¿Responsable o irresponsable? ¿Por ley o por gracia? # Capitulo 3
Capitulo 3
¿Responsable o irresponsable?
¿Por ley o por gracia?
Cuán grande es la diferencia entre una persona responsable y una que no lo es!
Son dos polos opuestos, que con el comportamiento están reflejando un estado interior – de orden, estabilidad y buena conciencia el uno – de desorden, inestabilidad e inconsciencia el otro.
Decir que un buen discípulo, debe ser necesariamente una persona altamente responsable, puede parecer innecesario, pues todo cristiano, con un mínimo de criterio, lo debe dar por sentado, sintiendo que casi no hace falta mencionarlo.
Sin embargo, con ser esto así, nos encontramos que muchos que tácitamente aprueban esta verdad, y hasta la afirman ellos mismos, en la práctica a menudo se desdicen con un conducta llena de lagunas de omisión, olvido, informalidad, incumplimiento de compromisos contraídos verbalmente o por escrito, y un largo etcétera.
Quien esto escribe, en su infancia y temprana adolescencia, tendía, por su carácter más bien contemplativo, a ser distraído, dado a olvidar o perder cosas, como por ejemplo, dejar su abrigo en el tren o cosas semejantes.
A la temprana edad de 17 años comenzó su primer trabajo como secretario administrativo en una sociedad de beneficencia en Buenos Aires, República Argentina.
Transcurridos escasamente diez días desde su incorporación, su jefe, que le había estado enseñando el teje y maneje de algunas de las cosas, cayó enfermo y estuvo de baja por varios meses.
De esta forma, se encontró con la gran responsabilidad sobre sus hombros, de llevar adelante él solo las múltiples tareas de la oficina. Éstas incluían, entre muchas otras, la correspondencia, el manejo de considerables sumas de dinero para los pensionistas y beneficiarios de la sociedad. Además estaban las muchas llamadas telefónicas, algunas de ellas de parte de donantes de ropa para necesitados que debía recogerse de sus domicilios, para traerse a la sociedad para su oportuna distribución.
A esas tempranas alturas, y coincidiendo con el principio de mes, en que había la mayor acumulación de tareas, recibió una llamada de una donante, pidiendo que se pasase a recoger ropa.
Sin embargo, totalmente absorbido por la tarea de ensobrar el dinero para cada pensionistas o beneficiarios, el arqueo de caja y muchas otras cosas que había que atender, se olvidó por completo de ese pedido reciente de recogimiento de ropa.
La donante de ropa, irritada por esto, llamó a una de las damas de la Comisión Directiva, exteriorizándole su desagrado, tras lo cual, esta última entró en la oficina recriminándome ásperamente por la omisión incurrida, que calificó de imperdonable.
Aunque podría haber protestado, argumentando la tremenda y pesada responsabilidad que estaba enfrentando, con muchas otras cosas de mayor importancia, algo me indujo a callar y aceptar la fuerte corrección, sin decir una sola palabra.
Y la mano de Dios se valió de esto, que se podría calificar de injusto en cierto modo, para dejarme grabado bien hondo el sentido de la responsabilidad.
En efecto, desde aquella ocasión, me hice la norma de tomar nota minuciosamente de cada pedido recibido, y cada compromiso contraído, para así evitar en el futuro toda omisión o incumplimiento.
Desde luego que como seres humanos siempre tenemos un grado de falibilidad, mayor o menor según el caso. No
obstante, esa experiencia y mi resolución ulterior me sirvieron para corregir mi tendencia anterior de ser algo distraído y olvidadizo, y pasar a ser en cambio bastante metódico y meticuloso en mi actividad cotidiana, y en el cumplimiento de mis diversas labores.
En realidad, la responsabilidad o falta de ella, se refleja en todos los aspectos prácticos de la vida.
Uno de ellos es la puntualidad, y cuando el llegar tarde se hace una norma en uno, creemos no equivocarnos en decir que es un síntoma de desorden interior, o de una debilidad en el carácter.
