Capítulo 15
Agar e Ismael

Estamos ahora en el capítulo 16 del Génesis.
Cuántas veces la impaciencia – no saber esperar a que Dios haga las cosas, y precipitarnos a hacerlas nosotros – nos trae contrariedades y quebrantos, los cuales muy bien nos podríamos haber evitado, de haber permanecido en calma esperando en Dios!
Esta vez fue Sara, la mujer de Abraham, que por entonces se llamaba Sarai, quien incurrió en ese desatino.
Habían transcurrido diez largos años desde la partida de Harán a la tierra de Canaán.
Abraham tenía ochenta y cinco años de edad y ella setenta y cinco. Consideraba que Dios la había hecho estéril, y su deseo de tener un hijo le impulsó a procurarlo a través de Agar, su sierva egipcia. Le rogó pues a su marido que se llegase a ella con ese fin, a lo cual Abraham accedió.
No se imaginaban – ella sobre todo – en la que se estaban metiendo!
Efectivamente, Agar concibió y lejos de estar sumisa y agradecida, comenzó a mirar con desprecio a su señora y ama, la cual la había tratado con tanta benevolencia.
Como represalia, Sara pasó a afligirla y oprimirla, a tal punto, que Agar no pudo pensar en mejor cosa que escaparse y buscar desahogo y refugio junto una fuente en el desierto.
Sobre esta huida de Hagar, y cómo el ángel del Señor se le presentó, y le mandó que volviese a su señora y se pusiese sumisa bajo su mano, ya nos hemos extendido en los primeros capítulos de nuestra obra anterior titulada “Las preguntas de Dios.”
Tomamos aquí la parte siguiente, en la que el Señor le dice que su simiente o descendencia sería incontable, y que el hijo que había concebido se llamaría Ismael, que quiere decir Dios oye.
Asimismo le predice que sería hombre fiero, cuya mano estaría contra todos, y la de todos contra él.
Los ismaelitas y sus descendientes, por cierto que han respondido siempre y cabalmente a esta predicción.
Con mucha inspiración de lo alto, en Gálatas 4:21-31 Pablo toma este pasaje y el complementario de Génesis 21: 9-21, para trazar la alegoría del antiguo pacto que proviene del Monte Sinaí y corresponde a la Jerusalén terrenal, y el nuevo, que proviene de Jerusalén la de arriba.
Sobre todo esto nos habremos de extender más adelante, pero por ahora nos ceñimos a un par de consideraciones adicionales al respecto.
Evidentemente, el camino por el cual optó Sara y al cual Abraham accedió, fue el de la carne, y los resultados están bien claros en el curso posterior del relato, y nos hablan con clara elocuencia.
La máxima de Jesús:- “… lo que es nacido de la carne, carne es” (Juan 3:6) tiene aquí una comprobación y verificación cabal y precisa.
El pasaje en sí nos da otra muestra de la falibilidad de Abraham, nuestro padre terrenal – si vale llamarlo de esta forma – en contraste absoluto con la perfección maravillosa e infinita de nuestro glorioso Padre Celestial.
Pensamos – y creemos que con buena razón – que Abraham debió negarse al pedido de Sara, y permanecer firme y confiado en la promesa de un hijo propio, que había recibido del Señor de forma tan clara y precisa.
El procurar “ayudar” a Dios para cumplir Sus promesas, valiéndonos de nuestros pobres recursos terrenales y carnales, siempre habrá de conducirnos a situaciones erizadas de cardos y espinos, que nos habrán de acarrear muchos quebrantos y sinsabores.
La prosecución del relato abre una prolongado paréntesis, antes de retomar el hilo de Hagar e Ismael, en el cual se nos presenta la parte más sabrosa y fecunda en verdades que se encuentra en Génesis 21:9-21, y que habremos de abarcar a su debido tiempo.
Pero, sin abordar ninguna derivación genética al tocar a su fin este breve capítulo, debemos hacer en cambio una reflexión muy importante.
El Espíritu ha inspirado la Biblia de manera que nos hace ver, no sólo las virtudes, sino también los fallos y errores, aun de muchos de los siervos más encumbrados.
Éste de Abraham, junto con muchos otros de distintos siervos ilustres, tales como Gedeón, David, Salomón, Jonás y otros, los hemos de interpretar como serias advertencias, de las que tenemos que tomar minuciosa y cabal nota, para no caer nosotros en ninguno de ellos.
El hecho de que nuestro padre Abraham haya dado este paso en falso, no nos condiciona ni predispone para que hagamos lo mismo, antes bien nos advierte y alerta para que no lo hagamos.
Una consideración final es que el Señor, a pesar de que el rumbo tomado por Sara y Abraham fue el de la carne, en Su gran benevolencia le prometió a Abraham qu por amor a él, bendeciría a Ismael, y haría brotar de él doce príncipes, y haría de él una gran nación. (17:20)
No obstante, debemos cuidarnos mucho de que esto – el de ser tentados a un camino inferior e incorrecto – no nos sirva de lazo, haciéndonos pensar que el Señor igualmente nos habrá de bendecir de una forma u otra.
Hay muchos casos en la Biblia y de tiempos posteriores, de quienes se encauzaron por un mal rumbo, y el mismo los llevó a un triste fin, sin que mediase en lo más mínimo un bien o beneficio posterior.
Desde cualquier punto de vista sensato, lo sabio y correcto es siempre optar por el limpio sendero del Espíritu y de la voluntad de Dios, desechando todo cuanto nos quiera desviar por otra vía.
F I N