PRIMERO EL MALO O LO MALO, Y DESPUÉS EL BUENO O LO BUENO

(PRIMERA PARTE)

Seguramente que a no pocos que lean este estudio, el título les resultará algo estrafalario o por lo menos extraño.
No obstante, a medida que avancemos, se verá la razón del mismo, que marca una constante desde los primeros capítulos de la Biblia y que continúa, y ha de continuar, hasta el final de los tiempos terrenales.
Comenzamos por hablar sobre los que solemos llamar nuestros primeros padres, i.e. Adán y Eva. Fueron únicos en que a diferencia de todos los demás seres que han habitado nuestro planeta tierra, incluso nuestro amado Señor Jesús, no tuvieron infancia – fueron creados adultos.
En cuanto a su caída en el pecado, pasamos a puntualizar el fallo garrafal de cada uno, el cual ha acarreado tan ruinosas y funestas consecuencias para todo el género humano-
Empezamos por Eva, ya que el relato del Génesis la pone en primer término. Hay un dicho inglés – la curiosidad mató al gato – que evidentemente cabe aquí. Seguramente se habrá preguntado ¿Por qué de todos los demás árboles podemos comer y de ése no? Debe tener algo muy especial para que nos esté prohibido. Me gustaría saber.
Esto no es una conjetura nuestra, sino algo que tiene un claro asidero en la narración. En efecto, en Génesis 3: 3, en respuesta a la maliciosa pregunta de la serpiente, Eva respondió “…pero del árbol que está en el medio dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis para que no muráis.”
El árbol situado en el medio era el de la vida según leemos en Génesis 2: 9, pero su curiosidad y gran interés en el mismo le hacía verlo en el medio, con el agregado ni le tocaréis, que no figuraba por cierto en ese versículo ni en ningún otro.
De inmediato vino la horrible blasfemia de la serpiente – que Dios estaba mintiendo y la estaba engañando, privándole de algo muy maravilloso – ser como Dios, sabiendo el bien y el mal.
Lo aderezó como algo bueno para comer, agradable a los ojos y codiciable para alcanzar la sabiduría, y olvidando el claro mandato de Dios Eva picó el anzuelo, con todas las horrorosas consecuencias.
Seguramente que Adán estaría a su lado mientras todo esto ocurría, y en primer lugar creemos que debiera haberse interpuesto en seguida para poner en claro a la serpiente y afirmar con todo énfasis que había un mandato divino de parte del Creador a quien le debían todo cuanto eran y tenían, y cortar así todo atisbo de desobediencia. Nada de esto hizo, y en cambio se quedó pasivamente, mirando lo que estaba sucediendo.
Al ofrecerle Eva del mismo fruto le quedaba una segunda oportunidad – la de decirle a Eva:- Tú le has dado la espalda a nuestro Dios y te has unido a la serpiente; allá tú – yo me quedo con mi Dios que sé que es mucho mejor.”
Aunque entra en el en terreno de las suposiciones, no nos cabe duda de que en tal caso el Señor le hubiera dado otra ayuda idónea mucho mejor.
Pero como vemos, él también obró deplorable y lamentablemente, y en seguida sobrevinieron las muchas trágicas consecuencias.
La primera fue la de encontrarse en la vergüenza de la desnudez del pecado.
Quisieron remediarla cosiéndose delantales con hojas de higuera, pero bien podemos imaginar las mismas marchitándose, encogiendo bien pronto, para seguir en ese estado tan vergonzoso.
Lo que nos lleva a la verdad tan importante de que cuando nos embarramos con el pecado, no podemos superarlo por nuestros propios medios – necesitamos imprescindiblemente que la bendita mano divina venga en nuestro socorro y ayuda.
Al preguntarles el Señor si habían comido del árbol del cual les había mandado que no comiesen, tenemos las muy significativas respuestas que dieron.
En primer lugar en 3:12 leemos que Adán dijo: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí
Por su parte Eva dijo (3:13) “La serpiente me engañó y comí.”
Y en esto vemos algo típico, que se ha reproducido desde entonces en el género- humano- o se culpa al diablo, al prójimo, o a Dios mismo.