Por supuesto que no podemos ser extremistas ni inflexibles en esto. A veces un pinchazo en la cubierta de una de las ruedas del vehículo, o bien una llamada telefónica urgente que nos llega cuando estamos a punto de salir, puede provocar una llegada tarde forzosa, y que ha sido imposible evitar.
En esos casos de fuerza mayor, y que escapan del control de uno, sucede a menudo que el Señor se encarga de cuidar que no haya ningún perjuicio indebido.
No obstante, y hecha esta salvedad, todo buen discípulo debe hacerse un deber de tratar de no tener a nadie esperando por su llegada tarde. Es más, habrá de preferir tener que esperar él, y no hacer esperar al otro.
Otro aspecto práctico es que no se le tengan que decir las cosas dos veces. Uno que aspira servir al Señor debidamente, mostrará siempre una buena disposición para con el cumplimiento puntual de un encargo o una obligación, y bastará que se le diga una sola vez.
Y en una escala de mayor crecimiento y madurez, alcanzará el grado óptimo de que no se le tenga que decir nada, pues su propio sentido de responsabilidad se lo indicará claramente, y lo hará por iniciativa propia y con todo gusto y esmero.
Ser una persona formal que cumple siempre con la palabra empeñada, es otro rasgo característico del discípulo verdaderamente responsable.
Por lo contrario, volverse atrás en cuanto a algo que se ha prometido, o a lo cual uno se había comprometido, es una muestra evidente de inestabilidad y en algunos casos hasta de falta de honradez.
También debemos recalcar especialmente que esta formalidad de que estamos hablando, abarca desde luego el ámbito de las finanzas.
Un buen discípulo no andará desordenadamente en este sentido, dejando cuentas impagas, o tomando compromisos de pago, que a poco tiempo verá que no podrá solventar.
Muy por el contrario, habrá de ser muy cauto en este aspecto, y además, cuidará bien de cumplir cada pago rigurosamente y dentro del plazo establecido, ya sea por el alquiler, viajes o compras de cualquier índole.
Aunque parezca algo tan material y externo, el manejo del dinero y de la economía en general, es algo que reviste la mayor importancia.
Es cierto que siempre resulta posible que, uno que lleve muy bien las finanzas, y sin embargo en otros aspectos, como por ejemplo la oración, el amor y la fe, deje mucho que desear.
Pero esto no quita que quien sea propenso a no cumplir y ser informal en cuanto al dinero, de hecho estará descalificado para servir debidamente al Señor, y mientras no se corrija cabalmente no será un buen discípulo.
Quizá corresponda aquí señalar que, en algunas ocasiones, por diversas circunstancias, un cristiano puede estar atravesando por dificultades económicas. No debemos ser inmisericordes ni excesivamente rígidos, descartando por completo esta posibilidad.
No obstante, el buen discípulo siempre dará señales de estar muy preocupado por cualquier compromiso no cumplido, y demostrará por los hechos que está haciendo cuanto esté a su alcance para remediar las cosas lo antes posible, incluso privándose de todo lo que no sea estrictamente necesario, con el fin de regularizar la situación cuanto antes.
La responsabilidad también supone que a uno se le puede encomendar una labor determinada, y que la habrá de cumplir conscientemente, se le vea o se le esté supervisando o no.
Un siervo de Dios en una época pasada, hace ya varias décadas, se desempeñaba como Gerente de Ventas en una importante zona que le tocaba cumplir.
Para hacerlo debía efectuar frecuentes desplazamientos a diario, a menudo pernoctando en distintas ciudades.
En ese entonces, el teléfono móvil no existía, de manera que era muy difícil – casi imposible – que su labor fuese controlada de cerca por sus superiores.
Otros colegas, le constaba que a veces invertían por lo menos parte de su tiempo dándose a la bebida, o tal vez jugando al golf, o dedicándose a otras actividades en horas de trabajo.
Sin embargo, él era muy consciente de que los ojos del Señor y Maestro no le perdían pisada.
Como se sentía llamado a servirle, y que en un día futuro habría de dejar el trabajo seglar para dedicarse plenamente al ministerio espiritual, se sabía comprometido a trabajar fiel y conscientemente para su empresa, y rendirle el mejor servicio posible. De otro modo sabía que quedaría desaprobado por el dicho del Señor Jesús:
“Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro? Lucas 16: 11-12.
