La grandeza inescrutable de Dios (II)

A poco de comenzar el capítulo anterior, dijimos que creíamos que el Salmo 139, es el pasaje de la Biblia que con más amplitud y visión nos habla de la omnisciencia y omnipresencia de Dios.
No obstante, consideramos ahora que debe tenerse muy en cuenta la extensa parte que se extiende en el libro de Job, desde el capítulo 38 al 42.
En ella, después de hablar largo y tendido tanto Job como sus tres supuestos consoladores y el joven Eliú, por fin tomó la palabra el Eterno Jehová. Lo hizo formulándole a Job una serie de preguntas, las cuales tratamos con cierto detalle en nuestro cuarto libro titulado “Las Preguntas de Dios.”
No vamos a repetir lo escrito en esa oportunidad, pero en cambio tomaremos algunas partes de esos capítulos, sobre todo los que hacen a la grandeza y total autosuficiencia del Ser Supremo.
Las mismas no figuran en nuestra obra anterior, y son de cosecha más reciente.
También comentaremos sobre algunos que aportan y aparecen en el resto del libro.
“¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, cuando alababan las estrellas del alba y se regocijaban todos los hijos de Dios? (38:4-7)
Aquí vislumbramos al sapientísimo y todopoderoso Creador, dando forma y medida a nuestro planeta, tan vasto para cada uno de nosotros sus habitantes, y sin embargo, sólo una minúscula parte de todo el universo.
Cumplida esa labor inicial, decidió con Su genio sin igual “colgar el planeta sobre nada” tal como lo señala Job en un destello de inspiración divina. (26:7)
Colegimos que semejante demostración de estupendo y formidable poder y sabiduría creativa, despertó la admiración y el asombro, tanto de las estrellas del alba como de los hijos de Dios presentes en aquella ocasión tan portentosa. Aquéllas prorrumpieron en alabanza y éstos estallaron en incontenible regocijo!
También en el capítulo 26 Job puntualiza una serie de maravillas dignas de mención.
“Ata las aguas en sus nubes y las nubes no se rompen debajo de ellas.” (26:8)
Sin un envoltorio que las contenga, ata las aguas de tal manera que no se derraman, y quedan inmersas en las nubes, hasta que Él disponga – ya sea con o sin relámpagos o truenos – que se precipiten sobre la tierra, ora como borrasca, ora como lluvia suave o garúa.
Asimismo, adorna los cielos con el titilar de las estrellas en la noche (26:13) y con radiante esplendor de día, o bien con nubes de las más variadas.
Al contemplar éstas, más de una vez hemos pensado en el Señor como un pintor genial, que produce en el cielo los cuadros más variados y hermosos, y en riquísima abundancia.
Pero a diferencia de los pintores humanos, que conservan sus cuadros y los exhiben en ocasiones propicias, Él, tras haberlos exhibido en los cielos fugazmente, los descarta, pues no necesita guardarlos – sabe bien que con Su genio inagotable, muy pronto habrá de producir muchos más, y de la misma o mayor hermosura.
Muy bien concluye Job su capítulo 26 con un acertadísimo tributo a la omnisciencia y omnipotencia divinas.
“He aquí, estas cosas son sólo el borde de sus caminos, y cuán leve es el susurro que hemos oído de él. Pero el trueno de su poder ¿quién lo puede comprender?”
Continuamos con otro par de preguntas que le formula a Job.
“Supiste tú las ordenanzas de los cielos? ¿Dispondrás tú de su potestad en la tierra? (38;33)
Estas preguntas van precedidas de varias más, en las que se mencionan varias estrellas, y se habla de las constelaciones, sin nombrar estas últimas.
Como sabemos, el zodíaco, o la banda zodiacal, es una franja ancha en los cielos, dentro de la cual la luna y el sol de nuestro sistema planetario giran, siguiendo sus órbitas correspondientes.
De esa banda se reconocen doce constelaciones que no viene al caso enumerar.
Llaman la atención las palabras “las ordenanzas de los cielos.” Esto denota que hay un orden establecido por el Altísimo, al cual todos los planetas y las estrellas rinden rigurosa y puntual obediencia!
Nunca sucede que por quedarse dormido o cualquier imprevisto, el sol se levanta tarde, o la luna se demora en alguna de sus cuatro fases.
