DEL ANTIGUO AL NUEVO # Capítulo 10
Del Antiguo al Nuevo
Capítulo 10
Luz parcial
Ahora volvemos al símil tratado en el capítulo 3, en el que
vimos a Juan Bautista como una antorcha que ardía y
alumbraba, en comparación con Jesús, el Sol Increado y
Eterno.
Inmediatamente después de referirse a Juan en esos
términos, Jesús les dijo a los judíos hostiles que le estaban
escuchando:
“…y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz.”
(Juan 5; 35)
De estas tres palabras – por un tiempo – podemos extraer
bastantes reflexiones.
El bautismo de Juan era de arrepentimiento para perdón de
pecados, según ya hemos visto anteriormente. La conciencia
de esos judías les inquietaba en cierta medida, sabiendo muy
bien que distaban mucho de ser rectos, justos y limpios.
Por lo tanto, una oportunidad como ésa de someterse al
bautismo que Juan les predicaba (ver Lucas 3:3) para así
lograr el perdón por sus muchas faltas y pecados, les resultaba
atractiva y deseable, al punto que Jesús afirmó que se
regocijaron en la luz de esa antorcha de Juan Bautista, el
portador de ese mensaje.
Pero el Maestro agregó de inmediato que fue por un tiempo.
Pasada la satisfacción inicial, bien pronto entraron en juego
otros compromisos e intereses – la manera en que habían
vivido antes por muchos años, sin importarles mayormente si
una cosa no era del todo recta o limpia, con tal de satisfacer
sus deseos de lucro o sus apetitos carnales.
De esta forma, la luz que había despertado en ellos ese
regocijo transitorio, se les hacía opaca, y ya no le daban mayor
importancia.
Así se termina cuando se entra con mal pie en las cosas
sagradas de Dios. Pasado un tiempo, el corazón y los sentidos
espirituales se insensibilizan, y a esas cosas sagradas ya no se
las trata como se debiera. En vez, se empieza a consentir el
mal otra vez, con resultados funestos.
Tal como hemos señalado en algunas oportunidades
anteriores, el pecado endurece, ensordece y enceguece, y si se
le deja seguir su curso indefinidamente, termina por
enloquecer a sus víctimas. Ver Números 12:11.
Pasamos ahora a considerar dos puntos importantes sobre
este punto de luz parcial en que estamos.
El primero de ellos es el de establecer dos posibilidades, una
vez que esa luz parcial ha amanecido en el alma de alguno.
Una es la acogida y respuesta favorable, pero que más tarde
se disipa y malogra; otra, una respuesta que abraza de lleno
esa luz, con un anhelo sincero y profundo que se abre más y
más a sus rayos benéficos, hasta irrumpir en la luz plena que
el Señor tiene para los Suyos.
La primera posibilidad ya ha quedado bien ejemplificada al
considerar las palabras de Jesús a los judíos que le
escuchaban.
“…y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz.”
No hace falta ampliar sobre esto por ahora.
En cuanto a la segunda, como muy buen ejemplo, tenemos lo
que se nos narra en Los Hechos 18:24-28 acerca de Apolos,
que era judío, natural de Alejandría.
De él se nos dice que era elocuente y poderoso en las
Escrituras, bien instruido en el camino del Señor, y de espíritu
fervoroso.
Haciendo buen uso de los medios y conocimientos con que
contaba, hablaba y enseñaba diligentemente y con denuedo en
la sinagoga, si bien conocía solamente el bautismo de Juan.
Aquí tenemos pues a un hombre con luz parcial e incompleta,
pero que se brinda con diligencia y fervor a ella, siendo un
excelente ejemplo de ser fiel en lo poco, y que también ha de
serlo en lo más, según Jesús nos enseña en Lucas 16:10.
Viendo su sinceridad y su fidelidad en lo poco que tenía – la
luz parcial del bautismo de Juan en que estamos en este
capítulo – el Señor se encargó de que por medio de Priscila y
Aquila, recibiese la luz plena del evangelio de la gracia de
nuestro Señor Jesucristo.
Lucas nos dice muy escuetamente:
“…pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte
y le expusieron más exactamente el camino de Dios.” (Los
Hechos 18: 26b)
En el relato de lo acaecido el día de Pentecostés, como así
también en el de lo sucedido en casa de Cornelio, y algún otro
caso, Lucas, quien escribió el libro de Los Hechos, nos cuenta
más o menos detalladamente los puntos principales, como el
arrepentimiento, la fe en Jesucristo, el bautismo, etc.
No obstante, y con el objeto de no ser innecesariamente
demasiado repetitivo o extenso, en oportunidades posteriores
no entra en detalles sino que generaliza con bastante brevedad
y concisión.
