Cuatro Cosas Inescrutables
Capítulo 5
El apóstol Pablo (III)

Empezamos por decir que, sólo en el más allá, se podrán valorar debida y cumplidamente todas las repercusiones y el riquísimo fruto de una siembra tan abundante y generosa, pero también tan dolorosa.
Su vida fue levantada, indudablemente, como un ejemplo, no solamente para sus contemporáneos, sino también para todos los que habríamos de abrazar la fe cristiana y seguir y servir al Señor.
“Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de todos los que habrían de creer para vida eterna.” (1a. Timoteo 1:16)
El Señor Jesús fue, y es, desde luego, el modelo absolutamente perfecto. Sin embargo, Dios necesita valerse de hombres y mujeres, aun cuando sean imperfectos, para que sirvan de modelo y ejemplo para los demás.
Cuánta inspiración y cuánto deseo de superarnos y alcanzar nuevas y mayores alturas, hemos recibido de esta forma de centenares, miles y millones de santos a través de los siglos!
Aun al escribir estas páginas sobre el apóstol Pablo, uno se ha sentido y se siente profundamente impactado y conmovido por tanta nobleza, por amor tan apasionado y sacrificado, y a la vez desinteresado, y por tantas otras virtudes desplegadas a menudo en medio del dolor y el sufrimiento.
Hace no mucho tiempo hemos leído biografías de varios siervos y siervas de los últimos siglos. Todos ellos en un tiempo fueron usados grandemente en sanidades y milagros portentosos, pero nos quedamos con tristeza al saber del mal fin que tuvieron algunos, y las etapas muy oscuras en cuanto al testimonio de unos y otras.
En la trayectoria de Pablo nada de eso encontramos. Hilando muy fino, se puede detectar su error por exceso de celo, al insistir en subir a Jerusalén, aun cuando por el Espíritu se le había advertido que no lo hiciese, esto último según se nos dice en Los Hechos 21:4.
Pero esto nos parece una insignificancia, en comparación con manchas muy feas y tristes consignadas fehacientemente en las biografías a que nos referimos.
Decimos esto con objetividad, pero también con un sano temor y temblor, implorando al Señor que no permita que en ningún momento seamos de tropiezo para otros, ya sea con errores garrafales o con una conducta incoherente.
Quizá el mayor legado que nos ha quedado de Pablo sea el relato de su trayectoria y vida ejemplar, junto con el acopio riquísimo de verdades, luz y enseñanza en todos los órdenes que se nos brinda en sus epístolas. De esto vale la pena que nos ocupemos, por lo menos con algún detalle, y por lo tanto pasamos a hacerlo.
Empezamos por notar que la palabra gracia aparece en el Nuevo Testamento unas ciento cuarenta y tres veces, de las cuales noventa y dos son de la pluma de Pablo, si es que él no escribió Hebreos. De ser suya la autoría de ese libro, serían exactamente cien, mientras que la totalidad de los demás escritores del Nuevo Testamento alcanzaría a cuarenta y tres.
También es digno de señalarse que en todas sus epístolas, con excepción de Hebreos si es que él la escribió, su salutación inicial siempre lleva la palabra gracia, al igual que la conclusión al cierre de la epístola.
Además, entrelazada en medio de la enseñanza, exhortación, amonestación o ruego, vuelve a aparecer vez tras vez la misma bendita palabra, denotando que todo comienza, continúa y concluye de pura gracia.
Este vocablo, digámoslo de paso, tiene en el Nuevo Testamento dos acepciones principales, a saber, la de un favor gratuito e inmerecido (ver Efesios 2:8-9) y la de una capacitación divina para poder realizar algo, que, librados a nuestros propios medios y recursos nunca podríamos lograr. Ver 1a. Corintios 15:10.
Por otra parte, cada una de sus epístolas lleva un sello de singularidad, mientras que la totalidad de las mismas abarca un panorama, casi diríamos completo, de todo el orden neotestamentario, tanto para la iglesia en su acepción doble de local y universal, como en toda la gama del ministerio en general.
Comenzando por Romanos, vemos que después de manifestar su deseo de visitarlos en Roma y de sentirse en la obligación moral de predicar el evangelio – tanto a griegos como a no griegos, y a sabios como a no sabios – expresa su absoluta confianza en el mismo como el poder de Dios para salvación por medio de la fe.
De ahí en más, y vista la imposibilidad de viajar a Roma en el futuro previsible, pasa a despacharse con una exposición del evangelio, que por ser tan vasta y rica, resulta una mina inagotable de verdades y principios de la mayor importancia.
Llama la atención su visión amplia y vasta del evangelio.
En muchos círculos, prevalece el concepto de que predicarlo significa proclamar su mensaje de arrepentimiento para el perdón de pecados y la salvación.
Tengamos presente que está escribiendo a creyentes bautizados y enseñados en doctrina.
Por el versículo 15 del primer capítulo -“…pronto estoy también a anunciaros el evangelio a vosotros” – y por la forma en que se desenvuelve la epístola, vemos que para él es mucho más que eso – en total consonancia con sus palabras “el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo” que aparecen en Efesios 3:8b.
De esto último nos hemos de ocupar más adelante en detalle en varios capítulos posteriores. Para el caso particular de Romanos en que estamos, nos ceñiremos a señalar someramente las facetas principales, con algún breve comentario aquí y allá.
En el primer capítulo arranca desde el principio de la culpabilidad de los seres humanos, que teniendo evidencias clarísimas de un Dios Creador de todo el universo, optaron por sus razonamientos necios a prescindir de Él totalmente, y adorar a la criatura y no al Creador, con las nefastas consecuencias que esto les acarreó.
De ahí en más, demostrando que todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios, pasa a la conclusión inevitable de que la única forma de poder ser justificados, es por la redención gratuita que se ofrece en Cristo Jesús.
Todas las consecuencias beneficiosas de esta redención se van puntualizando gradual y ordenadamente, hasta llegar hasta el estupendo final del capítulo 8.
En los dos siguientes – el 9 y 10 – manifiesta su gran pesar por el celo no conforme a ciencia de Israel, que no se sujeta a la justicia establecida por Dios en Cristo Jesús, e insiste en “ganarse el cielo” mediante su vano intento de cumplir todas las obras de la ley.
