La grandeza inescrutable de Dios (I)
La grandeza inescrutable de Dios (1)
“Grande es el Señor y digno de suprema alabanza; y su grandeza es inescrutable.” Salmo 145: 3
Habiendo escrito sobre las inescrutables obras y caminos del Señor, y las también inescrutables riquezas de Cristo y del evangelio, ahora pasamos a ocuparnos de la grandeza del Señor Dios.
Esto podría parecer una repetición, pues en el capítulo anterior hemos comentado sobre la plenitud infinita de Cristo “..el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.” según se nos dice en Romanos 9:5.
No obstante, lo hacemos ahora en cuanto al Dios Trino – Padre, Hijo y Espíritu Santo, abarcando aspectos de Su omnipresencia, omnisciencia y omnipotencia, reflejados tanto en la creación, como en el trato con el hombre, y conscientes de que los mismos se relacionan o vinculan con muchísimas esferas más de lo que podamos concebir, aun dando rienda suelta totalmente a nuestra imaginación, finita y estrecha como sin duda lo es.
Como Cristo forma parte de la Trinidad, en algunos puntos necesariamente habrá, no digamos una repetición, si no más bien una superposición, por lo menos respecto a algunos puntos tratados anteriormente. Esto desde luego que resultará inevitable, pero no lo consideramos desubicado ni fuera de lugar.
Con las debidas disculpas por esta más bien extensa introducción, entramos ahora en materia.
La mejor manera de comenzar, se nos ocurre, es la de considerar y reflexionar sobre el maravilloso Salmo 139. Creemos que en toda la Biblia éste es el pasaje que con más amplitud y visión nos habla de la omnisciencia y la omnipresencia de Dios.
Por cierto que debemos agradecerle al Espíritu Santo por la riquísima inspiración acordada a David, para que, con su pluma tan galana, nos pudiera edificar y enriquecer tanto con la joya de semejante salmo.
“Oh Jehová…” Conceptuamos que la interjección oh que aquí se antepone al nombre de Dios Jehová, quizá nunca o casi nunca ha sido empleada con tanto acierto.
Como sabemos, denota asombro y también gran admiración, y todo lo que sigue es para llenarnos de admiración, y además, de asombro y mucho más.
“…tú me has examinado y conocido.” Pensemos en el Señor tomando la lupa – hablamos figurativamente pues desde luego Él no la necesita – y conociendo y examinando con lujo de detalles, hasta el más minúsculo aspecto de nuestra pequeñísima persona.
Lo que sigue corrobora y amplía esto de una manera casi diríamos aplastante.
“Tú has conocido mi sentarme y levantarme; has entendido de lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi boca, y he aquí oh Jehová, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste y sobre mí pusiste tu mano.”
Cada vez que uno se sienta y se levanta – lo hacemos extensivo a nosotros, los Suyos de verdad – Él sabe, con una minuciosidad increíble, cada detalle. Lo cómodo o incómodo del asiento, la prisa o lentitud con que nos levantamos para cambiar de posición, etc. etc., y entretejido con todo eso, el conocimiento desde lejos de los pensamientos que se cruzaban por nuestra mente al hacer tanto lo primero como lo segundo.
En cuanto a nuestras palabras – y cuánto hablamos a lo largo de toda la vida! – antes de que pronunciemos cada una, él, el omniscientísimo Ser Supremo, la sabe toda; cuántas vocales y consonantes podrá tener, no importa el idioma o dialecto a que pertenezca, el mayor o menor hincapié que le demos, la claridad de nuestra pronunciación o la falta de ella, el tono que refleja, ya sea cordial y amigable, hostil, amargo, altanero, manso, quejoso o de protesta y un sin fin de otras posibilidades.
Como si esto fuera poco, en la trama de todo esto, el entender desde lejos cada pensamiento, cuando nuestra mente acompaña a lo que estamos diciendo, las motivaciones que albergamos, ya sea de vanidad y lucimiento personal, de humildad fingida o humildad auténtica, y las mil y una variantes posibles.
Y además, cuando la mente divaga, yendo de un tema a otro con mayor o menor ilación entre ellos, hasta que for fin caemos en la cuenta de que debemos pensar con más mesura y orden, etc. etc.
No queremos cansar al lector u oyente presentando más posibilidades – que desde luego las hay y muchísimas – y en cambio redondearemos con las palabras de David en el versículo 6:- “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender.”
Aquí cabe una reflexión sobre la diferencia entre la reacción y la postura ante todo lo anterior por parte de un verdadero hijo de Dios por un lado, y por el otro, la de quienes no lo son.
