Cosas Nuevas y Cosas Viejas
Primera parte
Capítulo 1 – Segunda parte

Continuamos pasando ahora a Moisés. De este varón tan ejemplar, resaltan tantas preciosas cualidades, de las cuales pasamos a comentar dos.
Su humildad.-
“Y aquel varón Moisés era muy manos, más que todos los hombres que había sobre la tierra.” (Números 12:3)
Qué descripción sorprendentemente maravillosa!
Después de la forma portentosa en que, bajo el poder de Dios, alzando su vara hizo abrirse el Mar Rojo, y después de tantos otros prodigios y milagros grandiosos, cualquier hombre normal reaccionaría de forma fuerte y áspera contra María y Aarón, cuando se pusieron a hablar mal de él:
“¿Cómo os atrevéis a hablar en contra de mí de esa manera?2
¿No sabéis que soy el ungido de Jehová – que si no fuera por mí estaríais todos todavía bajo las garras y la tiranía de Faraón?
Sin embargo, no hay nada de esa naturaleza, y en cambio un silencio total de su parte.
Notemos que en otras ocasiones, cuando la fidelidad al Señor y la obediencia a Sus mandatos eran lo que estaban en juego, por cierto que abría su boca bien grande para reprender y corregir al pueblo.
En ese caso, se trataba de su persona y su buen nombre, y no sólo con gran mansedumbre, sino también con una buena dosis de sabiduría, prefirió callar.
¿Por qué esto último?
Porque si se hubiera puesto a abogar su propia causa, proclamando sus virtudes y razones, sería en un sentido relegar al Señor – que después de todo era Quien lo había puesto en ese cargo que tenía – a un segundo plano, quedando casi diríamos como espectador.
Y como tal diría: “Pues bien, mi siervo, como veo que te defiendes tan bien, me doy cuenta de que no me necesitas. Adelante, llevá tú la causa.”
La sabiduría de Moisés estribaba en que él sabía muy bien que el Señor abogaría su causa mucho mejor que él mismo, y lo más sensato era dejar las cosas en Sus manos.
Cuánto nos enseña todo esto!
Muchas veces, cuando somos incomprendidos, criticados o aun calumniados, la reacción normal y corriente es defender nuestra causa y proclamar nuestra propia justicia.
Nos resulta difícil callar y esperar que el Señor, a su tiempo, ponga las cosas en su debido lugar, y nos justifique ante los demás.
Pero la verdad es que Él lo hace mucho mejor que nosotros; es más, a menudo intentándolo nosotros, sólo se complican y empeoran las cosas. Lo más atinado y prudente es callar, como lo hizo Moisés.
En este caso particular, el Señor no tardó en tomar cartas en el asunto, y por cierto que lo hizo poniendo las cosas en su lugar de la manera más clara y categórica.
Antes de pasar a examinar cómo lo hizo, recojamos este ejemplo de Moisés, que coincide tan bien con la exhortación que nos hace el Señor Jesús a que aprendamos de Él, el Cordero de Dios, manso y humilde de corazón. (Mateo 12:29)
Ello no sólo nos traerá descanso para nuestras almas, sino que nos mantendrá en un lugar seguro, donde los zarpazos del enemigo que golpean a los altivos y arrogantes, no nos alcanzarán.

