ABRAHAM, DAVID Y NOEMÍ
ABRAHAM, DAVID Y NOEMÍ
Dos señalizaciones y el siete de la divina potencia
Abraham.-
A primera vista, puede parecer extraño tomar a este patriarca tan sobresaliente para el tema de la decadencia y la restauración. Pero hubo una etapa en su vida, afortunadamente breve, en que se desvió del camino más alto, y es la que tenemos consignada en Génesis 12:10 a 13:3-4.
Presionado por el hambre que había en la tierra, se nos dice significativamente que descendió a Egipto. El tiempo que estuvo allí fue breve y la forma en que fue despedido por Faraón: “Ahora, pues, he aquí tu mujer, tómala y vete” – nos presenta un tiempo nada brillante dentro de su trayectoria, que en el resto fue tan ejemplar y admirable desde todo punto de vista.
Aparte de tener que marcharse sin ninguna honra por cierto, no hay la menor constancia de que Dios le haya hablado en ese tiempo.
Pero veamos ahora su viaje de regreso.
“Subió, pues, Abraham de Egipto hacia el Neguev.” (13.1)
Alejarse y desviarse es siempre una cuesta abajo, fácil pero peligrosa y engañosa. El volver, por el contrario, es una cuesta arriba, laboriosa y costosa.
“Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Betel…al lugar del altar que había hecho allí antes, e invocó allí Abraham el nombre de Jehová.” 13: 3-4)
Ese altar lo había edificado al Señor, quien se le había aparecido diciéndole:- “A tu descendencia daré esta tierra.” (12: 7)
Evidentemente, ésa era la tierra en que debía morar, no Egipto.
Un sencillo comentario, punto por punto, sería el siguiente:
1) Abandonar el lugar de la voluntad de Dios supone también dejar el altar de la obediencia absoluta y la entrega total de nuestra vida.
2) A menudo supone ir al mundo, representado en este caso por Egipto, o bien comprometernos de alguna manea con el mismo.
3) Cuando hacemos esto no nos va bien, y eso es parte del trato de Dios, llamándonos a la reflexión y al retorno al buen camino del cual nos hemos desviado
4) Ese retorno no es fácil – subió – es decir, una cuesta arriba. Y a veces no es rápido tampoco: “por sus jornadas” o sea en escalas progresivas. Si el regreso se nos hiciese fácil y rápido, podríamos volver a desviarnos, pensando que siempre es sencillo y fácil volver. Al hacérsenos difícil y laborioso, aprendemos de veras a no querer desviarnos más, y de paso nos desarrollamos saludablemente en el ejercicio de la fuerza de voluntad, paciencia y perseverancia, lo cual habrá de forjar en nosotros un carácter estable y constante.
5) El retorno siempre culmina con la vuelta al altar, que como ya hemos visto, significa la obediencia absoluta y la entrega total de nuestras vidas a Aquél que las ha redimido y comprado al precio inestimable de Su sangre derramada en el Calvario.
Por último, debemos comentar sobre la causa: había hambre en la tierra, algo que a primera vista parece atendible y razonable, pero que en realidad nos habla de una desviación de la fe en la promesa de Dios al no permanecer en el lugar en que nos ha ubicado. Pero por extensión, de un buscar lo material por encima de lo espiritual, que tantas veces termina en la ruina de muchos.
Por supuesto que estas consideraciones no caben para casos de extrema estrechez escasez o estrechez, cuando para subsistir se hace necesario – y muy bien puede ser la voluntad de Dios – un cambio de residencia a un lugar con mejores oportunidades para ganarse la vida. Sin embargo, no creemos que ése haya sido el caso de Abraham en su descenso a Egipto.
Pero extendiéndonos un poco sobre el tema, no deja de ser significativo que en el relato de Los Hechos, el primer pecado que se manifestó en la iglesia primitiva está relacionado con el dinero.
Las Escrituras nos dan muchas advertencias en cuanto al peligro de la avaricia, y ésta se puede infiltrar en nuestros corazones y actitudes de muchas maneas distintas. A veces por el deseo de tener objetos o aparatos mobiliarios en el orden doméstico que van más allá de nuestras posibilidades. Para responder posteriormente a los compromisos contraídos, se recurre a trabajar horas extras. o bien al pluri-empleo, con el resultado de que apenas quedan tiempo y fuerzas para las cosas de Dios, quedando así la vida de uno tristemente hipotecada.
En otros casos, las ansias de ganar más llevan a entrar, ya sea en el trabajo empresarial o en negocios particulares, en situaciones en que no hay la debida rectitud. O bien trampas grandes o pequeñas para la evasión de impuestos, defraudando al fisco, y/o no honrar al Señor con nuestros diezmos y ofrendas.En fin, la lista podría seguir y seguir.
Lo ideal es depender del Señor de tal manera que no nos falte nada, y al mismo tiempo de guardarnos de cualquier afán de lucro desmedido y fuera de lugar, a la vez que conducirnos con honestidad irreprochable en todo lo que que se relaciona conel dinero y la economía.
El no hacerlo ha acarreado para muchos que el enemigo declarado de sus almas pudiese introducir, casi insensiblemente, una cuña que poco a poco ha ido socavando los cimientos de su relación con Dios.
Quien esté consciente de haberse desviado en este terreno, hará bien en hacerse un replanteo delante del Señor, y con oración y firmeza cortar por lo sano, y volver a una transparencia cristalina, poniendo a Dios y el verdadero camino de la fe por encima de lo material y financiero.
Esta es la señalización clara que emana de este período de la vida de Abraham, que cono ya se ha dicho, en todas las demás etapas fue muy digna y ejemplar.
