Cuatro Cosas Inescrutables
Capítulo 7
Mi testimonio personal

Nos apresuramos a anticipar que este capítulo supondrá descender de la altura cumbre del Señor Jesús, y la de un coloso formidable como el apóstol Pablo, a una dimensión milimétrica.
No obstante, nos sentimos movidos a incluirlo, por tener conciencia de que para que tenga peso y sustancia lo que uno expone sobre un tema determinado, resulta necesario haberlo vivido y experimentado, por lo menos en alguna medida.
El tema en cuestión, como sabemos, es que Dios a menudo sujeta a padecimientos a quienes ama entrañablemente.
Me sé, y me he sabido, muy amado por el Señor. No obstante, aquí se hace necesaria una importante aclaración.
En efecto, hemos oído de algún caso de quien se ha creído amado por el Señor de una manera especial y por encima de los demás.
Esto daría a entender que Dios ama a algunos de Sus hijos más, y a otros menos, lo cual resulta totalmente inaceptable.

Nunca he pensado que me ama a mí más que a otros de los Suyos. Al hablar del amor Suyo a mi persona, lo hago en términos de la expresión personal en que ha fluido y sigue fluyendo ese amor. Debemos recordar que en Su trato con cada uno, Dios nunca usa el molde ni la copia por papel carbónico, sino que lo hace con la creatividad, originalidad y variedad que le son características.
Hechas estas aclaraciones, paso a decir que me consta que el Señor ya me conocía y me amaba, cuando era un pequeño embrión en la matriz de mi querida madre.
Cuando yo tenía unos veinticuatro años de edad, ella me contó que durante los nueve meses del embarazo se sentía movida a leer la Biblia a diario.
Esto siendo ella católica romana, aunque en realidad nunca hablaba de la Virgen María, sino de Dios Padre e Hijo.
Posteriormente se convirtió claramente al evangelio de la gracia, y pasó a ser una mujer de mucha oración, pero en el tiempo a que se refería, a los católicos romanos se les prohibía o desaconsejaba la lectura de la Biblia.
Esto me hizo comprender que para el pequeño destino que me aguardaba, el Señor ya me había ubicado, antes de nacer, bajo la sombra de las Sagradas Escrituras.
Mi conversión a los 15 años de edad fue algo inesperado. Tenía un hermano sordo dos años mayor que yo, que falleció prematuramente en un accidente a los 23 años de edad.
La natural compasión que tantos sentían hacia él por su sordera, contrastaba en algo con el concepto que tenían de mi joven persona, puesto que yo era en algo dado a travesuras y no siempre muy obediente. Además, era muy aficionado al football y un apasionado simpatizante de mi equipo favorito en ese entonces, el Boca Juniors en la lejana Argentina.
Mi conversión fue el Domingo 27 de Diciembre de 1942. Hacia el final de la predicación por parte de un camarero convertido que llegó a ser un fiel siervo del Señor, en un local pequeñísimo en la aldea de Benavídez, a unos 40 km. al Norte de Buenos Aires, el Espíritu Santo atravesó mi pecho con dos o tres ráfagas de lo que yo llamaría una combinación de fuego y electricidad de alta tensión.
Dado que no era exactamente eso, sino algo que se asemejaba, prefiero en la actualidad llamarlo ráfagas de virtud o poder divino.
Lo cierto es que me comunicó una fuerte sensación de la omnipotencia y santidad de Dios, y mi vida se transformó de tal manera que, al contársele a alguien el gran cambio que había en mi vida, le costaba creerlo Más tarde comprendí que eso era principalmente un sello por parte de Dios. Años después, al estar fuertemente atacado por un poder demoníaco, a lo cual me referiré más adelante, en una ocasión pude captar el deseo intenso de ese poder malvado de quitarme o borrar ese sello. Felizmente, no pudo hacerlo, porque lo que verdaderamente hace Dios es indeleble e invulnerable, y no puede ser quitado ni borrado por el enemigo.
Esa temprana conversión mía fue el principio de un largo camino, en el que tenía muchísimo que aprender. Mi pasión por el football, y más tarde también por el ajedrez, llegaron a ser un gran estorbo para mi crecimiento y desarrollo, y estoy y estaré inmensamente agradecido al Señor por Su gran paciencia, destreza, sabiduría y firmeza, al perseverar conmigo a través de los años, a pesar de mis muchas torpezas e incoherencias.
