JOSÍAS, EL JOVEN REY, TIERNO PERO IMPLACABLE

Primera parte

 

¿Se ha fijado, querido hermano lector u oyente, en el hecho curioso de que en la Biblia, muchos nombres de personajes importantes – así buenos como males – empiezan con jota?

En el Antiguo Testamento, entre muchos otros, tenemos a Jacob, José, Josué, Jefté, Jehú, Jonatán, Job, Jeremías, Jonás, aquella horrible mujer llamada Jezabel y muchos más, incluyendo desde luego el que aparece en el mayor número de veces, Jehová, el gran YO SOY.

En el Nuevo Testamento, aunque no tantos, igualmente tenemos un buen número: Juan Bautista, el apóstol Juan, Juan Marcos, Jacobo, el hijo de Zebedeo y su homónimo, hijo de Alfeo, como así también José, el marido de María, José de Arimatea, Judas, hermanastro del Señor, Judas hermano de Jacobo, Judas Iscariote, y por supuesto la jota del nombre sobre todo nombre, Jesús, nuestro Señor y Salvador.

El principal protagonista de este escrito es Josías, que fue rey de Judá unos 57 años después de la muerte de Ezequías, de cuyo reinado ya nos hemos ocupado anteriormente. 

Josías es una de las muy buenas jotas de la Biblia. Comenzó a reinar a la muy temprana edad de 8 años, y estuvo sobre el trono de Judá, el reino del Sur, durante 31 años, muriendo prematuramente cuando sólo contaba 39 años de edad.

 

El corazón tierno y el corazón endurecido.

 

Quizá la mejor manera de comenzar a hablar de su vida sea la de establecer un contraste, muy grande por cierto, entre él y uno de sus hijos que le sucedió en el trono, Joacim, una de las muy malas jotas de la Biblia.

El rumbo seguido por estos dos y el final al cual llegaron fueron diametralmente opuestos. El uno sirvió fielmente al Señor, sin apartarse ni a diestra ni a siniestra, mientras que el otro siguió un derrotero de avaricia extrema, hizo derramar sangre inocente y oprimió y agravió a muchos injustamente (Jeremías 22: 17) lo que lo llevó a un fin trágico y vergonzoso.

Podríamos preguntarnos cuál fue el factor determinante de un contraste tan absoluto. Por cierto que no lo fue el tener Josías un mejor ejemplo paterno que Joacim. Muy por el contrario, Amón, el padre de Josías, fue un pésimo rey que nunca se humilló ante el Señor, mientras que Joacim tuvo en Josías un padre ejemplar desde todo punto de vista.

Tampoco hay indicios de que la mujer de cada uno haya jugado un rol importante, para bien en un caso y para mal en el otro. Y no podemos encontrar constancia alguna de que Josías haya tenido una formación teológica, religiosa o moral más favorable que Joacim, y ni siquiera que haya sido tutelado mejor en su tierna infancia o niñez, si bien esto último no escapa del terreno de las posibilidades.

La única conclusión razonable y lógica, con los poco elementos de juicio que tenemos, es que ya sea por inclinación o elección personal, el uno tomó la senda del bien y el otro la del mal. Así las cosas, en un punto importante de sus respectivos reinados, ante la advertencia y exhortación de la palabra de Dios, tuvieron actitudes y respuestas totalmente diferentes. Resultará muy instructivo y provechoso que las analicemos brevemente.

La reacción de Joacim está claramente descrita en el capítulo 36 del libro de Jeremías, cuyo ministerio comenzó en el año décimotercero del reinado de Josías, y se prolongó hasta después de ser llevado Judá al cautiverio babilónico.

En efecto, bajo el mandato del Señor, Jeremías dictó a Baruc su escribiente palabras de exhortación al arrepentimiento, dirigidas al pueblo de Judá, y con la solemne advertencia de que si no se volvieran de sus malos caminos les sobrevendrían horrendos juicios y castigos.