De esta forma, trabajó con el mayor empeño, logrando conseguir muy buenos resultados para su empresa, y a su debido tiempo, se abrieron las puertas para que renunciase a su cargo y abrazase de lleno el servicio al Señor.
Y hasta el día de hoy ese sentido de responsabilidad sigue latente, comprendiendo bien que mientras tenga salud y fuerzas para seguir adelante, nada más consecuente y al mismo tiempo dichoso, que poder continuar sirviendo al Señor con todo ahínco y devoción.
Todo discípulo deberá cuidarse del engaño en que a veces caen algunos, despreciando el valor y la importancia del trabajo seglar que están realizando.
Piensan equivocadamente que, por ser algo material y temporal, no merece el mejor empeño y esmero, pero que una vez que estén sirviendo al Señor, por ser algo de mayor importancia, habrán de hacerlo mejor, trabajando con toda voluntad y eficacia.
En esto, la misma máxima dada por Jesús tiene plena aplicación. Quien no haga bien y cumplidamente su labor cotidiana para ganarse el pan – que no le quepa duda alguna – nunca será apto para el Reino de Dios.
Damos a continuación, y sin comentarios, algunas áreas más en que el buen discípulo debe ser consecuente y responsable.
En su relación personal con el Señor.
En darse a diario al estudio de la palabra del Señor.
En orar por otros hermanos, o por familiares, amigos o vecinos inconversos.
En preocuparse por los inconversos, procurando hablarles del Señor cuando se presenten oportunidades.
En ejercer una sana economía del tiempo, evitando derrocharlo en cosas innecesarias y que no sean edificantes ni provechosas.
En ser fiel en la iglesia a la cual pertenece, honrando y apoyando al pastor o liderazgo de la misma.
En el cuidado de su salud, evitando trasnochar innecesariamente y comer con exceso.
Cuidándose en la conversación de no entrar a tratar de cosas huecas, chismes y críticas malsanas y cosas de mal gusto.
Algunas de estas cosas se habrán de tratar más adelante, y es por eso que ahora no entramos en consideraciones sobre ellas.
Como reflexión final de este capítulo, deseamos puntualizar que, al presentar todos estos puntos prácticos sobre la responsabilidad, no lo hacemos pensando que por el cumplimiento metódico de cada uno de ellos, uno se va a convertir en un buen discípulo. Eso sería confundir causa y efecto, a lo cual ya nos referimos en el capítulo 2.
Evidentemente, será necesario ser movido por la fuerza interior del amor, con la gracia de Dios que la acompañe, lo cual creará una buena disposición para todo lo que hemos venido diciendo.
Si ese amor y esa gracia no están presentes, se entrará en un legalismo, tratando de cumplir los deberes de la responsabilidad, pero sin que lo propulsen esas dos fuerzas vitales.
Sin embargo, la enseñanza y definición práctica de las cosas, siempre es necesaria, a fin de que se las tenga bien claras, y puedan servir de guía y orientación.
Es por eso que primeramente hemos puesto el amor en el capítulo anterior, como la causa básica y motivadora.
Y en éste hemos fijado algunos de los aspectos prácticos, que constituyen en realidad los resultados o efectos que han de producir esa causa fundamental y de importancia cardinal.
Es el mismo que aplicó el Señor Jesús:-
“Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Apacienta mis corderos.”
En cada una de esas cosas que hemos detallado nos podemos hacer la misma composición de lugar. Es como si el Señor a cada uno nos hiciese la misma pregunta: ¿Me amas?
Y al darle nosotros una respuesta afirmativa, oír de Sus labios aquellas cosas que son Su voluntad para nosotros.
“Sé puntual y un buen ejemplo para los demás,”
“No me deshonres dejando cuentas impagas o no cumpliendo con los compromisos contraídos.”
“Busca mi rostro con ahínco cada día,” etc. etc.
Y en fin, todo lo que hace a una vida digna y ordenada, pero regida por la fuerza vital del amor, y no por nuestro esfuerzo por cumplir o quedar bien.
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