Después de señalar cómo, por ese tropiezo de Israel vino la salvación a los gentiles, y hablar del tiempo en que se alcance la plenitud de los mismos – los gentiles – pasa a señalar el retorno masivo de Israel – concluyendo con un clímax de inefable profundidad y grandeza en los versículos 32 al 36 del undécimo capítulo.
“Porque Dios sujeto a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos. Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! Cuán insondables son sus juicios y e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero para que fuese recompensado? Porque de él, y por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.
Leyéndolo detenidamente, esperamos que el lector u oyente pueda sondear algo del abismo insondable, el océano infinito, sin margen ni fondo, y sin el menor límite, del Glorioso Ser Divino.
Él es la fuente eterna de todo bien, a quien nadie le ha podido entender cabalmente, y mucho menos darle algún consejo.
Nunca ha tenido que aprender nada de nadie, pues lo sabe todo desde la eternidad; no le debe ningún favor a ninguno, pues todas las cosas son de Él, por Él y para Él -¿y cómo no se ha de darle el tributo de toda la gloria por los siglos de los siglos?
En síntesis, se trata de un pasaje que nos estimula de verdad, y nos hace sentir inmensamente agraciados por ser hijos y siervos de semejante Dios.
Equilibrando sabiamente esas profundidades y alturas, Pablo pasa, a partir del capítulo 12, a la enseñanza práctica en cuanto a la vida cotidiana en el aspecto fraternal, como también en el cívico, como ciudadanos que debemos tener una conducta correcta e irreprochable para con las autoridades superiores.
Como nota final de interés, hace constar en dos ocasiones el nombre de la patria española (15:28 y 28) lo que constituye un honor para España.
En el capítulo final se extiende en saludos de forma personal para un buen número de fieles. Esto lo muestra como un hombre múltiple, tremendamente inspirado en la grandeza excelsa del consejo divino, pero “con los pies bien puestos sobre la tierra” y que se acordaba con cariño y de manera individual de los muchos santos y fieles que conocía.
En la 1a. Epístola a los corintios lo tenemos escribiendo con mucho pesar a una iglesia saturada de problemas – el de divisiones internas, el de un serio pecado de inmoralidad, de pleitear hermano contra hermano ante los incrédulos, del mal uso del don de lenguas, de sostener algunos que no hay resurrección de los muertos, y de otros desórdenes que había entre ellos.
Sus correcciones y exhortaciones en cuanto a ellos aportan un caudal inestimable, y constituyen una orientación clara y precisa de cómo debe actuar la iglesia local, cuando se presenten problemas de esa índole o afines.
Evidentemente, en una situación semejante, espíritus malvados estarían aprovechando para operar y causar estragos, pero se debe tomar debida nota de que de ninguna forma les exhortó a que los reprendiesen y expulsasen. En cambio, la terapia que recomendó fue la de limpiar la casa y ponerla en orden, por así decirlo, para así quitarle todo terreno a esos malos espíritus.
Por último, señalamos que antes de pasar a escribir sobre todos esos fallos, aun conociendo la gravedad de algunos de ellos, expresa su absoluta confianza en el hecho de que, al final de cuentas, no sería el enemigo, sino el Señor Quien se saldría con la Suya.
“…el cual os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.”(1a. Corintios 1: 8-9)
La segunda epístola a los corintios es muy distinta de la primera. En ellas, ente muchas otras cosas de sumo interés y valor, vemos como Pablo defiende su apostolado ante la influencia perjudicial y perturbadora de falsos apóstoles. Lo hace con un cierto grado de amor propio, a nuestro criterio plenamente justificado.
También da muchos detalles de sus sufrimientos, a los cuales ya nos hemos referido con amplitud. Los capítulos 8 y 9 sobre la ofrenda para los santos dan una clara y útil orientación sobre el tema.
Pero para nosotros la nota más destacada se encuentra en el capítulo 3, en el cual traza con claridad y acierto las diferencias y contrastes entre el antiguo y el nuevo pacto.
Este pasaje, junto con buena parte del libro de Hebreos, son los que más aportan sobre la superioridad del Nuevo Pacto o Testamento sobre el Antiguo.
Este es un aspecto de capital importancia, que debe ser bien comprendido y asimilado por todo creyente que desea progresar con bases firmes en su vida espiritual.
Las siguientes epístolas son más bien breves, con la sola excepción de Hebreos, que, al igual que muchos, entendemos que la escribió él. No obstante, contienen muchísimas cosas de la mayor importancia.
La tónica general de Gálatas, o más bien su tema principal, es la nefasta postura de los judaizantes. Con pesar tenemos que decir que algunos, que en tiempos idos corrían bien, y estaban bien compenetrados en el evangelio puro de la gracia, actualmente se han extraviado, cayendo en el error de los que llamaríamos judaizantes en la versión de los siglos veinte y veintiuno.
Muy bien les haría reflexionar con una sana apertura, y de forma bien detenida, sobre el contenido clarísimo de esta epístola, lo que les podría servir para retomar el camino de la verdad en Cristo Jesús.
Efesios tiene como nota principal las dos grandes oraciones de Pablo en los capítulos 1 y 3. Las consideramos, después del Padrenuestro y la oración sumo sacerdotal del Señor en San Juan 17, como las más sublimes del Nuevo Testamento.
Pero también hay aspectos prácticos de la vida matrimonial, familiar y el andar ordenadamente, redimiendo el tiempo, que bien merecen que se les dé una buena consideración.
Filipenses, también escrita desde la cárcel en Roma, tiene mucha sustancia y peso. La nota más destacada es la exaltación del nombre de Jesús sobre todo nombre, contenida en el capítulo 2.
Nos agrada pensar que grandes personajes de la historia, algunos de ellos que no quisieron tener nada que ver con Él, y otros que le fueron muy hostiles, tendrán que unirse a nosotros, los que por Su gracia le hemos sido fieles, doblando sus rodillas ante el dignísimo y maravilloso Cordero inmolado.
Colosenses se escribió al mismo tiempo que Efesios y tiene
muchas cosas en común, pero también debe notarse el fuerte
hincapié que Pablo hace en la grandeza y plenitud de Cristo.