Como a Jeremías se le había prohibido entrar en el templo, envió en su lugar a Baruc para que leyese todas las palabras contenidas en el rollo que había escrito, lo cual hizo a oídos de todo el pueblo que había venido de las ciudades de Judá a Jerusalén, en ocasión de un ayuno que se había promulgado.

Esto trajo a algunos la consiguiente alarma y consternación, y eventualmente el rollo fue traído al rey Joacim, para que le fuese leído en presencia de todos los príncipes que en esa ocasión estaban reunidos con él. 

Se encontraban en la casa de invierno,  con un brasero encendido delante del rey, quien después de oír el contenido de tres o cuatro planas, las rasgó con un cortaplumas de escriba y las echó en el fuego, no haciendo caso en absoluto a los ruegos que le hicieron tres de los príncipes presentes                                                                                                                                                                                                                                              para que no los quemasen.

Como si fuera poco, también dio orden de apresar a Baruc y Jeremías, pero el Señor  no permitió que lo hiciesen.

Como no podía ser de otra forma, ante semejante endurecimiento de su corazón, Joacim siguió un camino nefasto,y el mismo Jeremías profetizó que tendría un fin cruel y vergonzoso:

  “…su cuerpo será echado al calor del día y al hielo de la noche” (Jeremías 36:30) y “En sepultura de asno será enterrado, arrastrándole y                                                   echándose fuera de las puertas de Jerusalén.” (22:19)

 

En cambio, Josías fue muy distinto. Estando en marcha durante su reinado el proceso de la reparación del templo, el sacerdote Hilcías halló una copia del libro de la ley en la casa del Señor. Por supuesto que debía haber estado en su debido lugar y a la vista de todos, pero parece que estaba escondido o tal vez sepultado, en medio del desorden que había quedado después de los horribles reinados de Manasés y Amón.

Digamos de paso que eso es sintomático de lo que pasa en épocas de decadencia espiritual: la Biblia queda abandonada y cubierta de polvo. Por el contrario, al producirse un despertamiento, se la encuentra o recupera, y pasa a ser el libro sagrado que rige nuestras vidas.

Al serle traído a Josías y ser leído delante de él, su reacción fue completamente opuesta a la de Joacim. Lejos de endurecerse y rechazar su contenido, su corazón se conmovió profundamente, se humilló delante de Dios llorando en Su presencia, y mandó con toda urgencia a consultar al Señor acerca de él y el remanente del pueblo.

La respuesta vino  a través de la profetisa Hulday el tiempo en que sucedió esto fue en el año décimooctavo de su reinado, es decir a los cinco años de haber comenzado Jeremías su ministerio profético.

Por una parte, el Señor le confirmó que iba a derramar Su ira y Sus juicios sobre Jerusalén, Judá y todos sus moradores, por haberlo abandonado a Él y por darse de continuo al mal y  la idolatría. Pero por la otra, le prometió  que por haberse enternecido su corazón y haber reaccionado con tanto temor de Dios, esos horribles juicios los iba a postergar hasta después de su muerte, de tal manera que no los vería y sería sepultado en paz.

Así pues tenemos el extremo contraste entre su fin y el de su hijo Joacim, como resultado de las dos actitudes y respuestas tan contrarias la una de la otra – como polos totalmente opuestos – que tuvieron al llegarles la palabra de Dios, con sus graves advertencias y el llamado a tomar la senda del bien.

Esas actitudes y respuestas tan diferentesno fueron producto de la casualidad ni mucho menos. Al darse Josías desde su niñez al temor de Dios y a buscar el bien, su corazón se mantuvo tierno y sensible, y al llegarle la palabra de Diosen la hora crucial, le brotóde por sí una reacción humilde, sabia y correcta.

Tristemente, por haberse dado Joacim a la avaricia, idolatría y maldad a ultranza, se encontró con un corazón endurecidoque en la misma encrucijada de llegarle la solemne palabra de Dios, respondió para su ruina con un desprecio y rechazo total.

No en vano nos exhorta la Escritura a guardarnos bien de endurecernos por el engaño del pecado  (Hebreos 3:13) En todas sus formas, aparte de sus muchos otros males, el pecado nos endurece y nos engaña, insensibilizándonos para con la palabra de Dios y haciéndonos perder concienciadel daño que nos está haciendo en todos los niveles.

