Abraham, padre de todos nosotros

Maravillosos tesoros de la simiente genética

INTRODUCCIÓN

El tema de la paternidad de Abraham sobre todos los hijos de Dios, renacidos por el Espíritu, es uno de los más preciosos y apasionantes de todo el riquísimo caudal que contiene la palabra de Dios.
Encierra maravillosos misterios, entendiéndose por éstos no las cosas que traen suspenso, enigmas y a menudo penumbra y temor, sino secretos del amor y la providencia divina, los cuales el Señor tenía guardados desde la eternidad pasada, y que ahora, en la luz plena del tiempo de la dispensación de la gracia, nos han sido revelados por el Espíritu Santo.
Antes de seguir adelante, y para disipar toda duda o mala interpretación, aclaramos que este vínculo paternal de Abraham que vamos a tratar, no es carnal o de sangre.
En cambio, abarca a todo hombre o mujer que, por tener una fe personal y viva en Jesucristo como Salvador y Señor de su vida, ha alcanzado el perdón, la salvación y la vida eterna.
Lo que los convierte en hijos de Abraham es esto, y no su descendencia carnal por ser israelita o judío, si bien éstos también pueden serlo, pero siempre y cuando reciban a Jesús como el Mesías y abracen la verdad del evangelio.
Años atrás, al leer la historia de Abraham que se nos narra en los capítulos 12 al 25 del Génesis, nos quedábamos con un interrogante.
¿Cuál fin perseguía y qué verdades encerraba este relato? El mismo nos cuenta, en muchas partes con mucho detalle, las andanzas, peripecias y experiencias de este gran patriarca.
Posteriormente, descubrimos en dos versículos de Hebreos lo que nos iba a brindar, junto con otros de Romanos y Gálatas, la clave para entenderlo debidamente, y al mismo tiempo, ampliar sobremanera nuestra comprensión de sus vastas proyecciones.
Veamos esos dos versículos – Hebreos 7:9-10.
“Y por decirlo así, en Abraham pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos, porque aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro.”
En este pasaje el autor de Hebreos se está refiriendo a la ocasión del encuentro de Abraham con Melquisedec, que se consigna en Génesis 14:18-20, para trazar magistralmente el simbolismo de Melquisedec en cuanto a la persona de Cristo y Su sacerdocio eterno.
En los versículos que hemos citado encontramos algo realmente sorprendente. Al darle Abraham los diezmos del botín a Melquisedec, Leví, del cual Abraham era en realidad bisabuelo – aunque a los fines de lo se está diciendo se lo llama el padre – también pagó los diezmos.
Es decir que eso que hizo Abraham, no sólo era algo hecho por y para sí mismo, sino que también marcaba o programaba – valgan los dos vocablos – la simiente de Leví, que él llevaba en sus lomos.
O bien, por decirlo de otra forma, para que quede más claro:- Leví estando en los lomos de Abraham aun muchos años ante de nacer, recibió una marca o señal que, con toda propiedad podemos denominar un rasgo genético, el cual lo iba a predisponer para que una vez en vida y con uso de razón, hiciera lo mismo que Abraham su padre había hecho muchos años antes.
Todo esto corrobora lo que, por otra parte, está plenamente avalado por la experiencia práctica: además de genes biológicos que inciden sobre el organismo físico, los hay también morales que repercuten sobre el carácter de los hijos. Es por eso que nos permitimos usar la expresión lomos espirituales, diferenciándolos así de lomos en el sentido usual, lo cual hace pensar en una descendencia meramente carnal o de sangre.
Y añadimos que, todo el enfoque de la enseñanza que sigue, va en esa línea de los rasgos genéticos morales o espirituales, y no en la de los biológicos que afectan el organismo físico.
Así, pues, nos internamos en la verdad vasta y maravillosa de la simiente genética, un campo en el cual la ciencia ha hecho numerosos y muy significativos descubrimientos en las últimas décadas.
No obstante, para evitar toda posibilidad de malentendido, reiteramos la salvedad de que nos estaremos refiriendo, casi exclusivamente, a genética moral o espiritual, y no a la biológica.
Y hemos de acotar a esta altura que el todo sabio Espíritu Santo, Quien inspiró las Sagradas Escrituras, por algo, y con todo peso y razón, ha colocado en primer lugar y en un principio de la Biblia, el libro del Génesis.
Efectivamente, en él se encuentran los genes u orígenes de muchas de las grandes verdades, que más tarde pasan a ser desarrolladas en el resto de las Escrituras.
Entre ellas se encuentra la estupenda y maravillosa de la simiente de Abraham, el cual es padre de todos nosotros, la cual intentamos sondear y desgranar en todo lo que sigue.
Muchos al tratar el tema de la paternidad de Abraham sobre los creyentes redimidos, parecen centrarse mayormente en que materialmente era riquísimo, por la bendición de Dios sobre su vida.
Sin desconocer esa faceta, ni dejar de apreciar debidamente el hecho de que los verdaderos hijos de Dios, normalmente, podemos y debemos ser prosperados económica y materialmente por el Señor, el enfoque y la visión de esta enseñanza va mucho más allá.
En efecto: siguiendo la trayectoria de Abraham en el hilo que nos traza la palabra de Dios, ya sea de forma directa o alegórica o simbólica, encontramos un vasto y riquísimo caudal de cualidades y virtudes que trascienden los parámetros de lo material y económico, y nos elevan a alturas mucho mayores en nuestra vida y caminar en este mundo.
Al acometer esta tarea de sondear y desgranar todo esto, lo hacemos con una humilde y ferviente oración: que el Dios Creador y Supremo, que todo lo sabe y todo lo ve, que muchísimos siglos atrás creó toda la maravilla del universo y el mundo en que vivimos, que ese Dios incomparable, decimos, nos ilumine y dé gracia y fluidez de expresión para exponer con claridad y precisión, los maravillosos tesoros que se encuentran escondidos en la narración de la vida del gran patriarca Abraham, padre no sólo de la nación de Israel, sino de todos los verdaderos hijos de Dios, renacidos por la fe en Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
Sobre todo en los comienzos se notará una tendencia a insistir, ampliar y explicar otra vez cosas ya dichas anteriormente. Si bien comprendemos que para algunos que lo comprenderán sin dificultad la primea vez, esto podrá ser innecesario y hasta repetitivo, lo haremos en beneficio de otros, cuya capacidad de comprensión podría ser menor.
Así las cosas, lo que sigue no ha de ser una joya o modelo literario, ni mucho menos. En cambio, aspiramos a que las verdades que se irán presentando, puedan quedar bien entendidas también por quienes, debido a una formación más elemental y rudimentaria, no cuentan con la misma capacidad de captación.
Esta introducción y los 31 capítulos completarán el texto de éste, nuestro quinto libro. Cada autor, inevitablemente imprime en cada una de sus obras el sello de su estilo, idiosincrasia y, tratándose de autores cristianos, el de su identidad espiritual también.
Bajo ese denominador común que nos caracteriza, hemos procurado desde un principio, que cada obra fuese distinta de las anteriores en su enfoque y tónica general.
En ese sentido quizá esta quinta sea la que más se diferencia de las demás, y confiamos en que encontrará una buena aceptación.
Sólo agregamos ahora, nuestra ferviente oración que nuestro amado Señor quiera valerse de esta obra, para bendición de los hermanos y hermanas que la lean.

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