Desde luego que el Señor, siendo un Dios de absoluta verdad, no puede tratar al ser humano sobre esta base, que huelga decirlo, es absolutamente falsa. Adán, como ya hemos visto, bien pudo reaccionar de forma totalmente distinta; y Eva no tenía por qué dejarse seducir por la serpiente.
Y por lo tanto, desde este punto inicial se presenta para todo ser humano la necesidad de algo totalmente imprescindible – la del arrepentimiento -y esto hasta tanto no lleguemos al más allá.
El verdadero arrepentimiento no busca excusas ni atenuantes, sino que reconoce sincera y cabalmente la culpabilidad propia.
En Lucas 13:3 y 5 nuestro Señor Jesús dijo:-“…si no os arrepintiereis, todos pereceréis…” y en Los Hechos 17: 30 tenemos otra contundente advertencia al respecto: “…Pero Dios… ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan…”
Es decir que no hay ser humano que esté exento de esto, y debemos agregar que el verdadero arrepentimiento es una gracia maravillosa, que nos pone en marcha, y como primer paso ineludible, hacia la bendición y la dicha de ser liberados de la horrible esclavitud del pecado.
Pero ahora debemos avanzar, notando que en Su gran misericordia, el Señor no dejó a nuestros primeros padres en la vergüenza de la desnudez.
“Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.” (Génesis 3:21)
Para esto debe haber mediado necesariamente el sacrificio de un animal inocente, lo cual a todas luce representa un dedo profético, que señala a nuestro amado Señor Jesús, Quien sin pecado ni mancha, – se ofreció a favor nuestro en el Calvario por el Espíritu Eterno.
El hecho de que el mismo Señor hizo las túnicas, nos hace vislumbrar, desde este punto tan trágico – el nadir digamos – una porción del estupendo cenit que por la redención gratuita, perfecta y maravillosa se ha procurado a nuestro favor en la arena del Calvario.
Efectivamente, entre muchas otras dichas, se nos brinda ahora la de vestir ropaje real, confeccionado nada menos que por la mano divina.

Avanzando ahora, nos encontramos con algo nuevo, que nunca antes había acontecido – Eva embarazada, y al dar a luz, he aquí una criaturita – la primera nacida en este mundo y de padres que no conocieron la infancia, ni la niñez – como hemos visto – empezaron desde adultos.
Bien podemos imaginar cómo contemplarían a ese bebé recién nacido – los ojitos, las cejas, las pestañas, los deditos de la mano, en fin todo un milagro y un encanto, y posiblemente Eva esperaba que fuese el cumplimiento de la gran promesa de Génesis 3:15 en el sentido de que la simiente de ella le asestaría una herida en la cabeza a la serpiente que la había engañado.
Pero nada de eso – tenía que pasar muchísimo tiempo antes de que se cumpliese esa promesa. Y en cambio un horrible desengaño: esa criaturita, al cual le pusieron el nombre de Caín, iba a resultar el primer asesino del mundo.
¿Cómo se explica semejante cosa? Pues sencillamente que al darle la espalda al Ser Supremo que los había creado y obedecer a la serpiente diabólica, habían entrado ella y su marido en un terreno totalmente distinto, en el cual iban a producir engendros diabólicos. Y por cierto, como veremos dentro de poco, Caín resultó el primero de ellos, y en una medida horrorosa.
Pero antes de hablar más de él, notamos que tuvieron un segundo hijo, al que llamaron Abel, y éste iba a resultar bueno.
¿No es esto una contradicción de lo dicho anteriormente? Creemos que no, que fue la misericordia del Señor, pues otro hijo como el primero sería como para destrozarlos de tristeza y quebrantos.
Pero además de ello, este hecho marca un principio que se ha de reproducir hasta el fin de los siglos terrenales, y que se esboza con el título que le hemos dado a este escrito – primero el malo o lo malo, después el bueno o lo bueno
En efecto, veamos: primero Caín, el malo, después Abel, el bueno; Ismael, el primer hijo de Abraham, el malo, Isaac el bueno; Esaú el malo, Jacob el bueno (más adelante nos detendremos para consignar algo importante acerca de él ) Rubén el malo que violó el lecho de su padre, después José el hijo amado.