  “Por sobre todas cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.” (Proverbios 4: 23)

Por encima de la salud, el dinero y todo otro bien,hemos de guardar nuestro corazón, por ser la fuente de cuanto hacemos, decimos, pensamos y sentimos.

Busquemos siempre. pues, por la gracia de Dios, mantenernos tiernos y sensibles para con el Señor y Su palabra,velando en todo momento para que nada nos insensibilice o endurezca.

Habrá no obstante quienes sepan y reconozcan que su corazón ya es frío y duro, y sin embargo anhelan que sea ardiente y tierno, sobre todo en cuanto a las cosas de Dios. Para ellos hay una promesa muy concreta en Ezequiel 36:26:-

  “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros ; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.”

Desde luego que este nuevo corazón de carneno tiene nada que ver con la naturaleza carnal. Se lo llama de carne porque así como, por ejemplo, la carne de nuestra mejilla no es fría sino que está al agradable calorcito de la temperatura de nuestro cuerpo, y tampoco es dura, sino tierna, así también lo es este bendito nuevo corazón que se nos promete.

Entre los lectores no faltarán quienes adviertan la sencillez y el carácter elemental de lo que acaban de leer, y también de buena parte de las muchas otras cosas que van en este escrito Tal vez las comparen y contrasten con otras menos conocidas y quizá por eso más novedosas y de apariencia más avanzada.

Aun cuando la totalidad del consejo de Dios es muy grande, y por supuesto que tiene en algunas partes profundidades insondables y alturas majestuosas, también es cierto que las cosas más importantes, generalmente el Señor nos las ha puesto muy sencillas y claras, para que estén al alcance de todos, incluso de los niños y de quienes tienen poca formación cultural o intelectual.

Y aun en las cosas de Dios, es posible, por el mucho estudio y esfuerzo mental, pero sin la verdadera tutela y guía del Espíritu Santo, volvernos en sabios y entendidos, conocedores de las posturas teológicas más variadas, o bien de las “estrategias” o “técnicas” más modernas que se propugnan para el cristianismo hoy día. Así correremos el riesgo de que las cosas más importantes, de más peso y valor, nos estén escondidas, según las palabras del Señor Jesús en Matero 11:25.

En ese sentido, la experiencia básica, sencilla pero muy real, de recibir del mismo Dios un nuevo corazón, que es un bendito calco vivo del de Jesús, constituye un bien inestimable, que está muy pero muy por encima del pobre valor de tantas cosas que están en boga y de moda en la actualidad.      Nos tememos que a muchas de ellas, sobre todo por su carencia de verdadero asidero bíblico, les caben los calificativos de “filosofías y huecas sutilezas, según… los hombres…conforme al mundo, y no según Cristo” que nos da Pablo en Colosenses 2: 8.

Aunque a menudo estas cosas se presentan de una manera muy seductora y atractiva, cuidémonos de que no nos distraigan y nos aparten de las cosas más importantes y que realmente interesan.

El estado de tu corazón, querido lector u oyente, es algo tan fundamental, que a la postre será el factor determinante de tu rumbo en esta vida y en el más allá.

Jesús dijo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.” en Mateo 5: 8.

Si tú no tienes ese corazón, nuevo, limpio y tierno que el Señor ha prometido, búscalo con todo ahínco y urgencia, no dándote reposo hasta que lo hayas recibido de verdad.

 

El joven implacable.-

 

Si bien Josías fue muy tierno en cuanto a Dios y Su palabra, fue en cambio verdaderamente inflexible e implacable con los ídolos, lugares altos, imágenes y esculturas que se habían levantado en tiempos de los malos reyes que le precedieron.

Su vida y su trayectoria no fueron por cierto producto de la casualidad. Más de 300 años antes de su nacimiento, un varón de Dios que por mandato divino había venido de Judá a Betel, pronunció una sorprendente profecía en cuanto a él, en la cual hasta daba su nombre por anticipado.

