La restauración en el Nuevo Testamento – Primera parte
La restauración en el Nuevo Testamento
Introducción y el caso de Simón Pedro
Ésta es la segunda parte de nuestra obra “Hora de Volver a Dios,” de la cual estamos seleccionando y comentando escritos para su envío semanal, generalmente los días Sábados.
A poco de comenzar la lectura se advertirá una marcada diferencia. En efecto: en las dos primeras partes ya aparece en escena Jesucristo, el Mesías prometido que nos ha traído los bienes mejores y mayores del Nuevo Testamento. Y más adelante, todo discurre dentro del ámbito de las iglesias el primer siglo, en lugar de los retornos masivos de Israel que hemos examinado anteriormente.
Como se irá viendo, el contenido es plenamente aplicable a muchas y variadas situaciones de iglesias en la actualidad, y confiamos que los numerosos consejos y comentarios presentados resulten de provecho general.
No es nuestra norma hacer uso de anécdotas para amenizar la lectura. Sin embargo, donde ha cuadrado hemos intercalado alguna, pero al solo efecto de ilustrar mejor o realzar las verdades bíblicas expuestas, y cuidando bien de que estas últimas y no aquéllas ocupen el lugar principal.
Para un mayor aprovechamiento del contenido, recomendamos la lectura detenida, que incluso deja pausas para absorber bien las cosas. Para algunos quizá resulte aconsejable leer y considerar un capítulo a la vez, e incluso releer las partes que encuentren más importantes o aplicables a su propia condición espiritual, o dentro de la esfera del ministerio en que se desenvuelven.
Si bien el tema principal será el de la restauración, no nos ceñiremos exclusivamente al mismo. En cambio, con frecuencia irán apareciendo principios y verdades importantes para la vida personal del creyente, y también para los que están dedicados al ministerio en sí, sobre todo en la dirección y tutela de la iglesia local.
Quizá antes de continuar, sea oportuno señalar que todo esto lo presentamos como algo beneficioso que hemos aprendido a través de nuestra más bien dilatada trayectoria, pero con un espíritu humilde, que de ningún modo se siente por encima de los muchos siervos muy dignos a quienes estos escritos van dirigidos.
Retomando ahora, conceptuamos que el contenido se habría empobrecido de no haberse incluido muchas intercalaciones de puntos importantes brotadas de cada contexto que se haya ido tratando. También consideramos que al poner atención y cuidado en la lectura, no habrá inconveniente en retomar el hilo principal, peo con la ventaja – confiamos – de haber sacado buen provecho de estos agregados que se irán entrelazando.
También reiteramos nuestra aspiración de que nuestros escritos vayan más allá de la restauración y esto en la consideración ya expresada anteriormente, en el sentido de que el concepto divino de la restauración va más allá de llevarlo a uno, o a una iglesia, a la buena condición en que se encontraba antes de su declive espiritual. Por el contrario, despertando ansias de progreso y superación, el Señor siempre ha de buscar llevar a horizontes más amplios y alturas mayores.
En la parte final, Dios mediante, hemos de abarcar metas y alturas que corresponden al más allá, una vez concluida nuestra peregrinación terrenal. Entendemos que el siglo venidero, como se recordará que también así se lo llama en las Escrituras, ocupa un lugar muy importante en la Biblia, sobre todo en el Nuevo Testamento.
Pero como nos imaginamos que el lector u oyente desea que, dejando atrás todo preámbulo, vayamos al grano, pasamos a considerar en primer lugar el caso de Simón Pedro.
Del salón en el ángulo oscuro,
De su dueña tal vez olvidada,
Silenciosa y cubierta de polvo
Veíase el arpa.
Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
Ay! pensé, cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro, espera
que le diga “levántate y anda.”
Gustavo Adolfo Bécquer
Quien esto escribe no es poeta por cierto, pero le gusta de tanto en tanto recrearse con una buena poesía.
Ésta de Becquer -muy bien conocida -la aprendió cuando tenía unos 11 años de edad, al oírsela leer al joven y talentoso maestro que le tocó tener en sus dos últimos años lectivos del curso primario.
