DEL ANTIGUO AL NUEVO # Capítulo 9 # Tercera parte
Del Antiguo al Nuevo
Capítulo 9
Tercera parte
Continuamos con el siguiente punto.
4) Bautismo en fuego,
“…él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.(Lucas 3:16)
“…y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego asentándose sobre cada uno de ellos.” (Los Hechos 2: 3)
Podría darse por sentado que todos los que reciben el bautismo del Espíritu Santo también son bautizados en fuego, pero la experiencia práctica demuestra palpablemente que no es así.
No nos sentimos capacitados para dar una razón clara, bien fundamentada en las Escrituras que explique el por qué. Asimismo, no nos parece sabio formular conjeturas o ahondas buscando explicaciones que bien podrían ser correctas, pero que también podrían no serlo.
Solamente lo presentamos como un hecho concreto en el pragmatismo de la vida eclesial y el ministerio. Estimamos que siervos avezados y con un un espíritu franco e imparcial, estarían de acuerdo en que, en la práctica, es esto lo que sucede.
Es decir que hay creyentes que dan muestras claras de haber sido bautizados en el Espíritu Santo. Sin embargo, el ojo o el olfato de quien ha recibido de veras el fuego, advertirá que el mismo no da señales de presencia en ellos.
Para alguno esto puede presentar reparos o interrogantes. Tal vez lo ayude el pensar que la ocasión inicial de Pentecostés es la única en Los Hechos en que se nos señala puntualmente el fuego, o mejor dicho lo que era como el fuego.
Esto no da pie a que descartemos por completo que se haya dado en otras ocasiones del relato de Lucas, quien escribió el libro. De hecho, Pablo evidentemente recibió ese fuego y se lo medió a Timoteo por la imposición de manos.
“Por lo cual te aconsejo que avives el fuego el don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.” (2a. Timoteo 1:6)
También muy posiblemente se lo haya comunicado a muchos otros más, como Tito, Aristarco, Epafras y otros.
La experiencia personal del autor en cuanto a esto, no puede encasillarse dentro de ningún patrón teológico. El bautismo en el fuego celestial lo recibió a la temprana edad de quince años, sin buscarlo ni saber nada del mismo.
En efecto, al escuchar por primera vez en su vida el mensaje del evangelio claramente presentado, y poco antes de que terminase la predicación, en su interior sintió dos o tres ráfagas de fuego muy poderoso, el cual le impactó profundamente, haciéndole muy consciente de la majestad y santidad de Dios.
Antes de continuar, debo agregar que como el fuego denota algo a lo cual se asemeja, pero no lo es exactamente, prefiero llamarlo una virtud o poder celestial.
Por otra parte, entendí con el correr de los años que aquello fue un sello, por el cual el Señor establecía mi absoluta pertenencia a Él.
Continuando ahora, esa misma noche y la siguiente, a solas en mi habitación, di la respuesta al mensaje que había escuchado, expresando en oración mi arrepentimiento por mis pecados, y mi fe en la muerte de Jesucristo en mi lugar, y creo que también en Su resurrección al tercer día.
Fue el inicio de mi vida como creyente e hijo de Dios hace ya nada menos que 80 años y unos meses – el comienzo de una larga trayectoria que en los años inmediatamente posteriores supo de muchos altibajos, e incluso una etapa de franca decadencia.
No obstante, esa llama de virtud o poder celestial impartida sin duda por el Espíritu Santo, si bien quedó sumergida o en un estado de languidez, por así decirlo, no pudo ser extinguida ni por mis propias torpezas, ni por el odio con que el enemigo trató de hacerlo.
Además, viendo las cosas retrospectivamente, creo que en la sabia economía de Dios, Él permitió todo eso, y a través de un profundo arrepentimiento posterior aprendí muchas cosas de valor, que de otra forma no habría podido aprender, y que me sirvieron de mucho en mi trayectoria ministerial posterior.
Continuando ahora con el hilo principal, llegada la ocasión del derramamiento del Espíritu Santo en mi vida narrada con anterioridad, la bendita llama de virtud o poder celestial comenzó a resurgir y avivarse. Posteriormente, en comunión con otros que también conocían por experiencia ese mismo fuego o virtud y poder celestial, me encontré con que cobraba más intensidad, y también comencé a conocer el fin que la misma perseguía, según el designio divino para mi pequeño destino en la vida.
