Capítulo 2
La simiente genética

Con el riesgo de sonar repetitivos, volvemos a puntualizar aquí el sentido y el alcance de haber estado nosotros, como semilla espiritual, en los lomos de nuestro padre Abraham muchos siglos atrás.
Lo hacemos porque sólo comprendiendo esto con claridad, se podrá entender, valorar y apropiar debidamente, todo el acopio de maravillosas verdades que hemos de ir desgranando y desarrollando.
Los versículos 9 y 10 de Hebreos 7, ya citados anteriormente, nos señalan el factor genético de forma clarísima. Leví estaba aún en los lomos de Abraham, y al darle éste los diezmos a Melquisedec, fue como si su acción hubiese repercutido para marcarlo o programarlo, a fin de que, una vez en vida y llegado su tiempo, él también – Leví – hiciese lo propio, es decir, pagase los diezmos.
Desde luego que aquí nos referimos a los diezmos, porque ése es el hecho puntual que se señala en la cita de Hebreos, pero por supuesto que el principio de la simiente genética espiritual se aplica a todo lo demás también.
En definitiva, que a los que somos verdaderamente de la fe, según la definición de lo que es ello, la cual ya hemos dado en el capítulo anterior, Abraham, como nuestro padre, ya nos llevaba en sus lomos a todos como semilla espiritual.
Ahora bien, al ser conducido él por la mano diestra y omnisciente del Señor, por todo ese derrotero que recorrió durante el largo de toda su vida, fue experimentando una serie de dificultades, pruebas, luchas, contingencias, vicisitudes y disyuntivas. En todas éstas, con la fe y absoluta obediencia al Señor, se convirtió en el verdadero pionero del camino de la fe y del Espíritu.
No obstante, justo es aclarar aquí, que anteriormente hubo quienes anduvieron en el camino de la fe, tales como Abel y Enoc, pero ninguno con la trascendencia y el vasto alcance de nuestro padre Abraham.
Continuando ahora, muchas, o más bien casi todas esas situaciones por las que tuvo que atravesar, ya sea de forma alegórica o real y directa, constituyen señalizaciones de otras tantas situaciones que típicamente conciernen a la vida cristiana, y tienen que ser enfrentadas de un modo u otro por nosotros, lo hijos de Dios e hijos de Abraham.
Así, al llevarlo el Señor por ese largo y maravilloso sendero, estaba haciendo algo realmente estupendo. Por así decirlo, lo estaba convirtiendo en un formidable ordenador, en el cual, con sabiduría y pericia insondables, estaba programando la semilla espiritual de millones, billones y trillones de los que íbamos a ser de la fe.
Llegado el tiempo para cada uno de nosotros, canalizados a través de Jesucristo, la simiente por excelencia, nos habríamos y habremos de encontrar, en virtud de esa magnífica programación divina, con la disposición de elegir, decidir y actuar de la misma forma que nuestro padre Abraham, siguiendo las pisadas de fe que él dio hace muchos siglos. Romanos 4:12.
Hemos puesto canalizados a través de Jesucristo, la simiente por excelencia, para que quede bien claro que, al igual que la paternidad de Abraham sobre nosotros no se opone ni contradice en absoluto a la de Dios nuestro Padre Celestial, esta programación genética tampoco lo hace en absoluto con la obra redentora de Jesucristo – por el contrario, la canaliza totalmente a través de Él y de ella, como se consigna en Gálatas 3:16.
Debemos notar un punto importante en cuanto a la palabra descendencia, que en la revisión de 1960 de la traducción de Casiodoro de Reina, aparece a menudo en toda la historia de Abraham, incluso cuando se habla de él en el Nuevo Testamento. Estrictamente, en los originales griego y hebreo, en todos o casi todos los casos, la palabra que se emplea es simiente.
Aun cuando la misma también significa descendencia, resulta mucho más rica, al hacernos ver y sabe que en ella – la simiente o semilla – se encuentran los rasgos o propensiones de Abraham nuestro padre, a quien pertenece y de quien procede.
Así, estamos virtualmente programados para vivir y andar tal cual como él, es decir, con una disposición de dar las mismas pisadas, y elegir, decidir y actuar de la misma manera en que él lo hizo.
En realidad, esto es como la influencia paternal de un padre sobre sus hijos, pero llevado a un nivel mucho más alto y completo, al colocarnos Dios en sus lomos, en ese lugar de hijos de él – un padre al cual pudo llevar por caminos maravillosos y metas y cumbres tan gloriosas.
Desde luego que esta disposición de actuar como él lo hizo, y conque estamos programados, no contraría de modo alguno el principio del libre albedrío. Seguimos siendo dueños de nuestra propia voluntad, pero por la gracia divina que nos ha sido dada, y por ser simiente de él, contamos con una preciosa disposición para actuar y elegir como él lo hizo, y no como lo hicieron Lot, Esaú, Caín y muchos más que tomaron un rumbo totalmente opuesto.
En el capítulo siguiente pasaremos a tratar los pasos ejemplares y maravillosos que Abraham fue dando, y su repercusión sobre la semilla espiritual de cada uno, que, lo repetimos, ya se encontraba dentro de sus lomos.
Confiamos en que la explicación introductoria de este capítulo, haya quedado bien comprendida, pero en caso de no ser así, recomendamos que se la lea otra vez detenidamente, y previa oración, a fin de captarla con toda claridad.
En tantos y tantos casos, creyentes hijos de Dios, en su deseo de avanzar y ahondar en su vida espiritual, asisten a retiros y convenciones, o bien leen libros o escuchan cintas, en busca de algo nuevo, algo adicional a lo que ya tienen.
La tónica general de esta obra va en sentido distinto: no se trata de buscar cosas nuevas y diferentes que no se tienen, sino de descubrir lo que ya se tiene, en virtud de esa bendita simiente genética, para así tomar plena conciencia de ello, y potenciarlo debidamente a fin de que se cristalice en plenitud.
No obstante, aclaramos que no dejamos de reconocer que en retiros y convenciones, siempre que sean de enseñanza sana que condice con la verdad bíblica, y vaya con el hálito imprescindible del Espíritu Santo, muy bien se puede recibir bendición y edificación.
Y aquí, otra aclaración! A veces he usado la palabra condice y más de uno ha pensado y corregido, “Acá Ricardo se ha equivocado – debe querer decir coincide.”
A los tales, cariñosa y cortésmente, les señalo que en todo buen diccionario podrán encontrar el verbo condecir, con el significadode estar dos cosas en armonía, o decir la misma cosa.
Por ejemplo, En esto, Juan y Pedro condicen totalmente.