Pero nos consta que, ese orden en cuanto a sus correspondientes órbitas, no es el único cometido de los cuerpos celestes.
En Jueves 5:30 encontramos la sorprendente declaración: “Desde los cielos pelearon las estrellas; desde sus órbitas pelearon contra Sísara.”
No pretendemos comprender exactamente de qué manera lo hicieron; tal vez alguna mente más iluminada lo pueda explicar.
Pero lo cierto es que, sin dejar de ceñirse a las órbitas que les están establecidas, las estrellas en esa ocasión hicieron sentir el peso de su influencia en contra de un enemigo del pueblo de Dios.
Sabemos concretamente que el Señor ha dispuesto en los cielos los tesoros del granizo, reservados para el tiempo de angustia y el día de la batalla, según Job 38:22b-23.
Ciertamente el granizo cayó en Egipto, con todo su potente impacto cuando Faraón se negaba a dejar en libertad al pueblo de Israel, al cual había subyugado y oprimido con muy dura servidumbre.
También sabemos que caerán grandes piedras de granizo desde los cielos, como parte de las plagas apocalípticas, previstas contra los infieles, rebeldes y blasfemos. Ver Apocalipsis 8:7 y 16:21.
En cuanto al accionar de las estrellas citado anteriormente, nos conformamos con saber que en el más allá lo comprenderemos con toda claridad.
También debemos ocuparnos de algunos aspectos sorprendentes de la creación, y a las cuales estamos tan acostumbrados, que los damos por sentados, sin reparar en que son totalmente milagrosos.
“Quién encerró con puerta al mar cuando se derramaba de su seno, cuando puse yo nubes por vestidura suya, y por su faja oscuridad, y establecí sobre él mi decreto, le puse puertas y cerrojos, y dije: Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante, y ahí parará el orgullo de tus olas.”
Cuantas veces al bañarse uno en la playa, y contemplar el anchuroso mar que se extiende por lontananza, no considera para nada un fenómeno realmente formidable que tiene delante de sus ojos!
Esa cantidad enorme de agua, imposible de medir, muy bien podría y debería derramarse por doquier, causando grandes estragos y aun cobrándose muchas vidas.
Mas el Todopoderoso se ha encargado de que eso no suceda, encerrándola con puertas invisibles pero totalmente eficaces!
Así, cuando sus aguas están agitadas y sus gigantescas olas avanzan hacia la playa en que estamos, vemos una y otras vez que alcanzan un punto en que se despeñan, pierden su empuje y vigor, y terminan plácida y mansamente, obedeciendo el decreto divino que les ha dispuesto el límite que no deberán pasar.
Y dentro de las ordenanzas del cielo citadas con anterioridad, claro está que entra en juego la gravitación de la luna y el sol, que determinan las doce horas de la marea alta y la baja.
Asimismo, no dejan de llamar la atención las palabras “Cuando puse yo nubes por vestidura suya,” también citadas más arriba.
Esto es fácilmente verificable, toda vez que el color del mar está fijado por las nubes en sus diversos matices, o bien la ausencia de ellas, así como la luna en una noche despejada le proyecta una franja de plateado intenso, que en muchas oportunidades uno se ha deleitado en contemplar. Y también durante el día, estando el cielo despejado, lo mismo sucede con la hermosa franja dorada proyectada por el sol.

En otro orden de cosas, a partir de la vergonzosa caída de Adán y Eva, el sexo es posiblemente lo que más ha envilecido la serpiente, dándole toda clase de distorsiones y perversiones. Tan es así, que en algunos círculos parece el tema preferido, que a menudo va acompañado de mil y una obscenidades.
Por lo contrario, en otros lugares, quizá por ignorancia o alguna otra razón, el sexo es un tema prohibido del cual no hay que hablar en absoluto.
No obstante, podemos hablar del mismo desde la perspectiva correcta y bíblica, ante la santidad de Dios y con el temor del Señor.
En primer lugar, la Biblia nos dice claramente que en un principio Dios creó al hombre y la mujer en el sexto día, y en el séptimo, al contemplar todo cuanto había creado desde el primer día, se dio por sumamente satisfecho al ver que todo era bueno en gran manera.