La comparación que aquí tomamos, para nuestros fines, no es con el genio
o talento que puede yacer inerte en una persona. En cambio, lo aplicamos para lo mucho para Dios y para el prójimo que puede haber en el alma, ya sea de alguien que todavía está necesitado de salvación y vida eterna, o de quien se ha descarriado de la fe y el amor a Cristo que tuvo un día en el pasado.
Desde luego que el símil o paralelo es muy relativo e incompleto. Por empezar, ninguna de estas dos últimas a que nos referimos está olvidada de su Dueño en lo más mínimo. Tampoco está inerte y en silencio; tristemente, funciona y habla, pero con acentos y para fines impropios. Ni se encuentra intacta en sus fibras íntimas, sino muy necesitada de que se las repare y afine. Y además, en vez del mero polvo asentado en el arpa, a menudo tiene muchas suciedades en su interior que se hace indispensable quitar, para así limpiarla a fondo y dejarla como una nueva criatura.
Pero dicho todo esto, al igual que el arpa, tiene bien dentro ricas cuerdas dadas por su Creador, con toda una preciosa capacidad de emitir hermosas notas y melodías – no musicales, sino espirituales – notas de amor y gratitud, melodías de alabanza, de tierna devoción y entrañable servicio al Ser Supremo que le ha dado la vida.
Y también – lo que no sucede con el arpa – yace inerte en su interior un rico potencial para desprender fragancia, color, sabor, y a su tiempo, dar fruto dulce y añejo que podría ser todo un deleite.
Así es el alma de cada uno de nosotros. Pero para que todo esto se cristalice hace falta la mano de nieve del Maestro, diestra, tierna y a la vez poderosa como ninguna otra. Y hace falta también Su voz, única e incomparable, que le hable para decirle que se ponga en pie e inicie, o reanude, el vivir y andar por la senda del amor, de la luz y de la verdad.
Antes, pues, querido lector, de darte a la lectura que tienes por delante, inclínate humilde y reverente ante Él – el que resucitó a Lázaro, y que le ha dado sentido y razón de ser a las vidas de tantos de nosotros. Pídele con sencilla fe que en el curso de las horas y los días que te llevará la lectura de los escritos que te irán llegando, Su mano y Su voz te lleguen también a ti de forma clara, viva, eficaz y transformadora. Amén.
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Nos apasiona seguir escribiendo sobre este tema de la restauración. Aparte de su aplicación práctica para tantas situaciones, tanto de orden individual como colectivo, como tantos otros temas del multiforme consejo de Dios, se nos va abriendo y ensanchando progresivamente, a medida que nuestro espíritu y nuestra visión se van consolidando y ampliando también.
Además, al tener que investigar en las Escrituras y meditar y sopesar las cosas detenidamente para ponerlas por escrito de una forma coherente y correcta, nos encontramos con que las ideas se nos van ordenando con mayor cohesión. Algunas cosas que quizá antes no estaban debidamente encajadas ahora encuentran su debido lugar, y asimismo se nos van presentando ideas nuevas y perspectivas mayores y más claras, todo lo cual nos resulta alentador y provechoso.
Hemos de empezar ahora diciendo que el material que nos brinda el Nuevo Testamento sobre el tema en que estamos, en el aspecto práctico de casos concretos de retorno al camino después de un alejamiento o declive espiritual, es mucho menor que lo que nos da el Antiguo Testamento. Esto se debe, aunque sólo en una pequeña parte, a la mayor extensión del Antiguo. Sin embargo, no creemos de ninguna manera que esto implique que el ministerio de la restauración no tenga vigencia en el orden actual del Nuevo Testamento, o sea de poca aplicación, como algunos suponen equivocadamente.
En el orden individual, sí tenemos algunos ejemplos. Podemos pensar en los discípulos al dejar al Señor cuando vinieron a apresarlo, y particularmente en Simón Pedro al negarlo tres veces.