Saúl el primer rey de Israel, desechado por su desobediencia, David el segundo, un varón según el corazón de Dios.
Nos detenemos aquí para consignar algo importante en cuanto a Jacob, según lo anticipamos más arriba. Al nacer, inmediatamente después de su gemelo Esaú, se nos puntualiza un detalle importante – la pequeñita mano de suya estaba trabada o prendida al calcañar de Esaú. (Génesis 25: 26) Era una marca de nacimiento profética que señalaba algo importante que iba a suceder en lo que bien podemos llamar la gran noche de su vida.
La misma se nos relata en Génesis 32:24-31. Un varón celestial (a quien Jacob reconoció al final como el mismo Señor a quien había visto cara a cara) estuvo luchando con él esa noche, y en un momento dado, le dijo que lo dejase, que ya rayaba el alba. En ese momento, a unos buenos años de su vida, la misma pequeñita mano del bebé recién nacido, pero ahora tosca y rugosa, se prendió del Varón celestial con lágrimas, pero con tenacidad de acero, exclamando: “NO TE DEJARÉ, SI NO ME BENDICES.”
Esa noche el Varón celestial le cambió el nombre – no se llamaría más Jacob (el que suplanta) sino Israel, porque había luchado con Dios y con los hombres, y había vencido.
Nos hemos sentido motivados a consignar esto, porque lo que señalamos anteriormente en el sentido de que Jacob era el bueno, se podría cuestionar por dos razones. La primera fue que se aprovechó del hambre de Esaú para quitarle la primogenitura, y la segunda, más tarde, cuando de forma engañosa le privó también de la bendición de su padre Isaac.
Eso no deja por cierto de ser verdad, pero lo que más resalta es que por una parte Esaú despreció su primogenitura (Génesis 25:34) mientras que por la otra Jacob tenía una muy alta valoración tanto de la primogenitura como de la bendición de lo alto, y eso indudablemente contaba y cuenta siempre delante de Dios.

Ahora volvemos atrás a Génesis 4: 2 donde leemos que Abel fue pastor de ovejas y Caín labrador de la tierra. “Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya.” (4:3-5)
Podríamos preguntarnos ¿Cómo es esto? Caín que labraba la tierra le trae al Señor del fruto de la tierra, y Abel que es pastor, del primogénito de sus ovejas, de lo más gordo de ellas – y el Señor se complace con lo de Abel pero no con lo de Caín.
La respuesta está dada por el versículo 7, en que el Señor le dice a Caín que si bien hiciere, sería enaltecido. Por esto se ve que Caín sabía muy bien que la ofrenda que satisfacía a Jehová era el sacrificio de un animal, víctima inocente, con el cual sus padres Adán y Eva habían sido vestidos de túnicas por el Señor. Además, hasta le dio una segunda oportunidad. Él podía volver y traer la ofrenda que era aceptable y entonces sería enaltecido.
Pero Caín, ensañado en gran manera, no quiso saber nada. Y así, invitó a su hermano Abel a salir al campo, y allí pasó a perpetrar el primer asesinato del planeta tierra a que ya nos hemos referido, y que triste y dolorosamente, iba a ser seguido por millares y millones de asesinatos a lo largo de los siglos.
Al preguntarle Jehová a Caín ¿Dónde está Abel tu hermano? (no que no lo supiera) recibió una respuesta increíble:- “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Mentira a ultranza, propia de un verdadero hijo del padre de mentira, seguido de una osadía blasfema. ¡Qué manera horrible de dirigirse al Dios Creador, que le había dado la vida, y en cuyas manos estaba el hálito de sus narices y el latir de su corazón!