Ese designio ha sido desde entonces, entre otros, el de impartir a otros de alguna manera esa bendita llama o virtud y poder celestial.
“Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después”, Jesús le dijo a Pedro en Juan 13:7.
Muchas veces es así. El Señor hace algo en nuestras vidas que no esperamos o no comprendemos, pero más tarde, con el correr del tiempo, se van desenvolvimiento los acontecimientos de modo tal que llegamos a entender por qué y para qué lo hizo.
Y esa mirada retrospectiva no sólo entiende el por qué y el para qué, sino que también aprecia y valora con inmensa gratitud la sabiduría, pericia y gracia del Señor, desplegada en todo Su trato con uno.
A esta altura, no debemos dejar de señalar la gran diversidad de formas en que el Señor ha obrado y obra en Sus siervos y siervas. Muchos llegan a un mismo fin, pero, llevados por Su mano diestra y omnisciente, por vías y senderos totalmente dispares.
Por eso, entendemos que tratar de encasillar la experiencia del bautismo en el Espíritu dentro de un patrón fijo e inamovible, y aplicable para todos por igual, es un craso error que refleja una falta de madurez y criterio espiritual.
Sin ir más lejos, en el Nuevo Testamento tenemos el caso de Pedro y Pablo – los dos más grandes apóstoles del primer siglo – que llegaron a recibir la plenitud del Espíritu de maneras muy distintas.
Las verdades cardinales siempre han de estar presentes, pero como Artífice Supremo que es, el Señor se reserva el derecho de moldear y forjar a unos y a otros de la forma especial y más indicada, según la idiosincrasia, necesidad y propósito que Él tiene para cada uno de Sus hijos.
Hablando del fuego celestial en sí, no se lo debe confundir con euforias, histerismos ni gritos desaforados, los cuales algunos a veces interpretan como muestras de fuego, poder o unción.
Verdad es que, a veces, impregnado del fuego divino, uno puede a veces levantar la voz, como vemos que lo hizo el mismo Señor Jesús en más de una oportunidad. (Ver Lucas 8:8 y Juan 7:37, etc.)
Con todo, ha de ser un hablar potente, limpio y claro, y que de verdad transmita a los que escuchan el bendito calor de la llama celestial, debidamente enmarcado, claro está, dentro de verdades bíblicas, también limpias y claras.
En ese sentido, hemos reflexionado, y también compartido muchas veces, algo que nos llama la atención en un extenso pasaje de Deuteronomio, el cual abarca desde el capítulo cuarto hasta el décimo.
En el mismo encontramos nada menos que diez veces una referencia a que el Señor ha hablado a Su pueblo de en medio del fuego. (Ver Deuteronomio 4:12. 15. 33 y 36; 5:4, 22, 24 y 26: 9:10 y 10: 4.)
Teniendo en cuenta Escrituras como Hebreos 1: 7 – “El que hace…a sus ministros llama de fuego”nos hemos propuesto y hemos exhortado a otros también, a hacer lo que Dios hizo, y desde luego sigue haciendo.
Esto es, antes de que nos toque ministrar la palabra de Dios, meternos en el fuego celestial, de ese trono que es fuego consumidor, para que así podamos comunicar y propagar esa llama bendita de amor, santidad y fe, que tanto nos eleva a Dios y a todo lo que es noble y puro.
Como tal hemos de buscarlo, y quienes ya lo hayamos experimentado, hemos de atesorarlo y no permitir que la bendita llama languidezca, antes bien, hemos de cuidar celosamente de mantenerla viva y ardiente.
5- Bautismo en la muerte de Jesús.
“¿ O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente por él para muerte por el bautismo…” (Romanos 6:3-4)
Este es un aspecto del bautismo que para muchos no cuenta en absoluto. Sin embargo, por esta cita que hemos consignado vemos la gran importancia que Pablo le atribuye, señalándolo como algo clave para todo el resto de la enseñanza del capítulo, enseñanza ésta, que por otra parte, abarca algo totalmente práctico de la vida cristiana.