Los que lo somos, de muy grado nos hacemos eco pleno y absoluto, de todo cuanto David nos presenta en el glorioso salmo en que estamos.
Sabemos que es así; pensamos que se queda corto, y nos llena de la más íntima y profunda satisfacción, y asimismo nos comunica un sentir de gozo, seguridad y confianza.
En cuanto a los que no han experimentado la dicha del nuevo nacimiento, no nos cabe ninguna duda de que la reacción y la postura de ellos serán muy distintas y habrá en ellas una gran variedad.
Las personas temerosas de Dios, posiblemente lo acepten, y de buen grado también. Pero por supuesto que habrá muchos escépticos, que no darán crédito a nada o casi nada de lo que David nos dice, ni de nuestros comentarios y reflexiones al respecto.
Habrá, a no dudar, los que piensen que es imposible que haya un Ser con tanta infinita omnisciencia, debido sencillamente al hecho de que no han conocido en la práctica de la vida actual nada de esa índole.
Todo el mundo de las posibilidades y recursos, tanto suyos como de los demás seres humanos, no puede alcanzarlo ni remotamente, y por lo tanto lo descartan pensando que se trata de una utopía bastante ingenua o de una imaginación propensa a buscar alturas y grandezas que en realidad no existen.
Todo ello implica, de una forma u otra, negar la existencia del Dios Supremo Creador de todo el universo, y sabemos que tristemente esto ha ido en gran aumento en ls últimas décadas.
Quien esto escribe, recuerda haber aprendido unos ochenta años atrás, el preámbulo de la constitución del país del cual es oriundo, la República Argentina. Terminaba con las palabras “…invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia, ordenamos, decretamos y establecemos la presente constitución para la Nación Argentina.”
Con los conceptos del humanismo, la nueva era y muchas otras corrientes semejantes que están proliferando por doquier, hoy en día dudamos que al establecer una constitución, haya en la actualidad muchos,o siquiera algunos políticos que piensen en incluir semejantes palabras.
Esto es desde luego un cumplimiento de la predicción que figura en las Sagradas Escrituras de la apostasía que habrá en los últimos tiempos.
Este rechazo de Dios, o ateísmo a ultranza, puede proceder de diversos motivos. Sin duda, se debe en gran parte a lo que Pablo nos dice en 2a. Corintios 4:4:- “…el dios de este siglo cegó el conocimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.”º
Pero también cabe consignar que para muchos, descartar la existencia de Dios se debe a no querer rendirle cuentas a Él de todos sus hechos, con la postura cómoda para ellos, pero totalmente engañosa y peligrosa, de no querer ser responsables ante un Ser Supremo, santo y justo, bien que de sus hechos que podrían ser delitos comunes o mayores, lo tienen que hacer ante las autoridades terrenales.
Retomando el hilo, los versículos 7 a 10 del salmo en que estamos pasan a la omnipresencia de Dios:
¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra.”
Notemos con qué gracia y elegancia David se expresa aquí, desplegando lo que ya hemos calificado de su pluma tan galana, producto indudablemente de la inspiración divina en su vida, desde el día en que Samuel llenó su cuerno de aceite y fue a Belén a ungirlo. Ver 1a. Samuel 16:1 y 13.
Acude a nuestra mente, por otra parte, el caso de Jonás el profeta ultra patriota.
“Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló allí una nave que partía para Tarsis, y pagando su pasaje entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová.” Jonás 1:3.
Se nos ocurre calificar lo que hizo de ingenua inocencia.
si cabe tal cosa.
Que un profeta del Señor ignore Su omnipresencia, que es un atributo esencial de Su deidad, es algo casi inconcebible. Imaginadlo, pagando su pasaje y subiendo a bordo muy ufano, pensando que ahora se iba lejos de Dios, escapándose y desentendiéndose el mandato divino!
No vamos a extendernos en comentar el resto del relato, pero sólo acotamos que el Señor se encargó de no dejarle ninguna duda en cuanto a Su omnipresencia y que es imposible escaparnos de Él!
El mismo Salomón, hijo de David, manifestó un buen conocimiento de la omnipresencia divina en su oración de 2a. Crónicas 6 :18 al decir:- “Mas, ¿es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra? He aquí, los cielos de los cielos no lo pueden contener, ¿cuanto menos esta casa que he edificado.?
Por nuestra parte, tratamos en la vida cotidiana de tomar una mayor conciencia cada vez de esa omnipresencia que nos rodea continuamente. A veces, cuando abundan las situaciones difíciles y los muchos problemas pendientes de resolución, nos resulta un oasis en el cual nos refugiamos y cobramos aliento y consuelo.