Ese todo incluía al hombre y a la mujer, los cuales han sido creados con una mutua atracción al sexo opuesto.
Correctamenteencauzada, normalmente esa atracción conduce al amor, el noviazgo, y al matrimonio, dentro del cual está establecida la relación sexual, con no sólo el propósito de la procreación, sino también para consuelo y deleite de ambas partes, y asimismo la consolidación del vínculo matrimonial.
Como consecuencia, se llega eventualmente a la concepción, el embarazo y el parto, todo lo cual encierra un mundo de maravillas propias del genio del Sapientísimo Creador.
Quien esto escribe, ha tenido el agrado de acompañar a su querida esposa en cuatro de sus cinco alumbramientos, y todas la veces que lo hizo quedó profundamente impresionado, y muy conmovido, al contemplar ese milagro de tener delante de sus ojos una nueva criatura, recién nacida, preciosa y perfecta.
Ahora bien, para algún lector que pudiera inclinarse por la teoría de la evolución, ¿le parece razonable pensar que desde un principio, cuando no existía nada ni nadie, ya sea por un proceso gradual, o bien por un milagro venido de quién sabe dónde, se formó y forjó repentinamente esta maravilla que acabamos de consignar, junto con un universo de otras maravillas, todas estupendas y admirables?
Creemos que la única conclusión razonable y lógica, es que detrás de todo esto debe haber mediado una fuerza inicial para que pudiera así plasmarse y concretarse, y esa causa no puede ser otra que el Dios Omnipotente, Omnisciente y Omnipresente, que la Biblia nos declara que lo creó todo en un principio.
Pasamos ahora a otro punto que hace mucho nos impactó. Estaba preparándome para dar una charla en una comunidad de vida en Albacete, pero me di cuenta que el Señor me estaba hablando. Me hizo recordar como en otras ocasiones, al hablar sobre la persona de Apolos, había subrayado la diligencia, el esmero y el ahínco con que enseñaba y predicaba. Y lo hizo haciéndome entender que yo no estaba preparándome con ese esmero, diligencia y ahínco.
Por lo tanto, seguí en oración buscando ser más inspirado en cuanto a lo que tenía que decir, y como resultado me vinieron uno o más puntos nuevos e importantes, que enriquecieron la palabra que pude dar, la cual resultó de provecho para los que la escucharon.
En esto, claro está, tuve otra pequeña pero significativa muestra de la mano de un Dios que todo lo sabe y todo lo ve, con la minuciosidad propia del caso – es decir, haciéndome recordar lo que yo mismo había dicho en una ocasión anterior, y el hecho de que no lo estaba haciendo con el esfuerzo necesario, etc.
Aunque no deja de ser milagroso, podríamos decir que esto es normal y corriente para todo siervo del Señor que busca vivir cerca de Él y agradarle en todo.
No obstante, reflexionando sobre esa experiencia, pensé que mientras el Señor me hablaba personalmente con tanta minuciosidad y detalle, se encontraba atendiendo a otras múltiples situaciones, oraciones, ruegos, necesidades, algunas reales, otras exageradas, etc. etc.
Si dos o tres personas nos hablan al mismo tiempo, lo normal es pedirles que lo hagan uno a la vez, para poder enterarnos bien de lo que cada uno nos está diciendo.
Pues bien, el Señor está escuchando y atendiendo simultáneamente millones, billones y trillones de oraciones, clamores, dolores, etc. etc., en todos los idiomas y dialectos de toda la tierra y puede atenderlos todos a la vez sin inmutarse ni impacientarse en absoluto!
Posteriormente pensé también que esa atención simultánea a todo lo habido y por haber, no era algo solamente acaecido en esa coyuntura, en la cual me había hablado de forma personal y tan detallada.
Era y es algo que sucede continuamente las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana – y Él puede atenderlo todo con absoluta calma y dominio de cada situación y evento, dando Su beneplácito a quienes le están agradando, Su descontento a quienes no lo están haciendo, y mucho, muchísimo más, que resultaría imposible consignar por ser absolutamente interminable.
No sé que piensa el lector u oyente, pero a mí esto me asombra sobremanera. Realmente tenemos un Dios maravilloso y formidable, y esto, elevado a la enésima potencia!!
F I N