Su fidelidad.-
“No así mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa.”
(12:7)
Qué testimonio del Señor sobre Su amado siervo!
Sepamos que Él no nos tira con flores ni se excede en elogios para quedar bien con nadie. A veces se puede decir que alguien es fiel, pero con reservas, sabiendo que
en algunos aspectos deja que desear.
No así nuestro Dios. Cuando dijo de Moisés que era fiel en toda Su casa, lo dijo porque era total y absoluta verdad.
Nada de horas de darse al ocio ni dejar tareas incumplidas; nada de quedarse con pereza en la tienda cuando había que escalar el monte, subir a las alturas y entendérselas con Dios; ni tampoco de agradar a nadie con una sonrisa falsa, ni guiñar el ojo engañosamente, ni contar cuentos de mal gusto, ni malgastar el tiempo, ni dejar de reprender la desobediencia el pecado.
Nada tampoco de olvidar cosas importantes, o postergar con diplomacia sus decisiones para evitarse disgustos o enfrentamientos.
En suma, un varón que por su dignidad y su estricta fidelidad, imponía el respeto del pueblo de Israel, bien que en algunas encrucijadas cruciales, hombres como Coré, Datán, Abiram, Janes, Jambres y otros, le resistieron y se le opusieron con contumaz rebeldía.
En eso, anduvo por el mismo camino que el Señor Jesús muchos años después – el camino de todo auténtico siervo del Señor, que se resume en ser amado y honrado por los fieles que aman al Señor de verdad, y de ser desconsiderado, rechazado y aun odiado por los que llevan el mal arraigado en sus entrañas.
Que sepamos reconocer, amar y honrar a los que son de la estirpe y de la fidelidad y el honor, y a la vez procuremos, por la gracia divina, emularlos para así también ser nosotros fieles exponentes de esas grandes virtudes.

María.-
Como ya dijimos, era hermana mayor de Aarón y Moisés. Como niña, había sido usada providencialmente para que Moisés, en sus primeros meses, no fuese muerto, y en cambio fuese criado por su propia madre.
Siendo ya mayor de edad, se la reconocía como profetisa.
Después del cruce del Mar Rojo y el exterminio total de Faraón y sus huestes sumergidos en las aguas, tomó un pandero y danzó, seguida por todas las mujeres, aclamando al Señor que en ello se había engrandecido en extremo. (Éxodo 15. 20-21)
No obstante, en esta situación posterior que nos ocupa, su actuación no fue nada buena. Si bien Aarón la acompañaba en su hablar contra Moisés, sin duda ella era la cabecilla, como lo demuestra a las claras el hecho de que a ella se la nombre en prime lugar – (ver 12:1) – y sobre todo, porque sobre ella se manifestó el castigo divino al quedar leprosa.
Ahora bien, ante este juicio de Dios, Aarón reconoció el pecado de ambos – el de él y el de ella – diciendo “locamente hemos actuado.”
Por cierto que locamente no era ninguna exageración.
En Deuteronomio 9:18-20 tenemos una aportación muy importante sobre el particular.
“Y me postré delante de Jehová como antes, cuarenta días y cuarenta noches; no comí pan ni bebí agua…Porque temí a causa del furor y la ira conque Jehová estaba enojado contra vosotros para destruiros. Pero Jehová me escuchó aun esta vez. Contra Aarón también se enojó Jehová en gran manea para destruirlo, y también oré por Aarón en aquel entonces.”
Esto nos da a entender que la ira del Señor contra Aarón era tal, que estaba dispuesto a eliminarlo y constituir a otro como sumo sacerdote en lugar suyo.
Fue entonces que la intervención de Moisés, intercediendo a su favor como sólo saben interceder los verdaderamente grandes, logró que fuese absuelto.
Sobre esto volveremos con mayores detalles más adelante, pero digamos ahora que el hecho de que Aarón siguiese aún en pie y como sumo sacerdote se debía a la maravillosa intervención de Moisés, en ése, su segundo ayuno de cuarenta días.
Sin embargo, no debemos pensar que la misericordia de Moisés era mayor que la del Señor. Por una parte Jehová, como el Dios judicial – absolutamente justo y santo – no podía dejar de sentir una ira santa contra Aarón por semejante y vergonzosa infidelidad.
No obstante, el otro aspecto de Su carácter, de ser grande en misericordia se manifestó a través de Moisés en la intercesión que hizo a su favor por el Espíritu Santo que reposaba sobre él, la cual, a la postre, prevaleció para que Aarón fuese absuelto y no fuese quitado del sumo sacerdocio.
Ignorando todo eso, Aarón había osado unirse a María en una crítica y murmuración contra él totalmente desatinada, no sabiendo que era precisamente la persona que le había salvado la vida, y preservado el honor de seguir en el sumo sacerdocio.
Por cierto que había sido una locura descabellada y a ultranza.
Cuántas veces tenemos algo parecido o semejante en jóvenes rebeldes, que se rodean de malas compañías, caen en problemas resultantes de su mal vivir, y para colmo desprecian a sus padres. como si fueran anticuados, torpes e ignorantes!
Y en todo eso, no saben que es gracias a los ruegos, las súplicas y las lágrimas de esos padres, que la misericordia de Dios aún les sigue y persigue, buscando liberarlos de los horrores de la perdición eterna.