Retomando el hilo, para ilustrarlo a veces hemos pensado en el caso de un niño de diez u once años, que en general se desempeña en la escuela con cierta mediocridad. Tal vez sus padres le han animado a concentrarse en aritmética, historia o geografía, pero ninguna de las tres parece interesarle mayormente, ni tampoco logra destacarse en ninguna de ellas.
No obstante, un buen día, inesperadamente su maestro descubre en él algo que antes no había percibido.
En efecto, en una clase de geometría, haciendo buen uso del compás, la regla, el tiralíneas, etc., da muestras de una habilidad muy especial, y sale con unos trazos muy acertados, con una proporción y simetría que van mucho más allá de lo que se puede esperar de un niño de su edad.
Además, en esto se encuentra muy a gusto, y con el correr del tiempo sabe que debe orientarse al oficio de delineante. Eventualmente llega a ser uno de primera categoría, y en esa actividad, sencilla pero muy provechosa, encuentra su pequeño pero feliz destino.
Esta habilidad particular en el sentido que hemos señalado, era algo que ya se encontraba dentro del niño, quizá heredada de algún antepasado suyo. Al lograr descubrirla y potenciarla, pudo encauzarse por el rumbo que en realidad le correspondía en la vida.
La capacidad estaba latente en él, pues fue algo con que en realidad estaba dotado desde el mismo momento de nacer, aunque, claro está, solamente en embrión.
Y lo que posibilitó que todo ello se cristalizase, fue el descubrir lo que ya estaba dentro de él, y darse a ello cultivándolo con tesón y empeño.
De eso, pues, se trata este enfoque particular de la simiente genética, heredada de nuestro padre Abraham.

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