En realidad, para un concepto integral del bautismo, debemos entender que se trata de una unión e identificación total con Cristo Jesús. Una parte de la misma debe ser, necesariamente, la de morir con Él y en Él.
La faceta siguiente que hemos de ver – la de la resurrección y novedad de vida en Él – nunca puede ser si no se ha abrazado de lleno primeramente una unión con Él en Su muerte.
No debemos pensar en esto último, como algo que se da por sentado que sucedió en el momento de la conversión, y ya ha quedado atrás, y que casi diríamos, como algo del pasado y ya casi olvidado.
No cabe duda de que la experiencia de Pablo fue algo tan radical y tan drástico, que al ser bautizado el tercer día en Damasco, para él fue un abrazar la muerte en cuanto a todo su pasado, al gran error en que había estado todo el resto de su vida, y también su viejo hombre o naturaleza carnal y pecaminosa, y esto, de la manera más categórica y real.
No obstante, hemos de reconocer que son muy poco frecuentes los casos en que esto sucede en la experiencia práctica, tan pronto después de la conversión. La gran mayoría, en un principio apenas si entendemos verdades tan elementales, como el arrepentimiento y la fe en la obra expiatoria de Cristo para el perdón de pecados.
Sin embargo, quienes perseveran con un anhelo de crecer y ahondar en la vida cristiana, generalmente llegan a entender la necesidad de un morir con Cristo, a fin de poder andar de veras en la dichosa novedad de vida que Su resurrección nos otorga y ofrece.
En ese proceso, se va más allá de pensar en pecados(plural) en sí, para tomar conciencia del pecado (singular) como un principio que se encuentra arraigado dentro de la misma naturaleza de uno.
Siguiendo en ese proceso, en el cual suele haber un trato sabio y personal con cada uno, se cae en la cuenta de que la única salida es la muerte.
De esta forma, se descubre que el plan divino de redención va mucho más allá de lo que se pensaba o sabía – que Cristo en Su muerte en la cruz, no sólo se llevó nuestros pecados, sino también nuestra vieja vida, o el viejo hombre como se lo llama en Romanos 6:6.
“…sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.”
Qué gloriosa liberación!
Después de luchar infructuosamente contra el pecado y darse por vencido y sin esperanzas, descubrir esta gloriosa escapatoria que Dios ha provisto con tanta gracia y sabiduría.
No más luchar, forcejear, debatirse con las pocas fuerzas que le quedan a uno, sino sencillamente capitular, rendirse y MORIR EN CRISTO.
El autor ha compartido de forma oral más de una vez su experiencia personal al respecto.
Hace ya no pocas décadas, bajo el trato del Espíritu Santo en su vida, llegó a verse, ante la santidad purísima e inmaculada de Dios, como totalmente inicuo e incurable, con la naturaleza carnal como algo tan egoísta, tan rebelde y en fin tan mala, que llegó a causarle un odio santo y a sentirse asqueado de todo ello.
Si bien nunca había caído en pecados como el crimen, adulterio o fornicación, llegó a verse, como dijimos, ante la santidad indescriptible de Dios, como totalmente inicuo y sin remedio. Para ello lo único que correspondía era la sentencia de muerte que, por la palabra de Dios entendía, ya había sido dictada en el Calvario.
Así, acostándose en el suelo, totalmente extendido, de la cabeza a los pies, una mañana abrazó esa muerte y sepultura en Cristo, permaneciendo en esa posición por un buen rato, para absorber y asimilarlo todo plenamente.
Eso marcó un hito importante en su trayectoria. Desde luego que en las vicisitudes, problemas y pruebas enfrentados a posteriori, ha tenido y tiene que ratificar esa posición de fe adoptada en ese día, en un todo en consonancia con la exhortación de Pablo en Romanos 6:11. a saber:-
“Así también, vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Concluimos expresando nuestra convicción de que es muy importante que haya una comprensión clara de esto – que al unirnos e identificarnos con Cristo en el bautismo, necesariamente ha de incluir hacerlo también con Su muerte.
De lo contrario, el fruto imprescindible de la santificación de que se habla al final del capítulo 6 de Romanos, podría muy bien no alcanzarse, con las consabidas consecuencias perjudiciales, que en tantos casos, han manchado el testimonio y hecho añicos las labores tesoneras de algunos, de tal vez muchos años.