A esto debemos agregar a Cleofas y su compañero en el camino a Emaús (Lucas 24:13-36) La muerte del Señor en la cruz, inesperada e incomprendida todavía por ellos, les había echado por tierra toda la ilusión y esperanza que tenían fundadas en Él. Sin embargo, ese primer Domingo de Pascua, Jesús mismo se encargó de venir a su lado y levantarlos y ponerlos otra vez en marcha.
Todo esto fue antes de Pentecostés. Con posterioridad aparece el caso de Juan Marcos, que se supone con fundamento que al ser rechazado por Pablo para el segundo viaje misionero, sufrió una declinación espiritual, la que más tarde, ayudado seguramente por Bernabé, pudo superar.
En el ámbito corporativo, si bien tenemos considerables constancias de iglesias venidas a menos y del consejo proporcionado para remediar la situación, no se nos dan relatos ni mayores detalles de que llegaran a superar sus problemas y crisis para volver al fulgor y la vitalidad con que contaban anteriormente. Eso no significa que no lo hayan logrado, pero la verdad es, como decimos, que en el Nuevo Testamento se nos da poca información específica sobre ello. No obstante, en aras de la verdad, la poca que se nos da nos brinda un buen elemento de juicio, por el cual podemos verificar que, efectivamente, hubo una restauración satisfactoria.
De todos modos esta escasez de datos concretos en ese sentido, indudablemente da lugar a que nos hagamos algunas preguntas prácticas; al mismo tiempo nos induce a formular conjeturas o a buscar llegar por la vía de la deducción a conclusiones que confiamos estén bien fundadas.
Tanto las preguntas como las deducciones las iremos planteando, contestando y desarrollando a su tiempo.
Sin más, entramos en materia tomando el caso muy concreto de Simón Pedro.
En su primer encuentro con él, Jesús le hizo saber que su nombre – Simón, hijo de Jonás – habría de cambiarse por Cefas, o su equivalente en griego Pedro. Esto se consigna en Juan 1: 42 y se confirma en Lucas 6:14.
Ciertamente no era un mero cambio de nombre. Respondía a una necesidad grande de este querido primer apóstol del Señor, de la cual él mimo no era consciente. En efecto, a pesar de ser tan impetuoso e impulsivo y de ser un líder nato con toda la apariencia de ser fuerte como un roble, había en su personalidad y carácter algo muy débil y frágil que se hacía necesario remediar.
El nuevo nombre que iba a tener – Petros – significa una piedra, no en el sentido de algo frío y duro, sino vivo y firme.
La triple negación de Pedro, consignada en cada uno de los cuatro evangelios, aunque con matices diferentes cada una de ellas, constituye una radiografía muy dolorosa de esa profunda necesidad interior que él tenía.
Pero antes de seguir adelante, debemos señalar que, librados a nuestras propias fuerzas y sin la intervención de la gracia divina, todos sin excepción presentaríamos el mismo cuadro deplorable, o tal vez otro peor, aunque el detalle y los síntomas fuesen muy distintos y variados.
Según la versión de Mateo (26: 69-75) la primera vez fue una abierta negación,; en la segunda la confirmó con juramento y en la tercera antepuso una maldición antes de reiterar la negación con juramento.
Esto nos hace entender como el pecado, y particularmente en un caso así en que viene no en la forma habitual digamos, sino inyectado con toda la saña y malicia de Satanás, es como la bola de nieve que se va agrandando más y más al deslizarse en la cuesta abajo. Primeo negación, después negación con juramento, y finalmente maldición y negación con juramento.
Al cantar el gallo y volverse Jesús para mirar a Pedro, (Lucas 22:61-62) éste salió fuera a la oscuridad y se puso a llorar amargamente. En la amargura de su llanto iría algo así como la siguiente reflexión, cargada de angustia.
“Y pensar que yo me creía ser un hombre fiel y valiente, incapaz de negar al Señor, y dispuesto a ir preso y aun morir por Él. Y resulta que salgo siendo un soberano mentiroso, un cobarde y un traidor.”
