El guerrero tenaz y vencedor # Capítulo 8
Capítulo 8
El guerrero tenaz y vencedor
“Oyó Abram que su pariente estaba prisionero, y armó a sus criados, los nacidos en su casa, trescientos dieciocho, y los siguió hasta Dan.”
“Y cayó sobre ellos de noche, él y sus siervos, y les atacó y les fue siguiendo hasta hasta Hoba, al Norte de Damasco.”
“Y recobró todos los bienes, y también a Lot su pariente y sus bienes, y a las mujeres y demás gente”. Génesis 14:14-16.
Muchas son las cualidades y virtudes que encontramos en nuestro padre Abraham.
Como ya hemos dicho antes, algunos sólo parecen advertir que era riquísimo en lo material y se centran mayormente en ese factor, e invierten mucho de su fe y esfuerzo en ese aspecto, con el evidente fin de prosperar y enriquecerse ellos, y también aquéllos que tutelan.
Por nuestra parte, insistimos en que no dejamos de apreciar y valorar la riqueza material de Abraham, sabiendo bien que lo normal es que sus hijos también sean prosperados, pero según los lineamientos ya puntualizados en el capítulo 6.
No obstante, nuestro enfoque va mucho más allá, discerniendo a través de su maravillosa trayectoria, las muchas cualidades morales y espirituales que se nos van presentando en casi todo lo largo de la misma.
Algunas, como ya se ha dicho, aparecen de forma simbólica o alegóricas; ésta, como la del guerrero tenaz y vencedor, de forma directa o “en vivo.”
No deja de ser paradójico que un hombre, del cual hemos dicho anteriormente que era muy pacífico, ahora digamos que fue al mismo tiempo un guerrero tenaz.
Y es que Abraham era pacífico, no queriendo contiendas ni altercados, prefiriendo la senda de la paz y concordia.
Pero tratándose de una situación distinta – la de su sobrino Lot llevado cautivo, con su mujer e hijas y sus bienes – brotaba en su fuero interno la disposición de ir a luchar por liberarlos, y recuperar todo lo que los reyes enemigos le habían robado.
Muchos años después vemos a David, del linaje de Abraham y su genética también, hallarse en una situación en algo parecida.
Al volver de Afec, donde los filisteos estaban apostados para guerrear contra Israel, se encontró con que Siclag, la ciudad en que él moraba en ese entonces, había sido asolada y quemada por los amalecitas, quienes también se habían llevado cautivas a las mujeres, y todos los demás que moraban allá, junto con sus bienes.
Fue un trance muy difícil, pues la gente que estaba con él se angustió mucho, y hasta hablaban de apedrearlo a él.
Mas David se fortaleció en el Señor, y le consultó inquiriendo si debía seguir a esos enemigos y si podría alcanzarlos.
La respuesta que recibió fue categóricamente afirmativa: “Síguelos, porque de cierto los alcanzarás, y librarás a los cautivos.” (1a. Samuel 30:8)
De los seiscientos hombres que iban con él, doscientos de ellos se quedaron atrás al llegar al torrente del Besor, pues no lo pudieron atravesar por estar totalmente exhaustos.
Pero los restantes cuatrocientos se sobrepusieron al gran cansancio que tenían, y con David al frente cayeron sobre los amalecitas mientras éstos estaban de fiesta, comiendo y bebiendo en celebración del gran botín con que se habían hecho.
Después de una larga lucha que duró desde aquella mañana hasta la tarde del día siguiente, logró vencerlos.
“Y libró David todo lo que los amalecitas habían tomado, y asimismo libertó David a sus dos mujeres.”
“Y no les faltó cosa alguna, chica ni grande; todo lo recuperó David.” (1a. Samuel 30:18-19)
No se nos dice que Abraham haya consultado al Señor, antes de emprender la marcha en pos de los enemigos que se habían llevado cautivo a Lot, con los suyos y los bienes.
No obstante, seguramente que en su fuero interno sabía que era su deber moral ir a intentar el rescate de Lot. No cupo en él para nada el razonamiento de que Lot se había buscado esa situación en que se encontraba, al ir a levantar sus tiendas cerca de Sodoma, y por lo tanto, “allá él”.
