Los cuatro capítulos dorados de Jeremías

 

Primera parte

 

Una gloriosa restauración futura, con aplicación para el presente

 

Como bien debe saber un hijo de Dios que lee con asiduidad la palabra, la mayor parte del libro de Jeremías, e incluso el de Lamentaciones, del cual él es también el autor, es una continua condenación de la maldad y desobediencia e infidelidad crónicas de Israel, el pueblo de Dios.

Pero a poco más de promediar el primero de los dos libros – el de Jeremías – nos encontramos con cuatro capítulos – del 30 al 33 inclusive –  a los cuales no podemos menos que calificar de dorados, tal como figura en el título.

Nuestro enfoque al comentarlos ahora, será desde el punto de vista de nuestro tema  central – el de la restauración.

No piense el lector que por tratarse de algo profetizado para el futuro de Israel, no tiene mayor relevancia. Por lo contrario, debido a que, como veremos, esta restauración futura del pueblo de Israel, estará basada en la obra redentora del Mesías prometido, y en los principios del Nuevo Pacto de la dispensación en que nos encontramos actualmente, el examen del mismo que haremos a continuación resultará de singular importancia y valor.

Algunas de las cosas prometidas en estos capítulos de Jeremías, sin duda se refieren a los tiempos de Zorobabel y Josué, y también de Esdras y Nehemías, y éstas ya se han cumplido.

Pero examinando el texto con cuidado veremos que evidentemente hay partes que van mucho más lejos. Sin lugar a dudas, apuntan a una gran   restauración futura del amado pueblo de Dos, esparcido todavía hoy día por muchas partes del mundo y sin reconocer en Jesucristo al Mesías prometido en las profecías del Antiguo Testamento.

Para empezar, en 30:7 Jeremías habla de “un día de gran angustia para Jacob, tanto que no hay otro semejante a él.” Esto debemos relacionarlo con Daniel 12: 1, donde también hay una predicción de “ un tiempo de angustia cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces.”

Los dos versículos coinciden en predecir que el pueblo de Dios será librado en ese tiempo, y concuerdan con las palabras del Señor Jesús con   respecto a “días de tribulación cual nunca ha habido desde el principio…hasta este tiempo, ni la habrá.” (Marcos 13:19)

Como es sabido, estos pasajes, y varios más contenidos en las Escrituras, nos hablan proféticamente de lo que comúnmente se suele llamar la gran tribulación.

Al mismo tiempo, debemos tener presente que en el sermón profético, después de predecir gran persecución y calamidad, Jesús agregó en Lucas 21:24b “ hasta que el tiempo de los gentiles se cumplan.”

Pablo a su vez en Romanos 11:25 escribe: “…hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles.”

Muy significativamente, con posterioridad inmediata a esto último tenemos las siguientes palabras:

“…y luego todo Israel será salvo, como está escrito, Vendrá de Sión el Libertador, Que apartará de Jacob la impiedad,”

 “Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados” (Romanos 11: 26-27)

De estas dos citas, la segunda se deriva del pasaje de Jeremías 31:33-34, que se encuentra dentro del contexto de los cuatro capítulos con promesa de restauración para Israel que estamos por considerar. Esto no puede sino confirmar claramente que la época de su cumplimiento total será al final de los tiempos, y una vez cumplido y alcanzado su plenitud el tiempo de los entiles.

Lo anterior va solamente a los efectos de ubicar correctamente y en su debido lugar las promesas que se encuentran en Jeremías en  los capítulos 39 al 33 que estamos considerando. Como ya dijimos anteriormente, no es nuestra intención abarcar el aspecto escatológico y sólo estamos corroborando de forma sencilla y elemental, que esto es algo en su mayor parte futuro que el Señor ha prometido para Su pueblo Israel en el final de los tiempos.

 

La fuente de la cual todo mana.-

 

“Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.”

(Jeremías 31:3)

Aquí tenemos la fuente de la cual todo mana, la base que le da apoyo sólido, la fuerza que lo habrá de sustentar y llevar todo a un completo, feliz y cabal cumplimiento.