Doloroso y desgarrante, pero sí hemos de “tocar fondo”en el trato de Dios en nuestras vidas, de una forma u otra tenemos que llegar a un punto semejante de bancarrota absoluta, de ese quebrantamiento total que nos hace humillarnos y nos lleva al punto de odiar nuestra propia vida carnal, egoísta e indigna. Esto le pasó a Jacob, a Job, a Isaías y a tantos otros al llevarlos el Señor a crisis profundas y cruciales en sus vidas.
No debemos perder de vista que en todo esto Satanás estaba muy metido por cierto. El había pedido – ardientemente según la versión literal de Young – que se le permitiese zarandear como a trigo a todos los discípulos, particularmente a Pedro por haber sido elegido como el primer discípulo y apóstol, aunque ciertamente no el único, y sin que esto tampoco menoscabe en lo más mínimo a los demás. Lo cierto es que esta negación de Pedro dejó huellas muy hondas en su alma.
Después de la resurrección, el Señor ya se había manifestado a los discípulos en dos oportunidades, incluso en la primera soplando para que recibiesen el Espíritu Santo. (Juan 20:19-29) A pesar de ello, en el capítulo siguiente encontramos una clara evidencia del estado en que todavía se encontraban Pedro y algunos de los otros discípulos.
Estando junto al mar con otros seis, como el hombre de acción e iniciativa que era, decidió ir a pecar. Era como volver atrás a su viejo mundo de peces y redes, del cual el Señor lo había llamado y sacado. El peso de su personalidad como líder se hizo sentir, pero esta vez para mal, y los otros seis le siguieron sin que ni siquiera tuviera que sugerírselo. Y así le acompañaron en lo que iba a ser una desdichada aventura, aun cuando al final el Señor la transformó en un nuevo amanecer de recuperación y bendición.
Cuántos de nosotros hemos atravesado por etapas o situaciones de esa índole, aun cuando los matices de las mismas hayan sido muy distintos!
Pero sigamos con el relato:
“…y aquella noche no pescaron nada.” (Juan 21:3b)
Fue sin duda una noche muy larga y amarga, que marcó una de las páginas más tristes de su vida. Con esas tres profundas heridas en su alma, provenientes de las tres veces que negó a su Señor, ahí estaba echando vez tras vez su red, buscando de manera afanosa algún éxito en esa esfera de su vieja vida. Allí se había desenvuelto por años antes que ese primer encuentro con el Maestro, el cual lo había dejado prendado y lo había sacado de todo eso, para abrirle un mundo nuevo y glorioso. Pero ahora una nube muy oscura lo rodeaba; parecía como si todo hubiese sido un hermoso sueño hecho añicos por la cruda y deplorable realidad de su lamentable fracaso, al negar de forma tan vergonzosa al que tanto había admirado y amado.
Vez tras vez él y sus compañeros volvían a recoger la red totalmente vacía
– sin ni siquiera una triste sardina!
Bien podemos imaginar la profunda tristeza, el hondo desencanto de esa noche tan oscura, que se hacía tan larga – parecía interminable.
Quizá echaba maldiciones de rabia al ver su red vacía, estando junto a él sus seis compañeros, como lo hacía antes de encontrarse por primera vez con el Maestro. Quizá de no haber estado junto a él sus compañeros habría contemplado el suicidio, o tal vez nada de eso se le habría cruzado por la mente, sino una apatía y desilusión que le haría pensar que, a pesar de seguir sacando la red vacía esa noche, seguramente que el día siguiente le iría mejor. Y después de todo, pensar que para él lo mejor sería volver a lo que había sido siempre – un pescador vulgar y corriente – que para lo otro en lo cual había estado ocupado los últimos tres años, él en realidad no servía ni valía.
No podemos sino hacer conjeturas – tratar de imaginar su conversación con los otros seis, o sus pensamientos más íntimos y secretos. Pero de lo que sí podemos estar seguros es que había Uno que lo sabía y entendía todo perfectamente.
