LA INTERCESIÓN DE CRISTO – Tercera PARTE –
LA INTERCESIÓN DE CRISTO
TERCERA PARTE
Esta serie de cuatro escritos trata mayormente sobre la intercesión de Él a favor de los Suyos. En cuanto a la intercesión nuestra, una de las cosas importantes es saber qué es lo que Él pide, para poder acompasarnos con Él en la labor intercesora. La consideración de Juan 17 que va en este tercer escrito nos da una buena referencia sobre el particular.
A continuación pasamos entonces al capítulo 17 de San Juan, una de las páginas más sublimes de la Biblia, en que se nos presenta la que solemos llamar la gran oración sumo sacerdotal de nuestro Señor Jesús.
En la misma, Él se desliza – valga el vocablo – de la eternidad pasada a la futura, pero abarcando también, y de una manera muy práctica y real, el presente que están viviendo Sus verdaderos redimidos, y que seguirán viviendo hasta el tiempo de Su segunda venida.
Nuestra mente y razonamiento, sin la iluminación divina, pensaría quizá en cosas portentosas y grandiosas, como podría ser, por ejemplo, la gran cosecha final, de la cual en muchas partes se habla tanto, o bien en el surgir de ministerios poderosísimos, con expulsión de demonios en gran número, grandes sanidades y milagros, y cosas de esa índole.
Pero nuestro amado Señor, quien sabe más que ninguno lo que es más necesario y apropiado para Su verdadera y querida iglesia, integrada por Sus hijos e hijas renacidos de verdad, va por un rumbo muy distinto.
Tomamos como primera petición “…que los guardes del mal.” (Versículo 15) Algo tan elemental, tan sencillo y sobrio! – nada de alto vuelo – pero de trascendencia capital y contundente.
En efecto, de cuánto tenemos que ser guardados! Sobre todo en estos tiempos en que el mal cunde por doquier – quizá como nunca antes – y busca, al conjuro del maligno, y por todos los medios posibles, infiltrarse en las filas de los hijos de Dios.
Por ejemplo, los menos fervorosos y consagrados, muy bien pueden valerse de las circunstancias actuales, tan favorables para ellos (¡) para aparecer de tanto en tanto en las reuniones por el método zoom, que se emplea hoy día. Y el resto de las ocasiones, dedicar el tiempo a la televisión, la política, los deportes en el día del Señor, y un largo etcétera.
Esto sólo puede desembocar en un declive espiritual muy pronunciado, y si uno no se da cuenta y se arrepiente, terminar en un naufragio en cuanto a la fe. (Ver 1ª. Timoteo 1:16)
Otro peligro del cual tenemos que ser guardados es el de la inercia. En efecto, por gravitación de la misma situación imperante que obliga al confinamiento, si se baja la guardia, como solemos decir, y no se es firme en perseverar en la disciplina del Espíritu, se puede caer insensiblemente en una pasividad en cuanto a los valores espirituales, que inevitablemente acarreará malos resultados.
Otros peligros de los cuales tenemos que ser guardados son: el engreimiento, el pensar que Dios ya no tiene más para nosotros, y por consiguiente viene la pérdida del apetito espiritual; el de navegar en la web (Internet) en demasía y terminar absorbiendo cosas que no son trigo limpio, y en fin, un sinnúmero de cosas ajenas a una vida espiritual limpia y transparente, y que busca andar siempre en la plena voluntad del Señor.
Procediendo en sentido inverso, hemos encontrado que el confinamiento nos da una excelente oportunidad de cultivar la vida espiritual. Al final de cuentas, la misma es lo que más importa, puesto que ha de afectar nuestro futuro por toda una eternidad, tras el breve tiempo de nuestra peregrinación terrenal. La lectura de escritos y biografías de grandes próceres espirituales de antaño, nos ha resultado de suma inspiración y edificación. Hay libros muy buenos, que si no se los posee, se los puede adquirir por Internet a precios razonables.
La siguiente petición que pasamos a considerar se encuentra en el versículo 17 del capítulo en que estamos:-“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”
Aquí el Señor ha rogado – y por supuesto que lo sigue haciendo – que cada uno de nosotros sea una santa persona. No un beato, ni un cara larga que ostenta una religiosidad externa, sino una persona, en un sentido, normal y corriente, pero que tiene las cosas muy claras en cuanto a su andar cotidiano en todos sus aspectos.