El amor infinito, insondable, que nunca se acaba ni morirá jamás del Eterno Dios de amor!

Capítulos y más capítulos de Jeremías se han desbordado en reprender, y reprochar al pueblo de Dios por su desobediencia, infidelidad, rebeldía y maldad increíbles.  Por más advertencias y amonestaciones que les envió el Señor, Israel – el reino del Norte – y Judá el del Sur – insistieron en seguir ese nefasto camino, al punto que tuvo que declararlos incorregibles e incurables, y en su ira santa disponer del único recurso posible: el destierro, esparciéndolo por doquier como un pueblo desobediente y desechado.

Pero ese amor de Dios ha sido y seguirá siendo por siempre como un fuego inextinguible, que nada ni nadie podrá apagar jamás. El destierro resultó inevitable y llevaba el fin, como ya hemos señalado anteriormente, de servir de escarmiento, para traerlos a su tiempo a un retorno a Dios de todo corazón. Esto estaba ya profetizado por Moisés muchos años antes en Deuteronomio 30: 1-10.

Pero ahora Jeremías nos da una nota muy tierna del amor divino en el capítulo 31, versículo 20.

¿No es Efraín hijo precioso para mí? ¿no es niño en que me deleito? Pues desde que hablé de él me he acordado de él constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente de él tendré misericordia.”

Efraín es un nombre genérico usado también a veces para el pueblo de Dios o parte del mismo. En los dos versículos anteriores a los que hemos citado, hay una confesión franca y sincera de haber sido como un novillo indómito que había sido castigado y azotado con toda razón, pero que ahora decía de la forma más cándida posible: “Conviérteme y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios.” (31:18)

Esto tiene tal efecto en el corazón del Señor que no puede dejar de pensar en él – verlo como un hijo precioso, un hijo en quien se deleita y sus entrañas se conmueven por él.

Las entrañas de Dios! Qué frase particular y especial! También la encontramos en Isaías 63:15, y en Oseas 11:8 tenemos algo muy parecido.

“¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín…Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión.”

Son las preciosas paradojas de ese amor multifacético. Encendido con ira santa por tanta maldad, castiga con toda severidad. Pero luego, viendo a los Suyos escarmentados, desconsolados y clamando a Él con angustia, se enternece y conmueve de tal manera que no puede  menos que ir a recogerlos en Sus brazos, para levantarlos, consolarlos y bendecirlos como sólo Él sabe hacerlo. 

La conmoción de Tus entrañas! Así lo definen Jeremías e Isaías, y Oseas, como ya hemos visto,  se expresa en términos muy semejantes. En su experiencia viva del Dios al que pertenecían y servían, habían probado y gustado sin duda esos derramamientos de Su corazón, esos raudales de su cariño celestial – paternal y maternal a la vez –  que seguramente muchas veces habían inundado sus almas al estar muy cerca de Él. Así, estos varones nos pueden hablar del amor divino de esta manera tan expresiva y tocante.

La compasión, la ternura y la conmoción de Sus entrañas no son conceptos abstractos ni figurativos. Todo lo contrario, constituyen una fuerza real y viva, que lo mueve a traducirlas en  preciosas promesas de cosas concretas y maravillosas que ese amor aún habrá de hace a favor de Su pueblo amado.

 

El Mesías prometido presentado como Rey, Señor y justicia de Su pueblo.-

Entrelazadas con las múltiples promesas de estos capítulos van varias profecías del Mesías, llamándolo “David su rey” (30:9) “Jehová justicia nuestra,” como un renuevo de justicia que se le hará brotar a David (33:15-16) e hijo de David para reinar (33:21) y ser Señor sobre ellos. 33:26)

Esto confirma lo dicho al principio en cuanto a la ubicación futura de esta restauración prometida. Además, se compenetra y complementa admirablemente con otro pasaje similar que se encuentra en Ezequiel 34:23-24.

  “Y levantaré a ellos un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor. “

  “Yo Jehová les seré por Dios, y mi siervos David príncipe en medio de ellos. Yo Jehová lo he hablado.”

