Antes bien, lo debemos entender como una mujer sabia, de fina sensibilidad espiritual, y muy temerosa de Dios.
También nos presenta de forma clara y aleccionadora, el caso que a veces sucede, de una mujer cuyo marido no tiene la misma talla espiritual.
Al ver pasar al profeta Eliseo, el siervo de Dios, le invitaba insistentemente a que se detuviera a comer y beber. Se dio cuenta de que era un santo varón de Dios, y propuso a su marido construir un recinto de paredes dentro de su vivienda, con una cama, silla, mesa y candelero, para que Eliseo pudiese alojarse cada vez que estuviese de paso.
Vemos que la iniciativa brotó de ella, no de su marido, pero él la aceptó. Había de parte de la mujer un anhelo evidente de honrar al siervo de Dios, y desde luego, de participar de la bendición que ello conllevaría.
De paso, esto nos muestra que abrir la puerta de nuestro hogar para Su servicio, siempre habrá de significar un cierto grado de incomodidad – en este caso, levantar tabiques dentro de la morada de uno, compartir con el huésped los aseos y demás dependencias con que se cuente, muchas o pocas, y demás factores que es dable imaginar.
Es a lo que se alude en Romanos 12:13, 1a. Timoteo 5:10 y Hebreos 13:2 – es decir, el ministerio de la hospitalidad – que a veces involucra hasta sacrificio, pero que siempre que se lo haga de buen grado, recibe una buena recompensa de parte del Señor.
Aunque desde luego no me comparo ni remotamente con el gran siervo Eliseo, puedo y debo testimoniar de las muchísimas veces que me he alojado en hogares de matrimonios, tanto en buena parte de la Península Ibérica, en las Islas Baleares, y también en otros países como la Argentina, Irlanda del Sur, Chipre, etc.
Siempre me han acogido con suma bondad y cariño, cuidando incluso que contase con la mayor comodidad posible para reposar, reponer energías, y poder también estar en quietud y tranquilidad, buscando al Señor, preparándome para la exposición de la palabra, y también para ir confeccionando los manuscritos de los diversos libros que he escrito.
Por otra parte, en más de una ocasión, mis anfitriones me han hecho saber que durante o después de mi estancia en sus hogares, han sido bendecidos, ya sea espiritual o económicamente, o de alguna otra forma.

Retomando el hilo del relato, para corresponder a la hospitalidad de la sunamita, Eliseo la mandó llamar y le preguntó qué podía hacer por ella – si necesitaba que hablara por ella al rey, o al general del ejército?
Su respuesta – “Yo habito en medio de mi pueblo” – echa de ver su humildad y recato, a diferencia de otras que, quizá, aceptarían con mucho gusto la distinción de ver al rey y gloriarse de haber estado en su palacio.
Al recibir su sencilla respuesta Eliseo preguntó: “Pues ¿qué haremos por ella?,” a lo cual el criado de Eliseo, de nombre Giezi, le señaló que no tenía hijo alguno, y que su marido ya era viejo.
Entonces Eliseo le aseguró que en el plazo de un año ella abrazaría un hijo propio. Como esto aparecía tan absolutamente imposible, la mujer le contestó: “No Señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva.”
Sin embargo, concibió y dio a luz en el tiempo que Eliseo le había dicho.
Lo que sigue es muy emotivo, y a la vez encierra un cúmulo de enseñanza muy útil y práctica.
Estando el niño – quizá de edad de unos tres o cuatro años – en el campo, de golpe se sintió muy mal, y vino a su padre exclamando: “Ay, mi cabeza, mi cabeza.”
El padre mandó a un criado que lo llevase a la madre, quien lo tuvo en sus rodillas, pero bien pronto murió.
Entonces la sunamita lo tomó y lo puso en la cama de Eliseo.
Qué hondo contenido vemos en esto!
Él era el responsable de que esta criatura viniese al mundo – ahora el niño era un cadáver, y él tenía que resolver el gran problema!
Seguidamente, la mujer le pidió a su marido que le permitiese disponer de un criado y una de las asnas para ir de prisa al varón de Dios.
Evidenciando un alto grado de insensibilidad, el marido le preguntó: “¿Para qué vas a verle hoy? No es nueva luna ni día de reposo.”