Después de cumplir el servicio militar me bauticé, y pasé a cursar estudios por tres años en el centro de enseñanza de la Unión Misionera Neotestamentaria, en Temperley, un importante suburbio al Sur de la Capital, Buenos Aires.
Al terminar los mismos, me dedicaba, más bien en carácter de aprendiz, bajo la tutela de obreros muy dignos, a la obra práctica de evangelizar y alimentar a nuevos creyentes.
Pero sabía que en mi vida faltaba algo, pues tenía declives y vacilaciones, y a veces era como una vasija que se iba vaciando sin poder volver a llenarse.
Asimismo, todo lo aprendido en esos tres años parecía como una mera teoría, totalmente ineficaz, a la luz de los muy magros resultados, tanto en la evangelizacíon como en el formar creyentes estables.
En un momento dado – debe haber sido en Septiembre/Octubre, es decir en la primavera del hemisferio austral, en 1952 – sintiéndome tan vacío y necesitado, le pedí al Señor que de la forma en que Él quisiera, tomase mi vida en Sus manos, e hiciese algo nuevo, profundo y duradero. En otras palabras, una vida cristiana digna de vivirse, y no la experiencia tan magra de lo que estaba experimentando.
La respuesta vino no mucho después, pero de la manera más extraña y contradictoria que me pudiera imaginar. Lejos de mejorar, mi condición se agravó enormemente.
Seguramente por grietas y fisuras en mi vida espiritual, pasé a ser atacado feroz y brutalmente por una fuerza absolutamente diabólica.
Imposible entrar en todos los detalles, sólo diré que no fue algo breve y pasajero, sino que duró por unos buenos nueve años. Afortunadamente, los ataques del enemigo no eran constantes, sino intermitentes, de otra manera creo que habría perdido la razón.
A veces, me despertaba asombrado y azorado de estar
viviendo lo que se asemejaba a una horrorosa pesadilla.

Humanamente hablando, jamás hubiera yo elegido semejante camino, y por cierto que no se lo desearía a nadie.
Empero, el Señor se valió del mismo para quebrantar y humillarme, y a la postre me sacó de ese estado casi infernal, y pasó a enriquecer sobremanera mi vida toda.
Pero para que eso fuera posible, se hizo necesaria una terapia divina, para vaciarme de toda la amargura y ponzoña con que ese malvado poder diabólico había inundado mi ser.
Fue un proceso largo y laborioso, en el cual, no obstante, fui aprendiendo muchas cosas que no sabía ni me imaginaba, y que me iban a resultar más tarde de mucha utilidad en el ministerio.
En ese proceso a menudo lloraba y lloraba a raudales, sobre todo al buscar al Señor en oración. Se nos había enseñado (en la Escuela Bíblica Neotestamentaria) que debíamos cuidarnos del emocionalismo, pero no sólo me era imposible evitarlo, sino que después de llorar y llorar de esa forma, siempre sentía una gran paz y bonanza en mi alma.
Más tarde comprendí que una parte importante de todo eso era que se trataba de unos lavajes internos, para ir quitando toda esa maleza y ese odio satánico con que se me había llenado.
A veces lloraba con mucha, muchísima intensidad. Nunca me había imaginado que pudiera hacerlo de esa forma tan, tan intensa, pero a su debido tiempo aprendí una verdad alentadora, y a la vez muy aleccionadora.
Lo que dice en Santiago 4:5 “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” cobró para mí un significado que no había visto antes.
Relacionado con Romanos 8: 26-27, llegué a entender que ese llorar tan intenso, del cual yo me sentía incapaz, no era ni más ni menos que del Espíritu Santo, dando expresión a ese celo y profundo anhelo de que yo pudiera ser aquello para lo que fui creado, y no un frustrado y fracasado, como en cierto modo lo era por ese entonces.
Pero además, ese llorar tan intenso no era solamente la expresión de un profundo celo y anhelo, sino que a menudo culminaba de una manera práctica y real, al sentirlo como una fuerza interior que desataba nudos y rompía cadenas con que el malvado enemigo me había atado y esclavizado.
En suma, fue un dilatado proceso de terapia y liberación interior.
Quisiera aclarar que esa terapia que experimenté, nada tiene que ver con lo que en algunas partes se denomina la sanidad de la primera herida emocional, o algo parecido, por haberse uno sentido rechazado o maltratado por la madre, el padre o algún otro.
Fue una terapia basada en un profundo arrepentimiento por mis propias faltas y pecados, y nunca sentí que pudiera achacarlos a mis padres ni a ningún otro.