Veamos un par de ejemplos:-
“…una mujer llamada Lidia…que adoraba a Dios estaba
oyendo y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese
atenta a lo que Pablo decía.” (Los Hechos 16:14)
Asimismo, resumiendo el resultado de la predicación en
Berea, en los Hechos 17:1 se nos dice:-
”Así que creyeron muchos de ellos, y mujeres griegas de
distinción y no pocos hombres.”
Consignamos esto en apoyo de nuestro punto de vista – que
creemos que nadie podrá cuestionar – sobre la aportación de
Priscila y Aquila para con Apolos.
Entendemos que a pesar de la forma muy escueta en que lo
relata Lucas, Priscila y Aquila – y los ponemos en ese orden
porque es el que le dan las Escrituras – le comunicaron e
impartieron a Apolos toda la luz que ellos dos tenían del
evangelio pleno de la gracia del Señor Jesús.
Es decir, que podemos tener la certeza de que Apolos quedó
perfectamente interiorizado del Calvario, la resurrección del
Señor, la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés y todo
el resto de la revelación conocida por ellos.
Además, nos atrevemos a afirmar que, merced a su espíritu
diligente y anhelante, recibió la plenitud del Espíritu bien
pronto, y pasó a ministrar desde entonces esa luz plena que
ahora le había amanecido y llenado su vida.
Aunque esto signifique extendernos un poco en este punto,
creemos oportuno seguir brevemente la trayectoria de Apolos,
como uno que, tras de abrazar de lleno la luz parcial que
conocía, irrumpió en la luz plena, y continuó escalando
posiciones muy dignas.
En 1a. Corintios 3:6 Pablo define el ministerio de Apolos
como el de uno que riega. No siempre se ha valorizado
debidamente este aspecto; cuando se lo comprende bien, uno
cae en la cuenta de lo útil, precioso y maravilloso que
realmente es.
Cuando uno está seco y a punto de marchitarse, qué bendito
resulta que venga un siervo con agua fresca y abundante para
irrigar el alma sedienta, a fin de que recobre su verdor y
lozanía!
El símil de regar que empleó Pablo en la cita que hemos
dado, da a entender que los corintios se estaban secando, y
qué oportuna la visita que Apolos sentía que les debía hacer!
“…y llegado allá, fue de gran provecho a los que por la gracia
habían creído.” (Los Hechos 18:27)
Además, dio muestras de ser un evangelista no solamente
fogoso, sino también muy eficaz.
“…con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos,
demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo.” (18:28)
Con gran fervor, y esgrimiendo el arma irresistible de las
Escrituras, de la cual estaba tan impregnado, demolía todas
las reservas y objeciones de los judíos que lo escuchaban. De
esta forma, quedaban desarmados y convencidos de que Jesús
era en verdad el Cristo.
Pensando superficialmente, uno podría pensar ¿y quién no
sabe eso? restándole valor, por ser algo tan elemental.
No obstante, por ser judíos, ellos muy bien sabían que el
Cristo era el Mesías señalado por la profecía como el que
había de venir para redimir el género humano, que Su nombre
sería Emanuel, que significa el mismo Dios con nosotros, y
muchos más.
Y eso los ponía en la obligación moral ineludible de rendirse
de lleno a Él y honrarlo y servirle el resto de sus vidas.
Como vemos, uno que empezó con luz parcial, pero que,
merced a su disposición anhelante y fervorosa, pasó a la luz
plena, y pudo ser usado para impartirla a otros, y en
abundancia.
Todo esto en cuanto a la segunda posibilidad a que nos hemos
referido.
Ahora pasamos a otro aspecto que a menudo se presenta en la
práctica.
No es infrecuente encontrarse con creyentes, que, si bien
conocen al Señor Jesús como Salvador, viven y se
desenvuelven dentro de la esfera del perdón de sus pecados y
algún poco más.
Para ellos no parece contar el hecho de que, para que
pudiesen recibir ese perdón, fue necesario un sacrificio que,
desde todo punto de vista debía comprometerlos a vivir para
Él, sirviéndole con el mayor ahínco y empeño, y dándole lo
mejor de sus vidas.
Esto necesariamente ha de conducir a un nivel de vida
mediocre, con tibieza y egoísmo, que suponen el gran riesgo de
llegar a un mal fin.
No sabemos hasta qué punto tiene validez el dicho bien
conocido y repetido en algunos círculos, de conformarse
meramente con tener el pasaporte para el cielo.
Hace unos buenos años que vengo leyendo la Biblia, y he de
ser franco, en ninguna parte he visto que se dice tal cosa o se
habla de tal manera!
De todos modos, exhortamos a todo lector u oyente a que
destierre de su mente y corazón semejante actitud, y que en
lugar de ello se haga eco de lo que nos dice Pablo en 2a.