Ese que lo sabía todo muy bien era un personaje que al despuntar el alba se encontraba en la playa, ocupado con toda calma en juntar unos leños, encender un fuego y colocar sobre él pan y un pez. Llegado el momento oportuno, cuando la barca se encontraba a sólo unos cien metros de distancia, levantando la voz y dirigiéndose a ellos exclamó:
“Hijitos ?tenéis algo de comer?” (21: 5)
Hijitos ! O bien niños, según otras versiones. Qué manera extraña de dirigirse a esos siete pescadores, toscos y fornidos! Pero Su comprensión tierna y sabia a la vez así los veía, como niñitos e hijitos que habían pedido el rumbo en la noche y se habían extraviado, y era muy importante y urgente traerlos de vuelta a su hogar!
Pero también la pregunta que les hizo nos da que pensar. Habría sido más normal decir ¿Habéis pescado algo? O simplemente ¿Cómo va la pesca? En cambio ¿Tenéis algo de comer?
La pluma inspirada de Juan, que escribió este relato muchos años después, cuando había madurado mucho en las cosas eternas, nos ayuda a captar algo más.
Como seres humanos venimos a este mundo, y desde el comienzo tenemos hambre y como criaturas lloramos por un vacío interior que deseamos llenar. Primero viene lo natural, después lo espiritual, como Pablo nos señala en 1a. Corintios 15: 46.
Más tarde, toda nuestra trayectoria de una manera u otra, se resume en eso: desear y clamar desde el fondo del alma, anhelando algo que llene ese
vacío interior, que nos nutra de veras adentro, que nos satisfaga de verdad…aunque muchas veces esa búsqueda va mal orientada.
Esa noche en su desconcierto y desánimo, inconscientemente habían salido para eso – para buscar algo de comer para sus almas insatisfechas y tristes.
La pregunta pues de Jesús la vemos con toda su relevancia: ¿Habéis hallado de comer para llenar ese anhelo tan grande que tenéis?
Cuántas veces al ir a fuentes o a lugares de este mundo, de los más variados, pero al final de cuentas terrenales y vanos, tenemos que caer en la cuenta! No nos han dado nada real ni de verdadero provecho para satisfacernos y llenar ese hondo anhelo – solamente el Eterno Dios y Su hijo enviado del cielo lo pueden hacer. Y esto nos prepara y predispone para recibir lo que realmente merece la pena en la vida, y que sólo puede venir de lo alto.
La respuesta a la pregunta no pudo ser otra que un franco y rotundo “NO.”
Otra vez la voz del mismo personaje, extraño y desconocido todavía para ellos, se hace oír en el espacio:
“Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis.” (21:6a)
A la derecha! A menudo se usa la expresión “me levanté con el pie izquierdo.” Con ello se da a entender que ese día todo ha salido mal desde un principio. Estos siete discípulos han estado descarriados, habiéndose “levantado con el pie izquierdo” por varios días ya. Como señal y figura de ello, habían echado la red a la izquierda, y en la pesca todo les salía mal, así como aquél que se descarría y se aleja del Señor, es como si anduviese por la izquierda y nada le sale bien.
Empero, esa palabra limpia, clara y sana los ubica del otro lado, a la derecha, y allí todo empieza a cambiar. Bien pronto la red se llena de grandes peces, de modo que no la pueden sacar!
Es entonces que uno de los siete, Juan, el discípulo amado, se da cuenta de Quién es ese personaje que les ha estado hablando desde la playa, cosa que los demás no habían percibido.
En voz baja le dice a Simón Pedro: “Es el Señor” (21:7)
A veces se dice “donde fuego hubo, cenizas quedan.” En el pecho de Pedro donde había habido tanto fuego, por cierto que quedaban muchas cenizas. Y al ver al bendito Señor que otra vez se les aparecía de forma inesperada y maravillosa, pasa de inmediato a ceñirse la
ropa de que se había despojado, y zambullirse de cabeza para nadar prestamente hacia Él.
Ahora sucedía algo parecido: mientras los demás se quedaban en la barca conduciéndola lentamente hacia la playa, algo instintivo, muy de él, lo movía a apresurarse y nadar y estar otra vez junto a Jesús lo antes posible. Una disposición como ésta, que no ha de entenderse de ninguna manera como descabellada o descontrolada, sino que por lo contrario es digna de elogio. Y no cabe duda de que Jesús la valoraba en Pedro, como la valora siempre que la encuentra en los Suyos. Aun cuando había mucho que pulir y perfeccionar en Pedro, eso era oro de verdad.
