El camino más excelente del amor (1a. Corintios 12:31) # CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 2
El camino más excelente del amor (1a. Corintios 12:31)
Antes de desarrollar cada peldaño, no está demás que hagamos hincapié en que todo discípulo deberá necesariamente contar con una genuina experiencia o renacimiento por el Espíritu Santo.
Trabajar con uno que no lo tenga, equivaldría a edificar sin haber puesto el fundamento, o pretender que haya crecimiento sin que en realidad haya vida.
Entrando en materia, éste es el primer peldaño que distinguimos: el del verdadero amor.
Más de uno podrá decir, o afirmar para sus adentros:
“Qué raro es esto!ª Se suele empezar por el bautismo, la
comunión de la Santa Cena, o los diezmos y las ofrendas.”
Desde luego que no dejamos de reconocer el lugar ni el valor de estas cosas, y más adelante, a su debido tiempo, hemos de hablar sobre ellas.
Pero antes, debemos subrayar la importancia cardinal de comprender la diferencia entre causa y efecto.
En lo que atañe a la vida cristiana, en la dispensación de la gracia en que nos encontramos, esto es absolutamente fundamental.
Nos tememos que, muchas veces, hay quienes dan muestras de no tenerlo bien comprendido.
Así, cuando algunos se encuentran con una situación de desgano o incumplimiento por parte de la grey – por ejemplo falta de asistencia a las reuniones de oración, y una merma en los diezmos y las ofrendas – se dispone a contrarrestarlo con una fuerte llamada de atención, o bien con exhortaciones en tono recriminatorio.
Lamentablemente, esto sólo puede producir resultados contraproducentes, y refleja una falta de discernimiento correcto de las cosas.
Jesús dijo en Juan 14: 23-24:
“El que me ama mi palabra guardará.” “El que no me ama, no guardará mis palabras.”
Aquí, con claridad cristalina, el Maestro nos señala que el amor a Su persona o la falta del mismo, constituyen el factor determinante de nuestras acciones de la vida cotidiana.
Son muy bien conocidas también las sentencias de Pablo en 1a. Corintios 13, afirmando que si no tengo amor, por más cosas virtuosas que haga, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe, y nada soy y de nada me sirve.
Sin embargo, a la hora de la verdad, una gran proporción de la actividad que se desenvuelve en el marco de la iglesia, no tiene el amor amor como la fuerza motriz que lo impulsa. Otros factores, como la búsqueda del éxito, el alcanzar metas numéricas, o bien justificar el cargo que se ostenta, pasan a ser el móvil que pone y mantiene esa actividad en funcionamiento,
Como no podría ser de otra forma, los resultados reales en términos de auténticos valores espirituales, a menudo son muy magros y desalentadores.
El reino de Dios es esencialmente un reino de amor, siendo Él, como es en esencia, un Dios de amor. Cuando Él de veras llama y envía a alguien, siempre lo hace infundiendo un genuino amor hacia aquéllos a quienes les envía.
Si este principio hubiese sido bien comprendido, muchos que han salido al campo misionero, por ejemplo, pero sin un verdadero llamamiento, no hubieran salido, y así se hubieran evitado el tener que volver después de un tiempo, fracasados y a menudo con mucho dolor y desaliento.
Todo esto, y mucho más que podríamos agregar, pone de relieve la necesidad ineludible de que al discípulo se le enseñe y comunique el lugar prioritario del amor, como fuerza vital que lo mueva, tanto en su relación con el Señor, como en toda su labor para Él.
Un realidad, siendo el discípulo un verdadero hijo de Dios, nacido de lo alto, como ya dijimos, tendrá una buena base sobre la cual edificar.
La base será el hecho sencillo y maravilloso de que al nacer de nuevo nació del amor, pues “…todo aquél que ama es nacido de Dios y conoce a Dios.” 1a. Juan 4:7.
Y esto, de por sí le dará una propensión natural a amar, y desenvolverse en la esfera del amor.
Pero sobre esta base habrá que sobreedificar, inculcando en la enseñanza la preeminencia del amor, que deberá estar implícita en cada cosa que se diga o haga.
Notemos que ese amor no es algo meloso y sentimental. Desde luego, que donde haya amor, habrá sentimientos tiernos y sanos, pero el mismo se ha de manifestar, en que se anda con firmeza en el camino correcto de la verdad y de la estricta honradez en todo.
Al mismo tiempo, le exigirá al discípulo la puntualidad y que sea muy consciente y responsable en su conducta, lo cual, claro está, será para su propio bien y para una formación correcta.
En todo esto, también será importante comprender las posibilidades de cada discípulo, para no exigir demasiado, sabiendo que no todos pueden aprender y progresar al mismo ritmo.