La otra postura entiendo que es falsa, resultando no en arrepentimiento sino en autocompasión, algo que brinda una efímera satisfacción – “yo, la pobrecita víctima inocente” – pero que no conduce a nada sólido ni bien fundado.
Además, en muchos casos contraría el quinto mandamiento, “Honra a tu padre y a tu madre” que es el primero con promesa de que nos vaya bien y nos sean alargados nuestros días de vida sobre la tierra.
En otro orden de cosas, deseo señalar que habiendo buscado al Señor cuando todavía era soltero para que llenase mi vida, teniendo todo el tiempo y demás a mi favor, por así decirlo, y no haberlo logrado, ahora que ya estaba casado se me presentaba un panorama que parecía bastante sombrío.
En efecto, teniendo que madrugar para el trabajo y ser el marido y padre que debía ganar el pan, llegando al final del día bastante cansado, me preguntaba qué esperanza podía tener, a esta altura de la vida, de lograr lo que antes, con mayores ventajas, no pude conseguir.
Sin embargo, al derramarse en mi ese espíritu de arrepentimiento, a pesar de todas mis obligaciones laborales, el cansancio natural y mucho menos tiempo disponible, por la gracia del Señor y de forma muy dilatada y laboriosa, paradójicamente pude alcanzar lo que anteriormente me había resultado inalcanzable.
Una pequeña, pero elocuente y emotiva muestra de lo inesperados que son muchas veces los caminos de Dios, que en casos como éste y muchos más, contrarían la lógica y los razonamientos humanos.
También debo señalar que al continuar este proceso de arrepentimiento y restauración estando casado, mi querida esposa Sylvia participó a mi lado del muy provechoso aprendizaje que resultó del mismo.
También debo decir que paralelamente a mi restauración hubo un enriquecimiento espiritual, como no podía ser de otro modo.
En ese sentido debo reconocer – y sería injusto no hacerlo – la enorme bendición recibida a través del ministerio de un gran siervo inglés ya fallecido, George Walter North.
Ya la primera vez que le oí, hace unos buenos años, al volver a mi esposa, que se había quedado a cuidar de los niños, le dije: “ Querida, esta tarde he oído predicar a un hombre como nunca antes he oído en la vida.”
Su ministerio se centraba en tres puntos fundamentales – el nuevo nacimiento, como una experiencia drástica y profunda, la eminente superioridad del nuevo pacto sobre el antiguo, y la del corazón purificado, con el consiguiente resultado de una santidad absolutamente genuina en todos los órdenes de la vida.
Todo esto lo exponía con tal claridad e insistencia, que debo decir que fue de él que aprendí cabalmente estas verdades capitales.
Además, como si fuera poco, aquí y allá daba perlas y joyas de revelación, que por así decirlo, engalanaban y hermoseaban su ministerio tan sobresaliente.
De él aprendí también, imperceptiblemente, a no usar notas en la exposición de la palabra. Desde luego, seguí orando y estudiando la palabra como siempre, con el fin de llenarme de tal modo de ella, que al predicar brotaba con toda fluidez.
En suma, concluyo diciendo que de no haber haber recibido y aprendido tanto de él, mi ministerio hubiera sido mucho más pobre.
Paso ahora a referirme a las bendiciones cosechadas con posterioridad a ese largo camino previo. Por la gracia del Señor he recibido muchos honores, pero al hablar sobre ellos, tomaré algunos y lo haré con discreción, pues es muy fácil, al testimoniar de las bendiciones recibidas de Él, pecar de inmodestia, y desde luego, que no deseo hacer eso.
Una de las dichas que el Señor me ha otorgado es la de poder viajar muchísimo proclamando Su palabra. Un amado hermano, al escribir el prefacio de uno de mis libros, se refirió a mí como “un viajero incansable.” Esto, desde luego, sólo la gracia divina lo ha hecho posible.
Si bien anteriormente ya había viajado y predicado en buena medida, hacia fines de Mayo de 1979 – casi 37 años después de mi conversión -salí junto con mi amada Sylvia, plenamente madurados, y de ahí en más, a menudo acompañado por ella, pero muchas veces yo solo, viajar y viajar, a todo lo largo de mi década de los cincuenta, de los sesenta, de los setenta, de los ochenta, hasta la edad de 92 años.
A esa altura, al regresar a Liverpool en un vuelo de Málaga por la noche del Lunes 2 de Marzo de 2020, la pandemia del Covid 19 – Corona Virus – que se estaba propagando por doquier, puso punto final a mis viajes.
