Capítulo 6
Jesucristo el Hijo amado

Continuando con el aspecto particular y extraño, ya puntualizado, de someter Dios a padecimiento a quienes ama entrañablemente, llegamos ahora al caso cumbre de Jesucristo el Hijo amado, según lo señala el título.
“Varón de dolores y experimentado en quebranto…”
“…le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido…”
“…aunque nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujétándolo a padecimiento.”(Isaías 53: 3, 4, 9 y 10)
Aunque parezca extraño, a esto le dedicaremos solamente el presente capítulo. Quizá una de las razones se asemeja en algo a lo que sucedió el día de la crucifixión.
“Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.” (Mateo 27:45)
Era como si el sol, centro del sistema planetario en que estamos y nos ilumina con rayos radiantes, se negase a contemplar aquello que estaba sucediendo. El Hijo Eterno, Creador junto con el Padre y el Espíritu Santo de todo el universo, rechazado, herido, azotado y crucificado con odio y saña infernal.
Amándolo como no podemos menos que hacerlo, nos resulta difícil y doloroso en extremo considerar detalladamente Su intensísimo padecimiento, tanto espiritual y anímico, como moral y físico.
Preferimos dejarlo atrás – aunque por cierto no podemos borrarlo de nuestra memoria – y en vez centrarnos en las glorias que han venido y vendrán tras Sus sufrimientos. (Ver 1a. Pedro 1:10-11)
Aunque no directamente relacionadas con lo antedicho, citamos las conocidas estrofas de Juan de la Cruz.
No me mueve mi Dios para quererte,
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido,
Para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte,
Clavado en esa cruz y escarnecido,
Muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
Muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme el ver tu amor en tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amara,
y no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
Que aunque cuanto espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.

Y esto, por cierto, nos motiva a lo que expresa Pablo con tanto peso en 2a. Corintios 5:14-15.
“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto, que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucito por ellos.”
Ese amor, del cual Pablo dice que “excede a todo “conocimiento,”(Efesios 3:19) es sin duda la fuerza más poderosa para llegar a las cuerdas más íntimas y profundas de nuestro ser, y hacer brotar de ellas el amor más grande y noble de que seamos capaces.
Y claro está, que será un amor que se refleja cabalmente en un ofrendarle de manera práctica y real, nuestro servicio más diligente y amoroso.
Esto será indudablemente, una de “las glorias que vendrán” a que alude Pedro en el versículo ya citado anteriormente. Hombres y mujeres de todas razas, lenguas y naciones, y también de todo rango social, que vivíamos egoístamente para nuestros propios intereses y placeres, convertidos en nuevas criaturas.
Atraídos por ese incomparable e irresistible imán de Su gran amor, pasamos a amarle, seguirle y servirle todo el resto de nuestras vidas, y eso con el mayor ahínco y tesón, y con la devoción más santa y cumplida.
Que el Espíritu Santo nos estimule y fortalezca a cada uno, para que esto se plasme en una auténtica verdad!
Muy triste sería que no supiésemos, o ni siquiera quisiésemos corresponder debidamente a semejante amor.
Agregamos con temor y temor, que la perspectiva de comparecer ante el Tribunal de Cristo de que se habla en Romanos 14:10 y 2a. Corintios 5:10, después de vivir de esa forma, sería para hacerlo estremecer a uno de horror.
Que a ninguno de nosotros nos acontezca semejante desdicha y vergúenza.
Si bien esa fuerza poderosa del amor de Cristo nos constriñe a vivir cabalmente para Él, también encontramos en la palabra de Dios otra forma muy distinta.
La misma brota del conocimiento de que hemos de comparecer ante el Tribunal de Cristo, como ya hemos dicho, y en relación con ello lo que expresó el mismo Señor Jesús en Lucas 12:47-48.
“Aquel siervo que conociendo la voluntad del Señor no se preparó ni hizo conforme a su voluntad recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se le haya dado mucho, mucho se le demandará, y al que mucho se le ha confiado más se le pedirá.”
Lo que sigue a continuación es muy crudo y tajante. No obstante, lo hacemos deseando hacer justicia a la palabra de Dios, en la cual, tanto lo anterior – “el amor de Cristo nos constriñe” – como lo que ahora pasamos a comentar, figuran con toda claridad.
¿Cuál será el veredicto del Tribunal de Cristo para quienes, después de haber hecho profesión de fe, ser bautizados, etc., pasaron a vivir una vida fácil y regalada, con muy poco interés
o devoción al reino de Dios, y ocupados mayormente en su propio bienestar y prosperidad?
Creemos que a todas luces debe ser un dictamen desaprobatorio. De ahí en más, podemos visualizar un ángel con cara de pocos amigos, que toma a un reprobado por la mano, y comienza a llevarlo a un lugar inesperado.
Sintiéndose muy confundido, el reprobado exclama: “Aquí hay un error – yo he venido a disfrutar de la morada que Jesús ha estado preparando para mí.”
Pero el ángel a nada de eso responde, y en vez, casi a la rastra, lo lleva a un lugar muy grande, donde se ven con letras mayúsculas las palabras RECINTOS DE LOS AZOTES.
En la planta baja hay un buen número que están padeciendo, pero de una manera mas bien tolerable. Sin embargo, al subir a la primera, se oyen muchos gritos desesperados de quienes están recibiendo fuertes y repetidos azotes. El susodicho intenta en vano resistir al ángel con súplicas y razonamientos.
Se le dice: “Bien sabías que debías amar y servir de veras a Quien Su vida dio por ti, y no lo has hecho. Entra ahora y toma tu lugar entre los infieles – recibe los muchos azotes que te mereces.”
Muy crudo, desagradable, y por cierto que horroroso, ¿verdad? Pero ¿no es esto lo que nos advirtió claramente el Señor en pasajes tales como Lucas 13: 25-30 y Mateo 7: 21, en que puntualiza que hacer la voluntad de Dios y vivir en limpieza y transparencia, son imprescindibles?
De otra manera, ¿cómo hemos de esperar un dictamen favorable al comparecer ante el Tribunal de Cristo?
Quien esto escribe, plenamente consciente de que se trata de algo muy crudo y solemne a la vez, lo hace con un sano temor y temblor, procurando que su propia vida esté a tono en todo con la voluntad de Dios, y en la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. (Hebreos 12:14b)
Desea al mismo tiempo que todo esto haga sonar una voz y una trompeta de alarma para quienes, viviendo en tibieza o frialdad, corren peligro de encontrarse en el más allá con un triste e irreparable desengaño.
Por lo tanto, a esta altura invitamos al lector u oyente a detenerse a reflexionar por unos buenos minutos, antes de continuar en la lectura.
Confiamos en que, al reanudarla, el lector u oyente sienta, como lo hace quien esto escribe, un renovado deseo de seguir honrando y sirviendo al Padre de Gloria y al dignísimo Cordero, con el mayor amor y la más fiel devoción.
En Juan 12:32, al entender que iba a morir la muerte de cruz, Jesús afirmó:
“Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.”
Es sin duda esa cruz, en que quedó enarbolado en alto Su amor sin igual, lo que nos atrae más que ninguna otra cosa, como un imán poderoso e irresistible.
Es verdad que no a todos nos atrae de la misma manera, pero por cierto que Su cruz y Su persona han atraído e influenciado en la humanidad, mucho más de lo que a menudo se supone.
Como bien sabemos, muchos de los historiadores han sido o bien escépticos, agnósticos o ateos. Sin embargo, todos ellos se han puesto de acuerdo en dividir la historia en dos partes principales: antes de Cristo y después de Su venida a este mundo, lo cual habla de por sí y de la manera más elocuente y significativa.
Por nuestra parte, los Suyos de verdad, acotamos con el mayor beneplácito que la pequeñísima historia de nuestra vida se divide en dos partes: la anterior y la posterior a Su venida a nuestra vida.
Y contrariamente a lo que afirma el adagio: “Nunca segundas partes fueron buenas” proclamamos con sincero regocijo que, para nosotros, la segunda parte ha sido y sigue siendo inmensamente mejor!
Bendito Cristo, de Quien se ha dicho con toda razón -que sepamos -no escribió ningún libro. Sin embargo, se han escrito de Él tantos libros en el mundo entero en muchísimos idiomas distintos, que resultaría totalmente imposible contabilizar cabalmente la suma total.
Le agradecemos tanto al Señor que nos haya otorgado el honor de agregar nuestra modestísima parte, bien que sea infinitesimal. Lo contamos como una preciosa gracia – “lengua para hablar y pluma para escribir – rebosando de palabra buena tocante al Rey de Gloria”. (Salmo 45:1)
Aquí agregamos dos cosas para poner punto final. La primera se refiere a la preciosa reciprocidad y reconocimiento mutuo entre el Padre de Gloria y el Hijo Amado.
En efecto, en el Salmo 2:7 el Padre dice: “Mi Hijo eres tú” a
lo que el Hijo responde “Mi Padre eres tú” en el Salmo 89:26.