Redondeamos con el consejo dorado que el Señor Jesús nos ha dado en Mateo 6: 33:- “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
Cuando se sigue esta regla de verdad, con toda seguridad que nunca falla!
David.-
La señalización que nos da el triste episodio del adulterio de David cometido con Betsabé, la mujer de Urías heteo, es un clarísimo letrero luminoso encendido al rojo vivo, y con una solemne advertencia en cuanto al sexo, y para los siervos de Dios, en cuanto a mujeres – en plural.
Nuestra sociedad se desenvuelve hoy día en la monogamia, y lo normal y aconsejable es que cada varón, sobre todo el que sirve al Señor en el ministerio público, tenga su esposa y ayuda idónea – mujer en singular.
Un aspecto en que muchas veces se ve obrar al diablo y sus malos espíritus de una manera sutil y con mucha malicia, es el de roer y vulnerar los corazones en que pueda haber grietas o propensiones. La meta que persiguen es la de sembrar y hacer germinar la semilla de la infidelidad matrimonial, y por supuesto que esto lo intentan no sólo con el varón o marido, sino también con la mujer y esposa.
Por eso no podemos menos que hacer fuerte hincapié en el consejo de que quienes se sienten en peligro de caer apresados en esa red, enfoquen el problema frontalmente y con toda urgencia, pues tienen mucho, mucho que perder. Si no alcanzan a superarlo por sí mismos, buscar la consejería y el apoyo de quienes de veras los pueden ayudar, y no darse descanso hasta haberlo logrado.
La restauración de quienes hayan caído en este lazo es desde luego muy laboriosa, pero, gracias a Dios, no imposible. En el caso de David – gravísimo por cierto – una de las cosas que lo facilitó en cierto grado fue el hecho de que no podía culpar a ningún otro para nada, siendo la culpa clara, total y exclusivamente suya.
En los casos que se dan en estos tiempos, casi siempre hay diversas causas que directa o indirectamente inciden, y esto da lugar a que el o la responsable no se sienta del todo culpable – la otra o el otro también tuvo por lo menos algo de culpa, por una razón u otra. Esto dificulta llegar a un arrepentimiento sincero y total, sin el cual nunca habrá una restauración sólida y real.
Nuestro consejo a los tales es que con Dios, en el aspecto de tener o no razón, o ser más o menos culpable, es siempre mejor perder. En otras palabras, dejar totalmente de lado lo mal que pueda haber procedido la otra parte, y desnudar el corazón totalmente ante el Señor, reconociendo con verdadera contrición y sin ninguna cortapisa la culpa propia, abandonándose así uno a la misericordia de Dios. Ésta es la única forma de poner una base sólida para edificar sobre ella una restauración real.
El hecho de que muchas veces la restauración alcanzada es solamente parcial e insuficiente, estriba en que en el fondo, no ha habido un arrepentimiento genuino y en profundidad. En cambio, ha estado acompañado de excusas y atenuantes, o bien de la motivación de recuperar la buena imagen que se ha perdido, o de volver al ministerio público que se tenía anteriormente y que también se ha perdido.
Es fundamental que el arrepentimiento no sea por las malas consecuencias que se han cosechado, sino por el haber ofendido y desobedecido al Dios tres veces santo, y haber sido infiel a la mujer, o el marido, según corresponda.
Así, el arrepentimiento auténtico pone una buena base para la restauración, pero debe edificarse sobre ella de forma consecuente, con paciencia y sin prisa, sobre todo por volver a un lugar público en el ministerio si es que se lo tenía previamente.
Antes de eso, como primera medida, ponerse bajo la tutela de un ministerio fiable, que sepa guiar con comprensión y bondad, a la vez que con firmeza cuando sea necesario.
La primera y mayor meta debe ser sanear la relación matrimonial, que evidentemente resulta muy dañada en situaciones de esta índole. Para ello recordar tres cosas: el perdón, la recuperación de la transparencia, y también de la confianza mutua.
Como la consejería en este sentido debe darse a las dos partes del matrimonio, lo ideal es que la administre una pareja matrimonial avezada, aunque esto no debe necesariamente ser siempre así; dependerá de las circunstancias, tales como la mayor o menor afinidad, compatibilidad y capacidad comunicativa y receptiva de las distintas partes.
También en muchos casos resulta indicado, y a veces indispensable, un cambio de residencia, dejando atrás el lugar y los recuerdos, pero sin por eso prescindir de la tutela y asesoramiento esbozados más arriba. A medida que la restauración vaya avanzando satisfactoriamente, será bueno alentar a la pareja, brindándole alguna oportunidad de trabajar dentro del ámbito de la iglesia o comunidad a que pertenecen. Pero esto de forma gradual y sin que las tareas que se les encomienden supongan exponerlos a un lugar muy público y notorio, por lo menos por un tiempo prudencial. Y siempre debe estar en el ánimo de quien o quienes estén tutelando el ser pacientes, misericordiosos y comprensivos, recordando que aunque uno no haya caído en desvíos de esa clase, igualmente ha recibido mucha misericordia, amor y comprensión de parte del Señor.
NOEMÍ.-
La historia de Noemí, entrelazada con la de Rut, se encuentra en el libro que lleva el nombre de esta última.
No obstante, cuánto tiene que enseñarnos !
Elimelec. como marido de Noemí y padre de los dos hijos, Mahlón y Quelión, tomó la determinación de dejar la tierra natal para ir a morar en los campos de Moab, en vista del hambre que había en Israel.
