Cosas Nuevas y Cosas Viejas (Primera parte)
Capítulo 2 – del Nadir al Zenit (2a. Parte)

Continuamos desde donde dejamos al finalizar la primera pare.
La aprobación divina.
A partir de este punto nos encontramos, con mucho beneplácito, con que Aarón pasa a contar decididamente con la aprobación divina.
En el capítulo 17 que sigue, vemos cómo el Señor dispone que se pongan en el tabernáculo doce varas, cada una correspondiente a una del las doce tribus de Israel, con el nombre de Aarón escrito en la de la tribu de Leví.
A la mañana siguiente, al entrar Moisés en el tabernáculo del testimonio, se encuentra conque la vara de Aarón había reverdecido, y echado flores, y arrojado renuevos y producido almendras.
Las otras once son devueltas a sus respectivos dueños – peladas, como testimonio elocuente e incuestionable: no debían nunca volver a quejarse y ser rebeldes en cuanto a Aarón, y su cargo como sumo sacerdote, pues Quien lo había llamado y ubicado en ese cargo era el Señor mismo y ningún otro.
En la vida congregacional a veces se da el caso de una o más personas en estado de rebeldía y con quejas y críticas del pastor o cuerpo directivo.
Cuando éste o éstos han sido verdaderamente levantados y puestos por el Señor y sido fieles en sus labores, a su debido tiempo Él se hace cargo de certificarlo, claramente mostrando, por una parte el buen fruto con que son premiados.
Por la otra parte, la carencia del mismos por parte de los rebeldes y quejosos pone las cosas en su debido lugar, y se sabe a ciencia cierta, y para el bien de todos, quién o quiénes disponen del aval del Señor, y quiénes no disponen de él.
Otro punto de sumo interés en este pasaje tan aleccionador, es el fruto particular que apareció en la vara de Aarón: almendras.
Como sabemos, el almendro es el árbol que primero florece y da fruto. ( Ver Jeremías 1: 11-12)
Algunas veces, un siervo, después de luchar y perseverar por un buen tiempo, todavía no ha llegado a cosechar ningún fruto sólido, sano y duradero. Cómo suspira y anhela el momento tan deseado en que lo ha de empezar a ver!
Y qué satisfacción grande, cuando por fin empiezan a aparecer esas almendras primerizas, como prenda elocuente de que ahora el Señor aprueba sus esfuerzos y labores – y como anticipo además de otros frutos mejores que irán viniendo!
Si te encuentras en una situación semejante, querido hermano o hermana, persevera y cobra buen ánimo, pues el Señor es fiel galardonador de quienes lo aman y sirven con perseverancia ahínco y nobleza.

Sigamos mirando el progreso lógico y escalonado de Aarón.
“Habló Jehová a Moisés diciendo…” (Números 5:1; 6:1; 8:1 y 9:1)
“También habló Jehová a Aarón, diciendo…” (5:11)
Hemos consignado estas citas, todas anteriores al tiempo del relato en que estamos, para poner de relieve cómo, hasta esta etapa, el Señor, salvo contadísimas veces, sólo le hablaba a Moisés.
Pero ahora, inmediatamente después del sello aprobatorio de la vara que reverdeció, se nos presenta una agradable y significativa sorpresa.
“Jehová dijo a Aarón…”(18:1)
“Dijo más Jehová a Aarón….” (18:8).
“Y Jehová dijo a Aarón…”(18:20)
Aquí llegamos a un punto importantísimo. Aarón, a quien antes prácticamente no le hablaba, ahora le habla con fluidez y de una manera muy distinta.
Siempre representa un hito muy importante para un siervo en formación, que su relación con el Señor le permita oír claramente de él, aun cuando debemos dejar un cierto margen de falibilidad, propia de lo que somos, a saber, seres finitos que a veces podemos errar.
Como dijimos, aquí el Señor no sólo le habla directamente a Aarón, sino que lo hace de una manera nueva, como nunca le había hablado antes.
“Y a tus hermanos también, la tribu de Leví, la tribu de tu padre, haz que se acerquen a ti y se junten contigo, y te servirán; y tú y tus hijos contigo serviréis delante del tabernáculo del testimonio.”
“Y guardarán lo que tú ordenes, y el cargo de todo el tabernáculo…” (18:2 -3)
Como vemos, el Señor ahora le confiere honra y autoridad. Mas eso no es todo; le sigue hablando extensamente, de lo cual citamos lo siguiente:
“De aceite, de mosto y de trigo, todo lo más escogido, las primicias de ellos, que presentarán a Jehová, para ti las he dado.” (18:12)
En Su amorosa providencia le reserva lo más escogido – lo mejor de lo mejor!