Además, en el Padrenuestro que Jesús nos enseñó, Él nos hace ver cómo Su primera preocupación, que el nombre del Padre sea santificado y altamente honrado.
Posteriormente, en Filipenses 2: 9-11 nos encontramos con que el Padre corresponde ricamente, dándole un Nombre sobre todo nombre, para que toda rodilla se doble ante Él y toda lengua confiese que Él es el Señor.
Debemos recalcar que este enaltecimiento no fue solamente una muestra de especial amor por parte del Padre, sino algo por lo cual el Hijo pagó el altísimo precio de Su sacrificio supremo en el Calvario.
La segunda y última cosa se relaciona con otras de las glorias que han de seguir a Sus sufrimientos, en consonancia con 1a. Pedro 1:11 que ya hemos citado.
De no habernos alcanzado la gracia redentora nos habríamos perdido para siempre. En cambio, si somos verdaderamente Suyos, nos aguarda una eternidad de dicha inefable en Su presencia.
De la misma se nos dice: “En tu presencia hay plenitud de gozo, delicias a tu diestra para siempre.” (Salmo 16:11)
Un gozo pleno y absoluto, sin nada que lo desvirtúe y ni siquiera lo interrumpa, ya que todo el pesar, la tristeza y el dolor, quedarán atrás y sepultados en un olvido total.
En cambio, pasaremos a disfrutar de los deleites más santos, puros y nobles, y esto no será algo temporal y esporádico, sino de manera continua y por siempre jamás.
Que esta expectativa y esperanza bienaventurada, nos sirva de fuerte incentivo para seguir dedicándole al dignísimo Cordero, al cual le debemos nuestra maravillosa redención, como así también al Padre de Gloria Quien nos lo envió, lo mejor de nuestro amor en los años que nos quedan de vida.
FIN