Fue una decisión equivocada de su parte, pero no podemos pasar por alto la moraleja de que cuando falta pan fresco y nutritivo y buen alimento en la casa de Dios, la iglesia, el resultado será que, por lo menos algunos, se marcharán. En algunos casos se irán a otras partes de la iglesia – universal se entiende – donde puedan recibir lo que necesitan; tristemente, en otros, al mundo, representado en este caso por Moab.
Debemos recordar que el padre de esta nación, fue uno de los dos hijos de Lot, el sobrino de Abraham, que hizo la mala elección de disponer sus tiendas hacia Sodoma. (Génesis 13:12 y 19:36-37)
El resultado para Elimelec, volviendo ahora al relato del libro de Rut en que estamos, fue muerte, tanto para él como para sus dos hijos. Del mismo modo, el dejar nuestro lugar – así como a Dios y la familia de nuestros hermanos en la fe – siempre traerá aparejada una muerte espiritual, a veces lenta e imperceptible, pero que resultará segura e inevitable.
“Entonces Noemí se levantó con sus nueras y regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan.” (Rut 1: 6)
Esto nos presenta el principio inverso de que cuando en la casa de Dios hay pan – y siempre debería haberlo, fresco, nutritivo y abundante – los que se han marchado se sientan motivados a volver.
Casi demás está decir que una de las grandes responsabilidades de los siervos de Dios, y del ministerio en general, es la de encargarse de que siempre haya esa palabra fresca, suculenta y nutritiva, que satisfaga la necesidad y el anhelo del pueblo de Dios.
Aun cuando otras facetas, como la de la alabanza, el testimonio personal y el ejercicio de los dones del Espíritu tienen su lugar de indudable importancia, el ministerio sólido e inspirado de la palabra de verdad resulta insustituible. Cuando ella queda de lado, o se la relega a un plano secundario, el resultado es siempre perjudicial, aunque a veces no se lo discierna de inmediato.
La despedida de las dos nueras de Noemí marca un contraste importante. Las dos alzaron su voz y lloraron, pero en el caso de Orfa eso sólo se tradujo en una emoción pasajera – un beso de despedida, y en seguida marcharse a su tierra y a su vieja vida.
En Rut vemos que las emociones se concretaron en una firme y decidida elección: la de volver con Noemí, dejando atrás todo lo demás, para abrazar con todas sus fuerzas y hasta el final de su vida, al Dios de Noemí y a Su pueblo.
Mencionamos esto aquí como algo a tenerse muy en cuenta. En el ministerio de la restauración – y ése es el hilo conductor del presente escrito – con frecuencia es necesario y bueno que nos quebrantemos delante de Dios, incluso con copiosas lágrimas. Ello tiene la virtud de sensibilizar nuestros corazones, que a menudo están endurecidos.
No obstante, para alcanzar progresos sólidos, resulta fundamental que ese quebrantamiento sea seguido de elecciones y decisiones definidas, ya sea en el terreno de abandonar radicalmente el mal del que hayamos sido redargüidos, o en el de darle definitivamente al Señor algo que nos ha estado pidiendo, etc. Y estas elecciones y decisiones deben llevarse adelante con firmeza y perseverancia, aun “en frío”, cuando las emociones se hayan disipado.
La vida y trayectoria de Noemí, nos señalan otro aspecto que con quizá no mucha frecuencia encontramos: el de la persona en parte apartada y desviada del camino más alto en las cosas de Dios, pero sin que la responsabilidad sea suya en el grado primordial.
Nos explicamos diciendo que la decisión de marchar al territorio de una nación pagana fue de parte de Elimelec su marido. Ella fue con él y sus dos hijos como parte de la fidelidad matrimonial. Aunque no hay ninguna constancia expresa en ese sentido, pensamos que el deseo de su corazón hubiera sido permanecer en la tierra de Israel a pesar del hambre imperante. pero la fidelidad a su marido la impulsó a acompañarlo, sabedora de que el anteponer su voluntad personal y quedarse separada de él, hubiera sido una alternativa ruinosa para ella y su hogar .
El primer afectado por este paso en falso fue Elimelec mismo, llegándole a él la muerte en primer lugar. Pero la misma también alcanzó a Mahlón y Quelión, sus dos hijos, tocándole a su mujer Noemí quedar viuda y sin hijos, con todo lo que suponía.
Aquí un breve paréntesis para recalcar el cuidado que debemos tener al tomar decisiones y elegir el camino en las distintas coyunturas y vicisitudes de la vida. Las correctas y encajadas dentro de la voluntad de Dios serán para nuestro provecho y bendición, así como de nuestros seres queridos a quienes Dios nos ha encargado cuidar y tutelar.
Inversamente, las equivocadas, que anteponen lo nuestro a lo que viene de lo alto y la estricta fidelidad a Dios, no sólo redundarán en nuestro propio perjuicio, sino en el de los allegados a nosotros, ya sea como familiares, o como personas en Cristo a quienes nos toca encaminar en el orden de Dios.
Esto último, como se ha dicho, le tocó a Mahlón y Quelión, quienes sufrieron una muerte prematura. A Noemí le tocó la tristeza y angustia de quedar viuda, sin hijos y desamparada.
Qué solemne resulta pensar que no sólo a nosotros mismos, sino también a los que más amamos podemos hacerles tanto daño al tomar un mal rumbo!
Continuando ahora con el relato, a su regreso a Belén, la ciudad de la cual era oriunda, toda la población se conmovió al verla. El rostro radiante que habían conocido, ahora estaba pálido y envejecido por las profundas huellas del dolor que la había azotado.
“No me llaméis Noemí (placentera o agradable) sino llamadme Mara (amarga) porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso.”
“Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos vacías. ¿Por qué me llamarás Noemí, ya que Jehová ha dado testimonio contra mí y el Todopoderoso me ha afligido.”(1: 20-21)
En su congoja se sentía condenada, como si toda la desgracia que le había sobrevenido fuera muestra de la desaprobación divina.
A veces podemos estar en ese estado de autocondenación por la adversidad que nos ha tocado sufrir, pensando que es señal del desagrado del Señor, sin saber que la verdad es todo lo contrario. Ese corazón de Dios que nos conoce tan bien, late del más tierno amor por nosotros, y sin que lo sepamos nos tiene preparadas bendiciones y consolaciones cual nunca hubiésemos podido imaginar.
Se había ido llena, y creía que había vuelto vacía, pero qué distinta era la realidad de los hechos. Sin que lo pudiera comprender todavía, volvía con un inmenso tesoro, la perla inestimable de su preciosa nuera Rut.
Por otra parte, tenemos la paradoja de que su vida, tan atribulada por la muerte que había golpeado en su hogar tres veces consecutivas, había hablado y testimoniado a Rut tan elocuentemente del Dios de Israel y de Noemí.
“…adonde quiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.”(1:16)
Rut había visto algo tan especial en la vida de Noemí que le hacía saber que ella tenía un Dios muy por encima de todos los dioses de los moabitas. El atractivo de Noemí y de su Dios era un imán irresistible que la movía resueltamente a dejar atrás todo lo demás, e ir en pos de ella y de su Dios.
Qué bálsamo y consuelo podemos extraer de todo esto! A menudo, cuando nos toca pasar por la fragua de la prueba y el dolor, tendemos a sentirnos tan pequeños, impotentes y hasta indignos. Y muy bien puede ser que precisamente en ese entonces, sin que lo sepamos ni nos demos cuenta, nuestro amado Señor esté forjando a través de nuestras vidas quebrantadas, bendiciones inesperadas y valores imperecederos y eternos.
Y qué dulce el despertar de un alba nueva, la noche oscura dejada atrás, y saber que en ella, después de todo, el Señor estaba presente de forma muy real, y nada de lo padecido ha sido desperdicio ni haber sufrido en vano !
Por el contrario, todo ha tenido su sentido y razón de ser, llevado imperceptiblemente para nosotros por la mano sabia y diestra del insondable Dios de nuestra vida!
La trayectoria de Rut, trazada en los capítulos 2, 3 y 4 del libro, resulta singular, ejemplar y maravillosa, pero debemos ceñirnos a Noemí y su restauración, que de eso estamos tratando.
Pero antes de hacerlo, señalamos en cuanto a Rut la maravillosa anteposición de la gracia sobre la prohibición absoluta de que ni moabita ni amonita entrase jamás en la congregación de Jehová, dictada en Deuteronomio 23: 3. Como vemos, una gracia más, de las cuales, como veremos hacia el final, este libro tan breve se encuentra tan saturado!
Ahora sí, pasando a Noemí, el estado de viudez requería la redención para que el nombre del difunto se restaurase y no quedase borrado. La unión matrimonial entre Boaz y Rut, tan milagrosa como providencial, vino a posibilitar eso y mucho más también. Al nacerles ese preciado primer hijo Obed – (adorador o siervo)
“…las mujeres decían a Noemí: Loado sea Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel; el cual será restaurador de tu alma y sustentará tu vejez; pues tu nuera, que te ama, lo ha dado a luz; y ella es para ti de más valor que siete hijos.” (capítulo 4: 14-15)
Qué panal de miel dulcísimo es este desenlace tan tierno y feliz! A veces es necesario perder aquello en lo cual abrigábamos las mayores esperanzas, y en que teníamos fincados nuestros mayores anhelos, para poder más tarde, en nuestro vacío y dolor, recibir a cambio esos bienes más altos y sublimes que el Padre de Gloria nos tenía reservados.
En la escala de valores siempre figura el siete, no necesariamente como cifra en sí, sino símbolo de lo que en verdad Él nos da, como algo completo y perfecto a carta cabal.
En lugar de los dos hijos perdidos, Rut que valía por siete – no un mero dicho, sino una realidad absoluta. Ella podía pensar en Mahlón y Quelión, y ver que ahora en Rut tenía algo que valía por ellos dos; pero no solamente eso, sino también nada menos que por otros cinco!
Esto, según va en el título, lo llamamos con toda propiedad el siete de la divina potencia.
Pero además:
“…para que el nombre del muerto no se borre de entre sus hermanos…” (4:10)
Esa era la aspiración, natural y normal, de Noemí, como así también de Rut y por cierto de toda viuda. Pero la proyección divina iba mucho más alto y más lejos.
“Obed engendró a Isaí, e Isaí engendró a David.”(4:22)
Así termina el libro y la preciosa historia. Lo que quiere decir que el nieto que Dios le dio a Noemí, entra a través de David, en el río del linaje sagrado que iría a confluir en el Mesías – ese varón inigualable que tras su triunfo en la arena del Calvario, se encuentra resucitado, ascendido y glorificado, hasta dársele el NOMBRE SOBRE TODO NOMBRE.
Esto ni Noemí, ni Rut se lo habían soñado ni remotamente!
Así restaura nuestro Dios, trabajando a la divina potencia!
Como para reunirnos en rueda de amigos – que así nos llama mismo Señor Jesús a los que le obedecemos de verdad – (Juan 15: 13-15) – levantando en alto nuestras copas, rebosantes de admiración, gratitud y alabanza, para rendir el más alto tributo a nuestro Dios maravilloso, el gran restaurador de todas las cosas!