Fue así como armó a todos sus siervos – trescientos dieciocho en total – y con la ayuda de tres varones oriundos de esa tierra que eran sus aliados – Aner, Escol y Mamre – se lanzó a perseguir a los reyes que, con Quedorlaoemer al frente, se habían marchado con el botín que habían logrado, al vencer al rey de Sodoma y a los demás que estaban a su lado.
Sin lugar a dudas, fue una marcha larga y muy esforzada, igual que la de David y sus hombres. Al llegar a Dan, bien al norte de la tierra, les dio alcance y cayó sobre ellos de noche y los atacó, siguiéndolos hasta un lugar llamado Hoba, más allá de Damasco.
También, al igual que David, Abraham lo recuperó todo.
“Y recuperó todos sus bienes, y también a Lot su pariente, a sus bienes y sus mujeres y a la demás gente.”(14:16)
Hemos consignado someramente estos dos relatos, porque con ellos se identifica algo con que los verdaderos hijos de Abraham nos hemos encontrado, y que al mismo tiempo han de seguir encontrando cuantos lo sean, en las muchas y diversas ocasiones de las vicisitudes de la peregrinación terrenal.
En efecto, aunque en circunstancias muy variadas y distintas, el problema de fondo ha sido y seguirá siendo el mismo: enemigos declarados, que, aprovechando cualquier situación favorable, arrebatan almas y posesiones del pueblo de Dios, y los tiene apresados y a su merced.
En esas coyunturas se han de levantar varones y mujeres de valía y coraje, con la genética de Abraham, para acometer la tarea – ardua y esforzada – de luchar contra estos enemigos y arrancar de sus garras a los cautivos que se han llevado, y recuperar todos sus bienes perdidos.
No se trata de una lucha carnal, sino espiritual. En ella, se han de empuñar las armas de la fe, la palabra de Dios, la oración y el ayuno – todas con firme determinación, pero también con mansa obediencia al Espíritu Santo – buscando en todo Su tutela y Su gracia.
El pasaje del valle de los huesos secos que se encuentra en Ezequiel 37:1-10, nos brinda una significativa y muy importante aportación sobre el espíritu guerrero.
“Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos y vivirán.”
“Y profeticé como me fue mandado, y entró espíritu en ellos y vivieron; y estuvieron sobre sus pies un ejército grande en extremo”. (37:9b y 10)
Anteriormente, esos huesos que revivieron habían pertenecido a personas a no dudar de los más variados oficios y profesiones, tales como carpinteros, plateros, fontaneros, maestros, estudiantes, administrativos, etc.
Pero ahora, al entrar el Espíritu en ellos, experimentaron un brusco cambio de oficio: pasaron a ser guerreros!
En Éxodo 15:3 y Salmo 24:8 se nos dice que el Señor es varón de guerra, fuerte y valiente en batalla.
Por Su parte, nuestro amado Señor Jesús, en la arena del Calvario, demostró ser el formidable titán, que, a costa del más indecible y doloroso sacrificio, ganó la batalla más importante del universo y de toda la historia.
Sin lugar a dudas, Abraham, nuestro padre, tenía la genética del gran Dios – Padre, Hijo y Espíritu Santo – que está empeñado en la gran guerra contra el mal.
El enemigo del amor, la luz y la verdad, y todas sus huestes de maldad, fueron vencidas total y finalmente en la cruz del Calvario. (Colosenses 2:15)
No obstante, la desobediencia, tomar malas decisiones como la de Lot, y muchas formas en que se les puede dar lugar, les permiten todavía mantener cautivos a creyentes negligentes, incautos o carnales, y hacerse de un botín considerable.
Cuánta falta hace que ese espíritu del guerrero tenaz que fue nuestro padre Abraham, aflore en muchos de nosotros, para luchar con denuedo por su liberación, y la recuperación de todo el botín que esos enemigos malvados se han llevado!
Descubre en tu hombre interior, querido lector u oyente, esa genética del guerrero tenaz y vencedor. Ponte a potenciarla con el cultivo expreso de las armas espirituales que ya hemos citado.
Deja que el Señor te ayude a enfocarte en la cautividad de algún ser querido, familiar, vecino o amigo. Lucha y no cejes hasta lograr su completa liberación, y asimismo, el recobro de todo lo perdido, así como lo hicieron Abraham, y también David muchos años más tarde.
F I N