Capítulo 16
A mayor edad y madurez, mayor responsabilidad

El relato deja en blanco un intervalo de unos trece años, desde el nacimiento de Ismael, cuando Abraham contaba ochenta y seis años de edad.
¿Le habló el Señor a Abram durante este largo período?
Es posible que sí, pero nos atrevemos a afirmar que también es posible que no.
En algunas oportunidades, hemos oído hablar de casos de personas que han tenido el hábito de buscar que cada día el Señor les dijese algo nuevo.
No siempre, ni muchos menos, lo que decían que les había dicho, nos ha parecido algo auténtico, con un contenido de algo realmente del Señor.
Antes bien, nos ha olido a algo en el terreno de la imaginación humana, y a veces, aun de la fantasía. A su tiempo, esto ha quedado corroborado, sencillamente por el hecho de que no se viese posteriormente ningún resultado o fruto concreto de la palabra supuestamente recibida de lo alto.
La verdad es que un siervo bien consciente no necesita que cada día se le den directivas nuevas, a menos que surja una contingencia especial o imprevista.
Él sabe que su primera obligación, por ejemplo, en tiempo de invierno, ha de ser la de quitar las cenizas de la chimenea y encender el fuego, para pasar luego a las tareas de limpieza y de ordenar las cosas, de la manera que su amo le ha establecido desde un principio.
Trasladándolo a la esfera espiritual, quien tenga una formación correcta, normalmente sabrá bien lo que tiene que hacer cada día.
¿Esperará que el Señor le repita las cosas cada mañana?
“Acuérdate de orar y buscar mi rostro. No olvides de leer mi palabra con avidez. Guárdate en humildad y limpieza en todo momento. No desperdicies el tiempo en cosas innecesarias y que no edifican. No caigas en la tentación de criticar a otros, ni te enredes en chismes y cuchicheos,” etc. etc.
Por supuesto que todo eso, y lo demás que sea necesario para vivir una vida coherente y en la voluntad divina, lo tiene que ver, comprender y asumir, sin ninguna necesidad de que se le repitan cada mañana.
Y el silencio de Dios, siempre que vaya acompañado de una genuina paz interior, por lo general debe interpretarse como una señal aprobatoria de Su parte.
Por otra parte, si uno se está desviando del camino correcto, siempre que se tenga una buena disposición para con el Señor, lo normal es que Él le dé a uno señales de alarma o advertencia de peligro.
El autor, hace ya unos buenos años, hizo una oración muy concreta y definida al Señor, pidiéndole que le guardase siempre en el camino limpio y claro del Espíritu y la palabra.
Agregó que si por cualquier causa, o bien no comprendiese la advertencia, o no se diese por enterado, por favor insistiese claramente, aun recurriendo al castigo y el escarmiento que conceptuase necesario, con tal de no dejarlo desviarse en lo más mínimo.
De paso, animamos al que se inicia en el camino, o bien a quien nunca ha hecho semejante oración, a que la haga sin demora, de todo corazón y con plena fe.
Transcurridos ya muchos años desde entonces, quien esto escribe puede testimoniar con profunda gratitud de la fidelidad del Señor en contestar esa oración – que había sido desde luego muy sincera y concreta – en varias oportunidades, cruciales una o dos de ellas.
En situaciones en que no ha habido riesgos ni peligros, el sello de la genuina paz de Dios, y Su bendición aprobatoria, le han bastado para seguir adelante con fe y confianza, sin necesidad de buscar palabras nuevas o mensajes especiales.
Éstos le han llegado a lo largo de los años, pero sólo de tanto en tanto, y cuando ha sido necesario, ya sea por un cambio de frente o una contingencia particular.
Desde luego que todo este comentario no prueba que Dios no le haya hablado a Abraham durante esos 13 años, que es donde arrancamos.
Pero tampoco se puede probar que lo haya hecho, y lo cierto es que no tiene por qué estar diciéndonos continuamente cosas nuevas. Si nuestra vida está bien fundamentada, lo normal es que sepamos bien todo lo que debemos hacer, y también todo lo que no debemos hacer.
Continuando entonces, en Génesis 22:1 leemos:
“Era Abraham de noventa y nueva años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delate de mí y sé perfecto.”
La vez anterior que se consigna que Dios le habló, fue catorce años antes, cuando tenía ochenta y cinco años. Como recordaremos, fue una palabra de ánimo, para infundirle confianza y nuevo aliento.
En cambio, ésta que recibe ahora es una de exhortación que le pide más, instándolo a que ande delante de Él y sea perfecto.
En consonancia con ello hemos puesto como título de este capítulo: “A mayor edad y madurez, mayor responsabilidad.”
Efectivamente, en etapas tempranas de formación e inmadurez, el Señor suele tolerarnos cosas que no son del todo ejemplares.
No obstante, a medida que vamos avanzando en edad espiritual y comprensión de la realidad de las cosas, nos pide y exige más.
Desde luego que lo hace para llevarnos a un nivel más alto, para nuestro propio beneficio, como así también para que nuestro servicio sea más efectivo y fructífero.