F I N
ABRAHAM, DAVID Y NOEMÍ
Dos señalizaciones y el siete de la divina potencia
Abraham.-
A primera vista, puede parecer extraño tomar a este patriarca tan sobresaliente para el tema de la decadencia y la restauración. Pero hubo una etapa en su vida, afortunadamente breve, en que se desvió del camino más alto, y es la que tenemos consignada en Génesis 12:10 a 13:3-4.
Presionado por el hambre que había en la tierra, se nos dice significativamente que descendió a Egipto. El tiempo que estuvo allí fue breve y la forma en que fue despedido por Faraón: “Ahora, pues, he aquí tu mujer, tómala y vete” – nos presenta un tiempo nada brillante dentro de su trayectoria, que en el resto fue tan ejemplar y admirable desde todo punto de vista.
Aparte de tener que marcharse sin ninguna honra por cierto, no hay la menor constancia de que Dios le haya hablado en ese tiempo.
Pero veamos ahora su viaje de regreso.
“Subió, pues, Abraham de Egipto hacia el Neguev.” (13.1)
Alejarse y desviarse es siempre una cuesta abajo, fácil pero peligrosa y engañosa. El volver, por el contrario, es una cuesta arriba, laboriosa y costosa.
“Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Betel…al lugar del altar que había hecho allí antes, e invocó allí Abraham el nombre de Jehová.” 13: 3-4)
Ese altar lo había edificado al Señor, quien se le había aparecido diciéndole:- “A tu descendencia daré esta tierra.” (12: 7)
Evidentemente, ésa era la tierra en que debía morar, no Egipto.
Un sencillo comentario, punto por punto, sería el siguiente:
1) Abandonar el lugar de la voluntad de Dios supone también dejar el altar de la obediencia absoluta y la entrega total de nuestra vida.
2) A menudo supone ir al mundo, representado en este caso por Egipto, o bien comprometernos de alguna manea con el mismo.
3) Cuando hacemos esto no nos va bien, y eso es parte del trato de Dios, llamándonos a la reflexión y al retorno al buen camino del cual nos hemos desviado
4) Ese retorno no es fácil – subió – es decir, una cuesta arriba. Y a veces no es rápido tampoco: “por sus jornadas” o sea en escalas progresivas. Si el regreso se nos hiciese fácil y rápido, podríamos volver a desviarnos, pensando que siempre es sencillo y fácil volver. Al hacérsenos difícil y laborioso, aprendemos de veras a no querer desviarnos más, y de paso nos desarrollamos saludablemente en el ejercicio de la fuerza de voluntad, paciencia y perseverancia, lo cual habrá de forjar en nosotros un carácter estable y constante.
5) El retorno siempre culmina con la vuelta al altar, que como ya hemos visto, significa la obediencia absoluta y la entrega total de nuestras vidas a Aquél que las ha redimido y comprado al precio inestimable de Su sangre derramada en el Calvario.
Por último, debemos comentar sobre la causa: había hambre en la tierra, algo que a primera vista parece atendible y razonable, pero que en realidad nos habla de una desviación de la fe en la promesa de Dios al no permanecer en el lugar en que nos ha ubicado. Pero por extensión, de un buscar lo material por encima de lo espiritual, que tantas veces termina en la ruina de muchos.
Por supuesto que estas consideraciones no caben para casos de extrema estrechez escasez o estrechez, cuando para subsistir se hace necesario – y muy bien puede ser la voluntad de Dios – un cambio de residencia a un lugar con mejores oportunidades para ganarse la vida. Sin embargo, no creemos que ése haya sido el caso de Abraham en su descenso a Egipto.
Pero extendiéndonos un poco sobre el tema, no deja de ser significativo que en el relato de Los Hechos, el primer pecado que se manifestó en la iglesia primitiva está relacionado con el dinero.
Las Escrituras nos dan muchas advertencias en cuanto al peligro de la avaricia, y ésta se puede infiltrar en nuestros corazones y actitudes de muchas maneas distintas. A veces por el deseo de tener objetos o aparatos mobiliarios en el orden doméstico que van más allá de nuestras posibilidades. Para responder posteriormente a los compromisos contraídos, se recurre a trabajar horas extras. o bien al pluri-empleo, con el resultado de que apenas quedan tiempo y fuerzas para las cosas de Dios, quedando así la vida de uno tristemente hipotecada.
En otros casos, las ansias de ganar más llevan a entrar, ya sea en el trabajo empresarial o en negocios particulares, en situaciones en que no hay la debida rectitud. O bien trampas grandes o pequeñas para la evasión de impuestos, defraudando al fisco, y/o no honrar al Señor con nuestros diezmos y ofrendas.En fin, la lista podría seguir y seguir.
Lo ideal es depender del Señor de tal manera que no nos falte nada, y al mismo tiempo de guardarnos de cualquier afán de lucro desmedido y fuera de lugar, a la vez que conducirnos con honestidad irreprochable en todo lo que que se relaciona conel dinero y la economía.
El no hacerlo ha acarreado para muchos que el enemigo declarado de sus almas pudiese introducir, casi insensiblemente, una cuña que poco a poco ha ido socavando los cimientos de su relación con Dios.
Quien esté consciente de haberse desviado en este terreno, hará bien en hacerse un replanteo delante del Señor, y con oración y firmeza cortar por lo sano, y volver a una transparencia cristalina, poniendo a Dios y el verdadero camino de la fe por encima de lo material y financiero.
Esta es la señalización clara que emana de este período de la vida de Abraham, que cono ya se ha dicho, en todas las demás etapas fue muy digna y ejemplar.
