Capítulo 12 – Melquisedec (4)
Repercusiones del encuentro

Hasta ahora hemos comentado el encuentro con Melquisedec en sí, añadiendo un buen número de consideraciones que surgen del Salmo 110, y también de algunos pasajes de la epístola a los Hebreos.
Ahora pasamos a tocar dos puntos que en realidad son repercusiones resultantes de ese encuentro, y que acontecieron poco después del mismo.
“Entonces el rey de Sodoma dijo a Abram, dame las personas, y toma para ti los bienes.” (14:21)
Esto nos lleva al primer punto. Fue sin duda una tentación que se le presentó a Abraham, y todo indica que sucedió muy pronto después del encuentro con Melquisedec.
A primera vista, habríaparecido lógico aceptar una recompensa del rey de Sodoma, puesto que él y los suyos le debían la vida. Además, el gran esfuerzo realizado merecía un premio.
No obstante, Abraham lo rechazó de plano.
Podemos deducir, con mucha razón, que su sensibilidad se había agudizado mientras estaba ante Melquisedec, un personaje evidentemente revestido de gran honor y dignidad.
El texto echa de ver que, seguramente que detectó en el rey de Sodoma algo diametralmente opuesto, por ser el monarca de una ciudad tan deplorablemente corrompida.
Y advertido de ello por anticipado ya había decidido cuál sería su repuesta.
“Y respondió Abraham al rey de Sodoma: he alzado mi mano a Jehová el Dios Altísimo, creador de los cielos y la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abraham.” (14: 22-23)
Como vemos, una respuesta muy categórica y tajante. Notemos el contraste entre esto y su actitud tierna y sumisa ante Melquisedec.
Ante nuestro Dios debemos ser siempre así – tiernos y sumisos, mientras que ante el mal y la tentación debemos ser firmes e inflexibles.
La razón que dio Abraham por el rechazo de una oferta tan tentadora, fue que no quería que, más tarde, el rey de Sodoma anduviese diciendo que él lo había enriquecido.
El Señor ya lo había enriquecido muchísimo, como ya hemos visto.
Él sabía que había una gran diferencia entre ser enriquecido por el Señor, limpia y puramente, y el serlo a través de una fuente que era todo lo contrario.
Así, pues, ya había alzado su mano al Señor anteriormente, en un solemne voto de que no aceptaría nada en absoluto de los bienes de Sodoma que se le habrían de ofrecer.
Esto sin duda lo podemos trasladar al terreno práctico de circunstancias semejantes o parecidas, que con frecuencia se presentan como muy sutiles tentaciones ante hijos y siervos de Dios.
Recordamos haber oído el caso unos años atrás, de un hombre relativamente joven que era muy consagrado al Señor, y participaba en esfuerzos evangelísticos con otros de más o menos su misma edad.
Al aceptar un trabajo de vendedor que se le había ofrecido, el jefe de la empresa le manifestó primeramente que en el mismo podría obtener buenos ingresos. Pero, seguidamente le manifestó que, además de eso, procediendo de una manera determinada, que no era ni limpia ni honrada, podría ganar mucho más.
Lamentablemente, optó por este segundo camino, y como no podía ser de otra forma, a poco su vida espiritual comenzó a declinar sensiblemente, más tarde su matrimonio y hogar se deshicieron, y por lo que creemos recordar, llegó a un estado lamentable.
No obstante, tal vez por la misericordia divina, si todavía sigue en vida, podría ser restaurado en alguna medida.

“Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque (una) raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos se extraviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores.” (1a. Timoteo 6: 9-10)
Tomemos conciencia de esta pisada de fe, sabia y certera, de nuestro padre Abraham, y dispongámonos a proceder como él, cuando se nos presente una tentación de esa índole. Así, nos evitaremos muchos quebrantos, y el peligro de naufragar en cuanto a la fe, como tristemente lo han hecho muchos.
El segundo punto surge de las palabras “Jehová el Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra” que Abraham pronunció ante el rey de Sodoma. Anteriormente, en el relato sólo aparecía el nombre de Jehová – dignísimo y muy lleno de rico significado por cierto – el cual invocaba y al cual levantaba un altar, como ya hemos visto. Ver Génesis 12:7-8 y 13:18.
Pero ahora añade a ese nombre “Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra.” Fue precisamente lo que le oyó decir a Melquisedec, quien así lo llamó en la ocasión del encuentro. Ver 14:19.
De donde brota la sencilla, pero hermosa y profunda conclusión, que esa ocasión amplió y ensanchó su visión y comprensión de Dios, al cual ahora ve y del cual habla en una dimensión y magnitud – nos atrevemos a decir – mucho mayor que antes.
Nuestros encuentros personales con el Señor agrandan y enriquecen nuestra visión de Dios, y nos ayudan a apreciar con más claridad Su magnífica grandeza y majestad!

Como hijo de Abraham, reconoce e identifica ese rasgo genético de total rechazo de toda tentación de recibir riquezas mal habidas, o de procedencia turbia o corrompida. Así te evitarás grandes desengaños y quebrantos.
Asimismo, busca acercarte en profundidad al Señor, para recibir cosas que habrán de enriquecer tu hablar, y ensanchar los horizontes de tu visión y apreciación de Dios y Su inmensa grandeza.
F I N