“YO soy el Dios Todopoderoso”
Una nueva revelación de Dios, a través de un nombre nuevo que no ha aparecido antes – El Shaddai en el original hebreo – que significa el Dios todo suficiente, pero con una acepción muy tierna – el Dios de los pechos, Quien de Su pecho amoroso y tierno, sostiene, nutre y vigoriza a los Suyos con Su amor que es paternal y maternal a la vez.
Vemos en esto que hay una relación directa entre el desarrollo y la madurez, y la comprensión progresiva de la grandeza de Dios – en este caso, y a esta altura – un nuevo aspecto de Su grandeza multifacética.
Y a continuación de esa revelación de Si mismo, le exhorta:
“Anda delante de mí”
Éstas palabras contienen mucho más de lo que se suele pensar, o de lo que puede parecer a primera vista.
Dios le instaba a caminar de tal manera que en todo momento sintiese y supiese que estaba bien delante de nada menos que de Él, el Dios Todopoderoso.
Cómo debiera afectar nuestro actuar, hablar y pensar, que esta verdad tremenda de que al Omnipotente e invisible pero muy real Dios eterno, lo tenemos delante nuestro, viendo, oyendo y comprendiendo cada acción, palabra o pensamiento que brota de nuestro ser, por más secreto que nos parezca!
“Y sé perfecto.”
No debemos interpretar esto como ser un infalible, incapaz de equivocarse. Lo que en realidad significa es que a esa edad tan avanzada y con un buen número de
años de andar en el camino de la fe, Dios pedía y esperaba ahora más de él.
Usando un poco nuestra imaginación, lo definimos así:
Una mayor confianza, una serenidad y prudencia que van en aumento, y un andar que se va acercando cada vez más a estar totalmente exento de esas lagunas, precipitaciones o titubeos, que aparecen y se ven a menudo en etapas de inmadurez.
Es incuestionablemente lógico y razonable que así sea.
A un niño de diez años, por ejemplo, sólo se le puede pedir lo que razonablemente se puede dar a esa edad. Si lo alcanza a dar, debemos darnos por satisfechos, y lo podemos calificar de perfecto, aunque de una perfección relativa, de acuerdo con su edad y posibilidades.
Su grado de responsabilidad y eficiencia, naturalmente tendría que aumentar al llegar digamos a los quince años, y así sucesivamente.
Es decir que la perfección a que nos estamos refiriendo, está estrechamente ligada con el mayor o menor grado de madurez, y creemos a ciencia cierta que éste es el criterio conque deben interpretarse pasajes en que se habla de ella, tales como Mateo 5:48, Filipenses 3: 12-15, Hebreos 5:14 y 6:1, Santiago 1:4, etc.

Como simiente de Abraham, debemos contar conque nuestro Dios espere más de nosotros, y nos exija cada vez más, a medida que avancemos en nuestra marcha.
Querrá que seamos más conscientes de Su presencia y de que estamos delante de Él en todo momento – que Su mirada escudriña cada acción, palabra y pensamiento, y cada motivación del corazón, y que desea que le agrademos en todo, a fin de que se cumplan plenamente Sus propósitos para nuestra vida, así como lo fueron en la vida de Abraham.
F I N