Abraham, el amigo de Dios # Capítulo 1
Capítulo 1
Abraham, el amigo de Dios
En primer lugar, y antes de entrar concretamente en materia, corresponde que hagamos una breve reseña de la vida de este personaje tan eminente, primeramente llamado Abram, que significa Padre enaltecido, y posteriormente Abraham, que quiere decir Padre de una multitud.
Su vida y trayectoria, como ya se ha dicho, se nos narra en el libro del Génesis, del capítulo 12 al 25, si bien en muchas otras partes de las Escrituras hay alusiones a él y a sus experiencias, las cuales amplían y enriquecen nuestra comprensión y apreciación, del vasto y sustancioso tema que vamos a tratar.
Oriundo de Ur, en tierra de los caldeos, nos maravilla pensar como el Dios omnisciente y eterno, de entre los millares y centenas de millares de ese gran imperio, lo conoció e identificó a él como el vaso muy especial y altamente agraciado, por medio del cual se iba a valer para llevar a cabo grandiosos propósitos de proyecciones mundiales y eternas.
Desde su partida de Harán, su punto de procedencia, con su esposa Sarai – como entonces se llamaba Sara – y acompañado de su sobrino Lot, hasta su muerte a la edad de 175 años, transcurrió exactamente un siglo.
Resulta sumamente significativo, que el tiempo que le llevó al Señor para cumplir todo su vasto propósito para con su vida, contado a partir de su paso de obediencia de salir de Harán (Génesis 12:4), fue precisamente lo ya señalado – una centuria completa.
A veces los molinos de Dios muelen con lentitud, pero la pericia divina sabe extraer de ellos, al final, el producto depurado, precioso y perfecto que se había propuesto lograr.
Pasamos ahora a considerar una de las distinciones más ilustres que las Sagradas Escrituras le han otorgado – la de ser llamado Amigo de Dios:- 2a. Crónicas 20: 7, Isaías 41: 8 y Santiago 2: 23.
Desde luego que esto no va en el sentido superficial en que a menudo se emplea el vocablo amigo. Se trataba de mucho más: de una identificación y compenetración íntima y profunda con el Ser Divino, la cual lo iba a elevar a cimas sublimes de comunión con Él, y que habrían de tener repercusiones gloriosas y eternas.
De esa identificación, íntima y profunda, hemos de ocuparnos más detalladamente más adelante, pero, a los fines de esta parte anterior, tomamos solamente una faceta – la que corresponde al título de esta obra – Abraham, el cual es padre de todos nosotros.
En esa compenetración y comunión con él, el Señor quiso compartir con él Su gran paternidad.
Para lograrlo, lo iba a llevar a experiencias de las más variadas y ricas, las cuales le permitirían identificarse con Dios como el Padre Eterno, de una forma y una intimidad que creemos que, posiblemente, ningún otro mortal haya conocido.
El resultado final habría de ser estupendo y asombroso. Él, que como varón y ser humano no había tenido un solo hijo hasta la edad de 86 años, se habría de convertir en el padre de multitudes innumerables como el polvo de la tierra (Génesis 13:16) y como las estrellas del cielo. (15:5)
Esas multitudes estaban y están comprendidas, por una parte, por el pueblo de Israel, su descendencia carnal y de sangre, y por la otra, por aquéllos que lo son espiritualmente, por haber abrazado la fe, así como él la abrazó primero, como padre y pionero de ese camino.
La casi totalidad de lo que iremos tratando se centrará en esta segunda descendencia.
Corresponde, pues, que definamos con precisión quiénes son hijos e hijas de Abraham, en esta acepción de ser una estirpe espiritual.
“Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.” Gálatas 3:7.
Por supuesto que esto no significa tener una fe tradicional, o en un sentido general y no del todo definido, sino algo mucho más concreto, y preciso, una fe que surta en nosotros el mismo efecto que surtió en él.
Este efecto debe ser el de creer, recibir y obedecer la palabra que Dios nos ha hablado – en nuestro caso el evangelio de verdad – de tal forma que en lo más hondo del ser nos una al Dios que nos la habló, para honrarlo, seguirlo y servirle el resto de nuestra vida, así como lo hizo Abraham.
Quienes podamos con toda certeza contarnos como uno de ellos o una de ellas, debemos a partir de este momento, comprender con toda claridad esta verdad sorprendente y asombrosa – hace muchos siglos ya estábamos, como simiente espiritual, en los lomos de Abraham, nuestro padre espiritual.
Si, él, nuestro padre nos llevaba en sus lomos – lomos espirituales – valga la expresión – a la cual ya nos hemos referido, a todo lo largo de su peregrinación.
A primera vista, esto a algunos le resultará extraño, y hasta difícil de aceptar y entender, pero a medida que avancemos, confiamos en que se les irá aclarando y se les disipará toda duda.
Por ahora, agregamos que la paternidad de Abraham sobre nosotros, no se opone a la paternidad eterna de Dios nuestro Padre Celestial, ni la contradice en lo más mínimo.
El hecho mismo de que el Señor le cambiase su nombre primitivo por el de Abraham, que significa, como ya se ha dicho, padre de una multitud, y que Pablo, tanto en Romanos 4:16 como en Gálatas 3:7 y 29 lo llama el padre de todos nosotros, basta para que desaparezca toda duda.
