El pacto confirmado y ampliado # Capítulo 18 – Primera parte
Capítulo 18 – El pacto confirmado y ampliado
Primera parte
Dado que este capítulo es bastante extenso, lo desdoblamos en dos partes.
Empezamos entonces por la primera.
Desde luego que, sin perjuicio de lo que hemos visto anteriormente, tenemos que tomar debida nota del verdadero significado de los nuevos nombres dados por el Señor a Su siervo y a su esposa.
Abraham quiere decir “Padre de una multitud” y Sara “Princesa.” Al anunciar estos cambios, el Señor añadió que a Abraham lo había puesto por padre de muchedumbre de gentes, y que haría naciones de él y reyes. Génesis 17:5-6.
De Sara dijo que iba a ser madre de naciones, y reyes de pueblos vendrían de ella. (17:16)
No se nos debe pasar por alto que en esto hay un principio general, aunque no inamovible, porque en algunos casos de da la excepción. El mismo es el de que la esposa y ayuda idónea que el Señor le ha dado a Sus siervos, sea honrada y bendecida, de manera que pase a ser coheredera de la gracia de la vida, como Pedro tan acertadamente la llama. 1a. Pedro 3:7.
Resulta triste ver – afortunadamente no muy a menudo – situaciones de mujeres que no viven ni se ponen a tono con el nivel del siervo de Dios que es su cónyuge.
En esos casos el Señor se ve imposibilitado de honrarlas como al marido, para el cual debe ser doloroso que su esposa no lo acompañe debidamente en lo que para él es la gran visión y pasión de su vida.
También es justo señalar que a veces sucede, y esto con más frecuencia, que el varón es el que no está a la altura que corresponde, y por lo tanto no puede ser honrado por Dios como debiera.
Esto para la mujer debe ser igualmente triste y penoso.
Pero volviendo ahora a los nombres, resulta de particular edificación el comentario que Pablo hace en Romanos 4:17:-
“Como está escrito: Te he puesto por padre de muchas naciones, delante de Dios a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son como si fuesen.”
Es decir que le promete y asegura a Abraham que será padre de muchas naciones, y que no teniendo él ningún hijo, y siendo de edad de casi cien años, lo llama padre de una multitud, como si Su promesa ya estuviese plenamente cumplida.
Debemos entender que la fe Dios es ilimitada, así como lo son Sus recursos de poder y sabiduría. Cuando en Génesis 1:3, estando las tinieblas sobre la faz del abismo, Él pronunció las tres famosas palabras – “Sea la luz” – lo hizo con absoluta fe y convicción.
Podemos estar seguros de que por Su mente no se cruzó ningún razonamiento de duda, como por ejemplo, “Esto no lo he hecho nunca antes – no sé si saldrá bien o mal.”
Nada de eso, sino que las pronunció con la más absoluta confianza, sabedor de que detrás de ellas iban todo Su poder creativo, y el caudal infinito de Su propia luz, siendo Él en esencia luz pura y sin el menor atisbo de tinieblas, como se nos dice en 1a. Juan 1:5.
De inmediato el relato del Génesis agrega: “Y fue la luz, y vio Dios que la luz era buena.”
Para mayor abundamiento, en el evangelio de Juan 1:5 se nos dice:-
“La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” Lo cual establece la absoluta supremacía de la luz sobre las tinieblas.
Como ejemplo práctico muy sencillo, tenemos el de un recinto totalmente a oscuras; empero, al encenderse la luz, la misma lo invade y llena todo, y las tinieblas desaparecen.
En nuestra prédica oral en el pasado, un par de veces hemos tomado el caso inverso de un recinto plenamente iluminado.
Otra vez haciendo uso de una imaginación ocurrente, podemos pensar en un camión lleno de sacos cargados de oscuridad. Al abrirlos y echarlos en el recinto plenamente iluminado, para llenarlo así de oscuridad, descubrimos su absoluta impotencia, para hacer tal cosa – la luz es invencible!
Aunque este ejemplo ilustrativo resulte algo rebuscado, guarda en un sentido una buena relación con la venida al mundo de nuestro Señor Jesucristo y Su enfrentamiento con las tinieblas.
Estas últimas, por así decirlo, arremetieron contra Él con todo su poderío, pero, loado sea Dios, nada pudieron para extinguir Su luz admirable. Antes bien, ésta se mantuvo totalmente intacta, y siguió brillando en todo su esplendor a lo largo de toda Su vida.
La fe, la luz, el poder, la gloria, y la grandeza de nuestro Dios son formidables!
Volviendo ahora al relato de Abraham, después de reiterarle la promesa de que sería padre de muchedumbre de gentes, el Señor, valiéndose para eso de la manera tan gráfica y descriptiva de cambiarle su nombre, pasa ahora a ampliarle Su pacto.
Anteriormente, al considerar el capítulo 15 de Génesis, hemos visto que era un pacto de sacrificio y de fuego. Sin embargo, es como si el Señor no se diese por satisfecho, y decide ahora agregar un tercer ingrediente – la sangre.
El Dios Santo – Padre, Hijo y Espíritu Santo – que, como ya hemos puntualizado, nos ha puesto en este mundo en que prevalecen la tierra, el agua y el aire, y a los seres humanos nos ha hecho tripartitos – espíritu, alma y cuerpo – corrobora y amplía Su pacto con Abraham convirtiédolo en uno triple, compuesto de sacrificio, fuego y sangre.
Es así como le anuncia la circuncisión:
“Será circuncidado todo varón de entre vosotros.”
“Circuncidarás, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros.”17:10-11
Dado que en una obra anterior – Las Sendas Antiguas y el Nuevo Pacto – dedicamos un capítulo entero a este tema de la circuncisión, aquí no seremos extensos y nos ceñiremos a lo esencial y más significativo.
Se trataba de una operación del miembro viril, que evidentemente producía dolor, el cual iba en aumento hasta culminar en el tercer día (Ver Génesis 34:25)
Después de esto iba declinando paulatinamente, hasta que quedaban sanados. Ver Josué 5:8.
Los entendidos afirman que, fisiológicamente, la circuncisión tiene su razón de ser, pues resulta un medio para evitar males que, sin que la misma medie, podrían producirse.
Interrumpimos aquí, para dejar la interpretación espiritual y continuar en la segunda parte de este capítulo 18.
F I N