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Me ocurrió una noche de insomnio transitorio durante mis años de ministerio
pastoral en Albacete (Castilla La Mancha) allá por los años ochenta y tres, ochenta y
cuatro. Un buen hermano de nuestra Iglesia me había hablado con evidente
admiración de un excelente expositor bíblico, un misionero nacido en Argentina en
1927, a la sazón afincado en Madrid, Don Ricardo Felipe Hussey, a quien había
tenido ocasión de escuchar en unas conferencias. Intrigado, comenté que me
encantaría conocer y oír personalmente a tal portavoz de Dios.
“Le prestaré un casette – me dijo amable – y podrá deleitarse con su
exposición…” Al no poder conciliar mi sueño, abrí mis oídos y presté mi mejor
atención al mensaje grabado.
Efectivamente, el predicador, dueño de todos los recursos de la más selecta
oratoria, con un dulce acento argentino y un excelente castellano, elevó mi alma
hasta lo más alto del placer que produce escuchar a un auténtico profeta del
Altísimo.
Antes de dejarme caer en los brazos del sueño, me propuse contactar con tan
magnífico misionero y proponerle que nos visitase un fin de semana, para enriquecer
a nuestra congregación con los tesoros de sus vivencias espirituales, con su
aquilatada experiencia. ¡Y Don Ricardo aceptó!
Acompañado de su admirable esposa, la misionera Doña Sylvia, mujer de
sonrisa siempre radiante, nos concedieron vivir a todos, Pastor, Diáconos y
miembros de nuestra Iglesia, jornadas de exaltación espiritual.
Uno de los días de ministerio en Albacete, Don Ricardo, con una exquisita
delicadeza, me preguntó si podríamos acercarnos juntos en oración al trono de la
gracia. Nos fuimos a la sombra de unos frondosos árboles regados por las aguas
del río Júcar, cerca de la ciudad manchega. ¡Nos sentimos acompañados de
ángeles, disfrutamos la inefable felicidad de notar cómo el bendito Espíritu Santo nos
llenaba de su plenitud! Allí, a la sombra de los árboles, escuchando el dulce rumor
de las aguas del río, el maestro de la exposición bíblica me preguntó:
“Hermano, siento en mi alma como si el Señor me guiase a exponer un
tema relacionado con la lucha espiritual, el conflicto que nos plantean las
huestes espirituales de maldad…¿Le parece que podría ser edificante para la
Iglesia?
“Don Ricardo – repliqué – si el Señor le está indicando esto, ¡hágalo!
Y lo hizo. Fue una experiencia inolvidable. Siempre basado en las Sagradas
Escrituras, adobando su magnífica exposición con experiencias propias, mantuvo
intrigados a sus oyentes hasta el fin de su mensaje.
Así fue como el Señor comenzó a enriquecerme con el tesoro de su amistad y
de un compañerismo ministerial que ha perdurado hasta hoy, venititrés años
después.
A mi vez, me cupo la gloria de alojarme en su hogar, en Madrid, y de colaborar
con él en clases sobre la Homilética y exposiciones bíblicas en la Escuela Bíblica
Unida, que en ese entonces utilizaba la sede de la iglesia de Pueblo Nuevo, y
también en la Iglesia de calle Monederos de Madrid.
El libro que prologamos, ABRAHAM, PADRE DE TODOS NOSOTROS, es
fruto precioso de un bendecido ministerio de exposición bíblica, realizado por su
autor en su ministerio itinerante por iglesias evangélicas de muchos rincones de
España y de otros lugares. Es un libro breve, dividido en 31 capítulos, precedidos
por una introducción del autor mismo, y coronado con un epílogo que canta las
glorias de la ciudad celestial, y un ramillete de versos que condensan el contenido
principal del libro.
El mismo figura en torno a la señera figura del patriarca Abraham, padre de los
creyentes, cuyo linaje espiritual, como magistralmente demuestra Hussey, está
compuesto por todos cuantos se hallan emparentados, hermanados, y son la
auténtica familia de Dios, el Israel de Dios, por su fe en Cristo – simiente preciosa
mediante la cual ha sido consumado el eterno y excelso plan de redención.
Nos engolosina el autor de este ramillete de reflexiones inspiradoras,
haciéndonos acompañar al ilustre peregrino en las jornadas más trascendentales de
su apasionante vida. De su mano, nos eleva a las cumbres de fe y gloria a las que el
Señor exaltó a su siervo; paso a paso nos hace vivir con Abraham las decisivas
experiencias de las pruebas, de las vacilaciones, del conflicto espiritual, y del triunfo
al que nuestro amado Padre celestial nos conduce, con insuperables y benditos
propósitos de enriquecimiento pleno.
El libro puede muy bien llegar a ser todo un devocional cotidiano, que refrigere
el espíritu y despeje de brumas de incertidumbre e inseguridad el alma creyente.
¡Hemos disfrutado lo indecible zambulléndonos en sus limpias aguas, canalizadas
por este singular maestro de la exposición bíblica!
Estamos seguros de que, como nosotros, todos cuantos tengan el privilegio de
recrearse contemplando las maravillas que del carácter, de la vida, de las hazañas
de fe del gran padre de los creyentes, de Abraham, el amigo de Dios, el modelo a
imitar y repetir, alabarán agradecidos al Señor por el deleite edificante que estos
mensajes provocan al ser leídos y asimilados.
Notarán los lectores que cada capítulo va coronado de una reflexión que a
modo de síntesis resume lo esencial de la magistral enseñanza dado por este ilustre
siervo de Dios. Uno acaba postrándose agradecido y alabando al Señor por haberle
guiado en la redacción de éste, su nuevo libro, que, como los anteriores, aquilatará
la fe y la espiritualidad y el testimonio de los hijos espiritualels del gran padre de los
creyentes.
Lo recomendamos encarecidamente a cuantos tienen el honor y la
responsabilidad de apacentar la grey de Cristo, a los Pastoes de almas, y a cuantos
constituyen el bendito linaje de la fe.
Bernardo Sánchez García