Capítulo 14
La promesa de un hijo propio
y el pacto de sacrificio y de fuego.

En respuesta a las palabras de aliento y promesa recibidas, Abraham derramó ante el Señor el dolor de su corazón: no tenía un hijo propio, siendo ya de edad avanzada.
Le entristecía pensar que toda la riqueza que él había recibido, sería heredada por un siervo nacido en su casa, y no por un hijo propio.
Fue a esa altura que el Señor pasó a ampliar, particularizar y confirmar por un pacto la promesa, que, como hemos visto anteriormente, le había dado de forma global.
“No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará.”
“Y lo llevó fuera y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia.” (simiente) Génesis 15:4-5.
Aquí el Señor le particulariza que tendría un hijo propio, y él sería el que habría de heredar.
Asimismo le hace saber que su simiente o descendencia será tan numerosa, que le resultaría incontable. Para esto, de forma muy práctica y gráfica, le hace mirar los cielos – evidentemente en una noche muy despejada – con muchísimas estrellas donde quiera que mirase.
Los astrónomos nos dicen que el número de estrellas que se pueden divisar con la vista natural, es decir sin un telescopio o instrumento semejante, es 3.000.
No obstante, mucho más allá del alcance de las vista natural, en las constelaciones y las galaxias, y en las profundidades del espacio de nuestro universo entero, y de otros muy distantes, hay millares y millares de millones de estrellas, de magnitud relativa, mediana o grande.
Esto nos lleva insensiblemente a Apocalipsis 7:9:-
“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud que nadie podía contar de todas naciones, tribus, pueblos y lenguas, que estaban delante el trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas y con palmas en las manos.”
Se considera, y creemos que acertadamente, que la promesa de que su simiente sería numerosa como el polvo de la tierra (Génesis 13:16) y como la arena que está a la orilla del mar (Génesis 22:17b) apunta a su descendencia de sangre, es decir, al pueblo de Israel.
En cambio, la que compara con las estrellas del cielo, (Génesis 15:5 y 22:17) tiene que ver con su descendencia espiritual, esto es, los que somos de la fe, y por tanto somos hijos espirituales de Abraham.
“Y creyó a Jehová y le fue contado por justicia.” (15:6)
Éste es el versículo clave en cuanto al plan de redención, el cual Pablo cita en Romanos 4:3 y Gálatas 3:6.
Lo hace para subrayar que la salvación es por pura gracia, otorgada al que cree, y no por el cumplimiento, o mejor dicho el intento de cumplir las obras de la ley.
El comentario que Pablo nos hace en Gálatas 3: 8 es notable y además enriquecedor.
“ Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.”
Aquí se conjugan y entrelazan dos cosas hermosas. La una es que, siendo Abraham el privilegiado amigo de Dios, el Señor no pudo contener el secreto del estupendo plan de redención que abrigaba en Su corazón desde la eternidad pasada, y se lo adelanta a través de la Escritura.
La otra es que, al dar él esa pisada de fe que le fue contada por justicia, y pasar así a ser el depositario de todos los beneficios y privilegios que acarreaba, los mismos igualmente alcanzarían – a su debido tiempo se entiende – a toda la genética derivada de él y diseminada por doquier en todas las naciones del mundo.
Y qué beneficios y privilegios!
En lugar de estar bajo la maldición – la cual pesaba sobre todos los que no permanecieron en todas las cosas escritas en el libro de la ley – estar bajo la gracia soberana y sobre abundante de Dios, habiendo sido justificados gratuitamente por la fe, merced a la obra redentora del Señor Jesús en el Calvario.
Una buena nueva de verdad, anticipada a Abraham muchos siglos atrás, pero igualmente bendita y maravillosa, al llegarnos a cada uno de nosotros, al amanecer, con el correr del tiempo, en nuestros propios corazones.

El pacto de sacrificio y de fuego.-
“Y le dijo, Yo Soy Jehová, que te saqué de la tierra de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra.”
“Y el respondió: Señor Jehová ¿en que conoceré que la he de heredar? (15:7-8)
Podemos entender el por qué de la pregunta de Abraham.
No la consideramos como algo brotado de la incredulidad, sino del enigma que seguramente supondría para él, al verse como un forastero habitando en la tierra, sin recursos ni la menor disposición de guerrear contra todos sus habitantes para desposeerlos de la misma.
Mas adelante, la prosecución del relato nos hace ver cómo el Señor le devela el enigma. Pero primeramente notemos cómo le certificó, por medio de un pacto, que efectivamente le daría toda esa tierra por heredad.
El pacto era doble: de sacrificio y de fuego.
Cabe señalar, algo de importancia, que al presentar los animales muertos que ofrecían en sacrificio, las aves de rapiña descendían sobre ellos, queriéndolos devorar. Pero nuestro padre Abraham no se lo permitía, sino que con toda firmeza y entereza las ahuyentaba.
Hemos de ser como él, no permitiendo al enemigo que de ninguna manera devore lo que le hemos dedicado al Señor en sacrificio.

Inmediatamente después se nos dice que “a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abraham, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él.” (15:12)
Por medio de ese sueño, Dios pasa a descifrarle el enigma de cómo se cumpliría Su promesa de darle la tierra por heredad.
No tendría él que guerrear para conseguirlo; tampoco sería algo inmediato a suceder en sus días, sino con bastante posterioridad.
Antes de que eso ocurriera, su descendencia moraría en tierra ajena y sería esclava en ella, siendo oprimida por cuatrocientos años – todo lo cual acaeció puntualmente, y se nos relata en detalle y con gran amplitud, desde el final del Génesis hasta el libro de Josué inclusive.

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