Redondeamos con el consejo dorado que el Señor Jesús nos ha dado en Mateo 6: 33:- “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
Cuando se sigue esta regla de verdad, con toda seguridad que nunca falla!
David.-
La señalización que nos da el triste episodio del adulterio de David cometido con Betsabé, la mujer de Urías heteo, es un clarísimo letrero luminoso encendido al rojo vivo, y con una solemne advertencia en cuanto al sexo, y para los siervos de Dios, en cuanto a mujeres – en plural.
Nuestra sociedad se desenvuelve hoy día en la monogamia, y lo normal y aconsejable es que cada varón, sobre todo el que sirve al Señor en el ministerio público, tenga su esposa y ayuda idónea – mujer en singular.
Un aspecto en que muchas veces se ve obrar al diablo y sus malos espíritus de una manera sutil y con mucha malicia, es el de roer y vulnerar los corazones en que pueda haber grietas o propensiones. La meta que persiguen es la de sembrar y hacer germinar la semilla de la infidelidad matrimonial, y por supuesto que esto lo intentan no sólo con el varón o marido, sino también con la mujer y esposa.
Por eso no podemos menos que hacer fuerte hincapié en el consejo de que quienes se sienten en peligro de caer apresados en esa red, enfoquen el problema frontalmente y con toda urgencia, pues tienen mucho, mucho que perder. Si no alcanzan a superarlo por sí mismos, buscar la consejería y el apoyo de quienes de veras los pueden ayudar, y no darse descanso hasta haberlo logrado.
La restauración de quienes hayan caído en este lazo es desde luego muy laboriosa, pero, gracias a Dios, no imposible. En el caso de David – gravísimo por cierto – una de las cosas que lo facilitó en cierto grado fue el hecho de que no podía culpar a ningún otro para nada, siendo la culpa clara, total y exclusivamente suya.
En los casos que se dan en estos tiempos, casi siempre hay diversas causas que directa o indirectamente inciden, y esto da lugar a que el o la responsable no se sienta del todo culpable – la otra o el otro también tuvo por lo menos algo de culpa, por una razón u otra. Esto dificulta llegar a un arrepentimiento sincero y total, sin el cual nunca habrá una restauración sólida y real.
Nuestro consejo a los tales es que con Dios, en el aspecto de tener o no razón, o ser más o menos culpable, es siempre mejor perder. En otras palabras, dejar totalmente de lado lo mal que pueda haber procedido la otra parte, y desnudar el corazón totalmente ante el Señor, reconociendo con verdadera contrición y sin ninguna cortapisa la culpa propia, abandonándose así uno a la misericordia de Dios. Ésta es la única forma de poner una base sólida para edificar sobre ella una restauración real.
El hecho de que muchas veces la restauración alcanzada es solamente parcial e insuficiente, estriba en que en el fondo, no ha habido un arrepentimiento genuino y en profundidad. En cambio, ha estado acompañado de excusas y atenuantes, o bien de la motivación de recuperar la buena imagen que se ha perdido, o de volver al ministerio público que se tenía anteriormente y que también se ha perdido.
Es fundamental que el arrepentimiento no sea por las malas consecuencias que se han cosechado, sino por el haber ofendido y desobedecido al Dios tres veces santo, y haber sido infiel a la mujer, o el marido, según corresponda.
Así, el arrepentimiento auténtico pone una buena base para la restauración, pero debe edificarse sobre ella de forma consecuente, con paciencia y sin prisa, sobre todo por volver a un lugar público en el ministerio si es que se lo tenía previamente.
Antes de eso, como primera medida, ponerse bajo la tutela de un ministerio fiable, que sepa guiar con comprensión y bondad, a la vez que con firmeza cuando sea necesario.
La primera y mayor meta debe ser sanear la relación matrimonial, que evidentemente resulta muy dañada en situaciones de esta índole. Para ello recordar tres cosas: el perdón, la recuperación de la transparencia, y también de la confianza mutua.
Como la consejería en este sentido debe darse a las dos partes del matrimonio, lo ideal es que la administre una pareja matrimonial avezada, aunque esto no debe necesariamente ser siempre así; dependerá de las circunstancias, tales como la mayor o menor afinidad, compatibilidad y capacidad comunicativa y receptiva de las distintas partes.
También en muchos casos resulta indicado, y a veces indispensable, un cambio de residencia, dejando atrás el lugar y los recuerdos, pero sin por eso prescindir de la tutela y asesoramiento esbozados más arriba. A medida que la restauración vaya avanzando satisfactoriamente, será bueno alentar a la pareja, brindándole alguna oportunidad de trabajar dentro del ámbito de la iglesia o comunidad a que pertenecen. Pero esto de forma gradual y sin que las tareas que se les encomienden supongan exponerlos a un lugar muy público y notorio, por lo menos por un tiempo prudencial. Y siempre debe estar en el ánimo de quien o quienes estén tutelando el ser pacientes, misericordiosos y comprensivos, recordando que aunque uno no haya caído en desvíos de esa clase, igualmente ha recibido mucha misericordia, amor y comprensión de parte del Señor.
NOEMÍ.-
La historia de Noemí, entrelazada con la de Rut, se encuentra en el libro que lleva el nombre de esta última.
No obstante, cuánto tiene que enseñarnos !
Elimelec. como marido de Noemí y padre de los dos hijos, Mahlón y Quelión, tomó la determinación de dejar la tierra natal para ir a morar en los campos de Moab, en vista del hambre que había en Israel.