Finalizando, debemos también señalar que el mismo Señor Jesús en Juan 8:36 al decir “…si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” expresó con todo hincapié y firmeza la misma verdad de ser librados de la esclavitud del pecado, aun cuando sin puntualizar expresamente la vía de muerte en Él que Pablo delineó en Romanos 6.
6) Bautismo en la resurrección de Cristo.
“Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.”
“ A fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.” (Romanos 6:4-5)
Esta es la siguiente faceta del bautismo, que viene, en un orden natural y lógico, después de la anterior de la muerte.
Sin querer ser indebidamente críticos, debemos afirmar que, algunos sin embargo buscan la vida de resurrección y tal vez hacen mucho hincapié en ella, pero sin haber pasado previamente por el aspecto anterior que hemos tratado – el de morir con y en Cristo.
Apenas si hace falta puntualizar que, no puede haber una resurrección real, sin que antes se haya experimentado la muerte.
Habiendo dejado eso en claro, pasamos ahora a señalar que, consistiendo el bautismo en una unión e identificación con Cristo, Su resurrección, de hecho forma parte del mismo.
Esto equivale a decir que en la visión completa del bautismo, la resurrección no puede de ninguna manera omitirse o dejarse de lado.
Además de los versículos de Romanos 6 que ya hemos citado y explicado, tenemos lo que se nos dice en Efesios 2: 5-6:
“…aun estando nosotros muertos en delitos y pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos) y juntamente con él nos resucitó´.”
Para mayor abundamiento, tenemos otra cita, ésta del Antiguo Testamento, que predice nuestra resurrección.
“Nos dará vida después de dos días, en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él.” (Oseas 6:2)
Así, tenemos la verdad gloriosa de que nuestra muerte y resurrección con Cristo y en Cristo, fueron dos cosas que ya acontecieron como hechos consumados por Dios en el Espíritu, ese día de la crucifixión del Señor, y el primer Domingo de Pascua, cuando Él resucitó, respectivamente.
Esto no se contradice de ninguna manera, por ser dos cosas que se verifican y revalidan en nuestra experiencia personal ahora, casi dos mil años más tarde.
En efecto, siendo dos cosas consumadas, como ya dijimos en y por el Espíritu, no se encuentran condicionadas ni por el tiempo, ni por el espacio a un lugar geográfico determinado.
Al tomar plena conciencia de esta verdad y echar mano de ella por la fe, sucede igual que con nuestros pecados, llevados por Él en el Calvario muchos años antes de que fueran cometidos.
Es decir, que lo acaecido en el Calvario y en ese primer Domingo de Pascua – Su muerte y Su resurrección – trascendiendo las barreras de tiempo y espacio, llegan a revalidarse en nuestras propias vidas muchos años después, y donde quiera que nos encontremos, por el Espíritu.
La vida de resurrección que tenemos en Cristo se define como una vida nueva regida por los dictados del Espíritu de Dios, y que ya no está bajo el régimen viejo de la letra, según reza en Romanos 7:6.
No obstante, se hace necesario aclarar que esto no significa de modo alguno el dejar la letra de las Escrituras, para ser guiados siempre y sólo por el Espíritu. Esto último es un evidente error que raya entre la ignorancia y el fanatismo; tristemente, algunos han caído en el mismo para su propio perjuicio espiritual.
La letra de las Escrituras – valga la frase – queda firmemente en pie, pero con la diferencia de que, con el hálito bendito del Espíritu, adquiere fragancia, nuevo frescor y vida.
Quienes lo están viviendo y experimentando, por cierto que saben muy bien el contraste entre esto, en lo cual se conjugan las dos grandes ES, a saber, Escrituras y Espíritu, y lo anterior de contar sólo con las Escrituras, y carecer del soplo vivificante del Espíritu.
La vida de resurrección también se puede resumir diciendo que se trata de caminar a diario como muertos al pecado, mas vivos para Dios, para servirle en Su plena voluntad, en amor, santidad, humildad y fe,
Aunque no se debe aplicar a rajatabla, y como si no pudiera haber ninguna excepción, es una vida que también nos imparte salud y energía física para poder vivir cada día en la voluntad divina.