Corintios 5:14-15.
“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si
uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió,
para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquél que
murió y resucitó por ellos.”
Continuando en la misma línea, pasamos a considerar otro
aspecto, el cual surge del pasaje que se encuentra en Los
Hechos 19:1-7.
En el mismo se nos habla de la llegada de Pablo a Éfeso en su
tercer viaje misionero. Hablando a algunos discípulos, con su
olfato de ciervo avezado y de mucha experiencia y
discernimiento, bien pronto detectó que les faltaba algo, y les
preguntó sin dilación:
“Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis.”
La respuesta dada en el mismo versículo fue categórica.
“Y ellos dijeron: ni siquiera hemos oído que hay Espíritu
Santo.”
Por el resto del pasaje, entendemos que habían sido
bautizados por Juan para arrepentimiento, y no resulta
infundado suponer que lo habían sido como resultado de la
predicación de Apolos en Éfeso, antes de que Priscila y Aquila
– tal como lo expresa Lucas en el relato – le expusieran más
exactamente el camino de Dios.
Entendemos que todo el que es realmente renacido por el
arrepentimiento y la fe en Jesucristo, tiene el Espíritu Santo, y
esto, por el mismo hecho de haber nacido del Espíritu.
Entre otras Escrituras que lo confirman, tenemos 1a.
Corintios 3:16:-
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios
mora en vosotros?”
No obstante, en el terreno de la práctica, tenemos otro caso
de creyentes que están en el evangelio de Jesucristo, pero que
no están disfrutando de su luz plena, y esto, en su relación con
el Espíritu Santo.
Los corintios, a pesar de haber sido convertidos bajo el
ministerio de Pablo y ser bautizados y poseer dones
espirituales, daban claras muestras de no estar conscientes de
la morada del Espíritu Santo en sus corazones.
Pablo se lo tuvo que señalar, y lo hizo no sólo en el versículo
que ya hemos citado, sino también otra vez en 1a. Corintios
6:19:-
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,
el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois
vuestros?”
Por cierto que lo que ocurría en Corinto era una anomalía y
algo totalmente falto de desarrollo espiritual, lo cual en la
práctica se da con no poca frecuencia.
Tal vez se los podría definir como creyentes carnales, que
andan según los dictados de sus deseos, y a veces, hasta de sus
apetitos canales.
Si se les pregunta si creen contar con la morada del Espíritu
Santo en sus vidas, tal vez contesten afirmativamente. Sin
embargo, si llegan a sincerarse, muy posiblemente reconozcan
que es por haber sido enseñados de esa forma, es decir, que al
convertirse ya recibieron el Espíritu Santo.
Probablemente agregarían que no están muy conscientes de
Su morada en ellos, y descartarían por completo el haber
experimentado la plenitud del Espíritu.
Esto constituye otra muestra de luz parcial, y esto por parte
de quienes han tenido la experiencia de la conversión por fe en
el Señor Jesucristo.
En los tres casos que hemos citado: Juan 5:35, el de los
judíos hostiles al Señor; Los Hechos 18:24-28, el de Apolos, y
Los Hechos 19:1-7, los discípulos hallados por Pablo en Éfeso,
se debió a que sólo se les había impartido la enseñanza del
bautismo, lo cual constituía, como ya queda dicho, una luz
parcial e incompleta.
Los judíos a que nos hemos referido en el primer caso,
después de un tiempo, dejaron que esa luz parcial se opacase, y
todo indica que al final quedaron en tinieblas.
Por el contrario, los discípulos efesios y Apolos avanzaron de
la luz parcial a la plena.
Sin embargo, el caso que señalamos, de quienes estando bajo
el paraguas del evangelio pleno, y habiendo entrado en él por
la conversión, es algo distinto y peligroso.
Aquí no se trata de falta de luz o enseñanza, si bien en
algunos casos esto puede ser. Más bien se trata de detenerse en
un punto determinado, y no estar dispuestos a avanzar,
aceptando las responsabilidades y el compromiso que esa luz
plena demanda.
A la larga, esto no sólo resultará en que no se alcancen todos
los maravillosos beneficios de esa luz plena, sino que, como
consecuencia natural, se quedará en un estado de
semipenumbra que será muy perjudicial y peligroso.
Sepa el lector u oyente seguir el ejemplo de Apolos, y de los
discípulos efesios, que avanzaron e irrumpieron en toda la
gracia que nos trae la luz plena. No sea que, habiendo
comenzado en ella por la conversión, se detengan en una
mediocridad y dualidad que podría llevarlos a la ruina de su
alma.
Con el deseo de estimular a que se progrese con paso firme
hacia el disfrutar de ese luz plena, pasamos en el capítulo
siguiente a considerarla en sus principales virtudes y
proyecciones.
F I N