Continuando ahora, Aarón entonces le rogó a Moisés a favor de ella para que no quedase en esa triste y lastimosa condición de leprosa.
“Te ruego, oh Dios que la sanes ahora.”(12:13) fue el clamor inmediato de Moisés a su favor.
Vemos en esto una gran nobleza de su parte, ya que sin dar la menor señal de rencor por lo que ella acababa de hacer, pide que sea sanada inmediatamente – ahora.
La respuesta del Señor fue negativa. Nada de sanarla en seguida; en cambio, debía permanecer fuera del campamento, aislada como leprosa, por nade menos que siete días, es decir una semana entera.
A primera vista, podría pensarse que en esto Moisés se mostraba más misericordioso que el Señor, Quien con Su respuesta, daba la impresión de ser muy estricto y severo.
No obstante, no creemos nada infundado afirmar que, de haber sido sanada de inmediato, le habría resultado perjudicial y ciertamente no para su bien.
Lo más probable es que, tras poquísimo tiempo, siendo profetisa, ella se presentase ante todo el pueblo proclamando entusiasmada y efusiva su sanidad.
“Ya me veis con la piel como si fuera de una niña recién nacida; es un milagro estupendo que he experimentado”
Y tampoco creemos aventurado decir que, después de no mucho tiempo, volvería a hacer de las suyas con su lengua, porque esa lepra de su cuerpo era sintomática de otra lepra – la de su alma.
Esos siete días, apartada totalmente del campamento, viendo al pueblo a la distancia y oyendo el bullicio del hablar de ellos, se le habrán hecho largos, muy largos.
Por supuesto, le habrán dado la oportunidad de reflexionar sobre lo sucedido, al encontrarse separada de todos, como una leprosa desdichada, para caer en la cuenta de su gravísima falta y arrepentirse de verdad.
También nos atrevemos a agregar que una vez que regresó al campamento, no volvió más a abrir su boca en murmuración o crítica.
Es por eso que el amor del Señor quedó demostrado como mayor y más sabio que el de Moisés, bien que de parte de éste había tanta bondad y buena disposición para con ella.
Queda aún algo muy emotivo y conmovedor por cierto.
“Así María fue echada del campamento por siete días; y el pueblo no pasó adelante hasta que se reunió María con ellos.”(12:15)
La nube de la presencia de Dios se había apartado de ellos por la ira santa contra María y Aarón, pero, ahora no se levantaba para dar la señal de partida.
Una nación entera de más de un millón, contando mujeres y niños, tal vez estarían impacientes por reanudar la marcha, pero la nube no se levantaba ni se movía.
Vemos así como el Señor tuvo a Su pueblo detenido, si permitirle dar un solo paso hacia adelante para reiniciar la marcha, por una semana entera.
¿Por qué?
Porque, de haberlo hecho, el alma de María, habría quedado sola, desamparada y perdida para siempre. Y eso, la misericordia y el amor inmenso del Señor jamás lo podía permitir.
En conclusión, vemos que el amor divino no sólo es más sabio que el de Moisés, y el de cualquier otro ser humano, sino que al mismo tiempo era y es sumamente tierno y misericordioso – muchísimo más de lo que nos podemos imaginar.

FIN