Otra mujer en lugar suyo tal vez le hubiera replicado: “El hijo querido se ha muerto y ¿estás tan ajeno a ello que me preguntas a qué voy?”
En cambio, haciendo gala de gran serenidad y recato, se limitó a decirle escuetamente: “Paz”
Partió pues, emprendiendo el largo viaje al Carmelo, donde se encontraba Eliseo, un largo trayecto, que, a grosso modo, estimamos de unos 40 kilómetros.
Al divisarla a la distancia, Eliseo mandó a su criado a preguntarle si le iba bien a ella, a su marido y a su hijo.
Ella hizo poco caso al criado, limitándose a replicar sucintamente “Bien.”
Continuando su marcha sin detenerse para nada con el criado Giezi, llegó hasta donde estaba Eliseo, y se asió de sus pies.
Aunque Giezi, entendiendo muy poco de lo que estaba pasando, quiso quitarla, el profeta le dijo que la dejase, porque su alma estaba angustiada y era algo que Dios a él no se lo había revelado.
En seguida ella exclamó con la congoja propia de una madre que ha perdido a su hijo querido, “¿Pedí yo hijo a mi señor? ¿No dije que no te burlases de mí?”
Comprendiendo entonces que el niño había muerto, Eliseo le dio su báculo a Giezi, mandándole que se marchase y lo pusiese sobre el rostro del niño.
Pero la sunamita, sabia y perceptiva como pocas, exclamó al varón de Dios, “Vive Jehová, y vive tu alma que no te dejaré.”
Entonces Eliseo se levantó y emprendió con ella el largo recorrido de retorno a Sunem. En el camino se encontraron con Giezi, que volvía para decirles que el niño no respondía al toque del báculo, cosa que la aguda intuición de la sunamita había previsto claramente.
Al llegar a la casa donde moraba, Eliseo se encontró con el niño muerto que la madre había puesto sobre su cama, y cerró la puerta y oró al Señor. Seguidamente subió a la cama y se tendió sobe el niño.
Aquí nos detenemos para señalar que para cosechar de la palabra de Dios cosas y verdades de importancia, hay que leerla en primer lugar buscando la inspiración del Espíritu Santo. Pero además, se lo debe hacer con asiduidad, prestando atención a la continuidad de los relatos, con hambre y sed, y de muchas formas más, e incluso hay queleerla entre líneas.
En el relato tenemos un caso puntual y muy concreto. En efecto: en el versículo 34 del capítulo 4 de 2a. Reyes en que estamos, está la línea en que consta “poniendo su boca sobre la boca de él” y en la siguiente “sus ojos sobre sus ojos.”
Entre las dos líneas habrá de verse claramente la nariz de Eliseo sobre la del niño – imposible poner la boca sobre su boca, y los ojos sobre sus ojos, sin poner la nariz sobre la del niño.
Y ahí tenemos la clave, es decir la nariz que nos habla del hálito de la respiración – el soplo de vida – sin el cual sencillamente no hay vida. Y aun más que eso, el soplo celestial, que en la verdad del ministerio, o se lo tiene o no se lo tiene, y que marca todo un abismo de diferencia entre lo uno y lo otro.
En Juan 20: 22 leemos que Jesús sopló y les dijo”…recibid el Espíritu Santo.” Para recibir ese soplo bendito los discípulos necesariamente tenían que estar cerca de Él. De nada les valdría estar a la vuelta de la esquina, o a unos 50 o 100 metros de distancia.
Con todo esto, claro está, queremos denotar que para poder contar con la dicha de ese soplo incomparable, ese bendito oxígeno celestial, es imprescindible vivir cerca, muy cerca de Él.
Que la clave de la resurrección del niño estaba en lo antedicho, queda muy claramente evidenciado por lo que pasó como resultado: “…el niño estornudó siete veces y abrió sus ojos.”
Como sabemos, el estornudo no es necesariamente ni mucho menos una señal de estar contrayendo un resfriado. Muy a menudo es una forma importante para destaponar las fosas nasales, obstruidas por una mucosidad que es necesario eliminar.