Quizá la explicación más sencilla se la de señalar que, en su trato con Su íntimo amigo Abraham, nuestro Padre Celestial le quiso conferir a él, el alto honor de ostentar y reflejar algo de Su gloriosa paternidad, sin que ello supusiera el opacar o disminuir de manera alguna Su propia paternidad celestial y eterna.
Su nombre aparece en la Biblia unas doscientas ochenta y seis veces, como Abram en un principio y como Abraham con posterioridad.
Como dato de interés, conviene agregar que más de la mitad de esas veces se lo menciona después de su muerte, lo cual nos da un índice elocuente del peso y el impacto de su vida y persona, aun con posterioridad a su deceso.
Tuvo además el altísimo honor de ser el primero, dentro de un grupo muy selecto de cinco, a los cuales el Señor al dirigirse a ellos personalmente, les llamara por su nombre dos veces.
Esta distinción tan especial en el caso suyo se nos consigna en Génesis 22:11. Según ya hemos señalado con anterioridad en otra obra, aparte de él, sólo la tuvieron en el largo hilo posterior de la historia de las Escrituras, otros cuatro personajes, a saber, Jacob, Génesis 46:2, Moisés, Éxodo 3:4, Samuel, 1a. Samuel 3:10, y Saulo de Tarso, que después habría de ser el gran apóstol Pablo. (Los Hechos 9:4.)
Tenemos un caso bastante distinto: el de Marta, a la cual el Señor Jesús la llamó dos veces en Lucas 10:41, pero no como un tributo o un elogio, sino como un reproche, por estar turbada y afanada por muchas cosas, y no preocuparse por la mejor parte, como lo hacía su hermana María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía con mucha avidez cada palabra que Él decía.
Continuando con Abraham, tenemos una mención muy particular de él, brotada de los propios labios de Jesús, en el pasaje de Lucas 16 sobre el rico y Lázaro, que se extiende del versículo 19 al 31.
En una oportunidad posterior, al contestar Jesus a los saduceos les dijo:
“Pero respecto a la resurrección de los muertos,¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?”
“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.” Mateo 22:31-32.
Y según la versión de Lucas agregó “…pues para él todos viven.” Lucas 20:38b.
Esto no sólo confirma y refuerza la verdad de la vida después de la muerte física. Además de eso, echa de ver con las palabras “os fue dicho” que esa proclamación de ser el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, que Dios le hizo a Moisés en el pasaje de la zarza, tenía y tiene un alcance mucho mayor. En efecto, al quedar inscrita en Éxodo 3:6 perseguía también el fin de que los saduceos la comprendiesen y supiesen, y desde luego, para que también todos nosotros hagamos lo propio.
Pero volviendo ahora al pasaje de Lucas sobre Lázaro y el rico, debemos tener en cuenta que no se trata de una parábola, sino de algo que verdaderamente sucedió.
Esto se desprende con toda claridad de las palabras iniciales del relato: “ Había un hombre que se vestía de púrpura y de lino fino…”
No hay nada en el resto del pasaje que pueda dar asidero a que se lo tome por parábola – fue un hecho puntual y concreto – y Jesús lo narra como algo que aconteció de verdad.
Y en medio de toda la solemnidad del más allá, de la cual se nos advierte, encontramos a Abraham en un rol destacado y casi diríamos preponderante.
Por una parte, lo encontramos consolando en su seno a Lázaro, después de los muchos males que le tocó padecer aquí en la tierra. Y por la otra, y de mucha importancia también, le vemos actuar con un grado sumamente alto de autoridad, negando al rico su pedido de que Lázaro fuese a refrescar su lengua, y posteriormente, que le enviase a testificar a sus cinco hermanos que seguían en vida, para que no terminasen también en ese lugar de tormento.
En todo esto, lo vemos como el que sigue siendo amigo de Dios, y muy íntimo por cierto. Y como señal de esto, por lo que podemos colegir del relato, hasta el día de hoy está ejerciendo con una autoridad delegada a él por nuestro Padre Celestial, un doble cometido de gran autoridad y responsabilidad.
Por una parte, el de consolar a los escogidos que fueron atribulados en su vida terrenal, y por la otra, la de rehusar clamores y pedidos de difuntos que, durante su vida aquí en la tierra, no han honrado ni obedecido a Dios.
Como vemos, pues, según Jesús nos hace entender, Abraham vive para Dios hasta el día de hoy, y como amigo de Él se encuentra desempeñando funciones de la más alta envergadura. Estas dos que el Señor Jesús nos ha hecho saber, seguramente que van acompañadas de otras más, que conoceremos en nuestra vida futura con el Señor y todos los Suyos. Como reflexión general sobre todo esto, y que habremos de corroborar con mucho hincapié hacia el final, nos sentimos orgullosos y altamente agraciados por tener en Dios semejante Padre Celestial, tan sabio, poderoso y lleno de amor y misericordia. Y por añadidura, y como reflejo de todo ello, nos sentimos y sabemos también orgullosos y muy favorecidos, por ser hijos espirituales de un padre tan ilustre y distinguido como Abraham el amigo de Dios.
Y hecha ya esta introducción, en los capítulos siguientes pasaremos a explorar el rico y vasto caudal que el Padre Celestial nos ha legado a través de él, que de una manera muy particular y especial, es también el padre de todos nosotros.
F I N