El maná escondido,

 

Queriendo ser consecuentes con lo expresado previamente, hemos elegido para el capítulo final estos tres premios prometidos por Jesús a Sus vencedores, y que por cierto deben calificarse como más, mucho más que restauración.

Ya dijimos que en el corazón y la visión de Dios, restaurar va mucho más allá de restablecer el buen estado anterior – siempre busca llevarnos más lejos y más alto.

 

Dos de las excelencias de Jesucristo como el pastor modelo.

Antes de pasar concretamente a estos tres premios, queremos poner de relieve dos maneras especiales en que en las siete cartas resalta la excelencia de Cristo como el pastor modelo y absolutamente ejemplar.

Una es la forma en que Él, al proponer los galardones a los vencedores, busca llevarlos cada vez más alto, culminando con el último de ellos, que como ya hemos visto, consiste nada menos que en compartir Su mismo trono. Para ello, dentro de la voluntad perfecta del Padre y a costa del mayor sacrificio que se pueda concebir, escaló posiciones hasta la cima más sublime y encumbrada, para así y sólo así poder llevarnos a nosotros también a niveles de gloria sumamente elevados. (Ver Hebreos 2:10)

Esto desde luego marca una pauta muy importante para los siervos del Señor: la de ahondar, enriquecer y elevar sus propias vidas y experiencias, para así poder llevar a los que Dios le ha encomendado, hacia delante y hacia arriba en un progreso continuo. Por lo contrario, el que permanece estancado y pierde el ansia de superarse, condena a los que le siguen a quedar en el mismo estado en que se encuentra él.

La otra faceta que queremos recalcar es la de la gracia y sabiduría con que sabe motivar a los Suyos. En efecto, varios de los galardones prometidos a los vencedores son cosas que prácticamente no figuran anteriormente en las Escrituras, tales como la piedrecita blanca con el nombre nuevo, la estrella de la mañana, y hasta cierto punto el comer del maná escondido y las vestiduras blancas.

Si bien es cierto que todos ellos expresan verdades y valores contenidos – con otra expresión – en el resto del Nuevo Testamento, y hasta cierto punto en el Antiguo también – llama la atención la manera en que los presenta, con nombres nuevos, no empleados antes, ni siquiera por Él mismo en lo cuatro evangelios. Esto nos habla a las claras de la originalidad y frescura con que se desenvuelve para mostrarnos que la rutina seca y repetitiva, que tantas veces y en tantas partes aflora continuamente, no es el verdadero camino. Éste, con toda seguridad que se ha de encontrar en la inspiración que viene de lo alto, y que siempre tiene ese sello inconfundible de algo fresco y vivo, y que estimula y motiva profundamente.

Aprendamos pues de Él, reteniendo siempre un sano, a la vez que humilde espíritu de superación, y buscando aquello que contenga el verdadero hálito del Espíritu, e incentive así a otros a avanzar y vislumbrar horizontes más amplios y más altos.

 

El maná escondido.-

El Antiguo Testamento nos da, vez tras vez, bases y puntos de apoyo para proyectarnos a las verdades más altas y mejores del Nuevo. Como no podía ser de otro modo, esto sucede con el maná, que aparece por primea vez en Éxodo 16, un capítulo que está cargado de muchísima enseñanza útil y práctica.

Tomamos escuetamente los puntos que más se destacan.

Maná significa ¿qué es esto? Tenemos aquí algo venido del cielo, distinto y que nunca se lo ha visto antes. Por eso su nombre lleva la pregunta ¿qué es esto?

Su color era blanco, lo que nos habla con sencillísima claridad de la santidad y pureza de Aquél que lo envía, y cuyo vestido es blanco como la nieve. (Daniel 7:9)

Como semilla de culantro, reflejando reproductividad y propiedades medicinales y curativas.

Menuda, redonda y menuda como la escarcha. El gran Dios se deleita también en lo pequeño, y a menudo se vale mucho de ello. Su trazo redondo lo encontramos en la forma del globo terrestre, los planetas y las estrellas, en la mayor parte de la fruta y de las hojas de los árboles en nuestro reino vegetal, en las ondas de las aguas en un lago al arrojar en él una piedra u objeto pesado, y en muchísimas formas más, como la forma de nuestro ojos, orejas, la cabeza, ¡ ésta última por cierto que no la hizo cuadrada!

 En Su trato con Sus siervos, con lijarnos y pulirnos una y otra vez, busca establecer la redondez de algo que ha sido despojado de aristas y extremos cortantes e hirientes, Y la escarcha invernal tiene entre otras funciones la de eliminar bacterias y microbios nocivos que se han acumulado durante el calor estival.

Su sabor como hojuelas de miel, como la expresión de la dulzura sin par de la gracia divina que deleita nuestra vida interior.

Su sabor como de aceite nuevo. (Números 11:8) Esto no es una contradicción de lo anterior, sino un agregado, pues lo divino a menudo es multifacético. “Seré ungido con aceite fresco” se nos dice en el Salmo 92:10) ¡no con el que está gastado por su mucho uso y ya no sirve!

Debía renovarse cada día,  mientras que lo guardado del día anterior criaba gusanos y daba mal olor.

Todo esto nos da unas buenas bases para sobreedificar. Y ahora tomamos un eslabón muy importante, que está hacia el final del capítulo 16 de Éxodo que hemos estado considerando.

“Y dijo Moisés a Aarón: toma una vasija y pon en ella un gomer de maná, y ponlo delante de Jehová para que sea guardado para vuestros descendientes.” (versículo 33)

Esto era una muestra, conservada para  las generaciones posteriores, de esa provisión diaria, milagrosa y maravillosa, que tuvo Israel en todos los cuarenta años de su peregrinación por el desierto.