Para ello tenemos una promesa muy concreta, de la cual podemos echar mano apropiándola por fe:-
“Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de los muertos mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús, vivificará también a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” (Romanos 8:11)
De verdad, ésta es una preciosa palanca que brinda un fuerte punto de apoyo para nuestra fe. Haciendo buen uso de la misma y valiéndonos de ella, podremos vivir en resurrección cada día, con fuerzas y vitalidad suficientes para cada tarea que nos asigne el Maestro.
Por último, la vida de resurrección es eterna, y como tal no ha de conocer la muerte jamás.
“Le dijo Jesús, Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.” (Juan 11:25-26)
Nuestro cuerpo mortal, de no mediar antes la segunda venida de Cristo, tarde o temprano habrá de perecer, pero la nueva vida impartida por el Espíritu en nuestro interior cuando renacimos, ha de perdurar por toda la la eternidad.
Bendita esperanza, cierta y segura, que hace que los que somos verdaderamente Suyos no temamos a la muerte física, como le temen los que no pertenecen al Señor!
En cambio, la vemos como un trampolín a un más allá de bienaventuranza y de gloria que ha de continuar para siempre jamás.
7) Bautismo en el amor cuadridimensional de Cristo que excede a todo conocimiento.
Aunque este subtítulo para algunos suene altisonante, lo hemos puesto de esta forma porque creemos que es la mejor forma de definir lo que hemos de tratar en este último punto.
Sin duda que algunos pensarán que es un poco rebuscado incluir esto como parte del bautismo. Con todo, volviendo al punto de que nuestro bautismo supone una unión e identificación plena con Cristo, no vemos cómo se puede prescindir de esta faceta, tan fundamental y maravillosa de estar sumergidos en el océano insondable del amor de Cristo.
Pablo, en su avance continuo hacia nuevas profundidades y mayores alturas, evidentemente llegó a experimentarlo, y en su grandiosa oración de Efesios 3: 14-21, pidió que eso mismo pudiese ser también la dichosa porción de los amados efesios, y además, por extensión, de todos los santos.
Por nuestra parte, no vemos a esto en que estamos – el ser sumergidos e inundados por el amor que excede a todo conocimiento – como algo que va separado, como una bendición adicional e independiente del resto.
Por el contrario, lo vemos como parte de un grande, gigantesco completo, un dignísimo exponente de la multiforme gracia de Dios. Y al ponerlo en último término, tal cual aparece cronológicamente en las Escrituras, lo hacemos con la convicción de que representa, y que de hecho es, el broche de oro, y la sublime culminación de algo grandioso y tan propio de nuestro magnífico y maravilloso Dios.
El fin a que Pablo nos lleva en esa oración a que nos referimos, habla de por sí y con la máxima elocuencia:-
“…para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.” (Efesios 3:19)
Seguramente no puede haber en esta vida una meta más alta, ni una culminación más estupenda, y nos ayuda a empezar a ver las cosas “a la Dios”y no dentro de los confines de nuestra pequeña y estrecha visión.
Al acercaros al fin de este capítulo, volvemos a señalar que no se ha de esperar que esta siete facetas conque concebimos el bautismo se han de alcanzar en su totalidad desde un principio, y todas simultáneamente.
Si bien los dos casos más destacados que tenemos en Los Hechos – Pentecostés y la casa de Cornelio en Cesarea – apuntan bastante en esa dirección, creemos bien fundado el afirmar que, aún en esas dos ocasiones, les quedaba un buen trecho que andar para llegar a la plenitud que hemos estado considerando.
Concluimos con el deseo, acompañado de una ferviente oración, que todo esto no represente para el lector u oyente una postura algo utópica y divorciada de la realidad de la vida cristiana, con sus muchos altibajos y vicisitudes.
Antes bien, pedimos que le plazca al Señor convertirlo en un vivo aliciente para así espolearlo a sondear nuevas profundidades y escalar nuevas alturas en su peregrinación hacia las moradas eternas del más allá.
Que en esta única vida que tenemos, – o más bien en lo que nos resta de ella – para servir y agradar al Señor, sepamos dejarnos llevar por el Espíritu Santo a nuestro más alto destino en este gran bautismo celestial – el ser llenos de toda la plenitud de Dios.
F I N