Como sumo sacerdote, restaurado y dignificado, no puede haber para él nada menos!
Pero todavía hay más.
“Y Jehová dijo a Aarón: De la tierra de ellos no tendrás posesión, ni tendrás parte. Yo soy tu parte y tú heredad en medio de los hijos de Israel.”(18:20)
Ea como decirles “los demás tendrán sus granjas, empresas, etc. con las consiguientes ganancias y prosperidad. Tú en cambio no tendrás nada de eso. Yo soy tu parte y tu heredad.”
Dichosa parte y dichosa heredad! Teniéndolo a Él se lo tiene todo.
Bien podemos hacernos eco aquí de las palabras de David en el Salmo 16:5-6:-
“Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado.”
Pensar que un tiempo atrás el Señor estaba enojado contra Aarón para destruirlo. Ahora en cambio le habla con acentos de entrañable bondad y solicitud, abriéndole Su tesoro y dándose a sí mismo como el don máximo e inefable!
Sin duda, esto constituye un reflejo, pálido pero igualmente digno de lo que el Señor Jesús ha obtenido para nosotros.
La maldición y la ira santa de Dios pesaban sobre nosotros, pero merced a Su obra expiatoria en el Calvario y Su intercesión por nosotros, ha logrado que seamos partícipes de los más excelentes bienes y de las glorias más benditas.

“Y habló Jehová a Moisés diciendo…” (18:25)
Aquí se interrumpe el hilo del hablar del Señor a Aarón, pues ahora no le habla a él, sino a Moisés.
¿Qué ha pasado? ¿Habrá tenido Aarón una recaída?
Nada de eso. En su rol dignísimo de sumo sacerdote, que se da por entero al servicio de las cosas sagradas del santuario, no podía salir a trabajar para ganarse el pan, ni mucho menos disponer que lo hiciera su esposa en lugar suyo.
Por lo tanto, se hace necesaria una provisión acorde con su dignidad y su altísimo cargo, y en los versículos siguientes se nos dice cómo se iba a disponer de ella.
Los levitas, que recibían el diezmo de todas las demás tribus, debían a su vez diezmar esos diezmos y entregar el resultante – el diezmo de los diezmos – al sacerdote Aarón. (18:26 y 28)
Habría sido de mal gusto, y totalmente fuera de lugar, que Aarón les dijese a los levitas: “Tenéis que traerme todos los diezmos de vuestros diezmos a mí.” Y así, con toda propiedad y fina sabiduría, en este punto Jehová no le habla a Aarón para disponer que así sea, sino a Moisés.
Cuán preciosos y cuán sabios son los caminos del Señor!
Él llama a un siervo para que, dejando toda labor material, se dé de lleno al servicio santo. Sabe bien que ese siervo, sus esposa e hijos necesitarán un sostén material digno y generoso. Y así, Él mismo dispone que no le falte nada en absoluto, liberándolo así de toda preocupación al respecto.
El siervo no ha de enredarse gestionando o reclamando nada para sí; sólo ha de cumplir fielmente la labor que se le ha encomendado. El Amo que lo ha llamado se encargará de que nada le falta, antes bien que a menudo le sobre, para que a su vez él pueda dar generosamente a otros.
Nos complace atestiguar que ésta ha sido nuestra dichosa experiencia, en casi cinco décadas de nuestra modesta labor sirviendo al Señor a tiempo pleno.

La muerte en la cumbre.-
Ahora llegamos a la puntada final, al clímax dichoso y bendito, representado por el zenit que hemos puesto en el título del capítulo.
“Toma a Aarón y a Eleazar su hijo, y hazlos subir al Monte de Hor.”
“Y Moisés desnudó a Aarón de sus vestiduras,y se las vistió a Eleazar su hijo; y Aarón murió allí en la cumbre del monte; y Moisés y Eleazar descendieron del monte.” Números 20: 25 y 28)
Se puede llegar al final de la vida en el llano de la mediocridad, o peor aun en los lugares bajos – casualmente llamados en geografía depresiones – con pena y sin gloria, lamentando los malos recuerdos, los desengaños y fracasos, tanto propios como ajenos.
Pero también se puede hacerlo remontando muy por encima de todo ello, a las alturas, a las cimas en que se respira oxígeno puro, exento de contaminación, y donde todo se ve desde una perspectiva distinta.