Fue una decisión equivocada de su parte, pero no podemos pasar por alto la moraleja de que cuando falta pan fresco y nutritivo y buen alimento en la casa de Dios, la iglesia, el resultado será que, por lo menos algunos, se marcharán. En algunos casos se irán a otras partes de la iglesia – universal se entiende – donde puedan recibir lo que necesitan; tristemente, en otros, al mundo, representado en este caso por Moab.
Debemos recordar que el padre de esta nación, fue uno de los dos hijos de Lot, el sobrino de Abraham, que hizo la mala elección de disponer sus tiendas hacia Sodoma. (Génesis 13:12 y 19:36-37)
El resultado para Elimelec, volviendo ahora al relato del libro de Rut en que estamos, fue muerte, tanto para él como para sus dos hijos. Del mismo modo, el dejar nuestro lugar – así como a Dios y la familia de nuestros hermanos en la fe – siempre traerá aparejada una muerte espiritual, a veces lenta e imperceptible, pero que resultará segura e inevitable.
“Entonces Noemí se levantó con sus nueras y regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan.” (Rut 1: 6)
Esto nos presenta el principio inverso de que cuando en la casa de Dios hay pan – y siempre debería haberlo, fresco, nutritivo y abundante – los que se han marchado se sientan motivados a volver.
Casi demás está decir que una de las grandes responsabilidades de los siervos de Dios, y del ministerio en general, es la de encargarse de que siempre haya esa palabra fresca, suculenta y nutritiva, que satisfaga la necesidad y el anhelo del pueblo de Dios.
Aun cuando otras facetas, como la de la alabanza, el testimonio personal y el ejercicio de los dones del Espíritu tienen su lugar de indudable importancia, el ministerio sólido e inspirado de la palabra de verdad resulta insustituible. Cuando ella queda de lado, o se la relega a un plano secundario, el resultado es siempre perjudicial, aunque a veces no se lo discierna de inmediato.
La despedida de las dos nueras de Noemí marca un contraste importante. Las dos alzaron su voz y lloraron, pero en el caso de Orfa eso sólo se tradujo en una emoción pasajera – un beso de despedida, y en seguida marcharse a su tierra y a su vieja vida.
En Rut vemos que las emociones se concretaron en una firme y decidida elección: la de volver con Noemí, dejando atrás todo lo demás, para abrazar con todas sus fuerzas y hasta el final de su vida, al Dios de Noemí y a Su pueblo.
Mencionamos esto aquí como algo a tenerse muy en cuenta. En el ministerio de la restauración – y ése es el hilo conductor del presente escrito – con frecuencia es necesario y bueno que nos quebrantemos delante de Dios, incluso con copiosas lágrimas. Ello tiene la virtud de sensibilizar nuestros corazones, que a menudo están endurecidos.
No obstante, para alcanzar progresos sólidos, resulta fundamental que ese quebrantamiento sea seguido de elecciones y decisiones definidas, ya sea en el terreno de abandonar radicalmente el mal del que hayamos sido redargüidos, o en el de darle definitivamente al Señor algo que nos ha estado pidiendo, etc. Y estas elecciones y decisiones deben llevarse adelante con firmeza y perseverancia, aun “en frío”, cuando las emociones se hayan disipado.
La vida y trayectoria de Noemí, nos señalan otro aspecto que con quizá no mucha frecuencia encontramos: el de la persona en parte apartada y desviada del camino más alto en las cosas de Dios, pero sin que la responsabilidad sea suya en el grado primordial.
Nos explicamos diciendo que la decisión de marchar al territorio de una nación pagana fue de parte de Elimelec su marido. Ella fue con él y sus dos hijos como parte de la fidelidad matrimonial. Aunque no hay ninguna constancia expresa en ese sentido, pensamos que el deseo de su corazón hubiera sido permanecer en la tierra de Israel a pesar del hambre imperante. pero la fidelidad a su marido la impulsó a acompañarlo, sabedora de que el anteponer su voluntad personal y quedarse separada de él, hubiera sido una alternativa ruinosa para ella y su hogar .
El primer afectado por este paso en falso fue Elimelec mismo, llegándole a él la muerte en primer lugar. Pero la misma también alcanzó a Mahlón y Quelión, sus dos hijos, tocándole a su mujer Noemí quedar viuda y sin hijos, con todo lo que suponía.
Aquí un breve paréntesis para recalcar el cuidado que debemos tener al tomar decisiones y elegir el camino en las distintas coyunturas y vicisitudes de la vida. Las correctas y encajadas dentro de la voluntad de Dios serán para nuestro provecho y bendición, así como de nuestros seres queridos a quienes Dios nos ha encargado cuidar y tutelar.
Inversamente, las equivocadas, que anteponen lo nuestro a lo que viene de lo alto y la estricta fidelidad a Dios, no sólo redundarán en nuestro propio perjuicio, sino en el de los allegados a nosotros, ya sea como familiares, o como personas en Cristo a quienes nos toca encaminar en el orden de Dios.
Esto último, como se ha dicho, le tocó a Mahlón y Quelión, quienes sufrieron una muerte prematura. A Noemí le tocó la tristeza y angustia de quedar viuda, sin hijos y desamparada.
Qué solemne resulta pensar que no sólo a nosotros mismos, sino también a los que más amamos podemos hacerles tanto daño al tomar un mal rumbo!
Continuando ahora con el relato, a su regreso a Belén, la ciudad de la cual era oriunda, toda la población se conmovió al verla. El rostro radiante que habían conocido, ahora estaba pálido y envejecido por las profundas huellas del dolor que la había azotado.
“No me llaméis Noemí (placentera o agradable) sino llamadme Mara (amarga) porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso.”