Entre estos mencionamos el mirar de los ojos, sobre todo en el trato con el sexo opuesto, el hablar de nuestras bocas, la forma en que reaccionamos cuando alguien cuenta un chiste verde, o algo de muy mal gusto, y muchas cosas más.
Con respecto al hablar de nuestra boca, ya que en Santiago 1: 19 se nos exhorta a que seamos prontos para oír y tardos para hablar, propongo que en esa tardanza nos hagamos una rápida composición de lugar, basándonos en preguntarnos seis cosas, cada una de ellas correspondiendo en su letra inicial a la palabra P I E N S A.
Nos preguntamos entonces primeramente si es Provechoso? seguidamente si es Importante? Edificante? Necesario? en Sazón? y por último Apropiado y Amable?
Si podemos contestar afirmativamente en todos los casos – adelante – pero de lo contrario, callar.
Desde luego que la santidad implica también ser irreprochables en cuanto al dinero, y ser personas muy formales y responsables, que cumplimos con lo prometido y nuestros hermanos y amigos saben que somos fiables y de absoluta confianza.
La oración de Jesús fue que seamos santificados en la verdad de Dios, y agregó que Su palabra es verdad. Esa verdad divina a la que se refirió está contenida en primer lugar en las Sagradas Escrituras, las cuales están colmadas de exhortaciones a la santidad.
El mismo Señor Jesús nos dijo en Mateo 5:8 “Bienaventurados los de limpio corazón porque ellos verán a Dios” y en Apocalipsis 3: 4-5 al dirigirse a la iglesia en Sardis, señaló la importancia de que no se manchen las vestiduras blancas.
Por su parte el apóstol Pablo en 2ª. Corintios 7: 1 escribió “…limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”
Asimismo en 1ª. Pedro 1: 15 leemos:- “…sed vosotros santos en toda vuestra manera de vivir.” Y en Hebreos 12: 14 se nos dice:- “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.”
Reconociendo la importancia de todo el consejo de Dios – la oración, la palabra de Dios, la fe, el evangelismo, el discipulado, el fruto y los dones del Espíritu, etc., debemos puntualizar algo muy particular de la santidad.
Consiste en que se puede trabajar o haber trabajado muy bien en la viña de Señor, ganando almas, levantando iglesias y demás. Pero un descuido en cuanto a la santidad, y un zarpazo del enemigo que siempre está al acecho, y toda esa buena y loable labor de quizá años y años, queda hecha añicos por una mancha grande que lo echa todo por tierra.
Seamos muy firmes en esto – con humildad, pero con resolución terminante y absoluta, viviendo muy cerca del Señor y apoyándonos siempre en la gracia del Espíritu, a fin de que nada de esto – que tristemente les ha pasado a no pocos – nos acontezca a ninguno de nosotros por nada del mundo.
La siguiente petición del Señor está en el versículo 21 del capítulo en que estamos:”…que todos sean uno.”
En Los Hechos 4:32 se nos dice “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma” y esto lo debemos atribuir seguramente a la oración del Señor en ese sentido.
Con todo, a partir de la separación de Pablo y Bernabé que se nos narra en Los Hechos 15: 36-39, la iglesia de todos los tiempos ha sido objeto de numerosas y muy dolorosas divisiones. No pretendemos ni podemos ofrecer ninguna solución a este mal tan lamentable, pero solamente nos ceñimos a una humilde exhortación a que, dentro de la parcela particular de la iglesia universal en que el Señor nos ha ubicado, seamos muy cautos y sensibles, para así mantenernos en un vínculo de armonía, paz y unidad con todos nuestros hermanos y hermanas.
Redondeando sobre todo lo dicho en este tercer escrito, al saber lo que el Señor está pidiendo a favor nuestro, debemos alinearnos totalmente con Él, poniendo nuestra parte tanto en lo que se relaciona con nuestra conducta diaria, como en nuestra intercesión. El no guardarnos. santificarnos, y ser solícitos en guardar la unidad en cuanto esté a nuestro alcance, desvirtuaría por completo nuestra intercesión, si es así que se la pudiera llamar.
Interrumpimos aquí, para continuar y concluir en la cuarta parte de este tema. Lo anterior sobre las numerosas y muy dolorosas divisiones, no ha sido ni puede ser nunca algo agradable, pero felizmente, la cuarta y última nos presenta una culminación maravillosa.
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