Así nos abstraemos de lo que nos rodea para disfrutar del solaz y la confianza que Su presencia maravillosa nos comunica. Además, se convierte en una forma eficaz de mantener una buena relación con Él.
Un punto más sobre esto. Si tuviéramos delante nuestro al mismo Señor Jesús, mirándonos y escuchando muy de cerca cada palabra que decimos, qué personas ejemplares seríamos!Qué modelos de conducta intachable y de hablar sabio y prudente!
Continuando ahora con nuestro querido salmo 139, David profundiza aun más sobre la omnipresencia de Dios, consignando cosas sorprendentes y asombrosas, que recrean nuestra alma con el sano deleite de saber que pertenecemos a un Dios tan formidable y maravilloso.
“Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré, porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que luego fueron formadas, sin faltar una de ellas.” Salmo 139:13-16.
David aquí nos hace saber que él no sólo fue creado en el vientre de su madre – y antes de agregar lo que sigue – se detiene para manifestar que está maravillado y se siente muy movido a alabar al Señor por Sus formidables y maravillosas obras.
Seguidamente declara que siendo él un pequeño embrión, los ojos divinos lo vieron, y además que en Su libro – lo llamaremos el libro de la creación de David – estaban escritas de antemano todas aquellas partes de su cuerpo que más tarde fueron formadas, sin faltar una de ellas.
Nos está diciendo que el color, la forma y el tamaño de sus ojos, sus cejas y pestañas, de su nariz y orejas, de cada dedo de sus pies y sus manos, y en fin, cada miembro de su cuerpo, estaba especificado minuciosamente en el libro divino, y al nacer se pudo comprobar que todos habían sido formados con rigurosa exactitud, y sin que faltase ninguno de ellos!
Todo esto es para dejarlo a uno maravillado, y más que eso, absorto, atónito, pasmado y estupefacto. Pero debemos agregar que semejante maravilla debe hacerse extensiva por lo menos a cada verdadero hijo de Dios.
Sin jactancia, quien esto escribe, tiene sobrados motivos para saber que era bien conocido por el Señor en todos sus aspectos, cuando aún estaba en la matriz de su madre.
Multiplicándolo por los miles y millones de santos de todos los tiempos, todo esto se eleva mucho más allá de lo que podríamos decir – por dar una cifra altísima – a la trillonésima potencia.
Los cuatro adjetivos empleados anteriormente – absorto, atónito, pasmado y estupefacto – en realidad no alcanzan para señalar algo que sin duda va más allá, y que para definirlo cabalmente, creemos que no hay vocablos indicados ni suficientes, tanto en nuestra lengua castellana, como en los demás idiomas del mundo.
De paso, nos hacemos una pregunta. Las empresas que fabrican automóviles, artefactos tales como frigoríficos, generadores de electricidad, etc., y que para cada uno tienen un manual de especificación detallada de cada una de las partes que los componen, ¿lo habrán aprendido de este salmo?!!
Es poco probable, pero de todos modos, significativamente, ponen en práctica este principio, que la sabiduría de Dios emplea y ha empleado en la creación de cada uno de Sus hijos!
En los versículos 17 y 18 David expresa lo precioso que le resultan los pensamientos de Dios, que están llenos de amor, sabiduría, gracia, misericordia, fidelidad, verdad y tantos otros de Sus atributos maravillosos. Sabe que son muchísimos, y afirma que si los enumerare se multiplicarían más que la arena, lo que nos da una idea de su sobresaliente visión y conocimiento del gran Dios de su vida.
Concluye con las hermosas palabras: “Despierto, y aún estás conmigo.” Al cerrar los ojos y conciliar el sueño, se nos ocurre, o mejor dicho se da a entender por el texto, que se encontraba envuelto en la preciosa presencia del Omnipresente. Y el amanecer le resulta un dulce despertar, en el que continúa sumido aún en esa gloriosa presencia.
Muy hermoso, ¿verdad?
En abierto contraste con toda esta dicha, el salmo nos señala en los versículos 19 al 22 el terrible fin que tendrán los impíos, que, lejos de reconocer y honrar esa grandeza sin par del ser divino, optan por tomar en vano Su nombre y blasfemar.
Que la gracia del Señor nos permita vivir y actuar en sentido total y diametralmente opuesto, amándole y dándole lo mejor de nuestras vidas.
El salmo concluye con una súplica muy sabia, de la cual todos haríamos muy bien en hacernos pleno eco.
“Examíname oh Dios y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos, y si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.”
Un digno broche de oro – ser guiados en el camino eterno, el de Aquél que no solamente es el camino, sino también la verdad y la vida.
F I N