Abraham el intercesor # Capítulo 20
Capítulo 20
Abraham el intercesor
Aun cuando no figura entre los cinco grandes intercesores mencionados por el Señor en Jeremías 15:1 (Moisés y Samuel) y Ezequiel 14:14 (Noé, Job y Daniel), nuestro padre Abraham fue indudablemente un poderoso intercesor.
El pasaje que se extiende del versículo 16 al 33 del capítulo, nos brinda abundante material sobre esa faceta de su vida y carácter, la cual, por otra parte, sin duda debería encontrarse en la vida y el carácter de los que somos sus hijos espirituales.
Notemos primeramente que al reanudar su marcha los varones, Abraham iba con ellos acompañándolos (18:16)
Nada de quedarse a reposar plácidamente a la sombra, a la puerta de su tienda.
Ellos se marchan, pues él se van con ellos!
Los va a acompañar hasta donde pueda o se lo permitan!
Es ahí que el Señor recapacita sobre la grandeza que Él mismo le ha conferido a Su amigo Abraham – la de ser padre de una nación grande y fuerte, y de que, en su persona, han de ser bendecidas todas las naciones de la tierra.
Además, lo tiene por cierto que él habría de inculcar el camino del Señor a su posteridad, para que hagan justicia y juicio, a fin de que Dios pudiera hacer sobre él todo el bien que le había prometido.
Y como consecuencia de ello, siente que no puede encubrirle algo muy importante que está a punto de hacer, y que de una manera muy particular le incumbe a él, Su amigo.
Se trata de la destrucción de Sodoma y Gomorra, cuyo pecado se había agravado en extremo, y que su sobrino Lot con su mujer y sus dos hijas vivían en Sodoma, en medio de todo eso.
A esa altura dos varones se apartan continuando su viaje hacia Sodoma, peo Abraham continúa aun delante de Jehová.
Se le ha pegado al Señor, y nada parece moverlo a que lo deje y vuelva a su tienda! (por ahora, por lo menos.)
La carga que embarga el corazón del verdadero intercesor aquí se hace sentir. De ninguna manera pueden el cansancio, el deseo natural del confort, o la ocupación cotidiana, distraerlo e impedirle que dé rienda suelta al clamor que le brota en su alma: hay un ser querido en muy grave peligro de perecer, y se hace imperativo y muy urgente rescatarlo.
Todo esto lo mueve a un nuevo paso, muy importante por cierto.
“Abraham estaba aun delante de Jehová. Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también al justo con el impío? (18:22-23)
Hasta ahora ha estado delante de Jehová, digamos a dos o tres metros de distancia.
Pero ahora que va a comenzar a interceder se le acerca más – se pone bien a su lado, o mejor dicho bien en frente de él, sus ojos ante los ojos del Señor, su nariz ante Su aliento y su boca ante Su boca.
Sin duda, esto es algo que constituye la genuina credencial del verdadero intercesor: situarse y vivir muy cerca de Dios.
De ahí en más pasa a preguntar si se ha de destruir a la ciudad y no perdonarla, aun cuando se encuentren cincuenta justos dentro de ella, después cuarenta y cinco, después cuarenta, después treinta, después veinte, después diez.
En todos los casos recibe una respuesta favorable, hasta llegar a esta última cifra de diez. Y a esta altura, el Señor se va, habiendo acabado de hablar con Abraham, y éste vuelve a su lugar en el encinar de Mamre donde tiene su tienda.
Seguramente se quedaría con el gran interrogante de qué sería de Sodoma, y sobre todo, de su sobrino Lot y de sus hijas que vivían en la ciudad.
En la oración e intercesión hay una gran variedad de experiencias. A veces recibimos la respuesta de inmediato y tal cual hemos pedido; a veces orando prevalecemos de tal manera que sabemos que la batalla se ha ganado y la carga que pesaba sobre nuestro espíritu desaparece totalmente.
En otras ocasiones, no sabemos a ciencia cierta qué es lo que va a pasar, pero habiendo hecho nuestra parte conscientemente delante del Señor, nos queda la serena confianza de que Él hará lo que corresponda, según Su justicia, sabiduría y misericordia.
A esta última forma creemos que se ajusta la intercesión de Abraham por Sodoma que estamos comentando.
Su ruego a su favor para que fuese perdonada, tenía su principal motivación en el hecho de que su sobrino Lot e hijas vivían dentro de ella.
El comentario que hace Pedro sobre este episodio en su segunda epístola resulta de sumo interés y relevancia.
“… y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y Gomorra reduciéndolas a cenizas y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente, y libró al justo Lot abrumado por la nefanda conducta de los malvados.”
“Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio.” 2a. Pedro 2: 6, 7 y 9.
Vemos que el Señor no concedió la absolución de Sodoma, como Abraham se lo había pedido, pero en cambio liberó a Lot con su mujer y sus dos hijas, lo cual era, al final de cuentas, lo que Abraham quería y buscaba.
Y esto concuerda – digámoslo de paso – con el planteo que él mismo le había hecho al Señor en un principio.
“El Juez de toda la tierra ¿No ha de hacer lo que es justo? (18:25b)
Curiosamente, y aunque parezca extraño, lo que Abraham pedía no era lo justo – que se siguieran pasando por alto las inmundicias que se estaban cometiendo en Sodoma.
Y el Señor no contestó según lo que Abraham pidió, pero liberó en cambio a las hijas de Lot y a él, el único justo que había, y destruyó totalmente la ciudad una vez que él, su mujer y sus hijas, hubieran salido de ella.
Las palabras de Pablo en Romanos 8:2 6 – “pues qué hemos de pedir como conviene no lo sabemos”… tienen plena aplicación aquí.
Dios conocía la correcta motivación de Abraham en lo que estaba pidiendo, y se lo concedió, pero no de la manera que él pedía y esperaba, sino de acuerdo con Su sabia y estricta justicia.
Esto también lo podemos generalizar diciendo que sucede lo mismo cuando oramos con una correcta actitud y disposición del corazón, pero que no es del todo sabia y justa u oportuna.
Él suele contestar de forma distinta de lo que esperábamos. No obstante, al final caemos en la cuenta de que esa forma y no aquélla en que nosotros pedíamos, era la correcta y acertada.
Ésta fue la segunda vez que Abraham liberó a Lot. La primera había sido en el campo de batalla, como el guerrero tenaz, como ya hemos visto; ésta en el terreno de la intercesión.
Lot es calificado por Pedro como justo, y debemos aceptar este calificativo como correcto. Sin embargo, qué triste fue su trayectoria, y cuán infeliz y desdichado su fin!
Convertida en estatua de sal su esposa, terminó habitando en una cueva con sus dos hijas, a través de las cuales vino a ser padre de dos pueblos que serían más tarde enemigos declarados del pueblo de Israel: los moabitas y los amonitas.
Qué contraste con Abraham, quien con pisadas de fe y obediencia al Señor, siguió un rumbo diametralmente opuesto, y que lo llevó a un final tan feliz y glorioso!
Hemos de responder a la genética de nuestro padre Abraham, preocupándonos por aquéllos que por una mala elección o cualquier otra causa, han quedado maltrechos o atrapados, luchando e intercediendo por ellos, a fin de que sean rescatados y restaurados.
Asimismo, habremos de no perseverar en tomar decisiones basadas en los dictados del materialismo y lo terrenal, como Lot.
Por lo contrario, hemos de hacerlo basados en la señalización de la brújula del Espíritu Santo, la cual siempre nos ha de llevar al norte magnético de lo que el Señor tiene en verdad para nosotros, buscando solamente eso – nada más, pero nada menos.
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