Citamos 2:9 “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad.”como una muestra de ello, a lo cual debe agregarse, entre otros, el pasaje del primer capítulo que va del versículo 15 al 20.
Aunque no lo transcribimos para no extendernos demasiado, recomendamos al lector u oyente su lectura cuidadosa.
La 1a. carta a los Tesalonicenses tiene la particularidad de que cada capítulo, hacia el final, concluye con una alusión a la segunda venida, casi como una pieza musical con un tema central que se repite armoniosamente. Se la considera la primera epístola escrita por Pablo.
En la 2a. recuerda a los fieles lo que antes les había dicho en cuanto a la manifestación del hombre de pecado. También contiene exhortaciones muy prácticas entre las cuales figuras “si alguno no quiere trabajar tampoco coma!” – en otras palabras, que se entregue a un ayuno forzado!
Esto nos lleva a las epístolas a Timoteo, Tito y Filemón, todos ellos hijos espirituales suyos. En ellos, además del rico caudal de consejos, enseñanza y advertencia que contienen, se pone de relieve su amor y preocupación por cada uno de ellos, acompañado de sus continuas oraciones a favor de todos ellos.
En conclusión y en suma dos cosas. La primera, el legado que sus epístolas nos han dejado a todos los santos de todos los tiempos es inestimable.
La segunda es que su vida toda, tan ejemplar y de tanta

versatilidad como evangelista, apóstol, maestro, pionero,

hombre de oración como el que más, y muchísimo más, lo
colocan en el nivel de un auténtico Grande entre los grandes.

FIN