Así tenemos entonces al Mesías prometido, en su rol de rey y príncipe, señor y pastor, y a la vez como Justicia de Su pueblo, en lugar de la justicia que es por la ley.

Como vemos, él será la pieza clave y la gran columna central sobre la cual se habrá de apoyar toda esta estupenda restauración, cuyas proyecciones por supuesto que serán mucho mayores que las que hemos visto en tiempos de Zorobabel y Josué, y de Esdras y Nehemías.

Pasemos a examinarlas:-

 

El yugo quebrado y las coyundas rotas – no más servidumbre.-

 

Siempre que se produce un alejamiento de Dios se desemboca en una esclavitud. Oscuras y crueles cadenas, invisibles a los ojos naturales, pero por cierto muy reales, pasan a oprimir y a veces a torturar a quienes, abandonando el hogar de la obediencia y la comunión con el Señor, pasan a la jurisdicción y al terreno del enemigo declarado de sus almas.

Allí comprueban lo malo y engañoso que es él, y cómo los esclaviza, como verdugo cruel y malvado!

Y la primera promesa que sigue de forma inmediata a la profecía del tiempo de la gran angustia para Jacob es que:

“…Yo quebrantaré su yugo de tu cuello, y romperé tus coyundas…y no lo volverán más a poner en servidumbre.” (30:8)

Bien podemos imaginar el grito de alivio,gratitud y alabanza de los esclavos hechos libres. Y el alborozo de que nunca más volverán a estar atrapados y esclavizados. Sólo los que han experimentado esto en carne propia pueden comprender y valorar debidamente todo lo que encierra este primer gran salto. Únicamente el Soberano,  Todopoderoso y misericordioso Señor y Dios nos puede liberar así del que es mucho más fuerte que nosotros, y asegurarnos que esa pesadilla infernal nunca volverá a repetirse.

 

“Mas yo haré venir sanidad para ti, y sanaré tus heridas.” (30:17)

Unos versículos antes tenemos que el quebrantamiento de Israel era “incurable, dolorosa su llaga y que no tenía remedio su dolor.” “No hay para ti medicamentos eficaces” (30: 12, 13 y 15) Junto con esto va la verdad que ha sido el Señor mismo el que ha hecho eso, hiriendo y azotando fuertemente a Su pueblo –”…como hiere un enemigo te herí, con azote de adversario cruel” (30:14) utilizando para ello a sus opresores, los asirios, los caldeos y más tarde a los medos y los persas.

Naturalmente que se había debido a la magnitud de su maldad tan obstinada y crónica. No obstante, no nos cabe duda de que esto, que figura con toda claridad en este pasaje y en muchos más, les presenta interrogantes y reservas a muchos, sobre todo si se han nutrido en la fe mayormente en el aspecto de la gracia, la misericordia y el perdón gratuito. Les cuesta creer que un Dios de amor haga semejante cosa.

Sin embargo, tenemos muchas Escrituras concretas que lo ratifican plenamente. De ente ellas, tomamos solamente tres:-

  “Yo hiero y yo sano…”(Deuteronomio 32:39)

 “El día que vendare Jehová la herida de su pueblo y curare la llaga que él causó.” (Isaías 30:26)

 “Porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” (Hebreos 12:6)

Esta última la hemos escogido de entre muchas más del Nuevo Testamento, adelantándonos al razonamiento que presentan algunos de que este trato de Dios es propio del Antiguo Testamento. Según afirman, no tiene aplicación ni vigencia en el régimen de la gracia, y perdón inmerecido y gratuito del Nuevo.

Tratando de no extendernos demasiado sobre el tema, aclaramos brevemente, en primer lugar, que este tratamiento del Señor por la desobediencia y el pecado de Su pueblo, no lo administra como un castigo para infringirle un sufrimiento en base al cual los pueda perdonar después. El perdón es algo que sólo lo puede otorgar Él por Su gran misericordia, y dentro del orden actual del Nuevo Pacto, exclusivamente merced al sacrificio expiatorio, único y totalmente suficiente del Señor Jesús en el Calvario.