Nos trae a la mente el caso de un siervo del Señor que antes lideraba una comunidad de vida en el Norte de Gales. Como era persona de buen apetito, cada vez que se preguntaba:
¿Alguno quier repetir? O bien ¿alguno quiere más postre? a diferencia de los demás que por timidez callaban, este siervo levantaba la mano en señal afirmativa. Al hacerlo en repetidas ocasiones, se llegó a la conclusión de que había que preguntarle: ¿Dime, tú como te llamas? ¿Alguno? que siempre que se pregunta si alguno quiere más levantas la mano.
El Señor dijo:
“Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37) y debemos ser de esos algunos, que cuando se trata del Señor y de Sus cosas gloriosas, siempre somos hambrientos y sedientos de verdad, que venimos buscando más.
Volviendo al relato, los demás llegaron también, seguramente que no mucho después. Pero igualmente fue Pedro el que subió y sacó la red a tierra, llena de grandes peces -el hombre de acción que no puede esperar y quedarse quieto
Al llegar a tierra vieron las brasas y pan y un pez sobre ellas. Las brasas y el fuego por supuesto que respondían al fin de ayudarlos a secarse, a calentar sus cuerpos enfriados y también de cocinar las peces que habían traído, pues sin duda tendrían mucha hambre.
Sin embargo, hemos de ver en ello algo mucho más importante y significativo. Sus corazones, su fe, su visión, se habían apagado. Y el incomparable Jesús venía con las brasas de Su amor bendito y constante, al rojo vivo, para encenderlos otra vez de esperanza, fe y amor.
Cuánto ama a los Suyos y cómo vela por ellos! Y además, qué señal y qué mensaje necesitado por tantos en estos días!
Sin salirnos del tema, pensemos en Bernabé, cuando encomendado por la iglesia de Jerusalén fue a Antioquía a ver lo que estaba pasando, con motivo de la hermosa visitación del Señor, que acababa de dar su nacimiento a la nueva iglesia de ese lugar. Después de narrarnos de forma muy escueta su llegada, impresiones y el consejo que trajo, Lucas nos da esta brevísima semblanza de su persona.
“Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe..” (Los Hechos 11: 24)
Bien podemos hacenos la pregunta ¿Cuando fue lleno del Espíritu Santo por primera vez?
Y la respuesta, con un cálculo a grosso modo, debe ser unos cinco años antes. Así podemos imaginar a un hermano que no había visto a Bernabé por unos cinco años, preguntar a otro acerca de él y cómo marchaba en la cosas de Dios. La contestación certera habría sido:
“Pues sigue muy bien, lleno de Dios y con la llama celestial ardiendo más que nunca.”
Eso sin duda constituye un ejemplo de verdad, y debe servirnos de estímulo: el saber que la llenura del Espíritu es algo que se puede, y aun se debe retener .
Pero por otra parte, debemos ver la otra cara de la moneda -los que en un tiempo atrás andaban así, en gozo y plenitud, y en la actualidad se han opacado y no son sino un muy pálido reflejo de lo que eran antes.
Para ellos, sí para todos ellos, sin excepción, tiene validez y plena aplicación esta señal y mensaje: EL JESÚS RESUCITADO LES ESPERA EN UN NUEVO AMANECER CON BRASAS ARDIENTES EN SU FOGÓN DE AMOR, PARA ENCENDER OTRA VEZ LA LLAMA CELESTIAL EN SUS CORAZONES.
Ven a Él, a Su fogón, querido lector u oyente, que Él hará también para ti este gran milagro.
Continuando con el relato, así fue que comieron juntos en la playa tan temprano los siete discípulos y Él, ese personaje que inesperadamente les había aparecido al rayar el alba. Ninguno se atrevió a preguntarle quién era – ahora todos muy bien sabían que era el Señor.