Nada se lamenta allí; en cambio, hay la más tierna gratitud por todo lo bueno que se ha vivido y experimentado.
Aunque el sendero también se ha ido jalonando aquí y allá con disgustos, tormentas, errores y fallos, por todo ello la mano del Señor se ha encargado de trocar todo de malo en bueno, en completo acuerdo con la preciosa sentencia de Pablo en Romanos 8:28, en el sentido de que a los que a Dios aman todas las cosas les ayudan a bien.
De manera que no se cuenta nada como malo o negativo, ni como error, fracaso o pérdida de tiempo. La pericia del Maestro ha sabido aprovecharlo todo para bien, y para el alto fin que Él mismo se había propuesto.
Moisés estaba encaminado firmemente hacia ese dichoso fin, con el agregado, a su avanzada edad, de mantener su vigor y conservar la visión limpia y clara. A él ningún ser humano lo condujo al mismo, sino que fue llevado por el mismo Señor.
Pero aquí vemos, por los versículos que hemos consignado más arriba, la forma en que por mandato de Dios, lo lleva a Aarón a un fin semejante al que le aguardaba a él, como preciosa culminación de su intercesión y tutela, que tuvo que comenzar en el nadir de bajezas tan deplorables y denigrantes.
Así murió Aarón – en la cumbre, como sumo sacerdote – restaurado, aprobado y dignificado por el Altísimo, y depositario de todo el bendito bien de la más rica provisión divina, y del más alto honor.
Con todo, aún hay más. Esas vestiduras sacerdotales que llevó para honra y hermosura no quedaron guardadas en una vitrina, como reliquia religiosa. Por el contrario, se las vistieron a Eleazar para que él las siguiese llevando, para perpetuar así la distinción y el alto honor que ellas representan.
Es lo que solemos llamar el relevo, es decir, tomar la antorcha que han dejado nuestros predecesores para mantener la llama bien en alto.
En el Salmo 45:16 tenemos esta promesa:
“En lugar de tus padres serán tus hijos, a quienes harás príncipes en toda la tierra.”
En el caso de Aarón, el traspaso fue a uno de sus hijos – Eleazar, como hemos visto – y que por cierto fue un digno sucesor.
No obstante, como ya hemos puntualizado en alguna obra anterior, en el régimen nuevo de la gracia, una de las cosas mucho mejores y mayores es que se pasa del singular al plural.
Muchos auténticos siervos, a través de la historia, han tenido, a su debido tiempo, que prescindir de su padre, o sus padres, que los tutelaron en el Señor, ya sea por acabar él o ellos su o sus carreras, o por traslado a otras tierras.
Siguiendo su trayectoria, al madurar, ellos también han engendrado hijos e hijas espirituales, y por la gracia de Dios, muchos de ellos de buen calibre, los cuales han sido puestos así como príncipes de Dios sobre la tierra.
Cuán largo alcance tienen, y de qué gloriosas repercusiones resultan así en el sagrado y sublime llamamiento celestial!
En cuanto a los que toman la antorcha par hacer el relevo, notemos que para recibir la investidura, Eleazar tuvo que subir al monte, acompañando a Moisés y Aarón.
Nunca lo podría haber recibido, de haber permanecido en el llano con el resto del campamento. Se recibe una gracia de predecesores, pero el esfuerzo y el sacrificio también deben estar bien presentes en cada sucesor.
Por último, fallecido Aarón, Israel le hizo duelo por 30 días. (20:29)
Verdad es que, en la nueva dispensación en que estamos, no solemos hacer duelo como generalmente se hacía, y como los inconversos lo hacen hasta el día de hoy.
Pablo nos insta a no entristecernos “como los otros que no tienen esperanza.” (1a. Tesalonicenses 4:13)
No obstante, es bueno que se recuerde con honor y gratitud, a aquéllos que han dejado una estela de bendición con su trayectoria limpia y ejemplar.
Cuánto mejor es eso que llegar a un triste fin, como Joram, el hijo de Jossafat, rey de Judá, que por su reinado tan cruel y malvado, murió con enfermedad muy penosa, “y sin que lo desearan más.” (2a. Crónicas 21:19-20)
El final encumbrado de Aarón hizo que se le recordase con sumo respeto y reverencia. Aunque de otra forma, y en distinta manera, que la gracia de Dios nos lleve a todos a ese fin dichoso, en que podemos dejar en los que nos siguen detrás, huellas indelebles de virtud y honor celestial.
En conclusión, de qué nadir tan bajo y vergonzoso, a qué zenit augusto y glorioso!
F I N