En cambio, el propósito que Él persigue, como ya se ha dicho con anterioridad, es correctivo. El pecado y el mal en que se incurren de forma deliberada o reiterada, ya sea por el pueblo de Dios en nuestro contexto, o bien un creyente cristiano en general, no son sino síntomas externos de un mal interno que es muy grave y que se hace necesario tratar.   La primera opción es la que Él aplica valiéndose de la persuasión. La misma discurre mayormente a través de las amonestaciones y advertencias de la palabra, junto con los llamados medios de gracia que Él pone a nuestro alcance.

Con la debida salvedad de que Israel no contaba con muchos de estos medios de gracia, agregamos que cuando esta primera opción no surte los efectos deseados, el Señor, como Padre fiel, recurre, muy a Su pesar, a la segunda, que es la de la disciplina y el castigo. Recalcamos que esto es para el fin de lograr una cumplida terapia de ese grave mal interior a que nos referimos.

Cuando ese fin se ha logrado, la manifestación más corriente y casi típica es la del arrepentimiento, con un tierno volverse al Señor, junto con el abandono del pecado, la idolatría y la rebeldía que antes imperaban. Esto constituye de seguro una muestra fehaciente de que ese mal interior ha sido debidamente tratado y quitado.

No obstante, siempre quedan secuelas, porque al darse uno al mal es imposible que no sea así. Las mismas varían de persona a persona, pero las más habituales son heridas de diverso tipo: tristeza, complejo de inferioridad, derrotismo, temores, falta de confianza, debilidad espiritual, propensión a deprimirse, falta de claridad para ver las cosas tal como son, y muchas más.

Y aquí nos encontramos con otra paradoja. Por un lado, como vimos, el Señor lo pronunció a Su pueblo como incurable, no habiendo para él medicamentos eficaces. Empero, unos pocos versículos más adelante prorrumpe en la maravillosa promesa de que habrá sanidad y Él mismo sanará sus heridas.

Como tantas veces decimos, Él es el Dios de los imposibles. Sobre las heridas más dolorosas, al punto de sentirse uno desahuciado totalmente, Él comienza a echar el bálsamo de Galaad, con sus dulces y entrañables consolaciones, y se produce la milagrosa sanidad y recuperación.

“Como aquél a quien consuela su madre, así os consolaré a vosotros.”

Tomamos como complemento Isaías 66.13, con esta comparación con el amor maternal, que resulta muy tocante y nos hace entender mucho  del verdadero corazón de Dios.  Veamos:

El niño ha sido obstinado y desobediente y ha recibido un fuerte y bien merecido castigo. Esto le ha traído mucho dolor y lágrimas, pero después de un buen rato empieza a sentir alivio e interiormente pasa a estar relajado. Poco a poco se empiezan a insinuar sentimientos de ternura hacia la madre, buscando hacer las paces con ella y recobrar su aprobación y cariño.

Es en ese punto que la madre, movida por ese amor tan maravilloso que abriga en su corazón por la criatura nacida de sus entrañas, la toma en sus brazos y la acurruca contra su pecho  De ahí en más la acaricia y le susurra palabras de bondad y ternura, como sólo una madre sabe hacerlo.

Al poco, el niño se pone en pie otra vez, y con una alegre sonrisa se dispone a volver a sus juguetes, completamente recuperado en su estado de ánimo, como si no hubiera pasado nada… aunque adentro sabe bien que no debe atreverse a volver a desobedecer.

Sin embargo, estos consuelos divinos, aparte de la proyección emotiva que hemos tratado de describir, tienen otra muy práctica y concreta, al traducirse en hechos tangibles y preciosos. Veamos algunos de ellos:

“…porque he aquí que yo soy el que te salvo de lejos,a ti y a tu descendencia de la tierra de cautividad, y Jacob volverá, y descansará y no habrá quien le espante.” (30:10)

En forma muy condensada, un retorno de la lejanía del destierro, que habrá de abarcar a su querida y preciosa descendencia, por la cual ha sufrido y gemido durante los largos años de su alejamiento.