Hebreos 9:4 nos da la información adicional de que estaba en una urna de oro, junto con la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto de la ley, todo esto dentro del arca. Ésta última, como sabemos, se hallaba dentro del Lugar Santísimo, delante mismo del propiciatorio, sobre el cual estaba sentado el invisible y eterno Ser Supremo.

No necesitamos mucho más para comprender el verdadero sentido de comer del maná escondido. Tenemos aquí algo que reúne todas las características y cualidades del Maná del Antiguo Testamento, pero ahora con algo mucho mayor que le confiere Jesús, como mediador del nuevo pacto.

Con todas sus bondades, el maná que descendía en el desierto sólo era temporal, para satisfacer las necesidades que tenía Israel de ser alimentado físicamente. Esto lo señaló el Señor Jesús en Juan 6:32-35.

Ahora bien, el eslabón proporcionado por Moisés de conservar una muestra en el Santísimo, nos ayuda a avanzar de eso, que es externo, a lo interno y eterno del Nuevo Testamento.

Se trata de algo con todas esas ricas virtudes que hemos consignado más arriba, pero aplicadas a lo espiritual y eterno. Pero además con algo muy hermoso añadido, y que se expresa con ese adjetivo con que lo califica el Señor Jesús: escondido.

El maná que Moisés le hizo tomar a Aarón, con ser de fines temporales y terrenales, al ser puesto dentro del arca en el Santísimo, se convierte en un precioso dedo profético, que nos señala lo mejor y superior que nos da Jesucristo.

Allí se encontraba, ajeno a todo lo terrenal del mundo exterior, absorbiendo día y noche de la fragancia, majestad y encanto del Ser Divino, hasta saturarse de todo eso, tan sobremanera bendito y precioso.

Y esto no puede sino hablarnos con clara elocuencia de la vida que, enfrentando luchas, problemas y dificultades, al igual que los demás, elige deliberada y persistentemente refugiarse a menudo en el Lugar Santísimo, a solas con Su bendito Padre Celestial y con su Cristo amado.

Lo hace movido por una fuerza interior, suave pero casi irresistible, que le hace saber – y recordarlo, por si alguna vez lo llegase a olvidar – que ése es el verdadero lugar que le corresponde, donde habrá de encontrarse por buenos ratos cada día.

Otros podrán lograr fuerzas e inspiración de otras fuentes, el estudio y la lectura con los buenos consejos y el acopio de sabiduría que le puedan brindar, o bien la consulta a otros en busca de ayuda y aliciente, o la asistencia a retiros y congresos para aprender cosas nuevas, o recuperar fuerzas y ánimo para seguir en la brecha.

Sin despreciar nada de ello en absoluto, reconociendo que son medios muy indicados que el Señor muy bien puede y suele utilizar para bendición de Su  pueblo, e incluso habiendo pasado uno por todo eso en etapas anteriores, y aun dándole cierto lugar en el presente, sin embargo, ha encontrado un lugar más alto y más elevado: esconderse a diario de la vista de los demás, sin buscar nada más que estar cerca, muy cerca del Padre Celestial, y de Su Hijo Jesucristo, en tierna y estrecha comunión.

Por fuera, a veces la lucha arrecia, pero en ese lugar de refugio y sustento se encuentran las llaves y las claves que permiten salir airosos y triunfantes, y como auténticos vencedores se pasa a comer de ese maná impregnado de cielo y de ese Dios lleno de amor, de la más serena paz y confianza, de blancura santísima, de luz resplandeciente, y tanto, tanto más que aquí, en la tierra y en este mundo, sencillamente no existe para nada.

Adicionalmente, al nutrirse y llenarse de todo ello, uno se convierte – con frecuencia inconscientemente – en portador y transmisor idóneo, a través del cual fluyen hacia otros esos bienes celestiales. Con los mismos se los habrá de enriquecer y motivarlos a que ellos también se planten firmes en medio del combate, siguiendo el mismo rumbo a diario, hasta vencer y recibir asimismo tan preciado galardón.

Querido lector u oyente,  deja que tu espíritu beba y absorba estas cosas tan sagradas y preciosas. Rompe con la mediocridad, ábrete paso cada día, dejando atrás todo lo pasajero e innecesario, para introducirte en el Santísimo. Allí, y sólo allí,  encontrarás las fuerzas y el estímulo para vencer de veras en la lid, y en esos ratos intensos y benditos con tu Padre y tu Jesús, el Espíritu Santo irá plasmando Su obra interior en tu vida. Y así el Maestro te dará a comer del maná escondido, y al ingerirlo vez tras vez, te llenarás en tu interior de él, y pasarás también tú mismo a ser maná escondido – del celestial y legítimo – para otros que nunca lo han probado.

 

No debo concluir esta parte sin añadir algo de suma importancia que vengo experimentando desde hace poco más de año y medio.

En el vocabulario espiritual de siervos muy dignos de otrora, el término recogerse por un buen rato, con el significado de precisamente lo que venimos diciendo,  era una norma diaria.

Me alegro de poder testimoniar que lo he aprendido de la lectura de un pequeña libro que es una verdadera joya,-y que lleva el humilde título de “Reflexiones sobre la vida espiritual.”

Nadie me lo enseñó antes, ni lo sabía, pero ahora al saberlo y ponerlo en práctica cada día a una hora determinada, debo decir que me resulta una bendita fuente de inspiración, sosiego y dichoso beneplácito en todos los órdenes. Al mismo tiempo, al hacerlo glorifico al incomparable Padre de Gloria, y al sin igual Cordero de Dios, a la par que, como digo, oxigeno mi alma, y me siento en gran manera privilegiado de pertenecerles por toda una eternidad.

F I N