Capítulo 10
El encuentro con Melquisedec (II)

“Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino.” (Génesis 14:18)
Abraham había ganado una gran batalla contra cuatro reyes, que habían vencido la alianza de los cinco que se habían sublevado contra ellos.
Sin duda, a su regreso, y tras marcha tan larga y ardua, él y los que estaban con él, estarían sumamente cansados, y posiblemente exhaustos, hambrientos y sedientos.
Por tanto, el encuentro con Melquisedec resultó muy oportuno, pues sirvió para reanimarlo y confirmarlo.
Muchas veces el Señor se nos manifiesta, o nos habla, anima o consuela de una manera especial, después de un conflicto o una lucha esforzada en la cual le hemos sido fieles.
El hecho de que se nos narra históricamente que Melquisedec sacó pan y vino, en primer lugar debe interpretarse como una provisión práctica, para un Abraham, que como ya se ha dicho, venía con su ejército improvisado, cansado y muy probablemente con bastante hambre y sed también.
No obstante, en segundo lugar, debemos ver mucho más allá. En esa ocasión Abraham recibió simbólicamente el pan y el vino de la comunión del nuevo pacto, que siglos más tarde Jesucristo, nuestro Melquisedec, iba a instituir para Sus discípulos y para la iglesia de todos los tiempos, como un recordatorio de Su persona y de Su amor y sufrimiento en el Calvario.
De esta forma quedamos frente a frente con un hecho realmente sorprendente y estupendo: la primera vez que tomamos del pan y de la copa de la comunión de la sangre de Cristo, no fue en esa oportunidad inmediatamente posterior a nuestro bautismo, en que participamos de la santa cena en la asamblea local en que nos congregábamos.
En realidad, fue muchos siglos antes, cuando estábamos en los lomos de Abraham nuestro padre, como semilla espiritual de verdaderos hijos de él por la fe en Jesucristo.
Eso que sucedió entre Melquisedec y Abraham en ese entonces – la entrega del pan y el vino – repercutió en la simiente que llevaba dentro de sí, “programándonos”, o si se quiere, señalando y predisponiéndonos, para que, llegado nuestro tiempo y nuestra hora, también los recibiésemos, de muy buen prado y con profunda gratitud, así como seguramente los recibió Abraham.
Bendito Pan de Vida!
Cuando Jesús les habló a los judíos en la sinagoga en Capernaum, en la oportunidad que se nos cuenta en Juan cap. 6, a ese pan, que lo representa a Él mismo, además del Pan de Vida, lo llamó de varias formas más, a saber,
“…el verdadero pan del cielo” (32b)
“… el Pan de Dios” (versículo 33)
“…el pan que desciende del cielo” (versículo 50) y
“… el pan que descendió del cielo” (versículo 51)
En su exposición, subrayó el incalculable bien que recibe quien come de él, y que se resume de la siguiente manera:
a) “Vivirá para siempre o eternamente” (versículos 51 y 58)
b) Tendrá vida eterna, no sólo en cuanto a duración, sino también esa calidad de vida inmensamente superior a la mera existencia o vida natural. (Versículo 54)
c) Ese pan es verdadera comida (versículo 55) y el que lo come permanece en Cristo, y Cristo en él. (versículo 56)
d) asimismo, el que lo come vivirá por Él. (Cristo) versículo (57).
Debemos asociar todo esto con el proceso entero que se sigue en la elaboración del pan, y que esbozamos sintéticamente a continuación, para apreciar un poco más el precio y sacrificio que le costó al Señor Jesús a fin de lograr todo esto a favor nuestro.
a) el grano de trigo que cae primero en tierra y muere.
b) la molienda, a través de la cual debe pasar el grano para convertirse en harina y ser amasada.
c) el horno a muy alta temperatura por el cual debe pasar, y que nos habla del horno de Getsemaní hasta Su muerte en el Calvario, que tuvo que atravesar imprescindiblemente para ser el verdadero Pan de Vida.
d) Por último, el pan no se puede comer entero, sino que hay que partirlo, cosa que Jesús de hecho manifestó de Su cuerpo, atravesado por los clavos de los que lo crucificaron, al decir:
“Tomad, comed,esto es mi cuerpo que vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.” (1a. Corintios 11: 24.)
Bendita copa de la comunión en Su sangre!
La sangre de la uva (Deuteronomio 32:14b) siendo Él la vid verdadera (Juan 15:1) es la verdadera bebida que nos es dada, y que además de perdón y redención plena, nos comunica Su propia vida y nos habla cosas mejores y gloriosas.(Hebreos 12:24)
Sobre esto hemos escrito con bastante amplitud en el capítulo 11 de nuestro nuestro primer libro – “Las Sendas Antiguas y el Nuevo Pacto.” Quien quiera interiorizarse más sobre el tema podrá consultarlo.

La reflexión que corresponde a este capítulo tiene una doble proyección.
Por una parte, nos insta a tomar plena conciencia de esa maravilla, obra de un Dios que no está limitado ni condicionado, como nosotros, por el tiempo ni por el espacio. Muchos años antes de nacer, estando en los lomos de nuestro padre Abraham, ya tomamos por primera vez el pan y el vino de la comunión.
Por la otra, así como nuestro padre Abraham lo recibió directamente de Melquisedec, al participar la próxima vez, entremos en el sentido más solemne y profundo de lo que estamos haciendo. Así, al recibir tanto el pan como la copa – sin desmedro alguno del pastor, anciano, diácono o hermano que nos los trae – hagámoslo como algo que nos ofrece con tanta gracia y amor el mismo Jesús, nuestro Melquisedec, hecho Sumo Sacerdote perfecto y para siempre.
F I N