Después de tanta opresión y turbación, un regreso a su tierra natal, a su hogar, para disfrutar de reposo y tranquilidad y nunca más ser objeto del agobio y el espanto de sus opresores.

Como para saltar de alegría! ¿Será posible que les toque tanto bien?

Por cierto que sí, y mucho más también!

“He aquí que yo los hago volver de la tierra del Norte, y los reuniré de los fines de la tierra, y entre ellos ciegos y rengos…en gran compañía volverán acá.”

  “Irán con lloro, mas con misericordia los haré volver, y los haré andar junto a arroyos de aguas, por camino derecho en el cual no tropezará, porque yo soy a Israel  por padre, y Efraín es mi primogénito.”  (31: 8-9)

Aun de los lugares más recónditos de la tierra vendrán y hasta los rengos podrán andar y los ciegos ver en este bendito camino de retorno. Serán muchos, muchísimos – una gran compañía,  traída por la misericordia divina, andando junto a aguas abundantes que habrán de abrevarlos y por senda derecha donde no habrá tropiezo ni estorbo.

Y todo esto, debido al insondable amor paternal de su Dios,que con tanta bondad y amor habrá de preparar y disponer todo esto.

Pero las promesas continúan y se multiplican.

Y vendrán con gritos de gozo en lo alto de Sión, y correrán al bien de Jehová, al pan, al vino, al aceite…y su alma será como huerto de riego y nunca más tendrán dolor.” (31: 12)

Gritos de júbilo en un pueblo altamente agraciado y bendecido.

Irán corriendo a echar mano de la porción gloriosa que su Dios les habrá preparado: el Pan del Cielo, que al comer de Él les hará vivir eternamente; el vino de Sus mejores amores y deleites, preparado y añejado para el final de los tiempos; el aceite, reservado para un pueblo que ha de ser ricamente ungido, con los rostros brillantes y toda la gracia y regocijo que ese óleo es capaz de impartir.

Como si esto no bastase, no más sequías para sus almas; muy por el contrario, serán una espléndida tierra de regadío, con frescura, verdor y todo buen fruto, y además, un adiós para siempre al dolor!

Al escribir esto, nos brotan notas y sonrisas de gozo. Casi podemos oír a algunos exclamar: basta, no puedo concebir tanta maravilla!

Pero resulta que viene más, mucho más!

“Y saldrá de ellos acción de gracias, y voz de nación que estará en regocijo; y los multiplicaré y no serán disminuidos..”

  “Y serán sus hijos como antes, y su congregación delante de mí será confirmada.” (30: 19-20)

Un pueblo lleno de gratitud, “con voz de nación que está en regocijo.”

Qué expresión singular, casi única! La voz, como sabemos, es un reflejo de nuestro carácter y también de nuestro estado de ánimo. Por los acentos y el sonido particular se sabrá que es una nación colmada de alegría y casi diríamos, que está de fiesta continua.

“Entonces la virgen se alegrará en la danza, los jóvenes y los viejos juntamente, y cambiaré su lloro en gozo y los consolaré y alegraré de su dolor.” (31:13)

Alegría y regocijo para todos, no importa el sexo ni la edad. El lloro y el dolor desterrados, y en su lugar, a gozarse, a ser consolados y alegrarse de que todo el sufrimiento pasado ha desembocado por fin en este alborozo de tanta dicha y de tanto bien.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             “Y el alma del sacerdote satisfaré con abundancia y mi pueblo será saciado de todo mi bien.” (31:14)

  “Y temerán y temblarán de todo el bien y de toda la paz que yo les haré.”  (33:9)

Las almas que antes vivían desnutridas e insatisfechas, ahora estarán colmadas de la más rica abundancia. La sed crónica y profunda, propia de la larga sequía y el gran desierto en que han vivido por tanto tiempo, plenamente saciada en “el torrente de tus delicias” citando la feliz frase de David en el Salmo 36:8.

