DEL ANTIGUO AL NUEVO # Capítulo 7 # Primera parte
Del Antiguo al Nuevo
Capítulo 7
Primera parte
Menor que el más pequeño en el reino de los cielos
“…pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él.” (Mateo 11:11b)
Esta sí que es una afirmación verdaderamente asombrosa. Jesús nos está diciendo que tú, querido lector u oyente, quien esto escribe, y muchos más que podemos considerarnos como muy pequeños, somos mayores que Juan Bautista, del cual a su vez acababa de decir que, de los que nacen de mujer, no se ha levantado otro mayor que él.
¿Cómo se entiende esto?
Para nosotros, evidentemente la clave que nos da la respuesta es la frase “de los nacidos de mujer.”
Aquéllos que verdaderamente hemos entrado en el reino de los cielos, amén del nacimiento natural de la madre que nos dio a luz, hemos tenido un renacimiento sobrenatural y espiritual, al nacer de lo alto o sea del Espíritu de Dios.
Esto de por sí nos ubica en un orden y un reino superior.
A veces hemos dado el sencillo ejemplo de una piedra preciosa de gran precio, contrastada con una planta – digamos un rosal – cuyo precio en términos monetarios sería muy inferior.
No obstante, la piedra en sí, por ser del reino mineral, es estática y no tiene vida ni capacidad de reproducción.
Por lo contrario, el rosal, que pertenece al reino vegetal – no al mineral – tiene vida en sí, con capacidad para crecer, desarrollarse y reproducir, lo que lo coloca en un nivel o plano superior.
En realidad, estamos en el reino de la superioridad del nuevo pacto sobre el antiguo. Juan Bautista representaba la culminación, la puntada final , si cabe la expresión, del antiguo pacto. En cambio, cualquier hombre o mujer renacido en verdad del Espíritu está dentro del régimen superior del nuevo.
De esta diferencia y de la superioridad del nuevo tenemos amplias y claras matizaciones en muchas Escrituras, entre ellas 2a. Corintios capítulo 3 y buena parte de la epístola a lo Hebreos.
En las epístolas de Pedro también tenemos varias que aportan en ese sentido, y particularmente dos, a saber:
“…nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegásemos a ser participantes de la naturaleza divina” (2a. Pedro 1:4)
Esa gracia tan superlativa de ser participantes de la naturaleza divina no se acordaba bajo el régimen de la ley mosaica.
El siguiente pasaje de 1a. Pedro 1:10-12 lo confirma claramente y con un fuerte hincapié:
“Los profetas que profetizaban de la gracia destinada a nosotros, inquirieron e indagaron diligentemente de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo y las glorias que vendrían tras ellos.”
“ A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo, cosas en las que anhelan mirar lo ángeles.”
En su muy bien conocida conversación con Nicodemo, de que se nos da cuenta en Juan 3, Jesús afirmó de la manera más categórica:
“De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” (Juan 3:3)
Es decir que, confirmando lo dicho anteriormente, quien está en el reino de Dios se diferencia de los que no están en él por haber tenido, además del nacimiento natural, un segundo nacimiento, que es espiritual, de lo alto y por el Espíritu de Dios.
Dado que en la cita de Mateo Jesús empleó las palabras “el reino de los cielos” y en las de Juan 3:3:3 y 5, “el reino de Dios”estimamos oportuno y necesario hacer una importante observación.
Algunos han afirmado, de forma oral y tal vez también por escrito, que no son una misma cosa. Según ellos, el reino de Dios está por encima del reino de los cielos, dando a entender implícitamente que quienes están en este último, se encuentran en una escala o grado inferior a los que están en el primero.
Sin embargo, como resultado de una consideración objetiva e imparcial de lo que aportan las Escrituras sobre el tema, hace unos buenos años llegamos a la conclusión de que en realidad son sinónimos, es decir que se trata de dos nombres distintos para designar una misma cosa.
Notemos que “el reino de los cielos” sólo aparece en Mateo – en 33 ocasiones para ser precisos – mientras que “el reino de Dios” en el mismo evangelio solo aparece unas pocas veces.
En los otros tres evangelios y en el resto del Nuevo Testamento sólo encontramos “el reino de Dios”.
De una simple comparación entre pasajes de Mateo con el reino de los cielos con otros evangelios con el reino de Dios, vemos que hay una absoluta coincidencia.
Veamos algunos, empezando por la versión de Lucas de la misma ocasión que nos narra Mateo:-
“Os digo que entre los nacidos de mujeres no hay mayor profeta que Juan el Bautista, pero el más pequeño en el reino de Dios mayor que él es.”(Lucas 7:28)
Otros ejemplos:-
“Desde entonces comenzó a predicar y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” (Mateo 4:17)
“…diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio.” (Marcos 1:15)
“Entonces dijo Jesús a sus discípulos: que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos!”
“Otra vez os digo que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios.”(Mateo 19:23-24)
La versión de Lucas por su parte pone así:
“Al ver Jesús que se había entristecido mucho dijo: Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!”
“Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una agua que entrar un rico en el reino de Dios.” (Lucas 18:24-25)
Además están las palabras de Jesucristo dirigidas a Pedro en Mateo 16:19:-
“…y a ti te daré las llaves del reino de los cielos.”
De ser cierta la tesis de que el reino de los cielos es inferior al reino de Dios, tendríamos que concluir que a Pedro, Su primer apóstol, Jesús le dio las llaves de un reino inferior al reino de Dios, lo que resulta totalmente inadmisible.
Para cerrar este más bien extenso paréntesis, señalamos que en su interpretación, las Sagradas Escrituras deben se tratadas con el máximo respeto. Cuando para justificar una cierta postura teológica que se pueda tener, se interpretan pasajes o versículos con una indebida flexibilidad para hacerlos concordar con la postura que se sustenta, se corre un riesgo seguro de caer en confusión y error.
Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte.
FIN