En efecto, estando el rey de Israel Jeroboam I junto al altar falso con el becerro de oro que él había hecho erigir en Betel, el varón de Dios clamó a viva voz:

“…Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres.”(1a. Reyes 13:2)

A esto agregó aquel mismo día que el Señor iba dar como señal que el altar se quebrase y la ceniza que estaba sobre él se derramase, lo cual sucedió cumplidamente ante los ojos del rey y cuantos le acompañaban.

Sin ninguna duda, esta profecía, tan singular y auténtica, marcó el rumbo de la vida de Josías. Si hubo algo en que más se destacó y fue sobresaliente, por encima de sus muchas otras cualidades y virtudes, fue en el derribar, destruir y hasta desmenuzar las numerosas prostituciones idolátricas que se encontraban en pie en muchísimas partes.

Y hemos de tener muy en cuenta la fuerte y enconada oposición que necesariamente debe haber habido de parte de los muchos que en ese entonces, por su oficio, se ganaban la vida haciendo ídolos, imágenes y esculturas.

A la temprana edad de 16 años comenzó a buscar al “Dios de David su padre” (2a, Crónicas 34:3) y cuatro años más tarde, recién cumplidos los 20 años, comenzó a limpiar la tierra de todas las abominaciones. Cabe suponer que al hacerlo se encontró con una fuerte resistencia de parte de muchos. Tengamos en cuenta que algunos de esos ídolos y lugares altos databan de tiempos de su abuelo Manasés, y de reyes muy anteriores a éste, como de Acaz y del mismo Salomón. Por lo tanto, se encontraban profundamente arraigados por el  tiempo que llevaban y la tradición que sin duda les acompañaba. Además, como ya hemos señalado anteriormente, mediaban los intereses creados de aquéllos que obtenían pingües ganancias en los negocios derivados de toda esta idolatría imperante.

Por todo ello, hemos de admirar la valentía del joven Josías, que movido por el temor del Señor por encima del de los hombres, en nada se dejó intimidar, sino que con loable autoridad y valor, limpió totalmente la tierra de lo que por cierto representaba una afrenta al Dios único y verdadero. Y no sólo lo hizo en Judá, sino también en las ciudades de Manasés, Efraín, Simeón y Neftalí, y lugares asolados alrededor, no dándose por satisfecho hasta haber quebrado y desmenuzado las esculturas y destruido todos los ídolos por toda la tierra de Israel. (2a. Crónicas 34:6-7)

Por supuesto que al hacer todo esto, que habrá demandado mucho tiempo  y esfuerzo, llevándolo a viajar por todo lo ancho y lo largo del territorio de Israel, no omitió el altar y el lugar alto con el becerro de oro que estaba en Betel, desde el tiempo en que lo hizo levantar el primer monarca del reino del Norte, Jeroboam I, el hijo de Nabat. En efecto, a éstos también los destruyó y quemó, y haciendo sacar los huesos de los sepulcros que estaban allí en el monte, los quemó sobre el altar para contaminarlo, dándose así cabal cumplimiento a la profecía del varón de Dios que más de tres siglos antes había venido de Judá a ese lugar para pronunciarla.

Ahora bien, debemos ser muy cuidadosos al trazar la analogía espiritual de todo esto, en su aplicación a la dispensación en que nos encontramos, para no caer en errores y conceptos incorrectos.

La actuación de Josías en esta línea de derribar y destruir altares y efigies de prostitución idolátrica, tuvo lugar dentro de los límites del territorio de Israel, la nación escogida por Dios y el medio o conducto para la manifestación divina de aquel entonces.

Como sabemos, esto estaba en un todo de acuerdo con los mandamientos y la ley de Moisés, que prohibían terminantemente toda forma de idolatría.  Huelga decir que Josías no fue más allá de los límites de Israel, primero porque no le correspondía por estar fuera de la órbita de su autoridad, y segundo por estar esos países limítrofes bajo otro régimen en cuanto al trato de Dios con ellos.

Interrumpimos aquí para continuar en la segunda parte.

 

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