Asimismo, paralizó prácticamente el tráfico aéreo, y afectó grandemente la actividad comercial, industrial y turística, a la par que se cobró numerosas víctimas en casi todas las naciones del orbe.
Más tarde, al amainar sensiblemente, los vuelos comenzaron gradualmente a reanudarse. Pero a esa altura, cumplidos mis buenos 94 años, como se comprenderá, ya no me daban las fuerzas para seguir viajando. Y esto me lleva hasta el presente, en que cumplidos 96 años y unos buenos meses, todavía me desenvuelvo de una humilde manera, enviando escritos seleccionados de mis distintos libros, editados y adaptados, a unas 65 personas, siendo un buen número de ellas pastores españoles.
Más tarde agregaré algún detalle sobre esto, pero debo volver atrás ahora, para consignar con cierto detalle los lugares más importantes, a los cuales me desplacé en mi labores de ese largo período, de Mayo de 1979 hasta Marzo del 2020.
Mis viajes han sido en pequeña medida en el Reino Unido, pero en una escala mucho mayor en España, donde he tenido el privilegio de viajar quizá como no muchos españoles -si alguno -lo han hecho, incluyendo las Islas Baleares – Palma de Mallorca, Ibiza, y creo que también Menorca.
Durante ese período de algo más de 40 años, durante 5 de ellos lo hice en la lejana Argentina. Visité iglesias en muchos lugares – al oeste, cerca de la frontera de Chile, en Esquel, Bariloche, Mendoza, Neuquén, San Rafael, General Alvear, Bowen, y la Escandinava.
Sobre la costa oriental Viedma, Carmen de Patagones y varias congregaciones de galeses radicados en la zona. Y en el Gran Buenos Aires, puntos tales como Rafael Castillo, Villa Elisa, San Miguel, y varios más cuyos nombres no recuerdo.
Ha sido un viajar continuo, visitando a las iglesias en una labor interdenominacional, en los primeros años acompañado algunas veces por mi amada esposa Sylvia.
Sobre los resultados de esa labor de varias décadas no me corresponde comentar a mí, sino a aquéllos que nos han conocido y recibido a través de los años.
También debo testimoniar, y otra vez sería injusto no hacerlo, sobre la gracia y sabiduría del Señor en brindarme en mi amada esposa la ayuda idónea tan maravillosa, y que yo tanto necesitaba.
De ella, fallecida hace ya casi cuatro años, no vacilo en afirmar que se supo ganar el cariño de muchísimos hermanos y hermanas, mayormente en España, pero también en todo otro punto donde me acompañó.
Además, ella sola llegó a visitar puntos en la Patagonia Argentina, donde había sido criada desde la edad de cuatro años hasta aproximadamente diez, en que por no haber escuelas para su educación, la familia entera se trasladó al importante suburbio de Quilmes, al sur de la capital Buenos Aires. Allí residieron por muchos años y fue allí donde la conocí años más tarde.
La última gracia divina que deseo consignar es la de capacitarme para escribir varios libros – en total 16 – el contenido de los cuales espero que sea un pequeño y modesto legado, pero sano y útil.
Tratando directamente con la imprenta – sin intermediarios – se ha podido ofrecerlos a un precio módico que los ha puesto al alcance de prácticamente todo el que desee adquirirlos.
De esta forma, casi todos están totalmente agotados, pero con una satisfacción adicional muy grande.
De una forma maravillosa, el Señor ha permitido y posibilitado que con el irrisorio precio de cinco euros cada ejemplar, pueda cubrir los gastos de imprenta, I.V.A. y distribución por transportista a más de 25 ciudades de España, etc.
Pero eso no es todo. Sin duda que, increíblemente para muchos, ha ido quedando siempre un interesante superávit, con el cual he podido ayudar económicamente a siervos fieles y causas dignas, sobre todo en España, pero también en la Argentina, Bolivia, varios países del África, Estonia, Rumanía y varios más.
Además, hasta hace no muchos años he estado apoyando a un siervo muy digno, fallecido hace poco más de un año, y que viajaba a lugares muy necesitados en la India, Nepal y otros países del lejano oriente. Asimismo, a una organización de ayuda a refugiados y asilados, con asiento en la ciudad de Liverpool.
La satisfacción – muy grande por cierto – es la de poder ayudar a tantos con el fruto de mis labores como escritor, comprobando a la vez la verdad brotada de la boca del Señor Jesús, y reiterada por Pablo en Los Hechos 20:25.-“Más bienaventurado es dar que recibir.”