“Yo me fui llena, pero Jehová me ha vuelto con las manos vacías. ¿Por qué me llamarás Noemí, ya que Jehová ha dado testimonio contra mí y el Todopoderoso me ha afligido.”(1: 20-21)
En su congoja se sentía condenada, como si toda la desgracia que le había sobrevenido fuera muestra de la desaprobación divina.
A veces podemos estar en ese estado de autocondenación por la adversidad que nos ha tocado sufrir, pensando que es señal del desagrado del Señor, sin saber que la verdad es todo lo contrario. Ese corazón de Dios que nos conoce tan bien, late del más tierno amor por nosotros, y sin que lo sepamos nos tiene preparadas bendiciones y consolaciones cual nunca hubiésemos podido imaginar.
Se había ido llena, y creía que había vuelto vacía, pero qué distinta era la realidad de los hechos. Sin que lo pudiera comprender todavía, volvía con un inmenso tesoro, la perla inestimable de su preciosa nuera Rut.
Por otra parte, tenemos la paradoja de que su vida, tan atribulada por la muerte que había golpeado en su hogar tres veces consecutivas, había hablado y testimoniado a Rut tan elocuentemente del Dios de Israel y de Noemí.
“…adonde quiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.”(1:16)
Rut había visto algo tan especial en la vida de Noemí que le hacía saber que ella tenía un Dios muy por encima de todos los dioses de los moabitas. El atractivo de Noemí y de su Dios era un imán irresistible que la movía resueltamente a dejar atrás todo lo demás, e ir en pos de ella y de su Dios.
Qué bálsamo y consuelo podemos extraer de todo esto! A menudo, cuando nos toca pasar por la fragua de la prueba y el dolor, tendemos a sentirnos tan pequeños, impotentes y hasta indignos. Y muy bien puede ser que precisamente en ese entonces, sin que lo sepamos ni nos demos cuenta, nuestro amado Señor esté forjando a través de nuestras vidasquebrantadas, bendiciones inesperadas y valores imperecederos y eternos.
Y qué dulce el despertar de un alba nueva, la noche oscura dejada atrás, y saber que en ella, después de todo, el Señor estaba presente de forma muy real, y nada de lo padecido ha sido desperdicio ni haber sufrido en vano !
Por el contrario, todo ha tenido su sentido y razón de ser, llevado imperceptiblemente para nosotros por la mano sabia y diestra del insondable Dios de nuestra vida!
La trayectoria de Rut, trazada en los capítulos 2, 3 y 4 del libro, resulta singular, ejemplar y maravillosa, pero debemos ceñirnos a Noemí y su restauración, que de eso estamos tratando.
Pero antes de hacerlo, señalamos en cuanto a Rut la maravillosa anteposición de la gracia sobre la prohibición absoluta de que ni moabita ni amonita entrase jamás en la congregación de Jehová, dictada en Deuteronomio 23: 3. Como vemos, una gracia más, de las cuales, como veremos hacia el final, este libro tan breve se encuentra tan saturado!
Ahora sí, pasando a Noemí, el estado de viudez requería la redención para que el nombre del difunto se restaurase y no quedase borrado. La unión matrimonial entre Boaz y Rut, tan milagrosa como providencial, vino a posibilitar eso y mucho más también. Al nacerles ese preciado primer hijo Obed – (adorador o siervo)
“…las mujeres decían a Noemí: Loado sea Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel; el cual será restaurador de tu alma y sustentará tu vejez; pues tu nuera, que te ama, lo ha dado a luz; y ella es para ti de más valor que siete hijos.” (capítulo 4: 14-15)
Qué panal de miel dulcísimo es este desenlace tan tierno y feliz! A veces es necesario perder aquello en lo cual abrigábamos las mayores esperanzas, y en que teníamos fincados nuestros mayores anhelos, para poder más tarde, en nuestro vacío y dolor, recibir a cambio esos bienes más altos y sublimes que el Padre de Gloria nos tenía reservados.
En la escala de valores siempre figura el siete, no necesariamente como cifra en sí, sino símbolo de lo que en verdad Él nos da, como algo completo y perfecto a carta cabal.
En lugar de los dos hijos perdidos, Rut que valía por siete – no un mero dicho, sino una realidad absoluta. Ella podía pensar en Mahlón y Quelión, y ver que ahora en Rut tenía algo que valía por ellos dos; pero no solamente eso, sino también nada menos que por otros cinco!
Esto, según va en el título, lo llamamos con toda propiedad el siete de la divina potencia.
Pero además:
“…para que el nombre del muerto no se borre de entre sus hermanos…” (4:10)
Esa era la aspiración, natural y normal, de Noemí, como así también de Rut y por cierto de toda viuda. Pero la proyección divina iba mucho más alto y más lejos.
“Obed engendró a Isaí, e Isaí engendró a David.”(4:22)
Así termina el libro y la preciosa historia. Lo que quiere decir que el nieto que Dios le dio a Noemí, entra a través de David, en el río del linaje sagrado que iría a confluir en el Mesías – ese varón inigualable que tras su triunfo en la arena del Calvario, se encuentra resucitado, ascendido y glorificado, hasta dársele el NOMBRE SOBRE TODO NOMBRE.
Esto ni Noemí, ni Rut se lo habían soñado ni remotamente!
Así restaura nuestro Dios, trabajando a la divina potencia!
Como para reunirnos en rueda de amigos – que así nos llama mismo Señor Jesús a los que le obedecemos de verdad – (Juan 15: 13-15) – levantando en alto nuestras copas, rebosantes de admiración, gratitud y alabanza, para rendir el más alto tributo a nuestro Dios maravilloso, el gran restaurador de todas las cosas!
F I N