Terminada la comida, surgía la oportunidad especial de hablar con Simón Pedro, para lo que sin duda era lo de mayor importancia para aquella ocasión: sanar su corazón, herido y maltrecho.
Porque sí, a pesar de su iniciativa e ímpetu, en lo hondo todavía estaba estaba muy herido. En realidad eran tres profundas heridas, que procedían de sus tres categóricas negaciones, y en las cuales estaba el veneno de Satanás, que, como ya dijimos, estaba muy metido en todo ello.
La conversación que mantuvo Jesús con él nos ha quedado inscrita en la Biblia para recalcarnos una verdad cardinal que, lamentablemente, a menudo no se la comprende debidamente ni se la aplica.
En efecto, antes de encomendarle a Pedro la tarea de apacentar Sus ovejas y corderos, le pregunta en tres oportunidades si le ama a Él.
Esto no hace sino poner de relieve de la forma más absoluta la necesidad imprescindible de que nuestro servicio al Señor tenga como motivación principal que lo impulsa el amor a Él. No ha deserel avivamiento, las sanidades, los milagros, nuestro deseo de realización en la vida, ni tener poder de lo alto, etc. etc. y es aquí donde muchos con móviles como estos o parecidos, a la larga terminan mal.
Si uno elige de todo corazón al Señor mismo como la porción de su vida y lo sirve a Él como la motivación principal – no el éxito, la buena imagen ante los demás. ni ninguna otra de las que hemos enumerado, con toda seguridad que le tocará esa buena parte que ha escogido, y que por otro lado, ninguno le podrá quitar.
Por lo contrario, si la fuerza o el imán que nos atrae para servirle es otra cosa que no sea ésa, no hay ninguna garantía acerca de dónde uno ha de acabar. Y esto nos ayuda a comprender con mas claridad el sentido fundamental que tiene el primer y más grande mandamiento: el de amar al Señor nuestro Dios por encima de todo lo demás en la vida.
No es éste el momento de tratar esto en más detalle, pero por su importancia capital nos hemos hecho un deber hacer en ello el mayor hincapié, aunque signifique salir brevemente del tema central. Repetimos: la razón principal que nos motive a servir al Señor debe ser el amor hacia Él.
Retomando el hilo, Pedro tenía tres profundas heridas, las cuales las había ocasionado el odio de Satanás, claramente dirigido hacia él por el solo hecho de haber sido elegido por Jesús. No creemos propio llamarlas heridas emocionales, expresión ésta que está muy de moda actualmente, porque eran algo muy distinto.
El temor a los hombres era sin duda su punto débil, y sabiéndolo muy bien Satanás, le atacó precisamente por ese punto, impulsándolo a negar tres veces a su Señor. Su debilidad particular presentó una brecha por la que penetraron el odio y veneno satánicos, quedando así vulnerada su alma por esa triple aberración: negar en público y con numerosos testigos y bajo juramento y maldiciones, al Autor de la vida, al que él anteriormente, por revelación divina, había declarado ser el Cristo, el Hijo del Dios Viviente.
Digamos de paso, pero como algo muy importante, que esto judicialmente lo colocaba en el lugar de un renegado de su fe y que ha salido del terreno del perdón y de la gracia que esa fe otorga.
La intención horrenda del enemigo de su alma era triple:
1) Frustrar y truncar el propósito del Señor, que era el de usarlo como una
pieza clave para la iglesia primitiva que estaba por fundar.
2) Lograr que en vez de fortalecer a los demás discípulos y apacentar los
corderos y las ovejas del Señor, con su alejamiento los arrastrara también a
ellos a volver a su vieja vida.
3) Que terminase su vida como un renegado de la fe como resultado de
haberse desligado públicamente, y bajo juramento y maldición, del único
ser que podía salvar su alma y otorgarle el perdón y la vida eterna.
La enormidad de todo esto es como para estremecernos de pavor y temor. Antes que Dios nos abra los ojos, créeme querido lector u oyente, sabemos tan poco de la malicia infernal y horrorosa de ese ser tan terriblemente malvado.