Acercándome al fin, agrego ahora que de los escritos aludidos ya, dirigidos a unas 65 personas, me consta que algunas de ellas las utilizan como la predicación en la reunión principal del Domingo por la mañana. De esta forma, hasta se podría dar que mi palabra, leída por el respectivo pastor o la pastora se entiende, podría llegar en una, dos, tal vez tres o cuatro iglesias a la vez un domingo a la mañana, lo que supera lo que lograba al viajar y predicar en persona!
No puedo menos que pensar en el Salmo 92: 12-15, si bien lo hago con inmensa gratitud y desde luego sin el menor atisbo de engreimiento, pues es sólo por la gracia y la gran paciencia del Señor para conmigo.
“El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano.”
“Plantados en la casa de Jehová. En los atrios de nuestro Dios florecerán.”
“Aun en la vejez fructificarán; Estarán vigorosos y verdes,” “Para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia.”

Y por último, tal vez, aparte del envío de mis escritos, algunos preguntarán ¿Qué otra cosa hago y de qué recreo disfruto a esta avanzada altura de mi vida?
Una de ellas es que los días Domingo por la mañana, imposibilitado de viajar para asistir a reuniones, presencio a través del conocido sistema de zoom, las reuniones de una de las muchas iglesias, denominadas fellowships, fundadas bajo el ministerio del ya citado hermano y siervo George Walter North.
La misma está situada en Reading, más bien cerca de Londres, donde yo residía antes del traslado a Liverpool con mi querida esposa. En esa iglesia nos congregamos Sylvia y yo por nada menos que 18 años, antes de trasladarnos a Liverpool, en 2012.
Desde entonces ha crecido considerablemente, y tiene la particularidad de ser el fellowship más inorganizado (!) de todos.
El púlpito queda vacante, con un micrófono, y cualquiera que tenga algo que compartir de parte del Señor, puede hacerlo con toda libertad. La alabanza lleva una unción muy preciosa, que hace que sea un deleite escucharla y acompañarla; al fin suele haber una palabra de edificación muy sana y de mucho provecho.
Resumiendo en cuanto a esto, a veces digo que ese lapso de duración de la reunión, de 10.30 hasta aproximadamente las 12.10, constituye los cien minutos dorados de mi semana!
En otro orden de cosas, durante estos meses de la temporada estival, consigo que ya sea una de mis hijas, o hermanos allegados, me lleven a un hermoso parque, para disfrutar de capuccinos descafeinados en el patio exterior de la cafetería, los cuales en realidad me encantan. A veces, siendo Sábado, hay una banda – Penny Lane Band se llama – que toca muy bonito y constituye un agradable agregado a lo ya dicho.
Y ¿que del final del otoño y del invierno que sigue? se preguntará alguno.
Pues entonces, muy bien acurrucado, siguiendo la regla – “Desayuna como un rey, almuerza con un príncipe y merienda y cena como un mendigo, e irá muy bien contigo” – paso los días en mi piso, sin salir a la intemperie.
Pero como nota final, debo agregar, y otra vez sería injusto no hacerlo, el maravilloso servicio que me presta una querida hermana de unos 65 años de edad, bien remunerada por supuesto – sería inconcebible que no lo fuera.
Ella me hace las compras y la limpieza tres días a la semana, y el lavado de ropa generalmente una vez. Lo hace con tal esmero, constancia y bondad, además de ser sanamente risueña, que los días que viene su presencia siempre resulta de sumo agrado en todo sentido.
Y sólo queda añadir ahora, que así las cosas, cumplidos casi los 96 años y medio de vida, aguardo el momento en que el Señor me ha de llevar de este mundo al más allá eterno.
Allí, por Su gracia infinita e inmerecida, he de estar por una eternidad sin fin con el bendito Crucificado a Quien le debo la vida eterna, además del Padre de Gloria, mis seres queridos y la multitud innumerable de redimidos por la gracia del Cordero inmolado.
Cantando y alabándoles con gozo inefable, y todo el pesar, debilidad, enfermedad y cansancio dejados atrás para siempre, otra vez, debido a Su gracia, absolutamente inmerecida, siglos y siglos de un futuro interminable y glorioso, de bendición, gozo y bienestar para siempre jamás.
Sólo agregar: ALELUYA, AMÉN.

Junio 14 de 2024.

FIN