A renglón seguido tenemos las siguientes palabras del Señor: “Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.” ((Génesis 4:10-11)
Esta sentencia nos hace ver cosas básicas y a la vez profundas y de suma importancia. Los libros de hematología nos consignan verdades preciosas del flujo sanguíneo. En el mismo se reflejan muchísimas cosas, tales como el estado de ánimo de una persona, traumas que puede haber experimentado, el tamaño de la próstata en los varones y muchísimo más. Incluso con la ayuda del microscopio se ven partículas minúsculas que van y vienen, entran y salen, suben y bajan; de algunas se ve con evidencia los fines que persiguen, pero de otras hay que admitir que no se comprenden.
Pero hay algo que, por lo menos que yo sepa, no figura en ningún libro de hematología, y es el hecho, asombroso de verdad, de que la sangre no es muda, sino que clama. Así lo puntualiza este versículo, y además en Hebreos 12: 24 se nos dice que la sangre asimismo habla.
¿Qué clamaría la sangre de Abel?
Creemos que sería algo así: Soy la sangre de un varón que en la plenitud de su salud y vigor ha sido cruelmente asesinado. Demando y clamo que este horrible crimen reciba la justa penalidad que le corresponde.
Y esto nos lleva a la importantísima diferencia: – pusimos en el título Primero lo malo, después lo bueno, y aquí vemos este principio verificado plenamente, y además con uno de esos contrastes maravillosos de las Escrituras, que solemos llamar del nadir al cenit, y un cenit glorioso por cierto.
En efecto:- citamos Hebreos 12: 24:-“…a Jesús, el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.”
Con todo respeto a la versión en castellano de la Biblia de la cual citamos, debemos decir sin embargo que aquí se ha abreviado, y cotejando tanto en la traducción literal de Young como en la versión autorizada del rey Santiago en ingles, nos encontramos con que figura claramente en el plural – “que habla mejores cosas que la de Abel.”
Desde luego, lo primero que habla esa bendita sangre es el perdón, latente aun en las palabras del Crucificado en Lucas 23:34 “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Como sabemos, se trata de un perdón muy superior al que daban las ofrendas del Antiguo Testamento; éste es gratuito, absoluto y eterno.
Pero hay mucho más. Ese plural de mejores cosas lo debemos entender a la luz de la verdad que encierran las palabras la sangre rociada.
En primer, aquí tenemos un contraste maravilloso. Al hablar del derramamiento del Espíritu Santo leemos en Juan 7: 38-39 “…ríos de agua viva…” lo que denota una gran abundancia. Por el contrario, al hablar de la sangre, como hemos dicho, rociada, entendemos que se trata de gotas minúsculas, lo cual nos subraya la gran verdad del valor infinito de la misma.
Así debemos ver esa sangre como una semilla, la cual es depositada en las entrañas de los “…elegidos según la presciencia de Dios Padre, en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo.” según consta en 1ª. Pedro 1: 2.
Esa semilla – entendiéndose bien claro que debe caer en la tierra fértil de vidas santificadas por el Espíritu – está destinada a pRI, crecer y desarrollarse, para así lograr las preciosas virtudes y cualidades contenidas en la misma.
Relacionando esto con las palabras “que nos habla mejores cosas”, entendemos ahora claramente que por ese proceso de germinación, crecimiento y desarrollo, esa sangre nos constituye en seres a imagen y semejanza de Aquél al cual pertenece esa sangre con que hemos sido rociados.
Así pasamos a ser hombres y mujeres de verdad, así como Él es la verdad personificada; de amor, como Él es el reflejo perfecto del amor divino; mansos y humildes, tal cual Él lo fue y sigue siendo; reyes, derivados de Él, el Rey de Reyes; sacerdotes, derivados de Él, el Sacerdote Supremo para siempre según el orden de Melquisedec. (Hebreos 6: 20)
A algunos que podrían considerar estas reflexiones como más bien rebuscadas o forzadas, nos permitimos remitirlos a dos citas del Apocalipsis en las cuales estas verdades y el principio de la semilla de la sangre se confirman clara y cabalmente.
“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre; y nos hizo reyes y sacerdotes Dios su Padre…” (Apocalipsis 1: 5-6)
“…y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios de todo linaje, y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes.(Apocalipsis 5:9-10)
Aquí interrumpimos para continuar en la segunda parte.

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