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Hablando a Sus discípulos Jesús les dijo en San Juan 10:10:
“…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.
Son palabras muy bien conocidas, y citadas a menudo en casi todas las
vertientes de la iglesia universal. Pero no por eso dejamos de hacer de ellas
nuestro punto de partida en esta breve introducción.
En primer lugar, esta declaración de Jesús hecha a los Suyos expresa uno
de los propósitos principales que animaba Su venida a este mundo. A diferencia
de tantos otros ladrones y salteadores, venidos para hurtar, matar y destruir, Él vino
con un fin diametralmente opuesto, noble y elevado: dar vida y darla en
abundancia.
¿En qué consiste realmente esa vida en abundancia?
¿Cómo y en qué manera Él la imparte?
¿Quiénes son los que verdaderamente la disfrutan?
Estas preguntas y muchas más son las que nos proponemos contestar en
este libro, valiéndonos, claro está, de los parámetros y claros lineamientos que
encontramos en la palabra de Dios.
No obstante, antes de entrar en materia, queremos referirnos brevemente a
la situación de crisis que se está viviendo en muchas esferas del cristianismo
actual.
En algunas de ellas, esto se debe a un estado de apatía y desgano,
originado por diversas causas, tales como el materialismo de una sociedad
altamente consumista, el desaliento por la falta de los resultados que se desean, y
otra serie de causas afines, que no viene al caso enumerar.
En muchas otras partes, en cambio, la crisis se debe a una razón muy
distinta: prevalece un espíritu triunfalista, con un sentir de que se están viviendo
días de gran bendición y a un alto nivel espiritual, cuando la cruda realidad es otra.
Reconocemos desde luego que en muchas partes del mundo están
aconteciendo cosas muy dignas y positivas, y que llevan el sello de algo
auténticamente de Dios. Pero en cambio, en muchas otras, quien ha alcanzado
verdadera madurez y discernimiento no puede menos que percibir que se está
transitando por senderos de irrealidad. En efecto: la supuesta gran bendición que
se cree estar experimentando no es tal, sino una apariencia bastante ilusoria, que
de ninguna manera responde a la verdad bíblica y de la historia de la iglesia, en
cuanto a lo que en realidad constituye una obra real de Dios, viva y duradera, tanto
en la vida individual como a nivel colectivo.
Así pues, en muchos casos nos encontramos, casi desde el principio de las
reuniones, con expresiones de una euforia triunfalista que parece denotar que se
están viviendo grandes sensaciones de la presencia de Dios. A menudo se
pronuncian profecías predictivas de cosas grandiosas que se avecinan, o bien otras
que pretenden solucionar todos los problemas; jóvenes incautos e inexpertos
prorrumpen en gritos ordenando a los demonios, al “hombre fuerte” de la zona, y
aun al mismo Satanás, que se marchen de la comarca o del país entero; se
cuentan visiones de supuestas sanidades o bien se las proclama como un hecho
consumado, para luego comprobarse que no ha habido nada de eso; a veces, se
hacen repartos de títulos a quienes a todas luces demuestran muy poco del espíritu
y de la talla del verdadero siervo de Dios; y con frecuencia mucho de esto se
rubrica y festeja con canciones celebratorias, repetidas con mucha insistencia y
entusiasmo, pero con una falta evidente de esa auténtica y santa unción del
Espíritu que caracteriza a lo que genuinamente viene de lo alto.
Por cierto, no es que seamos contrarios de ninguna forma a
exteriorizaciones de fervor y júbilo, siempre y cuando sean auténticas y no una
rutina repetitiva, hueca y carente de verdadero fundamento. También creemos en
la vigencia actual del auténtico don de profecía y de la sanidad, como así también
del ministerio apostólico y profético, si bien no compartimos la inquietud que se
advierte en algunas partes por ostentar los títulos. En fin, que creemos totalmente
en todas estas cosas, pero funcionando en forma genuina y no espúrea.
Tal vez el lector se preguntará qué es lo que nos mueve a pensar que
mucho de lo que se está viendo es irreal y ficticio. Pues nada más ni nada menos
que la clara vara de medir que Jesús nos ha dado:
“Por sus frutos los conoceréis”.
La verdad, triste y contradictoria, de que muchos de los creyentes de
iglesias muy dadas a esas manifestaciones no viven en forma consecuente, es algo
fácilmente comprobable. Aparte de la reunión del día Domingo – sea de mañana o
de tarde – el resto del tiempo se invierte en su gran mayoría en quehaceres
mundanos y materialistas, y la vida a nivel de testimonio, responsabilidad y
estabilidad espiritual deja mucho que desear.
De otras partes, nos llegan ecos de que el número de nuevos convertidos
es muy reducido, y que la mayoría de ellos no tienen la solidez ni la perseverancia
que veíamos unas décadas atrás.
.
Por otra parte, no debemos ni queremos desmerecer de ninguna forma el
trabajo noble y sacrificado de no pocos siervos y siervas del Señor en esa misma
gran ciudad y en muchas otras partes. Sabemos que los hay y en buen número, y
en muchos casos su labor, aunque escondida o pasando desapercibida para
muchos, no deja de ser muy valiosa, digna y eficaz.
Lo malo es que paralelamente a ello tenemos lo otro: una operación muy
cuestionable, sutilmente enmascarada, que presenta la apariencia de ser de mucha
bendición, pero que a la hora de la verdad deja resultados francamente malos y
contradictorios.
Pero no piense el lector que ocuparnos de esta grave incoherencia ha de
ser la tónica de este libro. Muy por el contrario, tal vez volveremos muy poco o
nada sobre el particular.
En cambio, buscando la guía e inspiracion divina, hemos de señalar
según consta en el subtítulo, las bases y principios bíblicos de la verdadera vida en
abundancia que prometió Jesucristo y que Él vino a dar a los verdaderamente
Suyos. Creemos que estas bases y estos principios hablarán claramente de por sí,
y no hará falta hacer más referencias a lo aparente e irreal que se presenta en
tantos lugares.
Como se irá viendo, presentaremos las cosas a través del prisma del rico
contenido alegórico del cruce del Jordán y todo lo que representa, de acuerdo con
el título del libro. Pero desde luego, en el trazado de cada símbolo o paralelo que
efectuemos, se advertirá una clara concordancia y armonía con la enseñanza del
Nuevo Testamento sobre el tema, sin lo cual evidentemente podríamos caer en el
terreno de la fantasía o aun del error.
Con esto como introducción, animamos al lector a que antes de
comenzar el primer capítulo, se disponga en oración para poder recibir verdadero
provecho y edificacion.