Y toda esa paz y ese bien que su Dios les procurará serán tan abundantes e inefables que al sentirlos y disfrutarlos no podrán menos que llenarse del más profundo y tierno temor hacia Él. Es más: su asombro y deleite serán tales que habrán de temblar ante él, en la más tierna y cumplida gratitud y alabanza.

En un pasado no muy lejano el autor solía visitar con cierta regularidad iglesias de hermanos gitanos en España denominadas “Filadelfia.” En una de ellas, situada en el barrio Orcasitas de Madrid quedó muy agradablemente impresionado por una de las  muchas  canciones que allí se entonaban y todavía se entonan.

El pastor de esa iglesia, que fue usado por el Señor primero para levantarla y más tarde para fortalecer y enriquecerla, fue un hermano de nombre Enrique Blanco, conocido por el cariñoso apodo de Llen. (Este hermano falleció no hace mucho debido al Covid 19 que ha causado tantos estragos en muchas partes.)

Peo en aquellos tiempos nos unía una preciosa amistad fraternal.  Sabedor de que a quien esto escribe le agradaba una canción de manera muy especial, en más de una visita, como una atención especial, la hizo cantar.

Aunque referida al mas allá, por cierto que también vale para lo que estaos tratando. Aquí va parte de la letra:

   “Allí no habrá llanto, allí no habrá dolor;

Todo es alegría, todo es amor”

y luego el estribillo, repetido tres o cuatro veces por unas cien o más voces de gitanos y gitanas, muchas de ellas ultra potentes, al extremo de hacerse oír a mucha distancia.

 “ALLÍ TÚ VERÁS, LO QUE NUNCA VISTE,

TANTA MARAVILLA, QUE NO LA RESISTES.”

La última vez que lo cantaron y lo oímos, nos brotaban suaves y preciosas notas de gozo,  como bendito anticipo de lo que será disfrutar de las glorias maravillosas que nos aguardan en el futuro eterno.

Bases firmes y sólidas.-

Habiendo escrito con bastante amplitud sobre los consuelos, bendiciones y deleites de la restauración, corresponde ahora que nos ocupemos de las bases firmes y sólidas sobre las que estará apoyada. Debemos tenerlo muy claro que sólo puede haber bendición real y duradera cuando está sostenida y apoyada por eso – por bases firmes y sólidas.

De una de ellas, la primera, ya hemos escrito – el lugar del Mesías prometido como la pieza clave y la piedra fundamental. Si bien estos cuatro capítulos de Jeremías en que estamos no lo predicen de forma expresa, hay otras profecías en la Biblia que señalan con mucha claridad un reconocimiento pleno por parte de Israel de ser Él, Jesucristo, el enviado del cielo prometido, el cual consta en no pocas citas del Antiguo Testamento. Junto con este reconocimiento habrá un arrepentimiento masivo por haberlo rechazado, lo cual está predicho para el final de los tiempos, una vez alcanzada la plenitud d ellos gentiles.

Su victoria total en la cruz de Calvario, Su gloriosa resurrección y ascensión y el derramamiento del Espíritu Santo en virtud de todo ello, serán también el firme apoyo y baluarte de esta restauración futura de Israel que estamos tratando.

La otra base será lo que Dios habrá de hacer en Su pueblo.

Cuando se alcanza cierta madurez y comprensión, se pasa a entender que para ser bendecidos y prosperados por el Señor de una forma sólida y estable o continuada, es necesario que Él haga primero una obra real y firme en nuestras propias vidas. Sólo esto, acompañado desde luego por nuestra humilde pero firme dependencia de esa gracia divina, le podrán conferir a las bendiciones la continuidad y durabilidad que son de desear.

De esa obra real y firme ya hemos visto algunos hermosos e importantes aspectos, como el romper el yugo y quitar las coyundas, sanar las heridas y consolar a Su pueblo enlutado y entristecido, y también llenarlo de alegría y de abundantes bendiciones.

Pero ahora interrumpimos aquí para pasar a la segunda parte, en la cual empezaremos por ver dos cosas más que son en realidad más profundas y verdaderamente de fondo.

 

F I N