Que esto sirva para que todos nos tomemos muy en serio la advertencia de Pablo en Efesios 4: 27, ya repetida varias veces: “…ni deis lugar al diablo.”
Ahora pasamos a ver cómo Jesús sanó esas tres heridas de Pedro. Aunque para algunos parezca algo muy cándido y simplista, no vacilamos en afirmar que para sanar heridas como esas, causadas de forma deliberada por el odio satánico, el único remedio eficaz e integral es la fuerza diametralmente opuesta del amor de Cristo.
Resulta muy significativo que las veces que el Señor se dirigió a Pedro fueron tres y que en cada una de ellas la palabra clave correspondía al verbo amar. Nuestras palabras son en realidad recipientes o contenedores que expresan nuestra disposición o estado de ánimo, y a menudo los transmiten a otros. Las palabras de Jesús, según Él mismo lo dijo, son espíritu y vida (Juan 6:63) es decir, portadoras de Su espíritu y de Su vida, la cual por supuesto incluye Su amor, y en esta situación en que le hablaba a Pedro, de una manera muy especial y particular:
“Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” (Juan 21:15)
El hecho de que, después de todo lo que había pasado, Jesús lo mirase…le dirigiese la palabra…y hasta le hiciese esta pregunta, por la cual esperaba de él nada menos que lo amara más que todos los otros discípulos… ”aquél a quien mucho se le perdona mucho ama” (ver Lucas 7:47) – todo eso era una muestra harto elocuente de cuánto lo amaba.
En esas palabras, el manantial del amor de Cristo estaba fluyendo a raudales y derramándose en el corazón y las heridas de Pedro. Era como un agua cristalina pura y llena de gracia, que estaba lavándolo interiormente, llevándose todo el veneno y el odio de Satanás.
Al hablarle de esta forma tres veces, nos resulta claro que esto respondía a las tres grandes heridas de sus tres negaciones. Aun cuando Pedro en ese entonces no lo entendía con su mente, no nos cabe duda de que en su corazón quedaba completamente sanado – el daño y las horribles heridas, infectadas con la terrible ponzoña y malicia diabólicas, curadas por el único remedio eficaz y verdadero: el amor incomparable de Cristo que excede a todo conocimiento.
Todavía tenía que venir Pentecostés, con la investidura del poder de lo alto, pero a partir de esta ocasión, ya nunca más se lo vuelve a ver retornar a sus redes y volverse atrás, y mucho menos negar a su Señor. Después de la ascensión, en Los Hechos 1, lo vemos plenamente recobrado y con confianza, tomando la iniciativa en medio de sus condiscípulos y esperando junto a ellos con fe, perseverancia y oración la venida prometida del Espíritu Santo.
De ahí en más podemos seguir brevísimamente su trayectoria posterior. Lo hacemos con tres puntos claves que son la contundente réplica divina a la horrorosa triple intención del diablo.
Primeramente, abrió con las llaves que le prometió Jesús que le iba a dar (Mateo 16:19a) las puertas del reino de los cielos para los judíos en primer lugar el día de Pentecostés (Los Hechos 2) y para los gentiles posteriormente en la casa de Cornelio en Cesarea. (Los Hechos 10)
En segundo término, fortaleció a sus hermanos y apacentó los corderos y las ovejas de su Señor hasta el final de su vida, dejando además sus dos ricas epístolas para alentar, alimentar y fortalecer a los creyentes de todos los tiempos. (Los Hechos 8:32a y 2a. Pedro 1:12, 13 y 15)
Finalmente, lejos de terminar como un desdichado que reniega de su fe, culmina su vida ofrendándose sobre el altar del sacrificio, glorificando a Dios al morir como un mártir y un héroe de verdad. (Juan 21.19 y 2a. Pedro 1:14)
El malvado designio satánico se vio así totalmente frustrada y al final resultó en un furibundo “boomerang” que lo dejó completamente truncado y derrotado. ESTO SÍ QUE ES RESTAURACIÓN ABSOLUTA Y MUCHO MÁS TAMBIÉN !
FIN