Capítulo 4
La promesa global y el altar a Jehová

Junto con el llamamiento a salir de su tierra y parentela, y de ir a la tierra que le habría de mostrar, el Señor le dio a Abraham una promesa de enorme magnitud, que para nuestros sentidos naturales podría parecer un imposible.
“Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré y engrandeceré tu nombre y serás bendición.”
“Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las naciones.” Génesis 12:2-3.
Esta promesa inicial fue, por así decirlo, la promesa global que abarca de forma panorámica todo el vasto propósito que Dios tenía para su vida. Más tarde, a medida que corriese el tiempo y Abraham fuese avanzando en su derrotero, el Señor pasaría a desgranarla en varios puntos específicos que irían surgiendo, y también la iría ampliando hasta que alcanzace su proyección completa.
En forma muy sintética, la promesa tenía los siguientes puntos:
1) Hacer brotar de él la gran nación de Israel, que actualmente cuenta con varios millones establecidos en su propia tierra, y muchísimos millones más que se encuentran dispersados en muchas naciones del orbe.
2) Bendecirlo y engrandecer su nombre, de modo que él fuese bendición a muchos más.
3) Recompensar con bendición a cuantos lo bendijeren, y castigar con maldición a los que lo maldijeren.
4) Hacer que en él fuesen benditas todas las naciones de la tierra.
Esta última, sobre todo, habría de expresarse de forma más concreta más adelante, especificando que esto sería a través de su simiente por excelencia, el Cristo prometido para la redención del género humano.
Nos limitamos a esto por ahora, pues más adelante habremos de entrar en mayores detalles, a medida que siga el relato y las promesas se vayan confirmando de manera más específica.

El altar a Jehová.-
“Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido.” Génesis 12:7.
“y edificó allí altar a Jehová, e invocó el nombre de Jehová.” Génesis 12:8.
“…y edificó allí altar a Jehová.” Génesis 13:8.
En su marcha desde Harán hacia la tierra de Canaán, avanzando hacia el Sur, Abraham se detuvo primeramente en Siquem, y posteriormente en un monte entre Betel y Hai.
Al levantar su tienda en estos dos lugares, al igual que hacerlo un buen tiempo después en Hebrón, vemos que hizo algo muy importante y lleno de profundo significado: edificó un altar a Jehová.
Tanto en Ur de los caldeos, de donde procedía, como en la tierra de Canaán, con toda seguridad que había muchísimos altares, levantados a sus propios dioses por esos pueblos paganos.
Abraham fue muy claro en testimoniar, en medio de ese mundo tan idolátrico que lo rodeaba, que él sólo honraba a Jehová, el gran YO SOY, que se le había aparecido y lo había llamado.
Bien podemos visualizarlo, al llegar como forastero, con su mujer y toda su servidumbre, y todos sus bienes y ganado, proceder a levantar el altar a Jehová como su primea prioridad.
La observación “…y el cananeo estaba entonces en la tierra” que encontramos en 12:6b, da pie a que comprendamos el punto muy importante de que él y todos los que iban con él, junto con todos sus bienes, se convertían en el foco de atención de los habitantes de toda esa tierra.
Seguramente contemplarían con mucha curiosidad, cómo instalaba su campamento este forastero tan extraño, y que, a no dudar, les inspiraba mucho respeto. Más que nada les llamaría la atención, ver la forma en que levantaba, no bien llegado, ese altar tan particular y que no respondía a ningún dios conocido por ellos.
No resulta difícil imaginar que al hacer esto Abraham asumía un riesgo muy evidente. Estaba en tierra extraña, como forastero, rodeado de gente totalmente desconocida, que adoraba y se postraba ante sus dioses paganos.
Al no honrar a ninguno de ellos, y en vez, invocar a la vista de todos a su Dios – Jehová, totalmente desconocido por esos pueblos – se exponía indudablemente a un riesgo muy grave.
Sin embargo, nada de eso sirvió para intimidar o disuadir a nuestro padre, de hacer lo que sabía que debía hacer siempre, y no obstante cualquier peligro que supusiese: honrar al Dios verdadero que se le había aparecido, y le había llamado y hablado con tanta claridad y de forma tan expresa.
Así, con valentía singular se arriesgaba mucho. Empero, lo hacía convencido de que su Dios, que lo había enviado a esa tierra, era fiel y poderoso para guardarlo de todo mal.

Ante ese altar “invocó el nombre de Jehová” según ya hemos citado, de Génesis 12:8b. Esto suponía postrarse e inclinarse ante el Señor al pie del altar, lo cual denotaba su entrega y total obediencia a Él, y con un prescindir absoluto de todo dios ajeno.
Al mismo tiempo, también suponía agradecerle y alabarle por sus muchas mercedes, su protección contra todo mal, y Su provisión tan abundante y generosa, de la cual ya había comenzado a disfrutar en el tiempo en que estuvo en Harán.
Igualmente, podemos agregar que esa invocación del nombre de Jehová, también incluía implorar Su favor y continua misericordia, a fin de ser guiado y protegido en todo momento, de los muchos peligros que se le podían presentar.
Uno de ellos evidentemente podría ser que los pueblos de esas tierras, al verlo como un forastero que había venido a morar entre ellos, tuvieran recelos en cuanto a sus intenciones, o bien envidia al verlo prosperar y enriquecerse.
Mas el Señor le dio sobradas muestras de Su gran fidelidad, pues no sólo le guardó de ser atacado por ellos y de todo otro peligro, sino que hizo que más tarde lo reconociesen, respetasen y honrasen como a un príncipe de Dios entre ellos. Ver Génesis 23: 6.
El altar y la invocación del nombre de Jehová, era un acto de gran valentía, al dar ese testimonio tan claro ante la vista de todos esos pueblos paganos, de que él pertenecía exclusivamente al Señor, y nada tenía que ver con los dioses paganos de esa tierra.
Era también algo presenciado y absorbido por Sara su mujer, su sobrino Lot, y las personas que había adquirido en Harán, y que le acompañaban y servían.
Todo eso agradaba sobremanera al Señor, e iba poniendo un fundamento muy firme en su vida, que permitiría que sobre él se edificase paulatinamente, todo el inmenso bien que estaba dispuesto para su futuro por la providencia divina.

Como hijos de Abraham, encontramos en nuestro fuero interno una firme determinación de honrar a nuestro Señor, y testimoniar al mundo que nos rodea, que Él y sólo Él es nuestro Dios. Que seamos incomprendidos, que nos tengan por fanáticos o que se burlen de nosotros, poco o nada ha de preocuparnos. Nuestro anhelo más caro y profundo ha de ser honrarlo a Él siempre y serle fieles por encima de todo lo demás.
F I N