Cuatro Cosas Inescrutables
Capítulo 4 – El apóstol Pablo (11)

Ya anticipamos que comentaríamos los pasajes de 2a. Corintios 11:23-33 y 12:1-10.
En los mismos encontramos muchas cosas que no aparecen en el relato de Lucas en el libro de Los Hechos.
El listado de padecimientos, que nos da el primero de esos dos pasajes es impresionante, y a la vez conmovedor.
“En trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligro de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno.”
Aquí nos detenemos brevemente para explicar la razón de
“cuarenta menos uno” para alguno que pudiera desconocerla.

En Deuteronomio 25:3 la ley mosaica especifica lo siguiente:
“Se podrá dar cuarenta azotes, no más; no sea que, si lo hirieren con muchos azotes más que éstos, tu hermano se sienta envilecido delante de tus ojos.”
En consecuencia, al azotar a alguien los judíos siempre se detenían en el trigésimo noveno, para evitar toda posibilidad de que, por un error en la cuenta, se sobrepasasen los cuarenta, violándose así la ley.
La lista continúa.
“Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, en trabajo y en fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez.” (11: 25-27)
Por cierto que la lectura de todo esto nos conmueve profundamente, y nos hace sentir diminutamente pequeños e indignos, ante un coloso de semejante envergadura.
También cabe la reflexión de que, tanto dolor y sufrimiento, sólo los puede haber sobrellevado airosamente merced a una inmensa gracia divina; de otra manera habría enfermado y fallecido muy pronto. Pues consideramos que sin esa gracia especial, ni él ni ningún otro ser humano podría sobrevivir.
Tomando como ejemplo lo de una noche y un día como un náufrago en alta mar – no sabemos en qué tipo de embarcación habrá sido – o si peor todavía, estaría aferrado a un tablón – con peligro de ser devorado por tiburones! -o de pescarse una pulmonía mayúscula y sin ninguna posibilidad de asistencia médica!
Como si lo anterior no fuera suficiente, agrega la carga emocional que le embargaba por la preocupación por todas las iglesias.
“y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar y yo no me indigno? (11:28-29)
Había engendrado muchos hijos espirituales y fundado un buen número de iglesias, y como padre espiritual llevaba en sus entrañas la carga de todos ellos y todas ellas.
Muchos de ellos, como los tesalonicenses, los efesios y los filipenses, seguían bien y le traían satisfacciones.
Por el contrario, los graves problemas tratados en las epístolas a los corintios y a los gálatas, nos dan una buena idea de sus muchas lágrimas y quebrantos, que sin duda le acarrearían frecuentes desvelos.
Y además de todo esto (!) sentía la misma inquietud y solicitud por iglesias y santos que nunca había visto, como los colosenses y los romanos, a los cuales escribió epístolas que evidenciaban su amor y preocupación por ellos.
En un nivel individual, también leemos en sus epístolas de su preocupación e intercesión por Timoteo, Tito y otros, anhelando que fueran plenamente formados como auténticos siervos del Señor.
Además de ellos, debemos nombrar a Aquila y Priscila, Estéfanas, Fortunato y Acaico, Sópater, Aristarco, Segundo, Gayo de Derbe, Tíquico y Trófimo, y seguramente muchos más.
En el aprovechamiento del tiempo en un grado máximo, al ser acompañado por ellos en sus distintos viajes, les impartía exhortación y enseñanza, lo cual le convertía en el “decano” de lo que en una obra anterior hemos denominado “La escuela móvil de formación ministerial.”
Agregamos todavía más!
“Por tanto velad, acordándoos que por tres años, de noche de día no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno. Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios y al la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados. Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir.” (Los Hechos 20:31.35)
Todo esto nos hace sentir muy por debajo de tamaña nobleza, sacrificio y amor puro y desinteresado. El Señor tenga misericordia de nosotros, y nos ayude a mejorar nuestro nivel de vida, para asemejarnos más en nuestro espíritu y conducta a semejante varón de Dios y al bendito Crucificado.
Todavía nos falta hablar del aguijón de la carne, del cual él escribe en 2a. Corintios 12:1-10.
No creemos provechoso hacer conjeturas sobre qué era
exactamente ese aguijón. Baste decir que se trataba de un
mensajero de Satanás que lo abofetease, como lo definió él.

¿Qué tal nos resultaría a nosotros -tener que recibir bofetada tras bofetada de un enviado del mismo Satanás!?
No obstante, ese aguijón se prestaba admirablemente para un importantísimo triple propósito divino. Él oró al Señor que lo quitase tres veces, pero el Señor le contestó negativamente, y la respuesta que le dio nos una clave de ese propósito.
En primer lugar -dada la grandeza de las revelaciones recibidas – entre ellas la de la ocasión en que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. Había el peligro de que se envaneciese, lo que habría acarreado muy malas consecuencias. Este aguijón actuaba como una vacuna contra ese peligro, sumamente dolorosa, pero muy eficaz.
En segundo lugar, había la promesa de una gracia especial que le sería suficiente para sobrellevarlo airosamente.
Y en tercer y último lugar, estaba el beneficio inestimable de que la gran debilidad que experimentaba, daría cabida a una mayor medida del poder de Cristo, que de esa forma se perfeccionaría en él.
En los versículos 9b y 10 tenemos su sorprendente y casi increíble afirmación!:
“Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien de mis debilidades, para que repose en mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo, me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”
Una cosa es leer sobre esto y prestarle un asentimiento mental, pero otra muy distinta es gozarse de veras cuando le toca a uno pasar por esas cosas como las que él menciona en ese pasaje.
Uno se maravilla de cómo el Señor logró comprimir tanto denuedo, valor y abnegación en un ser humano tan pequeño – un vaso para honra tan singular, que lo convirtió en un formidable gigante de la fe.
Interrumpimos aquí para pasar en el capítulo siguiente a

considerar, hasta donde sea posible, los incalculables réditos

logrados a través de semejante inversión de sufrimiento y

sacrificio.

FIN