Y se da por sentado que cada exhortación y enseñanza que se dé, debe ser algo que se encuentre bien reflejado en la vida y conducta del discipulador, no sólo en este terreno del amor, sino también en todos los demás.
¿Me amas?
Ésta es la pregunta que Jesús le hizo a Pedro en tres oportunidades, en esa bien conocida ocasión que se nos narra en Juan 21.
Tenía relación directa con el pastoreo de las ovejas y los corderos, pero fundamentalmente, podemos hacerla extensiva a todas las demás áreas del servicio cristiano.
Sin entrar a fondo en el pasaje, podemos extraer como conclusión importante en la tarea de apacentar a las ovejas y corderos, que Pedro la iba a llevar por una razón de suma importancia. No la de la fama, el éxito, la buena imagen ante los demás, la recompensa económica y ni siquiera por hacer bien a los demás, por más encomiástico que sea esto último.
En cambio, la causa o el móvil que lo había de impulsar a desarrollar esa tarea, sería sencillamente el hecho de amar de veras al Señor Jesús.
De cómo lo hizo plena y fielmente tenemos claras evidencias, entre otros, en dos pasajes que citamos a continuación.
“Aconteció que Pedro, visitando a todos, vino también a los santos que habitaban en Lida.” (Los Hechos 9:32)
“Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis y estéis confirmados en las verdad presente.”
“Pues tengo por justo en tanto que estoy en el cuerpo, despertaros con amonestación, sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También procuraré que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas.”
(2a. Pedro 1:12-15)
Jesús, como el Maestro y discipulador modelo, en aquella ocasión, puso en Pedro el fundamento firme e imprescindible del amor. Ese fundamento le sirvió muy bien para el resto de su trayectoria.
En el primer versículo citado más arriba, lo vemos en una época temprana de la iglesia primitiva, visitando y pastoreando a todos los santos por todo el largo y ancho de la tierra, que era la parcela que tenía asignada en ese entonces – Judea, Galilea y Samaria.
En cuanto al pasaje de su segunda epístola, lo muestra todavía dándose de lleno a la misma labor, hacia el final de su vida, pero de forma escrita y en una proyección más amplia, y que había de continuar aun después de su partida.
Como vemos, fue un fundamento muy sólido el que le había dado el Señor Jesús, y que demostró plenamente ser consistente y satisfactorio para superar todas las pruebas y dificultades que le tocó afrontar, para así llegar airoso al final de su carrera.
Esto último nos lleva a un punto que no debemos omitir.
Cuando no se ha puesto en uno ese fundamento indispensable del amor, a la larga al venir los vendavales y las tormentas, se correrá un serio riesgo de que todo se derrumbe y se llegue a un mal fin.
Por medio de la gracia del Espíritu Santo, el amor se convierte en una fuerza muy contagiosa. El buen discipulador siempre habrá de buscar comunicárselo a su discípulo, e inculcarle a la vez que haga lo propio.
Así se establecerá una preciosa cadena de amor, con eslabones vivos que se irán extendiendo más y más.
Es cierto que el amor a veces exige negarse a sí mismo, esfuerzo y sacrificio, y que en alguna ocasión pueda ser rechazado, despreciado y aun traicionado.
Sin embargo, quien persevere en el amor, inevitablemente cosechará sus dulces y hermosas recompensas.
Y por supuesto, no debemos olvidar que el amor es lo que nos trae verdadera dicha y felicidad en la vida. Quien ama de veras vive en la luz y la verdad, que se transforman así en un un vivir bajo un cielo diáfano, despejado y con el sol brillando en todo su esplendor.
Por otra parte, quien vive albergando amargura, rencor, suspicacias, recelos y descontento en su corazón, es como si estuviera envuelto en una bruma que le impide ver: “…anda en tinieblas y no sabe adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.” (1 Juan 2:11)
Nuestro Dios, que como ya hemos dicho, en esencia es un Dios de amor, sabe muy bien lo que es para nuestro bien, y lo que por el contrario es para nuestro mal.
Y por algo el primer y más grande mandamiento que nos ha dado es el del amor.
Amando nos realizamos en la vida y alcanzamos mayoría de edad y madurez. Asimismo, nos abrimos paso como vencedores, en medio de todas las fuerzas contrarias del amor.
Y por sobre todas las cosas, amando de verdad, reflejamos fielmente, por lo menos en alguna medida, la imagen del Maestro, el Rey Supremo del amor.
“El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado será como su maestro.” (Lucas 6:40)
Discipulador – discípulo: por encima de todas las cosas, en cuanto hagáis para el Señor, buscad hacerlo por la vía más excelente del amor.
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