Simbólicamente, esto apunta a la mucosidad espiritual, que muy bien se nos puede acumular si no nos cuidamos bien, haciendo que no podamos respirar por la nariz y nos veamos obligados a hacerlo por la boca.
Por algo, el Creador Omnisciente ha creado en ambas fosas nasales ese vello que actúa como filtro protector, para que no inhalemos impurezas perjudiciales.
Respiremos siempre por la nariz y no por la boca. A buen entendedor…!
Pero volviendo al relato, después de los siete estornudos – el número que nos habla de algo completo y perfecto – el niño abrió los ojos como señal inequívoca de que había resucitado.
Entonces Eliseo hizo llamar a la madre y le dijo “Toma tu hijo.” Ahora volvió a echarse a los pies del profeta, pero esta vez inclinada con profunda gratitud, tras lo cual tomó a su hijo, y salió, sin duda inmensamente consolada, agradecida y bendecida.
Como reflexión final, antes de seguir adelante, debemos señalar que éste es otro caso concreto de lo dicho anteriormente, en el sentido de que no pocas veces algo brotado de lo alto, debe atravesar por una muerte, que parece que lo deja todo truncado.
Sin embargo, como ya dijimos, la prueba de que ha sido verdaderamente de Dios es que, a su debido tiempo, irrumpe en resurrección y pleno cumplimiento.

Pero el relato de la sunamita no termina aquí. Pasado un tiempo, y tal vez fallecido su marido, que era anciano – no lo sabemos a ciencia cierta – recibe una advertencia del profeta: viene una gran hambre por siete años, y le dice que se vaya a otra tierra donde pueda tener sustento.
Notemos que la sequía en tiempos de Elías fue de tres años y medio, y ahora se duplica. Gráficamente, y tal vez de forma risueña, lo hemos ilustrado así: si desobedecemos después de una llamada de atención, primeramente viene un buen tirón de orejas; pero si aun así persistimos, se nos propina una soberana paliza!
Desde luego que el Señor siempre quiere que respondamos favorablemente a Su buen consejo, pero cuando no lo hacemos, muy a Su pesar, recurre a la disciplina, que más que punitiva es correctiva.
Y lo hace por amor, para nuestro bien, para que no nos descarriemos para nuestra ruina, sino que sigamos en la buena senda de la verdad, el amor y la humildad.

La sunamita, tomando bien en cuenta el consejo de Eliseo, se marcha entonces con los suyos a tierra de los filisteos, donde logra subsistir por los siete años de hambre que había predicho el siervo de Dios.
Pero a su regreso, se encuentra con la muy desagradable sorpresa de que otros se habían apoderado de su casa, sus bienes y sus tierras.
Procedió entonces a pedir una audiencia para implorar el favor del rey. Sucedió que éste, habiendo oído que Eliseo había hecho muchos milagros, le estaba pidiendo en ese mismo momento al criado Giezi que se los contase.
Al llegar al gran milagro de la resurrección del hijo de la sunamita, se dio la feliz coincidencia de que se presentase la mujer pidiendo audiencia con el rey, acompañada del hijo resucitado.
Giezi exclamó en seguida: “Rey, Señor mío, ésta es la mujer y éste es su hijo al cual Eliseo hizo vivir.”
Preguntando el rey a la mujer, ella le narró – seguramente de forma bien detallada – cómo se había efectuado el maravilloso milagro.
Entonces el rey ordenó a un oficial, no solamente que se le devolviesen todos sus bienes, sino también la totalidad de los frutos de la tierra desde el día en que se marchó del país.
Vemos en este desenlace feliz el fin de la hermosa trayectoria de eta mujer, temerosa de Dios, de fina sensibilidad y con la humildad de morar en medio de su pueblo, sin pretensiones vanidosas de estar en el palacio real. (4:13b)
En dos ocasiones cruciales: la de la muerte de su hijito querido, y la de encontrarse con que otros se habían adueñado de todo lo suyo, parecía que el mal la había azotado irreparablemente.
No obstante, el favor divino se encargó de resarcírlelo todo, sin que nada se perdiese, y con el agregado de que algo que en su modestia nunca había buscado, se le concediese como premio: estar en la presencia del rey y recibir todo su favor.
“Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz.” (Y para la mujer también!) (Salmo 37:37)
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